Traducido para Rebelión por Germán Leyens
[El humorista negro Dieudonné, popular en toda Francia, que solía aparecer frecuentemente en la televisión y que durante años tuvo espectáculos en grandes teatros, seguramente no pensó que su incansable compromiso contra el racismo y la marginación, llevaría a que su nombre se convirtiera en tabú en los medios dominantes, a que asustados organizadores y burócratas locales le impedirían actuar en teatros y televisiones. Grupúsculos paramilitares sionistas atacaron violentamente algunas de sus presentaciones. Sin embargo, los fans lo apoyan por miles y los espectáculos que realiza están siempre repletos. Para muchos, el cómico asume paulatinamente un papel dirigente de numerosos franceses de origen caribeño y africano.
- Dieudonné nació en 1966 en Francia, de madre bretona y padre camerunés. Tiene su propio teatro en París donde actúa permanentemente ante salas repletas.
- Todo comenzó con un desliz por el que el artista se disculpó posteriormente. En un sketch televisivo, Dieudonné habló del eje «americano- sionista» y gritó «Isra-Heil» vestido de rabino radical armado.] [Rebelión]
- Acusado de antisemitismo, víctima de ataques verbales y físicos, arrastrado ante los tribunales por delitos que no cometió, a Dieudonné le han hecho la vida difícil.
- Ahora vuelve a levantar cabeza. Ha ganado todos los procesos iniciados en su contra por organizaciones judías. Y, como todo hombre cuya dignidad ha sido pisoteada, Dieudonné lucha. Nos habla de momentos difíciles, sin debilidad. «Han querido convertirme en panegirista del antisemita» nos dice con voz clara, mirándonos directo a los ojos. Desde que le cerraron las puertas de la televisión en diciembre de 2003 Dieudonné lo ha pagado caro. A pesar de todo, sus desgracias lo han llevado a ser más sensible y más atento a sus prójimos. Centrado sobre todo lo humano, lanza sobre las infamias sufridas una mirada que le permite no lamentar sus propias heridas. Por lo tanto, no siente un espíritu de revancha sino la voluntad de luchar por el respeto a la dignidad de los seres humanos. Irradia una fuerza, algo de magnético y encantador. Consciente de lo que espera el público, que lo ha acompañado y apoyado ante y contra todo, siente actualmente un deber hacia la verdad. Es todo el mensaje de su nuevo espectáculo: «Pido perdón», que este talentoso humorista presenta cada noche en su teatro » La main d’or » (1). Actúa con ardor y con una sed de autenticidad y de humanidad que su público – cautivado por la magia de su ágil personaje, y también por su seriedad – no se cansa de compartir. S.C.
- ¿Su imitación de un colono israelí, en diciembre de 2003, provocó una polémica? ¿Qué pasó después?
- Fui víctima de un linchamiento. Un linchamiento particularmente brutal de parte de la familia sionista de Francia. Porque interpreté el papel de un colono israelí extremista en un sketch cómico, tuve derecho a un auténtico linchamiento. ¡Algo único en Francia! ¡Jamás se le había prohibido a un artista cómico que presentara sus espectáculos! Todo el asunto es alucinante. Ha habido presiones muy fuertes sobre las ciudades y los ayuntamientos donde ya estaban anunciados mis espectáculos, tanto en Francia como en Suiza y en Bélgica. Han sido de tal envergadura que numerosas ciudades han anulado todo y los organizadores me pidieron que no fuera. El Olympia, con el que tenía un contrato, también lo rompió. Se me echó encima toda la panoplia sionista. Difundieron la idea, en Francia y afuera, que yo era «antisemita». Bernard-Henri Lévy a la cabeza. Todo esto muestra que en Francia existe un clima de intolerancia; que hay gente que puede influir de manera decisiva para orientar las decisiones políticas. Basta con que esa gente diga: «Si no prohíben el espectáculo de Dieudonné van a tener que pagar por ello». Tuve que hacer intervenir la validez de los contratos rotos ante el tribunal administrativo, porque yo sufría un perjuicio grave. Gané, en general. Las ciudades han pagado el monto acordado. Pero en numerosos lugares, donde mi remuneración dependía de las entradas, lo perdí todo.
- ¿Cuáles eran esos grupos dispuestos a que usted «pague por ello»?
- El comando formado por más de ciento cincuenta personas que insultó y golpeó a la gente que había ido a mi espectáculo en Lyon, estaba vinculado a organizaciones extremistas violentas, conocidas como el Betar o la Liga de Defensa Judía. Una joven de origen marroquí fue rociada con un líquido ácido y tuvo que ser hospitalizada. El Betar es una organización considerada como ala militar del Likud, el partido de Ariel Sharon. Esos militantes están dotados de medios financieros y logísticos importantes, creen que pueden hacer lo que les dé la gana. Son ellos los que profirieron amenazas escritas de muerte contra mi persona, contra las personas que trabajan conmigo, contra el personal del Olympia, si mi espectáculo no era retirado del programa.
- ¿Las autoridades cedieron, por lo tanto, a su chantaje?
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- ¿Qué quiere que le diga? ¡Ante algo semejante no queda otra que quedarse estupefacto! Los representantes de las organizaciones judías en Francia no exigen la disolución de esos grupos sionistas que atacan a los ciudadanos. ¿No había declarado Alex Moïse (2), ante el micrófono de Europe 1, que había que «erradicar a Dieudonné de la escena humorística»? Pero ese personaje se hizo célebre en mayo de 2004, cuando la policía descubrió que se había auto-enviado mensajes «antisemitas» falsos que después atribuía a falsos «antisemitas». Dominique Perben, ministro de Justicia, llamó a que hubiera sanciones muy severas contra Dieudonné. Francia había caído en un delirio total. Era una verdadera histeria. ¿Estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado? ¿Se servían de mi persona con fines políticos?
- ¿Quiere decir que existe una intención deliberada de dar al antisemitismo una dimensión que no tiene y que al acusar a personalidades públicas logran un eco más amplio?
- Con la multiplicación de esas campañas que acusan perpetuamente a la gente de antisemitismo se entra a la irracionalidad más completa. Ya no estamos en el ámbito del debate o de la crítica legítima. Nos movemos dentro de la mentira absoluta. Ese término, ligado al nazismo, ha sido tan mancillado que ha perdido, en nuestros días, todo su sentido. Agita inútilmente y envenena la vida de los franceses. El antisemitismo no quiere decir nada en la actualidad. No significa absolutamente nada. Existió. Pero el nazismo se acabó hace 60 años. Si hay racistas, hay que colocar a todos al mismo nivel de igualdad. Acusar de racismo pesa mucho menos que acusar de antisemitismo. Pero en los dos casos se trata de racismo. ¿De dónde proviene esta jerarquía? En nombre de un «antisemitismo» que no existe, ponen a muchos al margen de la sociedad. Considero inaceptable que simples ciudadanos te puedan quitar tu sustento, golpearte a ti y a tus amigos, argüir que tienes una mala intención, difamarte en público, destrozar tu vida de esta manera.
- Cuesta creerlo. ¿En otros países europeos no se conoce nada parecido?
- Hay que vivirlo para ver hasta dónde son capaces de llegar los sionistas, aquí en Francia. Si no estás de acuerdo con su visión idílica del Gran Israel, te consideran como «antisemita». Por lo tanto te mantienen amenazado. He pasado por ese período en la incredulidad más total. Por un instante tuve la impresión de que estábamos en un país en guerra, pero que lo ignoraba. Que la República me había abandonado. La señal es muy fuerte. Que se exigía que todo el mundo acepte como un hecho que no se puede reír sobre la política israelí en Francia. Que no se bromea con Israel.
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- ¿Pero se puede llorar?
- Sí. Llorar por Israel, por el curso de Israel, por la Shoah, está permitido. Incluso se puede recibir subvenciones. Pero llorar por los palestinos, no. ¿Por qué yo, Dieudonné, debo verme obligado a decir y volver a repetir que no soy «antisemita» cuando no existe? Soy descendiente de esclavos. No he participado en la persecución del pueblo judío. Todo eso me es muy lejano. No veo por qué debo pedir perdón y justificarme interminablemente.
- ¿Tengo que llegar a la conclusión, por lo que usted acaba de decir, que existe, de parte de los que se sirven de ese término de antisemitismo, la intención de introducir una especie de guerra en Francia? ¿Una guerra entre judíos y no-judíos, al imponer la idea de que es un fenómeno más grave de lo que es en realidad?
- No quiero teorizar al respecto. Soy un humorista. Pero hay que preguntarse si todas esas acusaciones lanzadas a la ligera no son un modo de conducir a una calle sin salida sobre los verdaderos culpables de los crímenes en Palestina y de proteger la condición de eternas víctimas para los que instrumentalizan los sufrimientos, en un momento en el que Israel es objeto de graves acusaciones. Le aseguro que, cuando te impiden trabajar, cuando golpean a la gente que trabaja contigo y a tus relaciones, cuando ves que los ministros se suben a las almenas, llega un momento en el que comienzas a dudar.
- ¿Quién, entre las personalidades públicas, lo ha atacado más?
- Bernard-Henri Levy ha expresado, más claro que ningún otro, su voluntad de destruirme moral y financieramente. Ha llamado a la gente a boicotear mis espectáculos. Ha deseado que yo sea «golpeado en el portamonedas». Él, cuya familia hizo fortuna explotando los antiguos bosques africanos, tuvo la perversidad de escribir negro sobre blanco, con sus saludos de año nuevo, que deseaba que los franceses no volvieran a ver a Dieudonné. (3) El periodista Jean-Pierre Elkabach había dicho directamente ante el micrófono de Europe 1: «Te vamos a golpear en el portamonedas». En cuanto a Alain Finkielkraut, dijo respecto a mi sketch «que se trataba de un acto antisemita mayor» y que el que los judíos no sean mi único objetivo no significa que «Dieudonné no sea antisemita». Esto ilustra la dinámica del lobby sionista en Francia. Por lo tanto, ya sabe, cuando vi llegar en Lyon a esas hordas descontroladas del Betar con sus chaquetas de cuero negro, que venían de París y otros sitios para impedir que el público asistiera a mi espectáculo, insultando, golpeando y gritando «¡Dieudo, negro inmundo, los judíos se encargarán de ti!» no pude dejar de asociarlas con los odiosos llamados de nuestro «filósofo» nacional.
- Esos energúmenos, que golpeaban a la gente que había venido a mi espectáculo, reaccionaban, evidentemente, a las incitaciones al odio en mi contra, el «enemigo» jurado, que Bernard-Henry Levy había identificado prealablemente, poniéndolo a la merced de la venganza de los grupúsculos sionistas. Los hechos hablan por sí solos. Es una perfecta demostración de odio racista. Todo eso, que forma parte del linchamiento, no llega a los titulares de los periódicos. Lo cuento de manera detallada en mi libro. (4)
- ¿Han podido sacarlo de sus casillas las actividades de sus detractores?
- No, no. Veo lo que me toca de cerca con indiferencia. A pesar de lo odioso de sus críticas, Bernard-Henri Levy y la banda de islamófobos y negrófobos que gira a su alrededor, «no me han sacado de mis casillas». Sigo sereno. Pero una cosa es evidente. Me siento más consciente que nunca de que me opongo fundamentalmente a ciertas prácticas, y a una evidente hipocresía. No hay ningún espíritu de venganza de mi parte. Mi papel se limita simplemente a explicar a los negros de Francia que, también nosotros, tenemos derecho a nuestra historia. A que se nos escuche. Ha habido cientos de películas para denunciar los horrores nazis. Está muy bien. Es un sufrimiento que respeto infinitamente. Pero no puede haber una jerarquía en los sufrimientos de los pueblos. Mi pueblo tiene derecho, también, a que se haga luz sobre el comercio de esclavos. Por primera vez en la historia de la humanidad se organizó un tráfico con seres humanos de modo industrial, como si se tratara de ganado. ¿Por qué no llegamos a que se reconozcan los daños causados por la trata de negros? Los negros no tienen derecho a una memoria. No tienen acceso a los archivos que podrían permitirles determinar quiénes son los que se enriquecieron comerciando con su carne. Estamos en un período en el que los pueblos exigen reparaciones. Los países que colaboraron con los nazis fueron puestos bajo fuerte presión por los hijos de las víctimas judías. Deben pagar reparaciones. Nuestro pueblo tiene también derecho a ese respecto. Se prohíbe a los africanos, que consulten sus archivos. Tal como se prohíbe a los palestinos que retornen a las tierras que les robaron. Los palestinos tienen derecho, como todas las víctimas, a ser reconocidos por sus sufrimientos. Esa negativa de reconocer el sufrimiento de otros es indigna.
- ¿Ha sentido que hay algo humillante en su forma de proceder?
- Tengo que defender mi dignidad. Tengo una familia que mantener. Soy padre de tres niños. Tengo el deber de ser digno de ellos. De poder decir a mis niños: ¡Ahí tenéis vuestra historia! Quiero contársela sin odio, pero con determinación. Quiero decirles que Bernard-Henri Lévy, que quiso privarme de lo que es mi razón de existir, de arruinarme, es hijo de una familia que construyó su inmensa fortuna sobre el suelo africano, sobre la vergonzosa explotación de los bosques preciosos de África. Y que, finalmente, mirándolo desde ese punto de vista, todo lo que me ha ocurrido, no es más que una consecuencia lógica. Un afrontamiento ineluctable que todo africano debe confrontar. Tengo el deber de tomar mi parte de responsabilidad en la defensa de mi pueblo. Conozco su historia, su recorrido, quiero que se conozca la verdad sobre cuatrocientos años de esclavitud, doscientos años de colonialización, sesenta años de era poscolonial. Nuestra independencia aún no ha sido lograda. Mientras los pueblos explotados no puedan contar con Naciones Unidas para adquirir sus plenos derechos, deben apoyarse sobre sus propias fuerzas, organizarse.
- ¿Pero usted es más blanco que negro, más francés que africano, no es cierto?
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- Para usted soy blanco como lo son todos los mestizos. Mi madre es blanca. Mi padre es negro. Soy, a pesar todo, hecho de esa mezcla. Soy, para mí mismo, universal. Pero ante los otros soy un hombre negro. Lo acepto. En mi interior, antes de este linchamiento, no conocía ese sentimiento de «frontera» interiorizada, que siente mucha gente. Sin embargo, ahora, sé que esa frontera existe, a los ojos de los demás. La siento profundamente en carne propia. Hoy, sé que para los blancos son un hombre negro. Y tengo que ser consecuente con esa experiencia. Tengo que ser consecuente conmigo mismo y situarme en relación con esa visión. No puedo huir de ella. Tengo que situarme en relación con lo que me separa de esos ideólogos que siembran tanto odio y difunden tantas mentiras en toda Francia. Por lo tanto, como negro, digo stop. Basta. Yo, Dieudonné M’Bala M’Bala, le digo, a usted Monsieur Bernard-Henri Levy, heredero de una familia que ha hecho fortuna saqueando los bosques en esa región del subsáhara tan vulnerable, confrontada hoy en día, a graves problemas de desertificación, que no tiene ninguna lección de moral que darle a quien sea.
- ¿Si lo entiendo bien, el sufrimiento humano, pasado y presente, es lo que usted pone en primer plano?
- Soy artista. Pero soy, ante todo, un ser humano con una historia, un pasado. Un pasado que ha sobrevivido en nuestra memoria colectiva. Sé de dónde vengo. Dónde voy. Hoy vivo en Francia. He aprendido a amar a la República. Considero que los valores que encarna son formidables. Me siento muy encariñado con esta expresión de «Libertad, Igualdad, Fraternidad». Creo firmemente en esa humanidad. Tengo esa utopía.
- ¿No ha pensado nunca en que ha ido demasiado lejos?
- Crecí con el humor de un Michel Leb, de un Boujenah: de humoristas que se divierten y hacen reír con personajes negros que presentan con narices que son tan grandes como dos cabezas de blancos. ¡Jamás se la ha ocurrido a nadie la idea de condenarlos por racismo! ¿Tengo derecho, yo, a burlarme de los blancos? ¿Soy yo el que va demasiado lejos, o son ellos? ¡Solía pensar que en el humor hay un margen de libertad! A veces me pregunto si la gente está suficientemente bien informada para medir exactamente la gravedad de la situación. En mis espectáculos hablo de la indiferencia del mundo ante las tragedias actuales. Hablo del sistema del apartheid, establecido en Palestina, como ayer en África del Sur. Hablo de personajes, como un Bernard-Henry Levy o un Alain Finkielkraut, que se identifican con una ideología, el sionismo, que es una forma de racismo. No soy religioso. Soy ateo. No hablo de los judíos como tales. Sé que muchas personas de confesión judía se desolidarizan de la política racista de Israel. Que otras son simplemente engañadas por un proyecto que no comprenden. Me digo que no se puede mentir eternamente a la gente. Se terminará por conocer la verdad.
- ¿Hubiera expresado opiniones con acentos tan políticos antes de diciembre de 2003?
- Sí. Simplemente, antes del linchamiento, yo no tenía el mismo nivel de conciencia que hoy. Simplemente he mejorado mi lucidez. He podido vivir y resentir en mi propia carne que existen seres que tienen plena libertad para impedir que se diga la verdad. He participado en la lucha antirracista. El discurso de la asociación SOS racisme era «somos todos hermanos, hay que luchar contra el racismo». Estaba, por lo tanto, ahí dentro, y me costó un cierto tiempo hasta que comprendí que nos manipulaban.
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- ¿Por lo tanto lo anima un sentimiento de injusticia?
- Sí. Un gran sentimiento de injusticia. Gracias a este linchamiento he visto a los negreros en acción. Y es difícil de aceptarlo. Los he visto volver para golpearme. Hablo de esos negreros que solían deportar a mis antepasados, los explotaban, los violaban impunemente. Pienso que son los mismos, exactamente los mismos. Parecidos. Nunca pensé ni por un segundo que existía un complot en mi contra. No. Hubo, de parte de una cierta intelectualidad sionista, por lo tanto racista, llamados al odio para hacerme callar.
- ¿Odio al habla franca del artista, combinada con odio racial?
- Una cosa es obvia: jamás antes se le había prohibido trabajar a un artista. Jamás. Estamos en un país que ha construido su riqueza sobre el comercio triangular. Sobre la colonización. Soy un hijo de todo eso. Y, en un momento dado, el niño quiere tener acceso a su historia, exige explicaciones y se le responde: «¡Cállate!» Ya le he dicho que soy descendiente de esclavo y que, gracias a este linchamiento, me di cuenta de que era, como negro que soy, tratado como tal. De todos modos, nuestro pueblo está condenado. África está condenada. Un 80% de los enfermos de sida viven en África negra. Frente a esa plaga los africanos carecen de medios para tratarse. Existe la no-asistencia a una persona en peligro. Tenemos todos los motivos para pensar que es voluntaria. Que la vida de un negro no vale la de un blanco. ¿Pero hay que dejar caer los brazos por eso? La mitad de mi familia vive allá. Yo iré para Navidad. OK. Se va a morir, pero con la cabeza alta. Y perfectamente conscientes de que han querido nuestra muerte, que no han hecho nada por impedirla. Van a poder decir: «Ustedes nos mataron».
- ¿No está por todas partes el odio? ¿Cuando los jóvenes se rebelan al ver a los soldados israelíes o estadounidenses asesinando a sus hermanos árabes, no hay odio?
- Creo que hay más jóvenes de confesión judía que enarbolan el odio contra el árabe que a la inversa. Los árabes y los musulmanes son las verdaderas víctimas de discriminación en Francia. Son considerados como ciudadanos de segunda clase. Pero eso no preocupa a nadie. De los negros, ni vale la pena hablar. Los negros no tienen derecho a nada. El sufrimiento de los negros no cuenta. Para ellos somos simios.
- ¿Es difícil vivir así?
- Sí. En la vida que vivimos, sólo las buenas noticias llegan a sorprendernos. Pero no me quejo. Por respeto a ese pasado que es el de mi pueblo, y de los pueblos que han sufrido como él, que sufren, no puedo decir que lo que me ocurrió, haya sido particularmente duro. Es nuestra vida diaria. No quiero lloriquear al respecto. Lo que me sucedió forma parte de nuestra historia. Es la base sobre la que tenemos que construir nuestro futuro. No quiero proceder como esos sionistas que se revuelcan en su victimismo constante. No. No les hago reproches. Respeto su pasado. Sólo es necesario que respeten y reconozcan igualmente el pasado y los sufrimientos de los demás.
- Usted relativiza, es muy noble de su parte. ¿Pero puede ser que sus infortunios aún no hayan terminado?
- No, no han terminado todavía. Pero no he pasado veintisiete años en la cárcel como Mandela. He perdido algo de mi trabajo. He tenido la desagradable sorpresa de encontrar un revólver y una kippa en mi camerino. Pero sigo vivo.
- Cuando lo veo así, complicado…
- No, no complicado. Soy un hombre libre.
- Pero le impiden trabajar. ¿Dónde quedó su libertad?
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- Mi libertad es poder seguir siendo yo mismo y no tener miedo de decir las cosas tal como son.
- ¿Lo están procesando?
- Han gastado sumas considerables para organizar una multitud de procesos en mi contra. He sido examinado por «difamación y declaraciones racistas». He afrontado 17 procesos. Los he ganado todos. He sido absuelto por la justicia.
- ¿Así que le han hecho procesos políticos sin fundamento?
- Sí. Absolutamente. Son procesos políticos. Había que establecer un ejemplo. Al negro que abandonaba su campo de algodón para escaparse, cuando llegaban a atraparlo lo apaleaban hasta matarlo, para que los otros comprendieran lo que podía ocurrirles si… Es lo que ocurrió conmigo. Me pegaron violenta, excesivamente. Había que mostrar lo que una cierta Francia puede reservar a los «nègres» cuando se inmiscuyen en la política.
- ¿Su defensa en los tribunales debe haber sido muy cara?
- Yo no tengo dinero. Es el dinero del público. Ahora no trabajo para otra cosa que para defenderme. El público está presente cada noche, por suerte. El teatro está repleto desde abril. Haré una representación en el Zénith el 29 de diciembre de 2004. (5). Veremos qué nos trae el futuro.
- ¿Qué aprendió en todos estos acontecimientos?
- Aprendí que no se tiene derecho a bromear sobre algo como la colonización israelí ni a caricaturizar a un colono judío. Aprendí que un negro no tiene derecho a decir que un blanco puede encarnar el mal. Un negro debe decir siempre que el blanco pertenece al
- «eje del bien». Era, a propósito, exactamente lo que decía en el sketch en cuestión. Era una ironía, pero no se quiso ver ese aspecto. Prefirieron ver otra cosa. En circunstancias que yo decía irónicamente a los jóvenes, a través de ese personaje de colono israelí: «basta de ese antiamericanismo primitivo. Uníos al eje del bien que os permitirá vivir en buena armonía».
- ¿Por lo tanto fue una experiencia humillante pero instructiva?
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- Lo que no te mata te hace más fuerte. Seguí de pie. Pero cuando te dicen «Dieudo, negro inmundo, los judíos van a acabar contigo» y el negro no dice nada y no le queda más que aceptar los golpes, eso sí es humillante. Son individuos que disponen de una red y de una amplitud de acción impresionante.
- ¿Y el público supo hacer lo que se debe?
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- La actitud de la gente fue formidable. Y también muy valerosa. Tengo que rendirle homenaje. Se dejó insultar, que la acusaran de antisemitismo, porque quería ver mi espectáculo, pero no cedió. Su apoyo es lo que me permitió sobreponerme a ese período de mi vida. El 20 de febrero quedará impreso en mi memoria con el día más memorable de todos. El Olympia terminó por doblegarse ante las amenazas del Betar. Con el equipo que trabaja conmigo decidimos que igual íbamos a presentar el espectáculo, afuera, delante del Olympia. Esperábamos encontrar a algunos cientos de personas. Tuvimos la sorpresa de ver que se congregaba una multitud inmensa. Eran miles, que nos aclamaron. Fue un momento muy emocionante. Entre las caras blancas, había caras negras que me rodeaban para protegerme.
- ¿Habían llegado antes de que le prohibieran presentarse en público?
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- Fue la gota de agua que hizo desbordar el vaso. Creo que, para los africanos y los antillanos, estar presentes a mi lado ese día, fue una manera de solidarizarse con uno de los suyos en un momento en el que se encontraba en dificultades. Querían protegerme contra eventuales ataques. Era también, de manera más general, la expresión de un sufrimiento común que encontraba allí, en ese encuentro espontáneo de gente que no se conocía, una ocasión de hacer que se les escuchara. La expresión de gente que estaba hastiada. Había una forma de vida ferviente en esa concurrencia. Me veía en presencia de seres que soportaban el peso de una vida de injusticias que querían compartir. Me di cuenta de que me había convertido para ellos en una especie de catalizador. Que se identificaban con esta herida del mundo que sufría, que ellos soportaban desde hace tiempo. Yo era uno de los pocos negros en la escena artística humorística, que escribía él mismo sus textos y los interpretaba. El único negro humorista, creo, que escribía para hablar en su nombre y reírse. Tenía el deber de ser digno de la esperanza que representaba para ellos. Su humanidad, en ese instante de comunicación intensa, la sigo llevando en mi carne. Es lo que me ayudó a pasar por ese período. Por eso, por lo que aprendo de mi público: la humildad. Es un poco el pueblo al que siento el deber de proteger hoy en día.
- ¿Era el sentimiento de que tenía una responsabilidad hacia ellos?
- Soy un humorista con todo mi ser. En general las cosas me hacen reír. Lo extraño es que lo más duro para mí fue el amor que recibí de esa multitud de gente anónima, delante del Olympia. Fue un momento muy duro psicológicamente. Porque tenía que dominar la emoción que me invadía, contener las lágrimas que me inundaban. Cuando hablo de dureza es por eso. Hubiesen podido golpearme y pegarme. No hubiera derramado una lágrima. Estaba preparado para lo peor. Pero, a la inversa, no estaba preparado para tanto reconocimiento y amor. Yo iba a presentarme para que me lincharan, como siempre han linchado a los negros, y me encontré ante una multitud de personas venidas para decirme cuánto me amaban. No lo esperaba, no estaba acostumbrado. Nadie está acostumbrado a eso. Fue tan inesperado. Y por eso tanto más emocionante.
- ¿Es lo que cuenta para usted, ese reconocimiento?
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- Sí. Aprecio el respeto a la dignidad de los seres humanos. Como aprecio los valores de laicismo que defienden el respeto a todas las creencias y a todas las religiones.
- ¿Cómo puede reconciliar su apoyo a causas graves con las exigencias de frivolidad relacionadas con la escritura humorística?
- Lo único que nos queda es la risa. Pero reír no quiere decir burlarse. Puede ser un medio para sobreponerse a lo que nos hace sufrir. La risa es algo que forma parte de mi cultura. Ha habido estudios sobre la risa. Los negros son de los que más se ríen. Eso permite ver el mundo desde una cierta distancia. Creo que, en este mundo duro, la risa es un factor terapéutico. Es importante vivir en la alegría. Y decirse que dentro de la desesperación está la esperanza.
- ¿El Olympia, se acabó?
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- Sí. El Olympia me ha sido prohibido. Igual como me han prohibido durante este año, las antenas de televisión.
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- ¿Existe todavía, hoy, un motivo que impida su retorno?
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- La razón oficial es que no pueden garantizar la seguridad del público. Pero yo puedo seguir actuar en mi teatro. Me presento con taquillas agotadas, desde abril, ante 250 personas cada noche. Si no tuviera ese teatro, me habría quedado sin poder actuar desde diciembre de 2003.
- ¿Lo llama su asistente?
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- Sí. Mi público me espera. ¿No ha visto todavía mi espectáculo? Venga a verlo y hablaremos después.
- La puerta se cierra detrás de él. Poco después, Dieudonné estaba allí, frente a su público entusiasta, al que le dio lo mejor. Se veía un fervor evidente en las caras suspensas, como magnetizadas. Y esa unión invisible, que contiene emoción y afecto, que se funde en uno con el artista.
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- Fin
- (1) Théâtre de la Main d’Or. 15, passage de la Main d’Or. 75011 Paris.
- Tél : 0033 1 43 38 06 99 – Métro Ledru-Rollin.
- (2) Alex Moïse es el representante del Likud (el partido de Ariel Sharon) en Francia y secretario general de la Federación sionista de Francia. Desenmascarado por la policía, condenado en mayo de 2004, confesó haberse enviado mensajes antisemitas para ir luego a presentar denuncias por «amenazas e injurias antisemitas»-
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(3) Magazine LE POINT 02/01/04 » Rubrique Bloc Note.
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- (4) Lea su libro, «Dieudonné. Entretien à cœur ouvert». Edition EPO. 2004
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(5) Zenith, 211, av. Jean Jaures. 75019 Paris.
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Tél : 0033 1 42 08 60 00. Vente billets : FNAC, Carrefour Virgin.
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- [email protected]