Una serie sobre mujeres que han sido olvidadas por la historia y que han abierto camino.
Tendría como 8 u 9 años cuando la conocí, ella alrededor de 70, su lugar de trabajo era la parada de buses de Ciudad Peronia, doña Julia tenía ojos azules de cielo desnudo de verano y vestía ropa de segunda mano que compraba en las pacas, siempre limpia, su garbo natural la hacía lucir como una prenda fina recién comprada; sus vestidos largos de muselina y gamuza que combinaba con bufandas y pañoletas de seda. A primera hora siempre cargaba puesto un gorro que se quitaba a media mañana cuando calentaba el sol, entonces dejaba ver su cabello blanco algodonado.
La recuerdo alta, muy alta, delgada, apoyándose siempre en una muleta y en la otra mano un bastón hecho de palo de guayabo. Tenía una dentadura postiza que se quitaba cuando le daba la gana y con ésta en la mano lanzaba improperios a cualquiera que se atreviera a verla mal.
Fue en la década del 90, cuando en la parada de buses solo habían 15 camionetas: doña Julia llegaba a la alborada y se iba a la hora de la oración, ahí pedía dinero, entre transeúntes y también abordaba los buses que la bajaban en la siguiente parada, lo hacía de una forma inusual porque nunca agachó la cabeza, ella lo exigía con la autoridad de su edad y cuando no se lo daban empezaba a despotricar contra todo lo que se moviera y a lanzar bastonazos.
Cuando lo hacía las pulseras de gitana que llevaba en las manos sonaban, hacían música junto a las grandes argollas y sus múltiples collares, porque era toda ella la que llena de enjundia hacía mover ese bastón que volaba por los aires. Colgado de un brazo llevaba un morral que al subir a los buses pasaba al primer pasajero para que lo fuera pasando de mano en mano y que le regresaran en la otra fila, después de su extraordinario discurso de por qué pedía dinero.
Doña Julia hacía eso, pedía una colaboración, un acto humanitario y de solidaridad al que el sistema llama limosna. Era conocida como la limosnera de la parada de autobuses. Doña Julia tenía dos hijos que se drogaban y por los que respondía ella en lugar de ellos por ella. Doña Julia mujer de 70 años, con una pierna enferma, decía ella que a punto de gangrenársele, nunca recibió ningún tipo de atención médica y mucho menos pensión del gobierno, fue olvidada como millones.
Imposibilitada para trabajar doña Julia tomaba su muleta y su bastón y se iba a la parada de buses a pedir dinero, ahí desayunaba y almorzaba en la parada de buses y con su boca de carretera lanzaba tapas a boca de jarro y a la primera provocación iba el bastonazo por los aires como látigo.
A muchos les causaba risa, la veían como loca, como una mujer desquiciada que se iba a perder el tiempo a la parada porque no tenía qué hacer y de paso pedía dinero. Los días no eran los mismos cuando faltaba doña Julia a la parada de buses, eran días muertos, silencios, sin vida, ella con sus vestidos de gamuza, con sus pulseras de gitana y sus improperios que afilaba su personalidad le daba vida a la estación.
A doña Julia yo la veía todos los días, pues en la misma estación de buses vendía helados y me pasaba buena parte de la mañana observándola en la convivencia habitual de los vendedores ambulantes, nos habíamos acostumbrado unos a los otros que cuando alguien faltaba lo notábamos inmediatamente; un día doña Julia faltó a la parada y la noticia llegó enseguida, había fallecido, en su covacha encontraron docenas de obras de arte, pinturas por todos lados hasta debajo de la cama, tapizadas las paredes de lepa, se descubrió hasta en ese momento que doña Julia era artista, era pintora y buena parte del dinero que pedía en la estación de buses lo utilizaba para comprar sus herramientas para pintar.
Nadie supo nunca, ella nunca lo contó, fue su secreto mejor guardado. No sé qué pasó con sus obras de arte, si las tiraron o las guardaron, hasta el momento no se sabe de estas. Doña Julia fue un personaje siempre, una artista, desde su vestimenta personalidad y carácter hasta la forma de agarrar el bastón y lanzarlo por los aires en la mejor actuación de melodrama, porque no hay mejor melodrama que el de la propia realidad del abandono de nuestros adultos mayores.
Desde ese día yo la guardo en mi memoria como «La artista del arrabal» porque eso es ella para mí, la artista de Ciudad Peronia. Y la nombro y la reivindico y le agradezco su legado un legado para todas las niñas, adolescentes y mujeres de Ciudad Peronia.
Doña Julia para mí fue una insurrecta por haberse atrevido a hacer algo distinto a lo que estamos destinadas las mujeres en el arrabal. Desconozco cómo fue su infancia y su juventud, su primera edad adulta, pero en su tercera edad ella fue una mujer que se levantó, tomó su muleta a pesar de su enfermedad y su bastón y buscó como pudo, el dinero para su creación artística.
En el proceso se vio expuesta a humillaciones, a burlas, a infinidad de apodos despectivos, por su edad, su apariencia y su carácter, por su condición de nadie, en un lugar de nadies y en un lugar de nadies ella se atrevió a ser alguien, a ser ella misma, a ser «La artista del arrabal». Eso hacen las mujeres rebeldes, las inconformes, las que no se doblegan ante el sistema patriarcal y depredador la clase obrera, por más injusto que éste sea con ellas.
Por eso yo la nombro y la reivindico, por eso agradezco su legado de lucha y desobediencia. Doña Julia es parte de la memoria histórica de Ciudad Peronia, y el lugar se lo ganó a pulso.
Doña Julia, gracias, donde quiera que esté.
Fuente: Blog de la autora: https://cronicasdeunainquilina.com
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