Para el neoliberalismo el arte es una actividad peligrosa, subversiva. Por ello, algunas ‘autoridades’ se esmeran en darle a los programas de entretención cierto falso aire cultural a objeto que los ciudadanos traguen esa rueda de carreta «Muera la inteligencia, viva la muerte», fue el grito lanzado por el general Millán Astray en el paraninfo […]
Para el neoliberalismo el arte es una actividad peligrosa, subversiva. Por ello, algunas ‘autoridades’ se esmeran en darle a los programas de entretención cierto falso aire cultural a objeto que los ciudadanos traguen esa rueda de carreta
«Muera la inteligencia, viva la muerte», fue el grito lanzado por el general Millán Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca (donde brillaba con luces propias el filósofo y escritor Miguel de Unamuno), al comienzo de la Guerra Civil española el año 1936. Fue aquella la única respuesta que pudo expresar el militar fascista ante las sólidas argumentaciones del insigne Unamuno.
Y, la verdad sea dicha, durante décadas la «inteligencia y el arte» desaparecieron en España merced al gobierno dictatorial del caudillo Francisco Franco, quien fuera además un «ejemplo a seguir» en las filas de muchas tiendas derechistas del mundo latinoamericano. No sólo derechistas, ya que en Chile la figura y ciertos contenidos ideológicos de la Falange franquista fueron íconos para un sector de la juventud del viejo Partido Conservador, que se escindió de aquel dando nacimiento a la Democracia Cristiana.
Arte e inteligencia siempre han sido una piedra en el zapato para los gobiernos totalitarios, sean estos de facto o democráticamente elegidos, los que consideran esas expresiones como actos subversivos que alteran el «orden natural» de las cosas y que, ¡cómo no!, contravienen los designios de un ser superior que estructuró el mundo de determinada manera, la cual no debe ser alterada.
La acción de los totalitarismos contra la cultura, el arte y la inteligencia, es de antigua data.
Aktion wider und un deutschen Geist («Acción contra el espíritu anti alemán»), fue la muestra irrefutable del odio nazi hacia todo pensamiento, arte, escrito, idea, que proviniera de sectores como el judío, el socialdemócrata, el comunista, el liberal, e incluso del sector independiente no afecto ni perteneciente a ninguna de las anteriores. Tal odio comenzó a manifestarse concretamente con la quema de libros, revistas y escritos, el día 10 de mayo de 1933 en plena Plaza de la Ópera en Berlín, bajo la conducción de Joseph Goebbels.
Algunos siglos antes, en México y en Guatemala (en el año 1530), los soldados de su majestad Carlos V de España y los frailes pertenecientes a la iglesia vaticana, destruyeron y quemaron los códices de las culturas azteca y maya «en defensa de la fe católica, de las buenas costumbres y contra la hechicería y herejía». Cuánto más sabríamos hoy de esas magnas civilizaciones americanas si el fanatismo de los brutos totalitarios no hubiese desencadenado la tragedia del ataque a la cultura y a la historia.
Chile no está ajeno a tamañas locuras. En los meses finales del año 1973 el gobierno dictatorial encabezado por los generales de las cuatro ramas de las fuerzas armadas ordenó también quemar libros, revistas, discos y películas cuyos contenidos y autores no fuesen intrínsecamente partidarios de la lucha contra el comunismo y el socialismo. No sólo hubo quemas de libros, también se desencadenó una persecución a muerte contra muchos de los autores de esas obras… y de quienes las leyesen, o las tuviesen en sus bibliotecas domiciliarias.
Algún día, los historiadores dedicarán sus esfuerzos a investigar en profundidad las acciones realizadas por decenas de mujeres y hombres en el exitoso intento por desarrollar y parir cultura durante los ‘años negros’ sufridos por las artes, la música y las letras durante el largo período totalitario de la dictadura cívico-militar chilena, años de oscurantismo cultural, donde la sempiterna presencia de agentes del estado -hostigando, persiguiendo y encarcelando a quienes osaban hacer arte que estuviese fuera de los marcos ideológicos militarizados- pretendía imponer a golpes de bayonetas la deshuesada idea de que la cultura sólo era aquella que calzaba botas y manejaba bancos y fusiles.
Hoy, el ataque a la cultura y a la inteligencia sigue en manos de políticos representantes de las grandes fortunas, empleados obsecuentes de los mega empresarios y, específicamente, de las transnacionales predadoras, como las mineras, eléctricas, pesqueras y forestales. Ese conjunto, esa sociedad nefasta, maneja los medios de información y las estructuras de la educación superior.
Para los totalitarios que ven en la cultura un acto de subversión, las palabras de Andy Warhol son como la guinda de la torta: «Un artista es alguien que produce cosas que la gente no necesita tener».
Todo acto cultural debe pasar necesariamente por el tamiz de los intereses de esas cofradías. El impuesto IVA a los libros no es un detalle menor, sino una muestra palpable del objetivo central de los mandantes: minimizar la cultura y cercenar toda información relevante, pues con ello logran asfixiar el pensamiento crítico y desmovilizar a las masas.
Quien controla la información, domina la sociedad. Esa información, durante décadas, podía llegar a los miembros de una sociedad civil sólo a través de la educación formal y de los medios de prensa. Sin una información adecuada y permanente la cultura es absorbida por pantanos faranduleros, híper futbolísticos, consumistas. Para el actual sistema neoliberal el arte es una actividad peligrosa, subversiva. Por ello, algunas ‘autoridades’ se esmeran en darle a los programas de entretención cierto falso aire cultural, a objeto que los ciudadanos traguen esa rueda de carreta y no tengan interés ni información suficientes para averiguar si en realidad lo que están recibiendo a diario se trata de payaseo, farandulización o arte.
Todo lo anterior permite a la actual casta política engañar al pueblo a voluntad y a su pleno interés. Es así que millones de chilenos creen a pie juntillas que en nuestro país la izquierda, la verdadera, es aquella que se encuentra incorporada en uno de los dos bloques de la sociedad duopólica, y de esa forma muchos que aún creen ser de verdad «izquierdistas» bajan la cabeza y no protestan -ni atacan – las decisiones pro empresariales, nutrientes del neoliberalismo salvaje, que los dizque progresistas partidos políticos de esa coalición llevan a efecto.
La inteligencia es insultada sin ambages por las mentadas cofradías. Estas suponen que su trabajo de «lavado de cerebros» ha sido tan eficaz que no se detienen ni un solo momento para reflexionar respecto de las mentiras que explicitan públicamente. Para tales castas, es cuestión normal considerar a los electores chilenos en materias políticas como pescado barato, ese que ‘pica’ hasta con hollejo de uva. Vea usted:
Autoridades políticas que tienen sus dineros, sus fortunas, en paraísos fiscales y eluden pagar impuestos en el país, son consideradas «personas de enorme esfuerzo, inteligentes». Aquellas que habiendo ocupado un alto cargo de representación ciudadana hicieron negociados poniendo en evidente riesgo los intereses y dignidad del país, han llegado a ser catalogadas como ‘patriotas’. Las posibles críticas a este tipo de personas se responden con el consabido balbuceo del pusilánime y del ignorante: «los resentidos tienen envidia del éxito de los demás».
El gobierno poco democrático donde cohabitan dos socios llamados ChileVamos y Nueva Mayoría, no acepta la irrupción de savia nueva en la esfera pública. «Aparecidos», «sin recorrido político», «jóvenes inexpertos», «hijos de la élite de las redes sociales», «profesionales comunes y corrientes», son algunas de las descalificaciones que la ‘cosa nostra‘ de la mafia política actual les endilga a quienes deciden incorporarse al mundo de la política activa. Ellos, la mafia, seguramente nacieron expertos y fueron paridos en una clínica donde se les adosaron miles de kilómetros de recorrido público y político, por lo que, entonces, nadie más (salvo ellos mismos), está calificado para ocupar un cargo de representación popular.
El cinismo de esas cofradías alcanza grados insospechados. Hace horas nada más, el Senado impetró a la presidenta Bachelet exigir al gobierno cubano realizar un plebiscito en ese país… ¡y el mismo Senado es quien se ha opuesto tenazmente -y se sigue oponiendo- a que se realice un plebiscito constitucional en Chile! El colmo de la actitud caradura…en fin, para el ladrón es ‘normal’ robar; para el corrupto es ‘normal’ lo que hace… y para nuestros parlamentarios es casi ‘patriótica’ su actividad inmoral y de doble estándar. Eso es disparar directamente al corazón de la inteligencia de los chilenos, pues ya no basta con «prohibirla», quieren asesinarla, tornarla inexistente.
El totalitarismo desglosado de la sociedad duopólica no requiere quema de libros ni piras humeantes como las de antaño, donde se cocinaban a fuego alto -en plena vía pública (para que todos los habitantes del país tomasen debida nota)- aquellos montones de discos, películas y escritos que no estaban en concordancia con la anestesia cívica. Hoy basta con el manejo interesado de la información en todos sus niveles (educación formal, prensa, ‘arte falso’, etc.) para controlar a la sociedad durante el mayor lapso posible, aunque en materias políticas -merced a la capacidad de información no oficial de las redes sociales- ha surgido una «raza» nueva juvenil que viene a toda carrera y con gran empuje exigiendo cancha.
Vea usted lo que es dable deducir (para el caso chileno) de la lectura de algunas pocas líneas de un mini ensayo de David Priestland, publicado en el Boletín virtual (las redes sociales una vez más) del diario estadounidense The New York Times.
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Los dueños de todo ya tienen nuevo grito, hijo predilecto del añoso con que iniciamos estas líneas: «Muera la inteligencia… ¡viva el mercado!». Por ello, amigo lector, en sus manos queda la decisión a tomar en noviembre del presente año.
Mientras tanto, si usted se mantiene oculto en su trinchera, todo artista y todo pensamiento crítico continuarán siendo entes marginales en este sistema dominado por el consumo y el individualismo que conforman la asfixia de la sociedad actual.
¿No le parece mejor abandonar esa trinchera y salir a la calle?, ocúpela, hágase dueño de ella y arrincone a los mafiosos de siempre restándoles poder, avisándoles que en noviembre tendrán muerte cívica. El arte, la cultura, la economía y la política honesta, se lo agradecerán. Sus hijos y nietos también.
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