Recomiendo:
0

Dogmas de carácter políticos

Fuentes: Argenpress

El dogma de la racionalidad del capitalismo. Algunos analistas llegan a la conclusión que lo que ha aumentado realmente son las llamadas clases medias. Pero estos analistas sostienen que este avance se debe al sistema capitalista, el cual, según Weber, sería un sistema económicamente racional. No en-tiendo el postulado de Weber. ¿Cómo puede ser racional […]

El dogma de la racionalidad del capitalismo.

Algunos analistas llegan a la conclusión que lo que ha aumentado realmente son las llamadas clases medias. Pero estos analistas sostienen que este avance se debe al sistema capitalista, el cual, según Weber, sería un sistema económicamente racional. No en-tiendo el postulado de Weber. ¿Cómo puede ser racional un siste-ma en que la gran mayoría de la población mundial vive en con-diciones míseras? ¿Es que sólo miramos hacia los países desa-rrollados para afirmar eso? ¿Cómo puede ser racional un sistema que es muy bueno sólo para una minoría dueña de los medios de producción y para una minoría selecta de profesionales con altos ingresos? Aunque aparezca racional no lo es, porque no puede ser racional una sociedad que se edifica en la explotación del hombre por el hombre y en la destrucción de la Naturaleza creando una situación catastrófica para toda la humanidad, todo eso para permitir una mayor productividad de muchas mercancías, muchas de las cuales son innecesarias para la vida humana. Un sistema que mantiene una gran cantidad de la población mundial en una extrema pobreza, que en algunos lugares del mundo, como en África es abismante, mientras que existen individuos dueños de fortunas sin precedentes. Y ni hablar de la amenaza nuclear que mantiene a la humanidad pendiente de un hilo ante una posible catástrofe peor que las catástrofes naturales. Y todo eso para per-mitir que ciertas elites económicas sigan siendo las clases domi-nantes en sus países y en las diferentes regiones del planeta. Y «el hecho de que la gran mayoría de la población acepte, y sea obligada a aceptar, esta sociedad, no la hace menos irracional y menos reprobable.»1 Según estos analistas en este avance eco-nómico es determinante la democracia burguesa, y serían las clases medias las más interesadas en que exista un estado de derecho, que en Europa tiene una raíz en el derecho romano, la llamada Ilustración y la revolución burguesa. «Una encuesta del Pew Global Attitudes Project publicada el año pasado ofrece datos interesantes al respecto. El estudio, centrado en 13 países emer-gentes, sugiere que sus clases medias desean con mayor inten-sidad que sus conciudadanos más pobres el establecimiento de la democracia y el respeto de las libertades civiles. El desfase entre el grupo social medio y el bajo se repite con distancias significa-tivas en casi todos los apartados del sondeo. En Rusia, por ejem-plo, el 51% de la clase media cree que es «muy importante» que las elecciones sean limpias. Sólo el 37% de la clase baja lo cree así. Sin embargo, las variaciones entre países son muy grandes. Al 51% de Rusia o de Egipto, se corresponde un 80% en Chile y un 69% en Brasil.»2

Dogmas en la teoría social

El dogmatismo no se limita a las religiones, también existe ampliamente en la teoría social. Por ejemplo en lo que se llama Marxismo. Esta teoría es para muchos individuos lo que ellos de-sean que sea y no lo que es producto del magistral pensamiento de Marx y de su desarrollo natural. El Materialismo histórico, obra de Karl Marx, tiene como base al materialismo en contraposición al pensamiento idealista de su época que se apoyaba en el filósofo alemán G. W. F. Hegel. Para Marx las ideas eran el resultado de la existencia material. Primero se vive y después se piensa. Existo y luego pienso y no al revés como lo dijo Descartes: pienso luego existo. El mundo que heredamos de nuestros antepasados está allí, en la realidad, no es producto de nuestros pensamientos ni existe al margen de la existencia de los humanos o de los seres pensantes y no pensantes. Pero a partir ya de Marx surgieron diferentes hipótesis que interpretaban al mundo de forma diferente a la de Marx y dentro del mismo marxismo nacieron corrientes que tendían hacia otras direcciones diferentes al verdadero pensa-miento de los creadores del Materialismo Histórico: Marx y Engels.

Existen muchas corrientes marxistas que se excluyen y se combaten, y a veces con odio. Cada una posee el marxismo «verdadero», y ese marxismo es como lo quieren ver y representar. Cada corriente tiene su «verdad», las otras son corrientes falsas y revisionistas. Las diferentes corrientes marxistas se acentuaron más a partir de la Revolución de Octubre. Surgió el revisionismo que pretendió revisar a Marx, ¿en qué? En todo lo que presente al marxismo como una teoría revolucionaria, para hacerla acomoda-ticia y funcional al sistema capitalista. Los revisionistas transfor-man al marxismo, como por obra de magia, en un teórico más de la actual socialdemocracia. Ahora bien, ¿era Marx infalible? ¿No erró en algunas apreciaciones? Si consideramos que Marx vivió a finales del siglo XIX, en una realidad social bastante distinta a la actual, podemos entender que la historia del movimiento social en algunos aspectos no siguió el camino enunciado por Marx. Las ciencias se desarrollaron en forma creciente y el capitalismo no fue un impedimento para el avance ni de la técnica ni de las ciencias, aun cuando una sociedad no capitalista podría ofrecer un desarrollo de las ciencias más de acuerdo a las necesidades reales de vida de la población mundial y no sólo para producir productos, mercancías que tienen por objeto enriquecer aún más a los capitalistas. Las ciencias hoy en día han dado a luz descu-brimientos y avances que no eran del conocimiento de Marx y, por tanto, en su trabajo hay lagunas. El marxismo, llamado la Ciencia de la Historia, conocido también bajo el nombre de Materialismo Histórico, tiene como centro la lucha de clases. Toda filosofía, se-gún lo explicaba Lenin, representa a la lucha de clases en teoría. El marxismo creó una teoría de esta lucha de clases que es de carácter histórica y pretendió con Lenin representar en la Teoría, el punto de vista de la clase obrera, de aquella clase que se caracterizaba por ser la clase revolucionaria por excelencia. Este principio ahora ha pasado a constituir un dogma, que muchos de los llamados marxistas lo sostienen a raja tabla, a pesar de que los hechos, en USA y en la UE, hoy en día demuestran otra cosa. En estos lugares se ha comprobado que en donde se ha desarrollado una sociedad de bienestar, la clase obrera ha dejado de ser esa clase que quiere echar abajo el sistema, por lo contrario, muchos obreros están interesados en mejorar la empresa, son copartícipes tanto en las ganancias ―mediante la propiedad de acciones de la empresa― como en una mejoría del rendimiento, es decir, en una mayor productividad de la empresa, sobre todo en aquellas empre-sas que los pensionan con un buen ingreso. Muchos obreros en Europa y en otros países avanzados como USA, Canadá y Aus-tralia, hoy pertenecen más bien a la clase media por su estándar de vida. «La respuesta de la ortodoxia tradicional marxista ―de que el proletariado industrial eventualmente debe levantarse en una revolución contra sus opresores capitalistas― ya no es con-vincente. Los trabajadores industriales son una minoría, en dismi-nución, de la clase obrera norteamericana (y eso vale también pa-ra muchos países del llamado Primer Mundo) y sus centros orga-nizados en las industrias básicas han sido integrados en gran proporción como consumidores en el sistema y son ideológica-mente miembros de la sociedad. No son ya, como en la época de Marx, los trabajadores industriales, las víctimas especiales del sis-tema, aunque sufren como otras clases y estratos ―más que algunos y menos que otros―, de su elementalidad e irracionali-dad.»3 El problema que se plantea la revolución proletaria es entonces cada vez más urgente encontrar el sujeto revolucionario. En Europa hay una clara separación entre los verdaderos euro-peos y los inmigrantes que aunque adquieran la ciudadanía siguen siendo, por su cultura más que nada, ciudadanos de tercera o cuarta categoría. Viven en barrios en donde no existe la clase tra-bajadora industrial, por cuanto ésta tiene ingresos muy altos com-parados con los que obtienen los inmigrantes en su generalidad. Son discriminados y amontonados en verdaderos guettos, aunque tengan una vida relativamente aceptable.

Toda revolución necesita de las masas. El foquismo no con-duce hoy en ninguna parte a la toma del poder, cuestión trascen-dental. El crecimiento económico sostenido en los países emer-gentes tiene un resultado asombroso del ascenso social de las masas. En el año 2000 había 1360 millones de personas con un ingreso superior a 10 e inferior a 100 dólares al día. Hoy son ya 1840 millones.

El dogma de la pauperización de la clase obrera

Uno de los vacíos en la teoría de Marx se refiere a la pauperi-zación de la clase obrera en Europa. La clase obrera europea de hoy tiene muy poco en común con la clase obrera del siglo XIX. Las condiciones de vida son tan diferentes a cómo eran en esa época. De la miseria más espantosa que había en Europa hay una brecha enorme a lo que es hoy en día. Como lo dice Marcuse, refiriéndose al proletariado de USA y de una parte de Europa: «Si Marx ha visto en el proletariado la clase revolucionaria, ello se de-be entre otras cosas, y acaso ante todo, a que el proletariado esta-ba libre de las necesidades represivas de la sociedad capitalista, a que en el proletariado se podían desarrollar las nuevas necesida-des de libertad, que no estaban ahogadas por las viejas necesida-des dominantes. Hoy eso no ocurre ya en una gran parte de los países capitalistas muy desarrollados. La clase trabajadora no representa ya la clase que niega las necesidades existentes. Este es uno de los hechos más serios con que tenemos que enfren-tarnos. Por lo que hace a las fuerzas necesarias para la transfor-mación, reconozco sin más que hoy nadie es capaz de dar una receta, de indicar: ahí tenéis vuestras fuerzas revolucionarias, ésa es su fuerza y hay que hacer tal y tal cosa.»4 A su vez el profesor Löwenthal integrante de la Escuela de Frankfurt sostendría: «Por otra parte, esta sociedad no ha conseguido la integración de la clase en otro tiempo revolucionaria, la clase obrera, sólo mediante técnicas de manipulación, sino también mediante logros. Pues no se trata sólo de que esta sociedad ha creado posibilidades de satisfacción de las necesidades; sino que además, y pese a todos los despilfarros y a todos los fenómenos sórdidos y corruptos sabidos por nosotros, esta sociedad ha conseguido un nivel jamás conocido antes de la eliminación de la miseria y de la inseguridad para grandes masas de hombres, y el mero hecho de que todavía hoy haya hambre y miseria en grandes partes de la Tierra, a saber, en las partes subdesarrolladas de la humanidad, no se debería presentar ingenua y ahistóricamente ―desde luego que Marcuse no lo hace― como producto de esta sociedad capita-lista.»5 Pero como lo dice el profesor Löwenthal, hay una gran parte de la humanidad que sufre de miseria, de superexplotación y de opresión por parte de la clase dominante. La historia de la humanidad nos muestra que una gran parte de la población mun-dial ha estado sufriendo lo indecible en «este valle de lágrimas». Para ellos el verdadero infierno está aquí mismo, en profundo contraste con las clases económica y políticamente dominantes, que viven en el «Paraíso recobrado» desde la desaparición del medioevo y que hacen lo posible, recurriendo a todos los medios morales o inmorales, para no perderlo. La solución para la parte de la humanidad que sufre de miseria no puede ser vivir y morir esperando o vivir de una ilusión más allá de esta única vida. Hay que cambiar esta sociedad por otra más humana, más justa. Pero eso requiere de una clase revolucionaria organizada, una clase que tenga consciencia de que es capaz de tomar las riendas de la sociedad y trasformar esta sociedad en otra diferente. ¿Cuál sería esa clase? En los países del tercer mundo o subdesarrollados existen sectores de jóvenes, especialmente de la clase proletaria en general, dispuestos a emprender este camino muy pedregoso en el cual muchos hemos ido agotando nuestras fuerzas. Vivimos, claro está, una época en que la revolución se ve muy lejana, ésta parece ser un mito más, pero el mundo ha mejorado gracias a idealistas que lo han dado todo por lograr sus ilusiones materiales.

El dogma de la desaparición del Estado

En este camino nos tropezamos con muchos mitos creados por nosotros los materialistas. Incluso mitos creados por el mismo Marx y por Engels. Según ellos el Estado se iría extinguiendo en una sociedad socialista. Las experiencias «socialistas», aunque no fueron el modelo que Marx tenía en mente, mostraron lo contrario. Según Engels el Estado no será abolido sino que se irá extinguien-do porque el Estado actualmente existe como aparato represivo al servicio de una clase y en el socialismo ya no habría necesidad de éste, por cuanto ya no existiría una clase explotadora, y el Estado habría cambiado de esencia, sería un Estado de toda la sociedad y al servicio de ella.

Pero la experiencia histórica muestra otra realidad. El Estado en vez de irse extinguiendo, palabra que ellos usaron, se hizo más fuerte y más represivo. La justicia social, cuestión prioritaria en la sociedad que surgió producto de la revolución proletaria, trajo con-sigo menor libertad. El Estado endureció su actitud hacia no sólo los burgueses o lo que quedaba de sus partidarios, también hacia la clase trabajadora en general. Entendemos que un proyecto de nueva sociedad con mayor justicia social tiene que crear nuevas leyes que regulen las relaciones entre los individuos y entre los Individuos y el Estado. Allí es cuando se sacrifica una parte de esa libertad en aras de la sociedad en su conjunto. Veo entonces este planteamiento marxista bastante ilusorio. No puede existir una sociedad totalmente libre, a partir de la sociedad capitalista, una sociedad de transición, sin que se controle al individuo y se le limite sus instintos y deseos antisociales. Lo contrario es sostener que el hombre es un ser bueno y que seguirá siéndolo como el mito cristiano del Paraíso en que todos vivían en gran armonía y paz, incluso con los animales.

No se ve que el Estado tienda a desaparecer. Por lo demás, hasta aquí no ha existido una sociedad que no tuviese una orga-nización que dirija a la masa. Una sociedad como la de las hor-migas por ejemplo, sin Estado, sin jefes, no parece posible en el ámbito humano. Una sociedad de ese tipo es la que desean los anarquistas, una sociedad utópica; es la creación de un nuevo mito. Nunca ha existido ni podrá existir una sociedad sin normas y reglas de convivencia, por tanto, una sociedad totalmente libre en cada cual haga lo que mejor le parezca.

La existencia del Estado implica también la existencia inevi-table de una burocracia que tiende a irse separando de la clase trabajadora y que puede, como en el caso de la ex URSS, asumir el rol que tenía la clase dominante anterior al cambio de sistema. Este es otro problema que es necesario asumir con mayor profun-didad si se quiere crear una sociedad realmente democrática y con mayor justicia social. Si esto no tiene solución, el socialismo sólo sería un mito. No puede existir un verdadero socialismo sin demo-cracia. Nuestro interés ha sido por muchos años de lucha, de derrotas, de exilio y de sufrimientos, la búsqueda de una sociedad en que la vida de todos sus habitantes sea hermosa, agradable, sin ninguna miseria, sin sufrimientos por falta de medios económi-cos o de cualquier naturaleza. Tal vez buscamos un mundo utópi-co, utópico en este instante, pero no en el futuro.

Junto con el derrumbe del «socialismo real» que imperó en la URSS, se derrumbó también, en forma categórica ese «marxismo» escolástico y dogmático que implementaron los soviéticos, ese marxismo estrecho de miras e institucionalizado, que dejó de ser un útil instrumental de análisis de la sociedad, sobre todo, de su propia sociedad soviética, de sus relaciones internas entre super-estructura y base; y del modo de producción capitalista, para transformarse en frases altisonantes fuera de su contexto. Ese marxismo aprendido de memoria con puntos y comas en las es-cuelas de cuadros, pero con una pobre aplicación a su propia realidad objetiva. Ese marxismo que no les permitió darse cuenta que ya no contaban con una fuerza social sobre la cual susten-tarse. Un sistema social haciendo equilibrios sobre una cuerda floja, porque había desaparecido su base social sobre la cual se había edificado ese «socialismo real». A pesar de ser «marxistas» no se daban cuenta que se habían transformado en equilibristas del vacío. La participación social que existió al principio de la revolución había ido disminuyendo con el tiempo, hasta casi desa-parecer, sobre todo, cuando ya los soviets dejaron de ser órganos de poder, para pasar a ser sólo organismos decorativos. De esa forma la «participación» del proletariado era sólo teórica y aun cuando a veces daba la impresión de que existía (durante el 1º de mayo, por ejemplo) no era porque existiese consenso, sino bajo la coerción de los aparatos del Estado y de los miembros del partido.

El dogma de pensadores infalibles y omnipotentes

El dogmatismo del partido comunista soviético influyó de forma determinante en la edificación de una sociedad que pretendía ser más justa y más moderna. Karl Marx fue elevado a la quinta poten-cia por los soviéticos de ese tiempo. No había posibilidad en formular cuestionamientos o críticas al pensamiento ni de Marx ni de Engels o de otros pensadores. Ambos eran como los dioses. Todo lo que había enunciado Marx o Engels era 100% científico, aunque a algunos enunciados que tenían un carácter relativo. Por ejemplo, la concepción de Marx acerca de la racionalidad del ser humano que Marx veía en todos, cuando dentro de nosotros existe un gran porcentaje de irracionalidad como lo dijo Erich Fromm basado en los trabajos de Freud. Para los marxistas soviéticos, el hombre era de naturaleza buena, racional y sólo afectado por la ideología de la clase dominante. Cuando en realidad, el hombre no es bueno ni malo. En algunas circunstancias el humano es bueno y en otras es malo. Hasta los más grandes criminales han tenido un lado bueno. Además que cabe preguntarse, qué es bueno y qué es malo. Lo que puede ser bueno para unos, puede ser malo para otros. Y no sólo visto desde un punto de vista cultural. También, igualmente se criticó a Herbert Marcuse, él que le daba importancia correcta a los aspectos biológicos del hombre que no fueron planteados por Marx. Por tanto, para los soviéticos todo eso era una ideología «idealista», burguesa. En el fondo, los soviéticos desestimaban a los intelectuales que formaron la llamada «Escuela de Frankfurt» a la cual pertenecían Marcuse, Fromm, Horkheimer, Adorno, Benjamín, Lowenthal y otros menos importantes. Los es-tudios de esta «escuela» primariamente, fueron encausados hacia el marxismo, se trataba de profundizar la teoría de Marx que, luego dio lugar a la Teoría Crítica de la sociedad capitalista. Su Teoría Crítica sufrió el rechazo de los soviéticos. Dos importantes escritos de Marx los conocieron los soviéticos muchos años des-pués de ser publicados en occidente. Los Manuscritos Económico-filosóficos en 1932 y, la Ideología Alemana, que fue conocida sólo parcialmente en 1922. Los soviéticos sostuvieron que había dife-rencia de pensamiento entre el joven y el viejo Marx. «Difícilmente podrían hacer otra cosa, puesto que su pensamiento, como su sis-tema social y político, es (era) en todos sentidos una contradicción del humanismo de Marx. En su sistema, el hombre es el siervo del Estado y la producción, en vez de ser el fin supremo de toda la organización social. El fin de Marx, el desarrollo de la individuali-dad de la persona humana, es negado en el sistema soviético en mayor medida aun que en el capitalismo contemporáneo.»6

El dogma de una ciencia «burguesa»

¿Tiene la ciencia un carácter de clase? Cuando Freud enunció sus trabajos sobre el Psicoanálisis fue catalogado poco menos que de ser un charlatán y al psicoanálisis como una ideología burguesa. Los soviéticos vieron al psicoanálisis como una forma de adaptar al hombre a la sociedad, convencerlo de las bondades de la sociedad y de transformarlo en un ser pasivo y sujeto a las normas existentes. Pero ese nunca fue el propósito de Sigmund Freud. Este psicólogo, creador del psicoanálisis, sostenía que la psicolo-gía individual es, al mismo tiempo, psicología social. Que la con-ciencia y por ende la conducta del hombre son efectos regulados desde una estructura invisible, que él llamó el inconsciente. Que en esa parte de la estructura psíquica se ha ido almacenando desde que el hombre llegó al mundo una serie de normas, reglas, creencias, etc., y en general se le ha formado ideológicamente. Y la labor del psicoanálisis es extraer todo lo represivo almacenado en el inconsciente y sacarlo a la luz del día para que el hombre comprenda mejor sus problemas de orden psíquico.

Otro tanto ocurrió con los descubrimientos de la genética que venían a revolucionar el mundo científico de aquella época. En 1922 viajó a Moscú Herman Müller (un científico norteamericano especializado en genética que años después ganaría el premio Nóbel). Müller, de ideas comunistas, se quedó en Moscú por un tiempo para colaborar con la Academia de Ciencias agrícolas que, en esa época estaba a cargo de Trofim Lysenko. Pero Lysenko combatió las ideas de Müller por considerarlas incorrectas bajo su criterio dogmático de cómo él interpretaba al materialismo dialéc-tico. Müller sustentaba que lo sostenido por Mendel sobre la gené-tica no contravenía en nada al materialismo dialéctico, sino que todo lo contrario, guardaban armonía.

Lysenko contaba con el apoyo de Stalin, por tanto, todo lo que dijese éste era sagrado. El apoyo de Stalin fue lo que permitió a Lysenko aducir y plantear una serie de ideas estrafalarias muy alejadas de la ciencia genética y demostrada extensamente hoy en día con el progreso de esa ciencia; y para sacarse de encima al prestigioso y capacitado Müller intentó desprestigiarlo. Müller no era un hombre ni temeroso ni pasivo y aprovechó una invitación de la Academia de Ciencias Agrícolas para pronunciar un discurso en el cual manifestó que en esta etapa del desarrollo de la biología no era correcto abstraerse de la genética y que los puntos de vista que sostenía Lysenko (director de la Academia) eran incorrectos y absurdos, los que dejaban una pobre elección entre especula-ciones y ciencia.

De la noche a la mañana, el Partido Comunista de la URSS decidió enviar a Müller a España, en calidad de «voluntario» en donde se desarrollaba la guerra civil. Los criterios de Lysenko no produjeron ningún avance en la agricultura de la URSS, por lo contrario, contribuyeron a estancar el avance científico en biología molecular e ingeniería genética, que ya se estaba desarrollando en los países avanzados del sistema capitalista. He aquí un ejem-plo negativo del dogmatismo en las filas «comunistas».

Notas:

1. Herbert Marcuse. El hombre unidimensional. Página 24.

2. Andrea Rizzi. Periódico El País Internacional. Madrid 18/03/2010.

3. Herbert Marcuse. El final de la utopía. Página 22.

4. Leo Löwenthal. El Final de la Utopía. Moral y Política en la Sociedad Opulenta. Página 106.

5. Baran Paul y Sweezy Paul. El Capital Monopolista. Página 286.

6. Erich Fromm. Marx y su concepto del hombre. Página 80.