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Don Antonio, aquí, casi lo mismo

Fuentes: Rebelión

Querido e inolvidable don Antonio Machado, le escribo el 23 de febrero de 2014, ayer conmemoramos el 75 aniversario de su muerte pero esta mañana, cuando conecté con Radio Nacional de España (RNE) me ofrecían la misa de los domingos como desde siempre, desde que usted tuvo que irse de España huyendo con su madre […]

Querido e inolvidable don Antonio Machado, le escribo el 23 de febrero de 2014, ayer conmemoramos el 75 aniversario de su muerte pero esta mañana, cuando conecté con Radio Nacional de España (RNE) me ofrecían la misa de los domingos como desde siempre, desde que usted tuvo que irse de España huyendo con su madre anciana para llegar hasta Collioure y morir ambos allí, uno detrás del otro, en este caso su madre de usted le cedió el paso para que usted se marchara ligero de equipaje, como ya nos anunció.

Pero, don Antonio, la misa que nos ofrecen cada domingo en RNE no es para cantar al Cristo que anduvo en la mar sino al que murió en el madero, aquí la España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, aún gobierna y manda y mucho. Y esa misa y esa visión del mundo la han tolerado hasta los que se declaran sus seguidores que han estado gobernando España desde 1982 a 1996 y luego desde 2003 a 2011 y no han tenido lo que hay que tener para colocar las bases de la España que usted tanto quería. Por eso he seguido su consejo y me he parado a distinguir las voces de los ecos y qué horror, don Antonio, qué pocos se salvan.

Su misma profesión, don Antonio, la de profesor de francés en enseñanza secundaria, está destrozada doblemente. Primero la de profesor. El profesor ha perdido toda autoridad, se la han hecho perder con una supuesta democracia populista en la que los padres se creen que lo saben todo y los niños estiman que cualquier reprimenda e incluso un pequeño coscorrón dado a tiempo puede ser maltrato y conllevar cárcel. Y ahí andan los docentes, enfrentándose a planes de estudios blanditos que acaban por premiar a los mediocres y que han terminado por llenarlo todo de listos espabilados y de mediocres y castigando el esfuerzo. ¡Con decirle que ahora el esfuerzo lo piden los herederos del régimen que a usted lo expulsó de España! Por cierto, don Antonio, están crecidos, los fachas crecen por Europa y en España también aunque aquí como aún resuenan las bombas de la guerra civil que padeció usted y ganaron ellos, no dan la cara con claridad y están metidos en las entrañas de un partido que ahora nos gobierna por voluntad del pueblo al que usted tanto defendió.

Ya sé, don Antonio, la importancia que usted le otorgaba a la política y es lógico porque la política es muy importante, es la herramienta que los seres humanos nos hemos dado para intentar entendernos sin matarnos. Sin embargo, en su país, en España, don Antonio, la gente, ahora, aborrece a los políticos, cientos de ellos están encausados por una corrupción u otra, hasta bastantes sindicalistas lo están. La gente tiene razón pero me parece que no comprenden el problema de fondo: no es que la política y los políticos sean negativos, es que muchísimos políticos son incompetentes por mediocres y esa mediocridad nos llega por esa España de charanga y pandereta que aún no está muerta y enterrada, por un pensamiento posmoderno absurdo y además porque siguen en vigor sus versos: «Castilla miserable/ ayer dominadora/ envuelta en sus harapos/ desprecia cuanto ignora».

Don Antonio, dicen los medios de comunicación que su obra está muy vigente. Como usted sabrá, ése es el problema, que sigue vigente cuando usted tendría que ser un desfasado, alguien a quien la aplicación de sus ideas haya dejado en el glorioso parnaso en que se tiene a las personas gracias a las cuales nos hemos vuelto más maduros. Pero no, incluso muchos catalanes, a la vista de lo que hay, se quieren ir para formar otro país. Es otro nacionalismo excluyente que tergiversa la historia, don Antonio, y aquí estamos la mayoría de la gente que habita las tierras que usted habitó, en medio de dos nacionalismos, el de la Castilla Zombi y el catalán también de charanga y sardana.

Luego hay otra ortodoxia que asfixia: la del pensamiento posmoderno. ¿Se acuerda usted de sus poemas en los que hablaba de las madres que odiaban la guerra porque mataban a sus esposos y a sus hijos? Pues ahora las mujeres impulsan la guerra, ya hemos tenido y tenemos ministras de la guerra, primeras ministras, un organismo financiero que se llama FMI -se fundó unos cinco años después de su muerte- está presidido por una mujer y la Reserva Federal de Estados Unidos también pero aquí no ha cambiado nada. A eso y a otras patochadas lo llaman liberación de la mujer y, don Antonio, si pasa una mujer junto a mí y lanzo una mirada sobre su trasero o exclamo qué hermoso culo tiene esa señora, me llaman machista. ¿Sabe usted qué se entiende por eso? Entre otras cosas, tipos que maltratan o matan a una mujer. Pues de eso soy acusado, don Antonio. Y esa ideología dominante está sembrando una tremenda espiral de silencio porque si comentas que no te gusta lo que ha hecho un gitano o un inmigrante te acusan de xenófobo y racista aunque no lo seas y puedes acabar en la cárcel con facilidad. ¡Sólo por decir uno lo que piensa! Don Antonio, según esa ideología, falsamente de izquierdas, parece que hay seres humanos buenos por naturaleza que son insultados continuamente por otros que son lobos para el hombre aunque hayan luchado en su momento para que unas personas muy atrevidas, imbuidas por la ortodoxia de la ignorancia, hayan podido construir ese ideario inquisidor, un ideario que a veces va incluso contra los propios intereses de nuestra cultura europea.

Todas estas disposiciones las han implantado pensando en personas como usted pero ya le digo que con el fondo de los problemas que usted o sus amigos y conocidos denunciaron, como León Felipe, Alberti, Miguel Hernández, Lorca, con eso no han tenido lo que hay que tener para enfrentarse a ellos. Hay por ahí una ley que la llaman de la memoria histórica, en pocas palabras consiste, don Antonio, que a lo peor a usted y a su madre los remueven de sus tumbas para traerlos a España pero su mensaje de fondo sigue siendo ignorado y su figura sigue bastante ausente de las escuelas como ha denunciado su sobrina que aún vive. Es decir, lo de siempre, don Antonio, mucho ruido y pocas nueces. Su Juan de Mairena ni ha llegado al conocimiento de nuestros jóvenes ni se le espera. Eso sí, todos le quieren mucho, hasta los diarios que apoyaron a Franco o que le apoyarían si resucitara.

Su asignatura también se la han cargado, don Antonio. Es la otra vertiente del castigo a su profesión. Antes le dije una, la de la marginación del profesor. Ahora le añado ésta: el francés ya no sirve para nada, estamos vendidos al inglés, los anglófonos se han implantado y nos han implantado su dictadura de aspectos muy positivos sí, desde luego, pero también de memeces sin fin. Los mercaderes patológicos, protestantes y judíos, sobre todo, han ganado e intentan despojarnos de nuestras identidades para construirnos un mundo sin pasado ni futuro, sólo presente consumidor y epidérmico. Otrosí, haber escrito «protestantes y judíos» me puede llevar al banquillo de los acusados por antisemitismo, esto es de locos, don Antonio, como si yo quisiera gasear a alguien… Sin embargo, no juzgan a quienes no proyectan sus enseñanzas de usted que son los mismos que se han cargado los enfoques filosóficos de la vida en los planes de estudios de ayer y de hoy.

Con la «doctrina feliz» de esos mercaderes -quienes, por supuesto, como buenos necios confunden valor y precio- personas como usted, si es que sobreviven, deben ser sobre todo merchandising, como Lincoln, antes de usted, o como Mandela, después de usted (es un sudafricano que defendió a su pueblo de la opresión blanca pero para ser elevado a los altares del sistema mundial tuvo que renunciar a ser él mismo). Hasta en el mundo científico nos hemos vendido al inglés y ahora se ríen del que no sabe inglés en lugar de reírse de los ingleses y gringos que no saben castellano o francés o que no le conocen a usted y a su obra.

Ya no tenemos dignidad, don Antonio, y a los que la quieren tener los llaman trasnochados, estalinistas, ¡hasta terroristas! Se suele identificar terrorismo con sangre cuando de sobra sabe usted la cantidad de terrorismo subterráneo y de corbata que ha existido siempre. Ahora la gente tiene una «arma» telecomunicativa de defensa, distracción y entretenimiento. Se llama Internet. Pues hasta que no la han controlado del todo no han parado. Defienden el buen periodismo, la buena información como un derecho, pero, cuando por Internet se ha ejercido, a los que lo han hecho o lo hacen los persiguen y hasta los amenazan de muerte. Y es que, don Antonio, Internet se nos ha dado para que seamos todos los reyes del mambo, no para ser revolucionarios ni buscar la verdad, como usted nos aconsejaba, de esto le hablaría largo y tendido.

Después de morirse su persona de usted, el general Franco se llevó cuarenta años en el poder. Nos dejó a un rey al que le han puesto una ley especial que lo protege. Ahora, siendo su figura insultante para la razón, don Antonio, encima se acaba de gastar 165.000 euros del bolsillo de todos los españoles en clínicas privadas para sus operaciones quirúrgicas (no tengo espacio ni tiempo para hablarle del euro ni de otras «lindezas» del rey). Pero no queda ahí la cosa: una hija suya y su yerno están imputados hasta las cejas de sospechas de ilegalidad y no vea usted la que se está formando para que no toquen a la «niña» y todo el marrón se lo lleve el marido que es plebeyo. A mí, don Antonio, como funcionario del Estado español, por imperativo legal, me obligaron a jurar o prometer fidelidad a la Constitución que consagra la monarquía pero fíjese ante lo que me he tenido que «postrar».

Aún así, mi condición de funcionario me permite afirmar y sostener ideas que a la inmensa mayoría de la gente le es imposible concretar de facto: es la espiral del silencio. Mi generación muere poco a poco, somos ya especies en extinción. Y la libertad de cátedra y la carrera de funcionario, todo eso corre peligro, don Antonio. En nuestro lugar se alzarán las voces técnicas y tecnológicas de otros y, o hay un giro de 180 grados o lo que nos espera es «1984» y «El mundo feliz» que los simplones de sus autores escribieron para denunciar el comunismo totalitario tal vez sin caer en la cuenta de que tenían el totalitarismo final encima y vivían en él.

No pocos claman por la República pero los españoles no quieren complicarse la vida, somos cobardes, don Antonio, salimos por ahí a manifestarnos pero sólo hacemos ruido y hasta gracias y payasadas. Usted que vivió y padeció una guerra se abochornaría y a la vez se divertiría con tanta bufonada. También hay otras leyes, un código penal con artículos incompatibles con los derechos humanos, una ley de partidos políticos, una ley electoral, unas leyes antiterroristas, todo ello en realidad está construido para preservar un estado de dictadura mercantil y un pensamiento anémico pero quienes salimos perdiendo en esto somos quienes pretendemos conocernos a nosotros mismos y manifestarnos como tales sin matar a nadie ni desearle a nadie la muerte.

De manera que usted no se está perdiendo nada esencial. Manténgase usted tan a gusto en su tumba que ya le seguiremos llevando flores y leyendo poemas. Su ciudad está mucho mejor que cuando usted la abandonó, su lugar de nacimiento ahí sigue, le pusieron una placa conmemorativa cuando ya no había peligro de nada, un servidor de usted acudió en julio de 1975 con otros escritores a homenajearlo en el «huerto claro donde madura el limonero» pero no nos dejaron y tuvimos que hacerlo en la puerta. Los que estaban en sus madrigueras entonces, salieron cuando lucía el sol de su infancia a enviarle loas con dinero público y sin riesgos. Un catalán llamado Serrat le puso una música sublime a su «Saeta» y ahora la entonan en Semana Santa las bandas de música de las hermandades y cofradías donde salen muchas y buenas gentes pero donde se oculta también la miseria humana, el meapilismo y personas que lo fusilarían a usted con sumo gusto, ya sabe usted, los truenos vestidos de nazareno, ahí siguen.

En fin, don Antonio, que no está el horno para bollos, que faltan bollos para la gente y para el horno pero eso lo justifican porque parece ser que hay una raza superior que crea riqueza pero se ha equivocado y ahora la raza inferior que hemos sido congraciados por su maravillosa iniciativa privada tenemos que devolverles el favor apretándonos los cinturones lo que sea menester. A usted se le ha recordado mucho en los 75 años de su obituario, don Antonio, pero eso es lo malo, como le dije antes: lo recordamos porque todo sigue casi igual y porque quisiéramos ser, como decía usted que era usted, en el buen sentido de la palabra, bueno. Pero por ahora es misión imposible. De hecho, vivimos en la paz de la resignación, con una juventud que, al contrario de lo que usted le aconsejaba, no se pringa, en su mayoría, sólo lloriquea, cobijada en cacharritos electrónicos, en las faldas de sus padres y en el pensamiento débil del que antes le hablaba.

Pero no se preocupe que siempre nos queda la esperanza aunque eso hace tiempo que es asunto de idealistas. Ahora se nos obliga a ser optimistas, muy bien, eso es bonito, si bien lo que ven nuestros ojos y nuestra mente es inapelable. Usted quede en paz, con su madre, con Leonor, con Guiomar, con los cielos azules y el sol de su infancia que son los que ahora me están acunando a mí, su paisano, cuando escribo esto y me susurran: «no te calles nunca, si don Antonio murió por culpa de un militar golpista que enlazaba con la España de la contrarreforma y del «vivan las cadenas», si tú mismo estuviste un tiempo jugándotela para que llegara otra España, ahora que ya la tenemos, no te calles, asúmela y sigue con la herencia de don Antonio, aunque muerto Franco hayan quedado los franquitos. El mejor homenaje a ese hombre que murió con unas palabras en el bolsillo es seguir utilizando la palabra para que su vida, su pensamiento y su obra no queden en pura mercadotecnia y en poses para oportunistas».

Le he escrito un 23 de febrero, don Antonio. Hace casi treinta y cinco años la España que a usted casi lo fusila intentó fusilarnos a todos de nuevo. Y es que cuando murió Franco aquí no se depuró nada (ni entonces ni en décadas posteriores, cuando gobernaban los suyos) y de aquellos polvos llegaron lodos pestilentes. Pero eso sí, mucha memoria histórica, mucho progresismo, mucho don Antonio y don Antonio y don Antonio, mucho compañeros y compañeras, ciudadanos y ciudadanas, mucha mariconada, don Antonio (y le pido perdón, hoy sólo por haber dicho esa expresión coloquial puedo acabar ante un juez). El gran peligro que le acecha a su persona, don Antonio, es que de tanto recordarlo lo olvidemos del todo, como a la camiseta del Ché Guevara. Que, ¿quién era el Ché Guevara? Ahora que caigo, no lo sé don Antonio, no me acuerdo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.