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Entrevista con Santiago Alba Rico sobre la obra de teatro B-52

«Disfrutamos destruyendo, y luego teniendo remordimientos»

Fuentes: La Nueva España

«La entraña del capitalismo se entiende perfectamente en los espacios de placer que ofrece a sus víctimas: centros comerciales, parques temáticos, TV»

El filósofo Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) visitó el pasado fin de semana Asturias para dar varias conferencias y disfrutar del estreno de su obra «B-52», una sátira antiimperialista montada por el grupo asturiano «El Perro Flaco Teatro». Guionista de «La Bola de Cristal» en los años 80, en la actualidad reside con su familia en Túnez, escribe ensayos y colabora con diferentes medios de comunicación.

-Es su primera obra de teatro, ¿cómo ha sido la experiencia?

-Siempre me he considerado un literato fallido, y me encontré en seguida muy cómodo en este formato. Escribir algo así me lo pidió David Acera, pero me lo estaban pidiendo también las entrañas. Me hubiera gustado dedicarme a escribir arengas, y el teatro y la arenga están muy cerca.

-¿No teme ser acusado de panfletario?

-Al final de la obra hay una arenga. El resto del tiempo la arenga está muy maquillada. Es un alegato, pero también un vodevil. Hay acusaciones de panfletarismo que tanto yo como la compañía estábamos dispuestos a asumir. Habrá quien considere que el final de la obra es excesivo, no teatral, pero yo quería que el patio de butacas sintiera los efectos de lo que acababa de ver, que las críticas que hacemos no se disuelvan en el aire a la salida del teatro.

-La influencia de Bertolt Brecht es muy palpable en el texto.

-Brecht ha sido olvidado o denostado, como tantos otros autores que se comprometieron con la izquierda. He sido siempre lector de Brecht y me interesan tanto sus textos como sus procedimientos. Ya en los «Electroduendes» utilizamos algunos de ellos, como el cliché hiperbólico, que el personaje se reivindique a sí mismo de forma autoconsciente y caricaturesca. Algo así como lo que hacía la Bruja Avería al gritar «¡Viva el mal! ¡Viva el capital!». Las canciones satíricas son otro recurso tomado de Brecht, y cumplen la misma función: inocular con anestesia las ideas de la obra en el espectador.

-Recientemente apuntaba que quiere fundamentar su crítica al capitalismo, no sólo en lo que nos hace sufrir, sino también en lo que nos ofrece para gozar. ¿Hay algo de esa reflexión en la obra?

-Todos los críticos del capitalismo, con mucha razón, han puesto el acento en los lugares de sufrimiento del capitalismo, pero yo creo que la entraña del capitalismo se entiende perfectamente, o incluso mejor, en los espacios de placer que ofrece a sus víctimas. Centros comerciales, parques temáticos, televisión, son lugares y formas de placer donde uno es incapaz de autorrepresentarse y de comprender el sufrimiento de los demás. Somos como pilotos de bombardero, de un «B-52», sólo capaces de mirar las cosas que vamos a destruir. Miramos lo que vamos a borrar. Ése es el único placer que nos ofrece el sistema capitalista.

-Es un enfoque parecido al de esas viñetas de Miguel Brieva, donde aparece una humanidad idiotizada por el consumo y los medios de comunicación.

-Brieva y yo creo que siempre hemos querido decir lo mismo. Él con viñetas y yo con ensayos. En un golpe de vista expresa ese nihilismo espontáneo de las masas que aparece asociado a los placeres aparentemente más banales e inocentes. Pienso en un marine que vuelve a casa tras matar a víctimas inocentes en Irak y Afganistán, y luego alimenta con el mayor cariño a su mascota. También me viene a la mente el final de «La chaqueta metálica» de Kubrick, con los soldados norteamericanos cantando una canción de los boys scouts, tras haber cometido una matanza atroz.

-Los protagonistas juegan a la guerra, pero a una guerra sin muertos ni heridos

-Plantearlo como un juego me daba la posibilidad de hacer una caricatura total. Hacer explícitas las reglas que todos tenemos interiorizadas. No se habla de la guerra, se habla siempre con eufemismos, pero aún así la guerra real va inevitablemente colándose en el juego. Vivimos en una sociedad que no habla de la guerra, de la muerte ni del envejecimiento.

-Los personajes afirman que ellos son superiores al enemigo porque tienen remordimientos.

-Una de las mayores perversidades de nuestro tiempo es considerar que lo peor de la guerra es nuestro sufrimiento moral, y no el sufrimiento que infligimos a los otros. Es ese placer europeo por lo remordimientos. Disfrutamos destruyendo, y luego teniendo remordimientos. ¿Por qué cuánto más daño hacemos mejor nos sentimos?

-Intuyo que no le habrá gustado «Vals con Bashir», la película sobre los veteranos israelíes de la guerra del Líbano.

-«Vals con Bashir» me gusta mucho, es una excelente película, y por eso creo que es aún más peligrosa. Parece al principio que va a poner en cuestión la invasión israelí de Líbano, pero al final termina disculpando al personaje protagonista. Es un falso culpable. La memoria le ha jugado una mala pasada, pero realmente no ha tenido nada que ver en la matanza de palestinos. Yo quería hacer justo todo lo contrario con «B-52».

«Bertolt Brecht ha sido olvidado o denostado, como tantos otros autores que se comprometieron con la izquierda»

«Resulta perverso considerar que lo peor de la guerra es nuestro sufrimiento moral, y no el sufrimiento que infligimos a los otros»

http://www.lne.es/sociedad-cultura/2010/04/17/disfrutamos-destruyendo-luego-teniendo-remordimientos/902082.html