El día que Ignacio Echevarría, sentado ante su computador, tuvo la osadía de escribir Una elegía pastoral cuya segunda oración, en referencia a El hijo del acordeonista, de Bernardo Atxaga, rezaba: «Cuesta creer que, a estas alturas, se pueda escribir así.», era inconsciente de que cometía, uno tras otro, y sin remedo, una cadena de […]
El día que Ignacio Echevarría, sentado ante su computador, tuvo la osadía de escribir Una elegía pastoral cuya segunda oración, en referencia a El hijo del acordeonista, de Bernardo Atxaga, rezaba: «Cuesta creer que, a estas alturas, se pueda escribir así.», era inconsciente de que cometía, uno tras otro, y sin remedo, una cadena de errores tenaces.
El primero: ciertamente, no puedes escribir así, Echevarría. Ya ves lo que pasa. Te «congelan». Y después quién sabe qué más.
Y hablando de cadenas, por ahí anda el principio del fin: juega con la cadena… pero no toques al mono. Ray Loriga, aunque en verdad nunca supe qué quiso decir en su parrafada publicada en El País el 19 de diciembre , trató de explicárselo: » Todo sistema está expuesto a discrepancias y está bien que así sea, de igual manera que las carreras de fórmula 1 se basan tanto en la pericia del piloto, como en las múltiples correcciones y ajustes que se realizan sobre la mecánica original del monoplaza.»
Asumo que para Loriga, el «piloto» es Echevarría, y quienes realizan «múltiples correcciones y ajustes» son los que pagan, que son los que mandan. Así, asumo también que, siguiendo esa hipótesis, y según su pericia, el piloto podrá ir más o menos rápido, más a la izquierda o la derecha, dependiendo de que tan preparada esté para ello «la mecánica original del monoplaza».
Sería bello. Si no fuera inocente. Porque lo cierto es que los que pagan, y mandan, no meten nunca la mano en el motor. No se van a embarrar las manos. Para ello tienen a muchos que gustosos ―e incluso por menos de treinta monedas de plata― están dispuestos a mancharse las manos de grasa, o de lo que sea. Los que mandan ― ¿ya dije que pagan, y a veces hasta más de treinta monedas de plata? ― se dedican a cobrar la entrada al circo. Circo que antes construyeron ―otros construyeron para ellos― y que tiene muy bien trazado el circuito que ―más o menos rápido, ni mucho a la izquierda ni demasiado a la derecha, ha de recorrer el piloto, una y otra vez. Y ahí, justo ahí, se equivocó Echevarría: corrió para donde no era.
Porque hasta ahora, Echevarría al parecer campeaba a su arbitrio, como afirma Justo Serna, cuando se refiere a Echevarría como el «gran mandarín de la reseña» y lo describe como «un crítico atrabiliario que ha juzgado, condenado, vilipendiado o ensalzado libros más allá de sus virtudes». Por eso Justo se asombra: «No acabo de entender tanta solidaridad con Echevarría».
¿Y es que acaso hubo «tanta solidaridad» hac i a Echevarría? ¿Se refiere acaso Justo a la carta, hecha pública también en El País , de Rafael Conte, Mario Vargas Llosa, Rafael Sánchez Ferlosio, Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Félix de Azúa y «68 firmas más»?
Los firmantes expresan su preocupación (y de «preocupación» para adelante ni un milímetro) por «el daño que ha sufrido el crédito del periódico a raíz de la carta abierta que el crítico de Babelia y colaborador de la sección de cultura del diario, Ignacio Echevarría, dirigió, el pasado nueve de diciembre, a Lluís Bassets, director adjunto de El País«. O sea, les «preocupa» el periódico, no Echevarría. Y luego manifiestan su «preocupación por la posibilidad del futuro ejercicio libre de la crítica en las páginas de El País«. Obsérvese, otra vez «preocupación», ahora por si podrán ellos ejercer libremente la crítica. Se «preocupan» por ellos mismos, pero nunca hay «preocupación» por Echevarría. Tanta «preocupación» no les lleva sino a escribir esta carta, que no «preocupa» a nadie en la dirección de El País. Apenas «okupa» un par de párrafos en la sección Cartas al Director, el 18 de diciembre, el día antes del ni fu ni fa de Ray Loriga, dos antes de la aparición de la réplica y autodefensa de Echevarría frente a la Defensora del Lector en la sección de Cartas al Director .
Y no le sospechemos ni una sola gota de mala leche a El País, por haber publicado aquella opinión de Justo Serna, justo el 20 de diciembre. Justo el mismo día que publica la autodefensa de Echevarría. Justo encima de la carta de Echevarría. Justo aplastando a Echevarría. Más claro, ni un periódico en blanco.
El director de El País, Jesús Ceberio, dice que «en modo alguno puede hablarse de censura, puesto que la crítica se publicó». Echevarría, en entrevista con Mate Guerra, en Periodista Digital, el propio 20 de diciembre, en la que declaró que «El País está en manos de unos incompetentes», le responde a Ceberio: «Ha habido censura contra mi persona.»
Y bueno, quizá eso sea creerse demasiado. Como en cualquier castigo, más que el efecto sobre el infractor, el fin último es castigar por adelantado, cruda y previsoramente, a todo desobediente que aún no haya captado la señal. Así, al «congelar» a Echevarría El País no lo ha censurado a él. Echevarría no les importa: prescinden de él y a otra cosa. No doblan las campanas por Echevarría. Una oración para los momentos desesperados, escrita por John Donne 380 años antes que todo pudiera pasar, lo advierte: las campanas doblan por todos los demás.