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Discriminación y clasismo

Fuentes: Rebelión

Al igual que muchas otras capitales latinoamericanas, durante la segunda mitad del siglo XIX se inicia en Santiago una transformación urbana acelerada. El modelo era, desde luego, el París del barón von Haussmann, el «artista demoledor». En Chile, la tarea de reinventar la ciudad capital recayó en don Benjamín Vicuña Mackenna, un destacado político liberal […]

Al igual que muchas otras capitales latinoamericanas, durante la segunda mitad del siglo XIX se inicia en Santiago una transformación urbana acelerada. El modelo era, desde luego, el París del barón von Haussmann, el «artista demoledor». En Chile, la tarea de reinventar la ciudad capital recayó en don Benjamín Vicuña Mackenna, un destacado político liberal de la época e Intendente de Santiago (1872-1875).

 

Como un lúcido representante de las clases acomodadas y de talante más bien «progresista», don Benjamin Vicuña Mackenna advirtió que la capital estaba escindida en dos realidades opuestas, los arrabales y el Santiago opulento y cristiano:»… ciudad bárbara injertada en la culta capital de Chile y que tiene casi la misma área de lo que puede decirse forma el Santiago propio, la ciudad ilustrada, opulenta, cristiana ciudad bárbara injertada en la culta capital de Chile y que tiene casi la misma área de lo que puede decirse forma el Santiago propio, la ciudad ilustrada, opulenta, cristiana»

 

La capital de nuestro país, al igual que otras capitales de nuestra región instituyó una cierta «ecología de clases», en nombre del higienismo, el control policial y el negocio inmobiliario. De este modo, el pasado colonial era conquistado por las nuevas metrópolis que imitaban la modernidad europea. Es interesante hacer notar que estas ciudades renovadas serán la escenografía para un nuevo «estilo de vida» de las nacientes burguesías latinoamericanas. En efecto, lujosos escaparates, teatros suntuosos y, desde luego, clubes exclusivos, en un despliegue que algunos han llamado el «barroco burgués».

 

El nuevo estilo burgués trajo a tierras americanas un imaginario histórico y social inédito que imitaba a Europa, pero respetaba las peculiaridades sociales locales en una mezcla exótica: modernidad, pero oligárquica. En este mundo, los clubes, como el Club de la Unión, se convirtieron en parte de los rituales del «círculo», lugares para ver y ser visto. Dado que la nueva clase no poseía títulos nobiliarios ni un origen patricio sino que era más bien un grupo de advenedizos, hijos de la especulación financiera; su obsesión no era otra que marcar el exclusivismo y la diferencia: Discriminación y clasismo. La servidumbre fue uniformada como contraste a las exclusivas modas parisinas o londinenses de damas y caballeros.

 

Cuando en la actualidad la prensa nos informa que un elegante club de golf exige a las «nanas» usar su uniforme, asistimos a las huellas puramente formales de un imaginario fundado en cierta «mitología aristocrática» propia de las burguesías emergentes de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Ya no se trata, por cierto, de reeditar el imaginario «rétro» de nuestros abuelos sino de instrumentalizar la lógica del exclusivismo y la diferencia como argumento de seducción y venta para clases medias arribistas en una sociedad de consumidores. Las nuevas elites del «Chilean way», carecen de espesor histórico y flirtean con un oscuro pasado autoritario. Al igual que sus antepasados, los nuevos burgueses del Chile actual son unos advenedizos cuya fortuna no solo se funda en la especulación sino que además en los sórdidos laberintos de una dictadura militar.

 

 

 

  • Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS

 

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.