El texto que se publica en estas páginas corresponde al suplemento «Extra» de la edición Nº 187 de «Punto Final» (3 de julio de 1973). La edición completa se puede consultar en www.pf-memoriahistorica.org Los sucesos del 29 de junio, ocurridos al cierre de la edición de PF, vinieron a demostrar con fuerza dramática la profunda […]
El texto que se publica en estas páginas corresponde al suplemento «Extra» de la edición Nº 187 de «Punto Final» (3 de julio de 1973). La edición completa se puede consultar en www.pf-memoriahistorica.org
Los sucesos del 29 de junio, ocurridos al cierre de la edición de PF, vinieron a demostrar con fuerza dramática la profunda crisis que afecta a la institucionalidad burguesa. Pocas horas después que el jefe de la Zona de Emergencia de Santiago, general Mario Sepúlveda Squella, ex-jefe de la Inteligencia Militar, denunciara que había sido detectado un complot, se rebeló el Regimiento Blindado N°2, una de las unidades más importantes de la capital.
Hasta los momentos de escribir esta información, en la noche del viernes, se sabía de varias víctimas civiles, provocadas por los militares sublevados. Sin embargo, el conjunto de las fuerzas armadas mantenía una actitud de lealtad al gobierno que preside Salvador Allende. El propio comandante en Jefe del Ejército, general Carlos Prats, tomó parte relevante en el aplastamiento del intento de golpe.
A nuestro juicio, lo importante de la actual coyuntura es avizorar con claridad las perspectivas que se ofrecen a la clase trabajadora para avanzar en el proceso revolucionario, pese a los graves obstáculos que se les están oponiendo. Sin duda, el cuadro que mostraba el país hasta el momento de ser abortado el movimiento sedicioso, era favorable a un enérgico viraje del gobierno para abrir paso al espíritu revolucionario de las masas organizadas.
El aislamiento del foco golpista se hizo evidente desde el inicio mismo de la acción protagonizada por el Blindado N°2. Las primeras informaciones reunidas señalaban que el alzamiento de esa unidad militar formaba parte del complot que cuarenta y ocho horas antes denunció el general Sepúlveda Squella. El jefe del regimiento insurrecto, teniente coronel Roberto Souper, ligado por lazos familiares a elementos de extrema derecha, había sido relevado de su mando el día anterior. En el curso de la investigación que sobre el complot adelantaba la autoridad militar, se encontró que el comandante Souper era uno de los implicados y por ese motivo se le quitó el mando de su regimiento. No obstante, en circunstancias que no estaban claras al momento de elaborar esta información, ese jefe militar pudo operar con relativa facilidad y llevó a sus blindados a rodear el palacio de gobierno, en cuya periferia se libraron algunos encuentros que concluyeron a mediodía del viernes con la rendición de los amotinados. Es muy probable que la revelación de que se fraguaba un complot haya precipitado la sublevación parcial, encabezada por Souper. Quizás el anuncio fue formulado prematuramente, sin que se hubiesen practicado todas las detenciones de implicados que eran necesarias. En todo caso, lo que surgía con evidencia al anochecer del viernes 29 era que el alzamiento se había circunscrito al Regimiento Blindado N°2, sin contagiar a otras unidades de las fuerzas armadas y Carabineros, que en su conjunto permanecieron leales al gobierno constitucional.
La extemporánea acción encabezada por Souper reveló, sin lugar a dudas, la amplitud del complot de la derecha. Aunque las fuerzas políticas reaccionarias se vieron frustradas en su intento de realizar un golpe de Estado, lo ocurrido demostró que la conspiración contra el gobierno de la Unidad Popular tenía todos los visos de seriedad que oportunamente han denunciado los partidos de Izquierda. En efecto, enfrentada la burguesía al problema de un gobierno que le impide ejercer a plenitud el poder, ha optado francamente por una salida violenta. Sin embargo, no logra hasta ahora atar todos los hilos de una conspiración en regla, que le permita llevar a término un golpe de Estado. Los instrumentos institucionales bajo su control -Parlamento, Tribunales, Contraloría-, han sido utilizados a fondo para «ablandar» al gobierno, creándole dificultades casi insuperables. Pero ese «ablandamiento», ejecutado mediante los mecanismos institucionales que tiene a su mano, no ha producido a la burguesía el resultado definitivo que busca. El juego legalista, con el cual pretende inmovilizar al gobierno, en cierto modo inmoviliza también a la propia burguesía. De allí que sus sectores más extremos, cuyas cabezas de playa se pueden encontrar tanto en el Partido Nacional como en la Democracia Cristiana, estén presionando por una definición violenta. Para ello se requiere, claro está, la colaboración de sectores importantes de las fuerzas armadas, que es el ángulo de esta audaz política que todavía no ha logrado caer bajo dominio derechista. Pero los hechos ocurridos en el último periodo, incluyendo el alzamiento que encabezó Souper, demuestran que la conspiración reaccionaria ha ido penetrando en círculos castrenses y ganando aliados en esferas que poseen mando de tropas. El foco de rebelión militar que estalló el día 29, es una advertencia en este sentido. Debe ser visto -por decirlo de alguna manera- como un forúnculo que hace erupción, pero que revela un mal que se ha propagado en ese organismo.
Sería ingenuidad, creemos, estimar que los conspiradores reaccionarios han gastado todas sus municiones en la sublevación del Regimiento Blindado N°2. Este intento de golpe de Estado les ha fracasado, pero volverán a la carga una y otra vez, mientras conserven fuerzas. Esa es la perspectiva que debe tener presente el pueblo y ello lleva, lógicamente, a concluir que la resistencia reaccionaria debe ser aplastada sin miramientos, para despejar el camino hacia el poder.
EL GOLPE ABORTADO
El jueves pasado, el general de brigada Mario Sepúlveda Squella, jefe de la Zona de Emergencia de Santiago, reunió a los directores de todos los medios informativos para anunciarles que había sido descubierto y abortado «un movimiento sedicioso, con participación de militares y civiles». El teniente coronel Roberto Souper, comandante del Regimiento Blindado N°2 fue notificado en la tarde del mismo jueves que sería relevado del mando en esa unidad, por la responsabilidad que tenía en el complot denunciado. Sin embargo, no fue detenido a tiempo, y Souper aprovechó esta ventaja para marchar, a las nueve de la mañana del viernes siguiente, sobre la Moneda, al mando de una columna de tanques.
La debilidad que se tuvo frente a Souper, cuya participación en el complot denunciado por el general Sepúlveda estaba comprobada por el Alto Mando, le permitió a éste poner el palacio de gobierno bajo la amenaza de los cañones de sus tanques. El Blindado N°2 logró controlar las calles periféricas a La Moneda y la Plaza de la Constitución alrededor de tres horas, en la mañana del viernes 29 de junio. La acción desesperada de Souper sorprendió completamente al gobierno y a las fuerzas organizadas del pueblo. Durante la mayor parte de esas tres horas, la confusión creada por la intentona golpista de Souper y su gente logró crear un ambiente general de desgobierno con ayuda sincronizada de Radio Agricultura y otras emisoras reaccionarias, que no acataron la cadena oficial de la OIR.
Estas emisoras mintieron sobre la dimensión y el carácter del alzamiento militar y llamaron abiertamente a la población civil a sumarse a esas fuerzas para derrocar al gobierno. El carácter de la asonada de Souper fue, sin embargo, criminal. A su paso por las calles dejaron una estela de seis muertos y más de veinte heridos, todos civiles.
Pasados los primeros momentos de confusión, numerosos grupos de militantes de Izquierda y trabajadores salieron a las calles a defender el gobierno. Pero, paralelamente, las fuerzas armadas leales habían movilizado sus efectivos, encabezados por el general Carlos Prats en persona. Alrededor del mediodía fuerzas del Regimiento Buin y otras unidades rodearon La Moneda, y lograron hacer huir a la tropa sublevada. El presidente Allende se instaló nuevamente en su despacho de La Moneda, y desde ahí habló al pueblo, llamándolo para una concentración en la tarde. Sólo francotiradores ubicados en varios edificios estratégicos del centro se mantuvieron disparando por breve tiempo después que las fuerzas leales dominaron la situación. En las primeras horas de la tarde, el gobierno anunciaba que la calma era total en el resto del país. ¿Qué había pasado? Quedó en claro que sectores ultrarreaccionarios del ejército, encabezados esta vez por el teniente coronel Souper trataron de dar un golpe de Estado desesperado, en espera de una reacción general espontánea en contra del gobierno. A las cuatro de la tarde, los soldados se retiraron del centro de la ciudad y entregaron la mantención del orden a Carabineros. Había terminado la aventura golpista de Souper, pero ¿cuántos más quedan en las sombras, esperando una nueva oportunidad? Souper, de un manotazo, rompió el mito de que la utilización de las fuerzas armadas para dar un golpe de Estado y derribar el gobierno de la Unidad Popular era inconcebible en el país. Los permanentes llamados a la sedición de los políticos reaccionarios están dirigidos a focos subversivos de existencia real dentro de las fuerzas armadas.
NECESIDAD DE IMPONER
UNA DICTADURA POPULAR
Ha sido la propia burguesía la que ha roto las reglas del juego. Primero mediante el festinamiento de la democracia parlamentaria. El Parlamento, en manos de los agentes políticos de la burguesía, ha rebasado todos los marcos de lo que podría considerarse una acción opositora legítima. En el plazo de un mes, por ejemplo, ha destituido tres ministros de Estado y mantiene en candelero a un cuarto, además de sacar de sus puestos a tres intendentes. La Contraloría General de la República, convertida en un verdadero poder de los reaccionarios, obstaculiza toda la acción administrativa del gobierno. Y los tribunales de justicia, encabezados por la Corte Suprema, crean a través de fallos y dictámenes abusivos el marco necesario de una «ilegitimidad» del gobierno. La prensa, radio y televisión en manos de los reaccionarios, por su parte, operan fuertemente sobre la conciencia de vastos sectores, induciendo a la resistencia y ahora a la rebelión abierta contra el gobierno de la Unidad Popular.
Si algún saldo positivo puede sacarse de los sucesos del 29 de junio, debería ser -no cabe duda- el estímulo para dar un viraje definitivo que permita al gobierno y a las masas populares quebrar definitivamente la resistencia adversaria. Esto lleva a lo que PF ha estado planteando en sus dos últimas ediciones: la instauración de una dictadura popular que permita romper el cascarón de la institucionalidad burguesa y alcanzar, cuando menos, el cumplimiento integral del programa de la Unidad Popular. Está visto que la reacción no permitirá que el gobierno cumpla ni siquiera un porcentaje considerable de su programa, aunque éste se plantee en términos de absoluto respeto a las normas de la institucionalidad creada por la propia burguesía. Hablamos de «romper el cascarón» por dos razones: una de ellas es que la misma sublevación del día 29 demuestra la fragilidad de un cuadro institucional aparentemente fuerte y sólido. No es necesario aquí un recuento de los hechos políticos que corroboran la fragilidad de un sistema que el proletariado menos que nadie está obligado a respetar.
La otra razón que nos lleva a propugnar un sistema de gobierno que se vea libre de las trabas implacables que opone la burguesía, es que sólo mediante la creación de una nueva institucionalidad, basada en el poder popular, es posible realizar en términos relativamente pacíficos la transición al socialismo. Aunque el actual gobierno no pretenda consumar esa transición, el programa de la Unidad Popular está comprometido a «iniciar» la construcción del socialismo. Todo el desarrollo del proceso chileno demuestra que la violencia acecha para saltar sobre el cuello de la clase trabajadora. Con el ánimo de evitar el enfrentamiento, el gobierno ha tenido que ir replegándose en los marcos de su propio programa y en alguna forma induciendo a la desmovilización de las masas. Pero la lucha de clases no ha cesado de ir creciendo en nivel y fuerza.
La burguesía, como lo examinamos en otras páginas de esta edición, tiene sin duda fuerza y un aliado poderoso, que es el imperialismo. Pero esa fuerza, que se opone y resiste a los cambios profundos que son necesarios para «iniciar» la construcción del socialismo, es objetivamente mucho menor de lo que se suele pintar en algunos análisis de Izquierda. Un cierto grado de descoordinación entre sus diferentes sectores, la evidencia de tácticas distintas en su seno, la lucha de grupos económicos por la hegemonía del conjunto, las rivalidades para alcanzar los favores del imperialismo, etc., llevan a que la burguesía -a nuestro juicio- sea mucho más débil de lo que usualmente se cree. La sublevación del 29 de junio puede servir objetivamente para dar un vuelco en la situación y cambiar bruscamente en favor del pueblo la correlación de fuerzas en el plano nacional. Para ello hace falta una dosis importante de audacia y una decisión revolucionaria que no vacile en acudir al poder de la clase trabajadora y de los sectores patrióticos y progresistas de las fuerzas armadas. Apoyándose en las organizaciones de masas y en los importantes sectores de las fuerzas armadas y Carabineros que están dispuestos a permitir el curso del desarrollo histórico del país, creemos que es posible intentar una nueva forma de gobierno, una dictadura popular que garantice a la mayoría de la población, o sea a la clase trabajadora, el desarrollo de una verdadera democracia.
La vasta corriente de los trabajadores organizados, secundados por los soldados, está en capacidad no sólo de sobrepasar la difícil coyuntura creada en los últimos días, sino también de arrasar con todos los obstáculos que se han venido oponiendo a la voluntad liberadora de la mayoría de los chilenos.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 784, 28 de junio, 2013
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