–Mire vuestra merced -respondió Sancho- que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino. Confieso que cuando empecé a leer el artículo que Lennier López publica en Cuba Posible bajo el […]
–Mire vuestra merced -respondió Sancho- que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.
Confieso que cuando empecé a leer el artículo que Lennier López publica en Cuba Posible bajo el título de: ¨La batalla de la que saldrán derrotados los que decidan no pelearla: diálogos con René Fidel González¨ esperaba un ejercicio diferente. Le recuerdo a él, de forma preliminar, y en beneficio de las posibilidades que ofrece el diálogo, que existen muchas diferencias entre detectar la endeblez argumentativa de un trabajo, o si se quiere, las fallas de argumentación de un autor, y asignar, como él hace, significados y sentidos a los argumentos y razonamientos de su contrapartida en beneficio de su propio discurso. Ello, como recurso, incluso en una polémica, es fundamentalmente defectuoso. Pero avancemos.
Desgraciadamente, la respetable creencia de éste autor en que el debate hoy atañe a ¨aproximaciones más prácticas que teóricas¨, no justifica desertar de elaborar unos mínimos conceptuales a la hora de entablar ese mismo debate. A ello me refería en mi respuesta anterior cuando le sugerí la necesidad de hacer, en relación a la definición de reconciliación, ¨un esfuerzo previo que tributara además a establecer su jerarquía y objetividad entre otros problemas que enfrentamos como sociedad política¨. Era -y sigue siendo- obvio, por lo menos para mí, que tal esfuerzo trascendía a las posibilidades del autor para ofrecer claves sobre tal cuestión, incluso en un trabajo que, sin tener pretensiones teóricas, se estructura desde unos saberes y unos manejos muy específicos e inteligentes de un área de la teoría política.
¿A qué considera López ¨reconciliación nacional¨?, es imposible saberlo todavía con seguridad. Introdujo ese concepto antes, y dio por sentado, además, ser un proceso crucial en nuestra realidad política y social; es preciso decir que en esa oportunidad describió que ¨hemos vivido muchos años de separación por causa de ideologías aparentemente antagónicas¨. Volveré después sobre ese fascinante aporte de López.
En la nueva entrega nada contribuye argumentalmente a una explicación objetiva de lo que llama la ¨reconciliación nacional¨, o sea, si fuese posible, a ¨detectar¨ el origen, actualidad, intensidad y extensión de un conflicto que en Cuba supere los marcos del sistema político y social; o a fundamentar, la necesidad de realizar un proceso de reconciliación que opere como condición previa al fin de ese conflicto, o solución pos conflictual, que permita la integración social o política de la población.
Ciertamente, en otro sentido, lo objetivo también se refiere al reconocimiento público por una sociedad, o comunidad, sector, o grupos, de que existe una situación de hecho. Tales son las creencias objetivas. Tomando en cuenta esto último cabría preguntar a cada uno de los lectores ¿qué creen del conflicto nacional cubano? Esa pregunta, acaso sea desconcertante para la mayoría en nuestra realidad, y por ello recomiendo enfáticamente no salir a la calle a hacerla. Sin embargo, la dramática foto de presentación que añaden los editores de Cuba Posible al primer artículo de López, pueda servir para comprender, de alguna forma, la actitud predominante entre quienes han quedado de un lado y otro del conflicto entre Cuba y los Estados Unidos. ¿Será que ese conflicto tan real en el que hemos estado involucrados no existe para López?
Pero nada de eso importa. Lo que asienta López con sus dos entregas es la matriz de opinión de la ¨reconciliación nacional¨. Por qué insiste tanto en ello, no lo sé. Pero para abordar, o introducir en el debate temas como el de la legitimidad, el reconocimiento y la inclusión del otro en un sistema político, e incluso el logro de nuevas cotas de democracia, no hace falta inventarse un gigante como ese. Y eso presiento que él lo sabe, otra cosa es que quiera hacerlo.
¿Por qué no intenta López en su respuesta ¨explorar la trama legitimación social-reconocimiento- y legalidad política de las alternativas ideológicas al socialismo que en Cuba se elaboran y compiten como propuestas de comprensiones y explicaciones de la realidad¨?, o más precisamente, el proceso de legitimación socio política de las organizaciones que adversan a la Revolución; y por el contrario, insiste en invitarles a reconocer la legitimidad de ¨la administración actual¨. Tampoco lo sé. En cambio, estoy seguro que conoce perfectamente las diferencias que existen entre legitimación y legitimidad.
Su ¨plan¨ de argumentación sigue siendo solicitar sea reconocida la legitimidad de la Revolución para que ésta, a su vez, reconozca la legitimidad de dichas alternativas u organizaciones. Por eso dudé en mi respuesta anterior: ¨No sé, cabe la posibilidad de que el artículo, o parte de él, sea un diálogo promovido al interior de una línea de pensamiento¨. Sólo ello lo justificaría, o la ingenuidad.
Cabría preguntarse ¿se han legitimado social y políticamente las organizaciones que se enfrentan a la Revolución? El problema, López, es que la Revolución, o si lo quiere, el ¨Estado, el Partido Comunista, las instituciones, la Constitución, el sistema político y la sociedad civil cubana actual¨ son hasta el día de hoy legítimos. Su legitimación fue resultado de un curso político y social tremendamente complejo y real que se extiende hasta la actualidad. Ello con independencia de que políticamente – y de eso se trata también la política – el resultado de ese proceso, o sea, su legitimidad, pueda experimentar erosiones y desgastes, y por tanto, no ser perenne.
Creer que reconocer su legitimidad -la del actual gobierno- sea ¨en última instancia, también reconocer la legitimidad ideológica de aquellos cubanos que han apoyado dicho gobierno y estructura de Estado¨ como afirma López es, además de una banal y sesgada relectura histórica de la realidad cubana del último medio siglo, no haber sido aún capaz de entender, o ignorar, el proceso de legitimación por el que cualquier actor político, con independencia que sea inicialmente desconocido, logra finalmente legitimarse en el sistema político de una sociedad, incluso transformándolos. De hecho, en el pasado, la existencia de un antiguo y ya extinguido movimiento político cubano, el M-26-7, podría ser consultada como una historia de éxito precisamente por haber entendido a cabalidad tal cuestión.
¿De verdad cree López que las ideologías que se han enfrentado y enfrentan en Cuba son aparentemente antagónicas? ¿Serán el capitalismo y el socialismo aparentemente antagónicos? ¿Serán las organizaciones que adversan a la Revolución aparentemente antagónicas a ella? ¿Habrá ¨detectado¨ realmente Barack Obama que la lucha antagónica con el gobierno cubano no era viable?
No se trata de que el argumento central que propone López -la reconciliación nacional- le traiga muchos detractores. Aunque puede seamos adversarios políticos, al menos yo, no soy tal de su persona. Lo que sucede es que, en mi opinión, su argumento no se sostiene; como tampoco su creencia de que reconocer la legitimidad política del que detenta el poder garantiza un puesto dentro del espacio político. Como enseña la Revolución cubana en política hace falta algo más que pragmatismo u oportunismo político para conseguir esto: hace falta tener legitimidad política, la propia; pero ya sabemos, no es sólo cosa de deseos, es también de coraje e integridad.
Abogar por un cambio de aproximaciones y posturas, tal como dice hacer el autor, tiene que ver también con pensar la realidad objetivamente. Ello es fundamental, y ya que me lo pide, hacerlo, es siempre el primer paso de cualquier estrategia para transformarla. Esta quizás sea también la manera de evitar confundir molinos de viento con gigantes, o viceversa.
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