El potencial de las mujeres rurales en la producción de alimentos se ve poco reflejado en Cuba, pese a que las estadísticas las ubican como 46,3 por ciento de la población rural, representando una importante reserva de fuente de trabajo en estos espacios y en particular en el sector agropecuario.
Ellas son además el 26,1 por ciento de la población rural económicamente activa, lo cual demuestra lo poco que se visibiliza esta fuerza en las labores asociadas a los sistemas alimentarios.
Estos son algunos de los resultados del estudio «Condición y posición de las mujeres rurales», presentados el martes 5 de octubre en la videoconferencia «Comunicar la soberanía alimentaria». La investigación, concluida en 2020, analiza, desde una perspectiva de género, las políticas destinadas a las mujeres rurales en su vínculo con la producción de alimentos.
Además de las estadísticas existentes en Cuba sobre esta población, sus autoras estudiaron tres municipios de tres provincias (occidente y centro) del país: Bejucal en Artemisa; Remedios en Villa Clara y Jimaguayú en Camagüey, y sistematizaron un centenar de artículos académicos y periodísticos que abordan la cotidianidad de las mujeres rurales.
La necesidad de que la atención a este grupo comience a tenerse en cuenta más allá del vínculo directo con la producción alimentaria y abarcar otras esferas constituyó punto central del debate, celebrado como preámbulo del Día Mundial de la Alimentación y del Día Internacional de las Mujeres Rurales, el 15 y 16 de octubre respectivamente.
Una de las autoras de la investigación, la profesora de sociología de la Universidad de La Habana Yenisei Bombino, acotó que las mujeres, tanto urbanas como rurales, deben ser reconocidas como actoras estratégicas para la producción alimentaria dentro del Plan de Soberanía Alimentaria y Educación Nutricional del país.
Es fundamental priorizar la atención al entorno rural y sus mujeres, que representan el 21,3 por ciento del total de la población femenina del país, por ser precisamente la producción agropecuaria y otros usos de los suelos la principal fuente de empleo y de ingreso en los espacios rurales, señaló.
Brechas de género en el entorno rural
De acuerdo con la socióloga, la intención del estudio fue analizar la condición de género entendida por las necesidades prácticas de las mujeres, el acceso a servicios, recursos productivos, oportunidades de atender su salud, de alcanzar diversos niveles de educación, entre otros elementos.
«También indagar desde la posición de género: como reconocimiento social, estatus asignado en relación con los hombres, inclusión (o no) en los espacios de toma de decisiones, en la igualdad o diferenciación salarial, los roles a nivel comunitario, de cuidado, entre otros que pueden limitar o favorecer su acceso real a oportunidades que existen desde su condición», puntualizó la especialista.
Entre otros instrumentos legales y de apoyo a las mujeres rurales, mencionó la Estrategia de Género del Sistema de la Agricultura. «Es la única estrategia sectorial, al menos hasta el año pasado, con este enfoque», subrayó Bombino.
Aunque reconoció que la atención de la mujer rural debe trascender el sistema agropecuario, la investigadora consideró que este es un buen aporte.
Las cifras reflejan que más del 60 por ciento no tienen un vínculo laboral, pero ¿están inactivas realmente estas mujeres rurales?, reflexionó Bombino, autora del texto junto a las profesoras Betsy Anaya y Dayma Echevarría, del Centro de Estudios de la Economía Cubana y Miriam García, colaboradora de esa institución.
«Las estadísticas demuestran que no, pues aparecen reflejadas en otras categorías, como es la realización de quehaceres del hogar», expuso Bombino.
La Encuesta Nacional de Igualdad de Género expone que la tasa de participación de las mujeres rurales en trabajos no remunerados es de 98,39 por ciento, lo cual representa el 80 por ciento de su tiempo, contra el 69 por ciento que emplean las mujeres de zonas urbanas, argumentó la académica.
Vale aclarar que se trata de mujeres entre los 17 y 76 años de edad, sostuvo. Su participación en los trabajos domésticos es superior al de las mujeres urbanas e incluso a la de los hombres rurales.
A su juicio, son evidentes las brechas en el acceso a oportunidades que permitan incorporar a las mujeres a las labores agrícolas. De acuerdo con el informe Ascenso a la raíz. La perspectiva local del Desarrollo Humano en Cuba, publicado en 2019, el 56 por ciento de estas mujeres refirieron dedicarse a las labores de cuidados, dos veces más que el porcentaje de hombres rurales que asumen estas tareas.
«Esto nos habla de una desigual distribución de los roles y las responsabilidades en la familia y en el hogar. Mientras exista esta desigualdad, se les hace muy difícil a las mujeres establecer vínculos con los sistemas productivos agropecuarios y su aporte a la soberanía alimentaria», consideró Bombino.
Insistió en que las mujeres son el sostén reproductivo de la vida en estos espacios. «La cultura patriarcal tiene un peso mayor en las comunidades rurales, demora más en cambiar. Pesa mucho el valor de los prejuicios, de las tradiciones patriarcales, a la hora de realizar cambios o de introducir principios de igualdad en el hogar», señaló la socióloga.
En su opinión, para entender este fenómeno debe tenerse en cuenta el proceso de compactación que se produjo hace casi una década, a partir del reordenamiento de los sistemas de salud y educación. También debe valorarse que hay una deuda histórica con el desarrollo de los servicios de asistencia en los espacios rurales, lo cual hace que recaiga esta función en las mujeres.
«Por ejemplo: en el país solo existen 25 círculos infantiles rurales y poquísimas casas de abuelos. Esa población adulta, que es predominante en los espacios rurales, es atendida por las mujeres», dijo la socióloga.
Agregó Bombino que, al analizar las estadísticas relacionadas con la educación, de cada 100 personas con nivel universitario en las zonas rurales, 57 son mujeres. Estos datos de instrucción no se corresponden con su participación en la toma de decisiones en los espacios rurales, apuntó.
«Por cada hombre dirigente, hay cuatro mujeres que tienen nivel universitario o son técnicas, pero no llegan a ocupar estas posiciones de dirección. Ellas son solo 28 por ciento del personal directivo en estas zonas rurales. Ahí hay una brecha», afirmó la especialista.
Refirió que la investigación da cuenta de que las mujeres ocupan plazas de especialistas en recursos humanos o de economistas en las entidades productivas agropecuarias y, en menor medida, llegan a ser las presidentas de cooperativas. «Ha habido un proceso de crecimiento, unido a la intención del sistema de agricultura de promover a las mujeres, pero aún no hay una correspondencia entre el nivel de instrucción y su presencia en la toma de decisiones», reiteró.
Asimismo, no son las mujeres las beneficiadas con los cursos de habilitación técnica, lo cual lleva a reproducir la tendencia de que estén en puestos de subordinación y menor desarrollo.
Las brechas de género que ellas experimentan no atañen solamente al ámbito laboral. En ese sentido, la investigadora mencionó la alta tasa de fecundidad adolescente en los espacios rurales y el elevado número de hogares unipersonales con personas mayores, donde predominan las mujeres. Por otra parte, según el informe de desarrollo humano, el 17 por ciento de las mujeres rurales reconocen haber sufrido algún tipo de violencia.
Barreras para ellas en sector agrícola
La subdeclaración y una subvaloración del papel del trabajo de las mujeres rurales prevalecen aún en estos entornos, destacó la profesora de sociología de la Universidad de La Habana Yenisei Bombino, quien refirió que en los últimos 20 años ha habido una disminución de la presencia de las mujeres en el sector de agricultura, ganadería, silvicultura y pesca.
«La participación y las contribuciones de las mujeres en el sector agropecuario no se reconocen; ni sus aportes financieros ni productivos, muchas veces porque ellas realizan actividades que son consideradas de apoyo, en el patio, en el cuidado de animales menores», explicó.
Detalló la investigadora que, con frecuencia, se les contrata en picos de cosecha, reiteradamente de forma verbal, y eso las deja en una situación de vulnerabilidad. «Otras muchas veces, cuando hacen estos trabajos, se organizan en brigadas dirigidas por hombres, que son quienes pactan estos contratos, por lo que ellas vuelven a estar en condiciones de riesgo», apuntó.
El estudio identificó como barreras para incorporación de las mujeres al sector agropecuario la rudeza del trabajo agrícola, las malas condiciones de trabajo en las cooperativas agrícolas, los bajos salarios por las actividades típicamente femeninas, la insuficiente capacidad técnica, la sobrecarga de las responsabilidades domésticas y el cuidado de hijas e hijos, así como el escaso desarrollo de servicios de cuidado infantil, de personas ancianas y con discapacidad.
Otros elementos que influyen, dijo, pueden ser el peso de la opinión del cónyuge en tal decisión, su autoexclusión al asumir que rinden menos en el campo, la necesidad de reproducir comportamientos «masculinos», entre otros.
Bombino comentó que, como generalidad, la presencia de las mujeres en este sector se caracteriza por su escaso rol como usufructuarias (36%) o propietarias de tierras (16%), su participación en el ámbito familiar como ayudante no remunerada o como asalariada en labores productivas que reciben menor salario.
La investigadora del Centro de Estudios de la Economía Cubana, Betsy Anaya, reflexionó sobre la posición de estas mujeres propietarias y usufructuarias frente a la tierra.
«¿Quién verdaderamente recibe los beneficios y las trabaja? Lo que uno percibe cuando recorre los territorios es que, muchas veces, cuando las mujeres piden tierras en usufructo, es para agrandar el patrimonio familiar de una pareja que ya posee tierras. Es lo mismo que ocurre con el patio, por lo que no hay una posición realmente de autonomía, en cuanto al trabajo y los ingresos», refirió Anaya.
Sobre el acceso de las mujeres a la propiedad de la tierra, aunque en el marco legal cubano se reconoce igualdad de derecho a mujeres y hombres, las investigadoras apuntaron que solo la hereda quien la trabaje, lo que limita a las mujeres a este beneficio.
Bombino resaltó que esta es una demanda identificada. «Hay que hacer acciones afirmativas dirigidas a las mujeres. Si ya está implementada una estrategia de género en el sector, creo que esta limitación es una carencia de los decretos leyes de la entrega de tierra, que no tienen una mirada focalizada en las mujeres», opinó.
Un ejemplo similar ocurre con la Banca de créditos, dirigida a los productores líderes, por lo cual las mujeres quedan nuevamente a la vera, pues deben tener unos recursos que garanticen la devolución pronta de esa inversión, subrayó Bombino.
«Las mujeres están tan carentes de patrimonio productivo, que esto las limita al acceso a créditos. Existe una carencia de acciones afirmativas para garantizar su acceso efectivo a la tenencia de tierras y ahora a los créditos bancarios», agregó.
El pasado mes de abril, Cuba aprobó un paquete de 63 medidas para estimular la producción de alimentos en la nación y dinamizar los sistemas productivos. Si bien estas acciones involucran a las mujeres, visibilizarlas en esas medidas y el plan de soberanía alimentaria del país requiere atención directa y especializada, indicaron las investigadoras.
El debate estuvo auspiciado por el Instituto Internacional de Periodismo José Martí, la Unión de Periodistas de Cuba y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).