Escribo estas líneas mientras en Libia las fuerzas de la OTAN y de EEUU, con la bendición de Naciones Unidas, incluyendo el voto inesperado de naciones muy diversas, llevan adelante crímenes masivos contra la población civil. Es un duro golpe al Derecho Internacional y a la paz mundial. Puede tenerse los juicios más diversos del […]
Escribo estas líneas mientras en Libia las fuerzas de la OTAN y de EEUU, con la bendición de Naciones Unidas, incluyendo el voto inesperado de naciones muy diversas, llevan adelante crímenes masivos contra la población civil. Es un duro golpe al Derecho Internacional y a la paz mundial. Puede tenerse los juicios más diversos del presidente Gadaffi; su larga historia está llena de aspectos positivos y negativos, pero nada, absolutamente nada, puede justificar el genocidio para apropiarse del petróleo e instalar un gobierno títere. ¿Por qué no hicieron lo mismo con Egipto, con Siria, o con un reconocido Estado terrorista que ha ejecutado cobardes masacres contra otro pueblo? Falsos rebeldes que dan públicamente las «gracias al presidente Obama» no son precisamente garantía de un futuro democrático.
Escribo también cuando los máximos líderes del movimiento estudiantil han entregado una propuesta concreta de 12 puntos a Piñera que el gobierno ya ha cuestionado. Recién comienza el Paro convocado por la CUT y llegan las primeras noticias de la represión de carabineros y de los manifestantes detenidos. No sabemos si la derecha aplicará la Ley de Seguridad del Estado. Cuando este ejemplar de El Siglo circule nos habremos enterado. Pero lo importante es que vivimos un tiempo rico en posibilidades de cambio, días que hacen historia, que alientan, que muestran que otro Chile es posible, que una nueva generación de chilenas y chilenos ha tomado en sus manos las banderas contra la desigualdad por las que luchaban los jóvenes de los 70, un empeño criminalmente interrumpido por el golpe del 73. Los jóvenes de hoy dan continuidad a esas luchas en las condiciones del siglo XXI, habida cuenta de los enormes cambios que se registra en diversas esferas. Y las proyectan con valentía, heroísmo, creatividad, alegría, y a la vez con profundidad, propuestas concretas, creíbles, posibles.
Y ¿con qué se encuentran al frente? Una derecha cerrada, obtusa, confundida, anticuada, que al sentirse requerida reacciona cavernariamente. Un personaje vinculado a la siniestra CNI como el alcalde de Providencia califica a Camila de «endemoniada». Carlos Larraín pierde la calma cuando se entera que la DC ha adherido al Paro de la CUT y clama porque se alejen de sus peligrosos aliados. Vuelven a circular mails amenazantes.
Pablo Longueira traiciona a su mentor Jaime Guzmán y se declara contra un plebiscito porque es «partidario de la democracia» y, según él, la consulta al pueblo no es democrática y es propia de regímenes como los de Cuba y Venezuela. Pero sucede que su apóstol – que fuera ideólogo muy importante de la dictadura – fue quien incorporó en los primeros artículos de la Constitución del 80 la idea del plebiscito como forma de expresar la soberanía del pueblo. Claro está, más adelante, en la letra chica de los últimos artículos de la misma Constitución, reduce el plebiscito a una tinterillada, pero lo contempla. Y al fin de cuentas para aprobar ese texto autoritario, se recurrió a un plebiscito. Fue un fraude, fue amañado, pero se le usó. De modo que en su próxima conversación extraterrestre con Guzmán, Longueira debiera disculparse. Otra que está descompuesta es la ministra del Trabajo. Sataniza las marchas, las emprende contra los dirigentes juveniles y sindicales.
Son síntomas de que avanzamos. Continuar y ensanchar las movilizaciones en busca de la democracia y los derechos del pueblo, es lo que viene en estos significativos días