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Devenir cuerpo, devenir poema

Fuentes: Rebelión

Comentario a los primeros poemas de Poemas humanos. Seguimos respondiendo, desde Cesar Vallejo, a la pregunta de ¿qué es la poesía?

La palabra es sudor del cuerpo. Nace adentro, en el espesor de la carne, en el calcio de los huesos, en las pulsaciones del corazón y las corrientes sanguíneas. Es hecha de inscripciones en la piel, de sensaciones emergidas en su momento, hundidas en el espesor del océano que habita el cuerpo. La palabra es artesanía, arcilla cocida, modulada por las manos. La palabra es pronunciación trémula y grafía esculpida en piedra. La palabra es metáfora, metamorfosis de de acontecimiento, convertido en mutación de figuras. Por eso, la palabra es, en su matriz inicial, poema.

Cuando Cesar Vallejo se pregunta quién, se dirige a cada uno, a la singularidad de cada quien, a todos y cada uno. Alude a la condición humana, a la humana condición, a la humanidad sin condiciones, incluso, a la condición sin humanidad. Es un sentimiento inclinado por la humanidad, por el sufrimiento de la humanidad; pero, también, por sus alegrías. Sus cotidianas alegrías. Todos los humanos comparten su nacimiento.

La complementariedad es una experiencia, la manera de completar, de reunir en un todo, en una plenitud, es una voluntad. La manera de desbordar este todo es una rebelión. Vallejo se rebela, interpela a Dios, al mundo, a la humanidad misma. Interpela interpelándose, para encontrarse en la sencillez de los actos de cada día y de cada noche. ¿Quién no tiene su vestido azul? Completamente, además, vida. Esta es una escritura de la vida cotidiana; pero, también, al mismo tiempo, filosofía del acontecer. El poeta andino se angustia al leer la gramatología de los hechos, de los eventos, de los actos cotidianos. Preguntándose por ellos, respondiéndose que no debería sorprendernos, pues todo es así, inmensidad desbordada por la pasión intempestiva de los conceptos.

La poesía es transgresión como el imperio de los sentidos. Un hombre está mirando a una mujer, la mira con los ojos de la piel, la mira desde la profundidad de la piel, desde las imágenes que cabalgan en las praderas del cuerpo. La mirada es inmediatamente deseo, cantar de los cantares, asalto intrépido a la placida paz de la espera. ¿Este mirar posesivo no es acaso un mal de la tierra suntuosa? ¿Este mirar no es la acción de las manos, no es la violación de dos hombres a la mujer que espera? El que mira y el que ejecuta la acción en otro mundo. Pero, ¿acaso este hombre no es la genealogía de un niño, que se convirtió en padre, un padre que a su vez no fue niño? ¿Acaso la mujer no tuvo un niño arquitecto de su develado sexo? A ambos antecede el niño, que se pierde en la consumación de la alegría. ¿De dónde viene todo esto? ¿De qué explosión inicial? ¿De dónde viene este ciclo repetido, este espectáculo observado por todos, por la santísima trinidad, el padre, el hijo y la madre?

La conmemoración de la primavera también adviene. Profusa de signos, evocando metamorfosis, coqueteando con la somática humana, a pesar de sus pobrezas. El poeta la siente, gentil en su andar, agitándose en los insectos, en el gusano, también en la medida de la temperatura, perdiéndola en el derroche, metida en la cavidad de la consagración. Primavera, debida a la órbita terrestre, enunciada en la existencia de la gallina negra, atravesando la contingencia de día, acompañando la chusma de aprietos, los apocamientos en camisa, la ideología blandida y el perfil leninista. Primavera primaveral sentida en las comidas, en el consumo, en el tabaco, en la sobremesa, en tanto el cuerpo se activa por las pulsaciones y al ritmo cantor de los genitales. Primavera sumergida en el cuerpo, arrastrada por el flujo talentoso de su metabolismo. De donde emergen imágenes de animales indomables.

Se trata de la experiencia singular de la primavera, en todos los planos, en todos los estratos, del entorno y de la interioridad más intima. Primavera deglutida y convertida en imagen vaporosa. Es el devenir de la poesía del devenir. Mutación constante, simultánea, presencia múltiple, presentándose en todas las formas posibles. La tarea es integrar estos fragmentos con el movimiento hilador de las palabras, exigidas en su elasticidad y estallido luminoso.

Poemas humanos son como la pintura de Pablo Picazo, estallidos configurantes, conglomerado de fragmentos en movimiento turbulento, buscando su composición azarosa. Perfiles, narrativa figurante dibujada desde distintas perspectivas. Figuras que hacen de signos desencadenados, gramática del drama, contado por el testimonio de las sensaciones, plasmadas en la tela del cuadro. Hay que leer a Vallejo como se contempla un cuadro de Picazo, captando la velocidad de la explosión, el bucle de las partículas arrastradas por el remolino de las pasiones. Vallejo hace emerger versos desde la conmoción de sus huesos, desde el crepitar sus órganos, desde la rebelión de sus arterias y venas, desde el metabolismo de las sensaciones, convertidas en imágenes.

Terremoto , es un poema insólito. Se pregunta por la leña y el silencio del fuego, por el suelo y el olvido del fósil. ¿Arqueología acaso? ¿Después de considerar el crepitar de la tierra? ¿Por qué se pregunta por mi trenza y mi corona de carne? Símbolo cristiano esta figura que adorna la cabeza; pero, no hecho de espinas, sino de carne, otro símbolo cristiano de la pasión de Cristo. Desde los Heraldos negros, Vallejo no abandona el sincretismo andino, el apego al evangelio y su transgresión. Mucho más fuerte después, en Poemas humanos. Empero, aquí, ya no hay cristianismo, ni herejía, sino reminiscencias. Importa, mas bien, comprender este cuadro quebrado o, más bien, de quiebres; hecho en distintos escenarios. ¿Qué hacen Hemeregildo el brusco y Luis el lento? Hay premura ante el peligro; por eso, unto a ciegas mis calcetines. En riesgo se encuentran la gran paz, los cometas, en la miel pensada, el cuerpo, en la miel llorada. Todo es repentino y tumultuoso; Hemeregildo no responde. Todo se mezcla, Isabel, el fuego, los diplomas de los muertos. Todo se reúne, en círculo, tragados por el remolino. El horizonte, la parte, el todo; no falta a la reunión Atanacio. Esto es el sumun, la miel de la miel, el llanto de frente. Este es el reino de la madera; reino quebrado por un corte oblicuo; reino inclinado en su periclitación. Estamos ante la minuciosa narrativa de la sensación de la vulnerabilidad extrema.

Los poemas también retocan al café, al Café de la Regencia, frente a la Comedia Francesa. Café donde se halla una pieza recóndita, con tan solo una butaca y una mesa. Una pieza escondida, un tugurio, donde habita el polvo inmóvil, afable, que se pone de pie cuando ingresa el poeta. Soledad acompañada por el humo del cigarrillo, vaho dual, bifurcación de humos intensivos; cuando aparece el tórax del Café y en la radiografía un oxido profundo de tristeza. No es a través de Picazo que podemos leer este poema; no es un estallido inicial, sino, al contrario, una implosión final de los escombros.

Se podría decir que, en Hasta el día en que vuelva, de esta piedra, comienza el agenciamiento poético característico de Poemas humanos. La realización de la palabra antropológica de Vallejo, la expresión corporal lograda, acompañada de un ritmo conceptual, de una filosofía que emerge de la poesía misma. Quizás es esta experiencia y este arte, lo que estaba buscando ansiosamente el poeta. Como dicen Gilles Deleuze y Félix Guattari, se llegó a un umbral, se cruzó este límite y se entró a otro horizonte de agenciamientos. Desde el comienzo del poema nos encontramos con otra palabra, una palabra ágil, espontánea, una palabra que tiene su propio universo, el de la relación del cuerpo con el mundo de los acontecimientos. La piedra es un acontecimiento, el talón es el lugar intenso de la experiencia somática, lugar lúdico y de violencias desatadas, lugar donde crece la enredadera de la memoria, también su persistencia dramática y su olvido.

 

Hasta el día en que vuelva, de esta piedra

nacerá mi talón definitivo,

con su juego de crímenes, su yedra,

su obstinación dramática, su olivo.

El retorno es una constante en el poeta, un retorno difícil, una distancia inmensa lo separa de los Andes. Una distancia de tiempo y una distancia de espacio; también una distancia de experiencias nuevas. Una distancia, que sin embargo, aproxima los entrañables recuerdos de la memoria a su presente obstinado. Prosiguiendo, persistiendo, a pesar de las caídas, siguiendo el decurso del periplo, comprendiendo que, de todas maneras, el hombre es bueno.

Hasta el día en que vuelva, prosiguiendo,

con franca rectitud de cojo amargo,

de pozo en pozo, mi periplo, entiendo

que el hombre ha de ser bueno, sin embargo.

 

 

El retorno está lejano. El animal humano, el mono gramático, diría Octavio Paz, escribe, convierte su nostalgia en huella, en hendidura, en impresión sobre la piel, convertida en rasgadura sobre el papel. El poeta convierte la huella en acontecimiento, en espesor intenso; en recorrido de animal, enfrentando a sus jueces. La lejanía del retorno se mide con el meñique; volveré cuando sea grande, digno, infinito.

Hasta el día en que vuelva y hasta que ande

el animal que soy, entre sus jueces,

nuestro bravo meñique será grande,

digno, infinito dedo entre los dedos.

A partir del anterior poema, la escritura de Vallejo se desborda, se suelta, se logra, liberándose de ciertas ataduras, todavía, hasta entonces, presentes. En Salutación angélica , el poeta describe al humano, usando sus perfiles como enunciados; contrastando, comparando, entre los perfiles humanos y los seres, lo existente. Sacando conclusiones de sus costumbres.

 

Eslavo con respecto a la palmera,

alemán de perfil al sol, inglés sin fin,

francés en cita con los caracoles,

italiano ex profeso, escandinavo de aire,

español de pura bestia, tal el cielo

ensartado en la tierra por los vientos,

tal el beso del límite en los hombros.

 

Las metáforas compuestas por Vallejo son asombrosas por su dinámica, también por sus confines, sus extremos; la llegada a los umbrales, así como la conjugación con las partes humanas. El poeta andino escribe con el cuerpo conmocionado, usando fragmentos de cuerpo en su descripción figurativa.

El poeta es de combate; su compromiso ocasiona el reconocimiento de camarada. Habla al compañero en un recodo de la lucha, en una conversación amistosa. Lo alaga. Es el cariño al correligionario el que dibuja las figuras elocuentes y pinta el cuadro.

Más sólo tú demuestras, descendiendo

o subiendo del pecho, bolchevique,

 

La descripción es inigualable, debido a su minuciosidad, al detalle de las definiciones, a la exhaustividad de los contenidos y de los planos de intensidad.

tus trazos confundibles,

tu gesto marital,

tu cara de padre,

tus piernas de amado,

tu cutis por teléfono,

tu alma perpendicular

a la mía,

tus codos de justo

y un pasaporte en blanco en tu sonrisa.

 

Actuando, accionando, trabajando, por el hombre; en representación, sin necesidad de ser un representante. Obrando por él, por todos los humanos, en los descansos, en los silencios que deja la escampada en la batalla, como oasis de paz en plena guerra. Combatiente, que pone el pellejo, arriesgando la vida, matando a lo largo de su muerte. El poeta mide este alcance por el largo brazo saludable del camarada. Sin embargo, come y degusta, como todos; la sencillez iguala a los humanos, de la misma manera que la muerte. Es en vida cuando se diferencian y distinguen de una manera variada. El poeta observa al combatiente y ve que de sus sustantivos crece yerba, haciendo que estas propiedades características hagan de suelo de las plantas.

 

Obrando por el hombre, en nuestras pausas,

matando, tú, a lo largo de tu muerte

y a lo ancho de un abrazo salubérrimo,

vi que cuando comías después, tenías gusto,

vi que en tus sustantivos creció yerba.

 

La observación del combatiente lleva a quererlo y admirarlo. Se Admira el ardor doctrinal, aunque también la serenidad, la fría determinación. La forma de mirar, los pasos sólidos, fundidos, los pasos devenidos de otra vida.

 

Yo quisiera, por eso,

tu calor doctrinal, frío y en barras,

tu añadida manera de mirarnos

y aquesos tuyos pasos metalúrgicos,

aquesos tuyos pasos de otra vida.

 

La paradoja es el recurso para mostrar los contrastes humanos, sus contradicciones, sus singularidades humanas. Hay que tomar en cuenta la delgada significación, pero, también, la brava estirpe de apoteosis terrenal. Le habla al humano concreto y le dice: no estás más allá del bien y del mal. En fin, considerando imparcialmente, como dice Vallejo, en otro poema, el hombre da mucha pena, teniendo en cuenta la conjunción de sus disposiciones coetáneas. El poema concluye en la conversación íntima: tú sabes quién soy, de qué me preocupo, por qué llego tarde, por quien callo, manteniendo silencio, haciéndome al desentendido.

Y digo, bolchevique, tomando esta flaqueza

en su feroz linaje de exhalación terrestre:

hijo natural del bien y del mal

y viviendo talvez por vanidad, para que digan,

me dan tus simultáneas estaturas mucha pena,

puesto que tú no ignoras en quién se me hace tarde diariamente,

en quién estoy callado y medio tuerto.

 

 

En Epístola a los transeúntes, no es la carta de Pablo a los cristianos, sino de Cesar a los transeúntes, al común de la gente. Les habla describiéndose a partir de consideraciones comparativas y contrastantes, usando arquetipos zoológicos; el conejo, el elefante. Reflexionando sobre su condición humana, su inmensidad en bruto, brotando a cantaros. La descripción asume la densidad de sus sensaciones, sintiendo agradablemente su peso. Muestra su brazo, que rehusó ser ala. Muestra sus sagradas escrituras corporales, se preocupa por sus compañones. Descrito el contexto pasa a sopesar; es el derrumbe sostenido por el capitolio o, mas bien, es el capitolio el que se sostiene en su derrumbe, en el derrumbe del cuerpo de Vallejo. ¿Lúgubre isla alumbrando continentalmente? ¿Por qué la asamblea clausura en lanzas su desfile? ¿El poeta espera la muerte haciendo un recuento? Su estomago será el mismo, su cabeza también; cada uno con sus funciones propias. El corazón también, solo que es contador de gusanos. Habla de su cuerpo solidario, a pesar de todo, de la enfermedad. Cuerpo velado por el alma. No se puede olvidar, en el recuento, del ombligo, donde mató sus piojos natos. Habla de su miembro, considerándolo monstruoso, ante el que tiene actuar frenando. Pues, sufre del leguaje directo del león. Además hay que tener en cuenta que ha convalecido entre dos potencias de ladrillos; sin embargo, no pierde el humor, sonríe de sus labios.

Vallejo convierte esta experiencia de convalecencia, las sensaciones y los pensamientos, habidos en su encierro, en una composición metafórica, en un poema que canta a los transeúntes sobre la vida cotidiana; pero, sobre todo, en ella, sobre los sufrimientos en la cotidianidad. Particularmente cuando la enfermedad nos suspende, nos obliga al reposo; es cuando observamos a los demás, es cuando el convaleciente se observa y hace recuento de su vida. Hace recuento, no como un trámite racional, sino usando las partes del cuerpo como volúmenes de comparación, como densidades corporales, que también valen como códigos, significaciones que hacen inteligible la condición humana.

 

Reanudo mi día de conejo

mi noche de elefante en descanso.

Y, entre mí, digo:

ésta es mi inmensidad en bruto, a cántaros

éste es mi grato peso, que me buscará abajo para pájaro;

éste es mi brazo

que por su cuenta rehusó ser ala,

éstas son mis sagradas escrituras,

éstos mis alarmados compañones.

Lúgubre isla me alumbrará continental,

mientras el capitolio se apoye en mi íntimo derrumbe

y la asamblea en lanzas clausure mi desfile.

Pero cuando yo muera

de vida y no de tiempo,

cuando lleguen a dos mis dos maletas,

éste ha de ser mi estómago en que cupo mi lámpara en pedazos,

ésta aquella cabeza que expió los tormentos del círculo en mis pasos,

éstos esos gusanos que el corazón contó por unidades,

éste ha de ser mi cuerpo solidario

por el que vela el alma individual; éste ha de ser

mi ombligo en que maté mis piojos natos,

ésta mi cosa cosa, mi cosa tremebunda.

En tanto, convulsiva, ásperamente

convalece mi freno,

sufriendo como sufro del lenguaje directo del león;

y, puesto que he existido entre dos potestades de ladrillo,

convalezco yo mismo, sonriendo de mis labios.

 

Ya lo dijimos en otro texto; Vallejo escribe con el desencadenamiento del cuerpo, con sus partes convulsionadas, recorridas por flujos sanguíneos, flujos deseantes [1] . No sólo es una poesía metafórica, elaborada por la artesanía de las metáforas, sino, es una poesía corporal. Entra en juego el cuerpo como condición de posibilidad de la palabra.

También dijimos que el humanismo de Vallejo es de compromiso, de combate. Cuando sus ojos se posan en los cuadros que ofrece el proletariado, resalta su cariño y su admiración. Observa en ellos sus ademanes colectivos, su cuerpo y ropa de trabajadores, su facultad de productores, esperando de ellos la emancipación universal de la humanidad. En Los mineros salieron de la mina, figura la salida de los mineros, obreros del socavón. La dinámica del poema es fuerte; no se remite sólo a describir un cuadro, sino que escarba en su profundidad temporal. No sólo es perspectiva en tres dimensiones, moviéndose en la profundidad espacial, sino se viaja en el tiempo.

 

Los mineros salieron de la mina

remontando sus ruinas venideras,

fajaron su salud con estampidos

y, elaborando su función mental,

cerraron con sus voces

el socavón, en forma de síntoma profundo.

 

Son hombres fuertes estos trabajadores de los socavones. Se templaron en el estruendo de la dinamita. Al salir de la mina cierran con sus voces el socavón; nombrando, esta acción de clausura temporal, por el poeta, como síntoma profundo. Síntoma de una relación, la de los mineros con los socavones, con la profundidad.

Se admira el espectáculo, la exhibición del trabajo, su relación con los elementos; enfrentándose a los peligros. Por eso, usan implementos de seguridad. Hay un sistema en los aparatos del trabajo, que entra en juego con las maneras de proceder de los trabajadores, con sus colectivas reuniones para afrontar las caldeadas desventuras. En Poemas humanos, Vallejo hereda la técnica de manipular palabras, de inventarlas, adecuándolas al acontecimiento; airente amarillura y trístidos son de esas palabras elaboradas para expresar el fragor del suceso. El color se convierte en un estado de ánimos, parte de un clima, de una atmósfera; en el otro caso, el estado de ánimo se convierte en una materialidad, acompañada por una situación anímica. La poesía convierte a la palabras en materia manipulable; es indispensable inventar nuevas formas, nuevas combinaciones.

Los obreros no se separan de su materia, de su objeto de trabajo; están imbuidos del metal.

 

¡Era de ver sus polvos corrosivos!

¡Era de oír sus óxidos de altura!

Cuñas de boca, yunques de boca, aparatos de boca (¡Es formidable!)

El orden de sus túmulos,

sus inducciones plásticas, sus respuestas corales,

agolpáronse al pie de ígneos percances

y airente amarillura conocieron los trístidos y tristes,

imbuidos

del metal que se acaba, del metaloide pálido y pequeño.

 

 

Otra artesanía de Vallejo es construir figuras otorgándole movimiento a partes del cuerpo; en este caso al cráneo. Craneados de labor es una figura «dialéctica» en el lenguaje de Vallejo; podemos interpretar, sin necesidad de especular, que el militante poeta y el poeta militante expresa metafóricamente, usando la transformación misma del cráneo, la toma de consciencia del proletariado. Estos «revolucionarios» en sí, están calzados, como cualquier humano; empero, de cuero de vizcacha. Calzados también de senderos infinitos. Este contraste entre la descripción del uso diario y el vislumbrar de la utopía es maravilloso; mezcla de cotidianidad y sueño. La poesía también es acrobacia de la imaginación, hermenéutica avezada capaz de encontrar las marcas, las huellas, de lo sublime en las prendas de uso. La poesía muestra que nada está separado, aislado, que nada se limita al mero uso; mas bien, los usos no solamente forman parte de la satisfacción de necesidades, sino también de conexiones con horizontes. A estas conclusiones no se llega por inferencia racional, sino por intuición emotiva, por apertura corporal. Estos mineros, que tienen ojos de físico llorar, son los creadores de la profundidad.

Craneados de labor,

y calzados de cuero de vizcacha,

calzados de senderos infinitos,

y los ojos de físico llorar,

creadores de la profundidad,

saben, a cielo intermitente de escalera,

bajar mirando para arriba,

saben subir mirando para abajo.

 

Al aplaudir a los trabajadores de las profundidades, el poeta recurre al juego de su naturaleza, diagnostica sus órganos, busca en sus síntomas, las claves para interpretar su destino. La prescripción es firme; idiosincrasia vigorosa, manifestada en sus pestañas. El deseo del poeta para con los mineros es el obsequio de lo insólito, regalos pertinentes para sus matrimonios. Canto a sus mujeres, felicidad para los suyos.

¡Loor al antiguo juego de su naturaleza,

a sus insomnes órganos, a su saliva rústica!

¡Temple, filo y punta, a sus pestañas!

¡Crezcan la yerba, el liquen y la rana en sus adverbios!

¡Felpa de hierro a sus nupciales sábanas!

¡Mujeres hasta abajo, sus mujeres!

¡Mucha felicidad para los suyos!

 

El poema es una balada a los mineros, constructores de la profundidad. Ellos enfrentan las contingencias eventuales, clausuran y abren con sus voces el socavón. Canto a todo lo que son, a sus entornos, a su piel amarillenta, a sus linternas que horadan la oscuridad, a sus artefactos e implementos. Copla a sus ojos saludables, a sus familias queridas, a los hijos distraídos y juguetones en la iglesia, a sus padres, que no dejaron de ser niños. El poema se cierra con el elogio a los creadores de la profundidad.

¡Son algo portentoso, los mineros

remontando sus ruinas venideras,

elaborando su función mental

y abriendo con sus voces

el socavón, en forma de síntoma profundo!

¡Loor a su naturaleza amarillenta,

a su linterna mágica,

a sus cubos y rombos, a sus percances plásticos,

a sus ojazos de seis nervios ópticos

y a sus hijos que juegan en la iglesia

y a sus tácitos padres infantiles!

¡Salud, oh creadores de la profundidad…! (Es formidable.)

La poesía es devenir palabra del devenir cuerpo. El cuerpo no deja de ser en la palabra; al contrario, se transforma en palabra. La palabra no deja de ser cuerpo; al contrario, es emanación del cuerpo. La palabra existe porque existe el cuerpo, el cuerpo que cobra existencia por la dinámica de sus pasiones. En vano querer separar cuerpo de lenguaje, como lo han hecho las filosofías y las ciencias humanas y sociales; ese es un corte epistemológico, hecho con el bisturí metodológico. Como todo corte, es violencia. Violencia contra el cuerpo, al que se teme. Violencia metafísica, pues es vaciamientos de contenidos, de espesores, de sensaciones; esta violencia metafísica, sobre la nada que queda, instaura el concepto de ser, que solamente es noción de esencia. Es la aplicación de la nada en la nada, desaparición de la vida para instaurar la institucionalidad de la verdad.

La poesía es rebelión de la vida contra las mallas de captura institucionales, contra la reducción del devenir a la mera reproducción de lo mismo, de la misma ceremonialidad del poder, que no es otra cosa que ilusión de dominio, ficción de verdad, cuando la vida no ha dejado de fluir.



[1] Ver de Raúl Prada ¿Qué es la poesía? Bolpress; La Paz 2014. Rebelión; Madrid 2014. Dinámicas moleculares; http://pradaraul.wordpress.com/; La Paz 2014.