1. Nuestra hipótesis más general es que la emergencia y acción de nuevos grupos fascistas operan en relación a las tendencias históricas que articulan el desarrollo del capital. En ella obtienen su razón de ser; son parte de la historia y no una anomalía. Esto se evidencia en al menos cuatro planos: i) rechazan la […]
1. Nuestra hipótesis más general es que la emergencia y acción de nuevos grupos fascistas operan en relación a las tendencias históricas que articulan el desarrollo del capital. En ella obtienen su razón de ser; son parte de la historia y no una anomalía. Esto se evidencia en al menos cuatro planos:
i) rechazan la población migrante, a pesar de que la mayor parte de esta es la consecuencia de la disolución de fronteras que impone el gran capital y la consolidación de la tendencia a convertir a América Latina en reserva de población obrera sobrante en relación a las necesidades de valorización del capital. Aunque ellos culpen a quienes están en situación de migración, al abstracto ‘globalismo progre’ y no al capital como organizador de relaciones sociales
ii) el capital requiere competencia al interior de la clase obrera. Los fascistas agudizan esa tendencia: oponen al ‘pueblo chileno’, como si fueran fuerzas exteriores a la clase obrera, el feminismo, obreros migrantes, estudiantes, sindicatos, organizaciones de trabajadores/as, etc.
iii) estas últimas surgen, precisamente, contra las formas de precarización de la vida que impone la matriz rentista y financiera en Chile: violencia de género, desigualdad, pensiones miserables, sobre explotación de obreros migrantes, etc. Bajo la apariencia de proteger al ‘pueblo chileno’, no hacen sino guarecer las posiciones de los capitalistas, que necesitan estas formas de precarización para reproducirse como clase privilegiada
iv) se oponen a igualdades formales que el propio capital facilita y promueve (como leyes de identidad de género, acceso igualitario a derechos civiles, etc.), pero que en la práctica requieren ser manejadas de forma antagónica, para perpetuar la competencia al interior de la clase obrera.
2. Conviene distinguir: no todo movimiento que practique o reivindique giros autoritarios puede ser considerado fascista. Pero la aparición en escena de grupos fascistas, que promueven el autoritarismo, forma parte del proceso de recomposición política de los grupos dirigentes y expresan la diversidad ideológica de la derecha, la cual tiene sus propias pugnas, siendo la fracción fascista una de ellas, habiendo otras doctrinarias, neoguzmanistas, liberales, socialcristianas, centristas, etc. No es tan amplio el espectro fascista ni toda la derecha es fascista.
3. Por otro lado, distinguir también escenarios y sentidos de la actividad política fascista: es distinto que sus lógicas se desarrollen en la democracia, es decir, aprovechando las instituciones para desplegarse y legitimarse (ej: Kast, Bolsonaro), que se ejecuten contra la democracia, que impugnen el aparato estatal y se reclamen otras vías de legitimidad. Pueden combinarse ambas, la segunda necesitar la primera, pero es necesario confrontar con efectividad diferenciando el escenario táctico empleado por la política fascista.
4. En relación a esto, también hay que identificar aquellos elementos autoritarios o fascistas que ya están incorporados y gestionados por el Estado (ej. Ley Antiterrorista), de otros que son promovidos y legitimados desde y por grupos políticos y sociales hacia el Estado, construyendo marcos que hacen pensable y luego posible su ejecución por parte del Estado (ej. Las medidas de exterminio que adopta el estado Alemán entre los años 30 y 40 fueron posibles por una profunda preparación ideológica previa; las intervenciones militares en América Latina en los 70).
5. Es importante preguntarse si la clase obrera se encuentra o no integrada a las estructuras políticas funcionales a los capitalistas; si es o no una fuerza social que tiene la capacidad de diferenciarse de otras, es decir, si posee autonomía política, posibilidad de decidir las formas en que se organiza la vida social. En tiempos de los fascismos históricos, la clase obrera no estaba integrada como fuerza gravitante en el Estado, pero sí era una fuerza social diferenciada. Hoy, ni lo uno ni lo otro. Por lo mismo, requiere pensar las dinámicas históricas en que se recomponen las fuerzas fascistas, los marcos y procesos en que se encuentra la clase obrera, pues parte importante de su base social se nutre de ella y no son indiferentes las condiciones en las que ella se encuentra.
6. Por otro lado, al no estar integrada se reducen sus posibilidades de que puedan gestionar el Estado en función de ciertos pisos mínimos de seguridad social y, por lo tanto, tiende a estar en condiciones de precarización. Como la clase obrera es una parte importante de la base social del fascismo actual, sus condiciones de vida inciden en los recursos políticos e ideológicos que emplean los fascistas. No es casual que este crezca como opción cuando las políticas de ajuste, austeridad, pensiones, salud, ambientes devastados, flexibilización del trabajo, descomposición del estado de bienestar y de los estados capitalistas de compromiso, encontrando en ese cúmulo de situaciones descontentos y subjetividades políticas que buscan una respuesta, soluciones y de grupos o personas que sean indicados como los responsables.
7. Los fascismos históricos de comienzos del siglo XX son ‘modernos’, son una fuerza efectiva desde el punto de vista político y no grupúsculos románticos, fuerza interclasista y con apoyos considerables de la clase obrera. Son también modernizadores: por más que configuren una estética del retorno, del ‘pasado glorioso’, no representaron una tentativa de regreso, menos aún, la restitución precapitalista ni una crítica a la sociedad capitalista. Por el contrario, consistieron en una apuesta de gestión, de dirección política en el capitalismo, con elementos de novedad que las capas dirigentes previas al asalto político fascista no lograban implementar. Hoy, en cambio, los neofascismos reivindican dos grandes temáticas:
i) restablecer prerrogativas que garantizaban los estados de bienestar y ciertas políticas sociales que, en el marco de precarización obrera, figuran como horizontes a los que volver o actualizar, centrándose, sin embargo, en la ‘nación’, los ‘chilenos postergados’, como destinatarios de su política. Es un paso atrás, en tanto que es el propio capital quien, para continuar su acumulación, desmontó las garantías sociales que alguna vez se obtuvieron, tanto en Europa como América Latina
ii) son al mismo tiempo una reacción frente a las transformaciones que han experimentado los vínculos sexuales al interior de la clase obrera y de la sociedad en general: en la medida que las prácticas de impugnación a las diferencias sexuales jerarquizadas toman fuerza, los fascistas agrupan la reacción, se nutren de ella y la dotan de significado (‘feminazis’, ‘progres’, ‘ideología de género’), es decir, los neofascismos representan una respuesta política, pero en clave reaccionaria.
8. Los fascismos históricos surgen como organizadores de la actividad social cuando otras formas de integración social, esto es, de procesar y conciliar intereses de clases antagónicas, fracasan. Al mismo tiempo, emergen como fuerza cuando las tentativas de revolución socialista se debilitan o derechamente fracasan. De hecho, no son los fascistas los que ocasionan dicha derrota, sino que se montan y aprovechan los efectos estratégicos de la misma. Esta es una diferencia a considerar, pues hoy, a nuestro juicio y al menos en Chile, los grupos dirigentes no hallan en el Estado el sustrato que les permita sostener acuerdos estratégicos, abriendo la posibilidad de fisurar la capacidad de gobernabilidad (como en otros países de América), volviendo plausibles otras formas de gobernanza e integración social. Alternativa fascista que puede crecer, toda vez que no parece haber fuerzas de izquierda socialista que, actuando en el mismo escenario, apueste en un sentido distinto, igualitario y socialista.
9. Los fascismos históricos son movimientos de masas, proyectuales, con programa concreto. Fueron apuestas autoritarias que, sin embargo, arrebatan el monopolio de la gestión estatal a los grupos industriales, financieros, agrarios, etc., y la ampliaron a sectores pequeñoburgueses e incluso, en un primer momento, a la propia clase trabajadora. No es certero homologar el proceso inicial de construcción de un estado autoritario con la ausencia de movilidad social, de ‘democratización’ el acceso al Estado. Similar fue el proceso en la URSS de los años 20 y 30, en el cual una vez arrebatado el poder estatal a la aristocracia zarista, el Estado se transforma y amplía a la participación de miles de obreros, pero constituyéndose en torno a un núcleo autoritario: el partido de Estado. Por lo mismo, los neofascismos hoy pueden movilizar sectores populares, incluso garantizar acceso y participación en las instituciones del Estado, legitimarse al mismo tiempo que deslegitiman al personal ‘corrupto’ y las instituciones para ellos inadecuadas (ej. organismos garantes de DDHH). No hay contradicción en ello.
10. Tampoco la hay en el hecho de que tanto los fascismos históricos como los actuales hayan contado, o pretendan contar, con movilización de sectores populares en apoyo y como parte del fascismo. Para entender estos procesos políticos, hay que desmontar la suposición de que todo movimiento de la clase obrera toma un sentido clasista y socialista por sí mismo. No toda su actividad política tiene por qué ser así. Sin la presencia activa de perspectivas socialistas (y hoy, de un feminismo socialista) al interior de la clase obrera, se abre la posibilidad al fascismo.
11. Por lo tanto, la actividad crítica, la práctica política antifascista, debe preguntarse por qué ciertas corrientes le entregan sentido a la experiencia social de la clase obrera, y otras no; por qué y cómo afirman, aunque sea en un sentido reaccionario, potencias históricas latentes, y las organizan con efectividad, sobre todo ante la ausencia y debilidad de una fuerza obrera socialista.
12. El prejuicio racionalista de izquierda no permite comprender el hecho de que las masas obreras no se movilizan necesariamente por un proyecto racional, transparente, asumido y luego ejecutado como una hoja de ruta. Tampoco quiere decir que sea incapaz o irracional (dicotomía que es otra trampa ilustrada). Lo decisivo para comprender el apoyo al fascismo es asumir el hecho de que pueden ser una práctica social que permite articular canales de escape a la opresión de las subjetividades que produce el capital. Poco importa para el fascismo si es una salida aparente, ilusoria o no (la miopía de pensar la ideología como pura ‘falsa consciencia’), lo importante es que tiene un efecto social, hace actuar, moviliza y organiza, y tiene la eficacia suficiente para cambiar correlaciones de fuerza, agrupar, hacer emerger nuevos actores políticos.
13. Por último, la pregunta programática: ¿por qué las actuales formas de socialización producen grupos e individuos que receptan, organizan y practican una política fascista? Si identificamos su relación directa con ciertas tendencias del capital, debemos encontrar en esas mismas tendencias respuestas que vayan en otra dirección, una que no consagre la fragmentación y aniquilación obrera. En ese núcleo histórico están las fuerzas que hacen posible un programa que no sólo haga frente al fascismo combatiendo los resortes que lo originan, sino que a la vez afirme una perspectiva socialista de la acción política obrera. La lucha antifascista no puede ser sólo moral o codificar el ‘se le combate’ en un terreno militarista-voluntarista: si no es la clase obrera la que actualiza un horizonte socialista, la que cree y asuma un programa de cambio, la que con él busca desmontar las formas de socialización que habilitan el resurgimiento fascista, no tendremos a la mano formas más eficientes de enfrentarlo.
* Militante de La Savia y activista ecosocialista. Magíster en Historia de Chile e investigador independiente.