Aunque lo estamos comprobando cada día, cuando uno asiste a la proyección de Fahrenheit 9/11, no puede por menos que frotar los ojos y repetirse que aquello que ve es increíblemente cierto y vergonzoso al mismo tiempo. Y por otro lado, admirar la valentía de Michael Moore. Ello nos lleva a una reflexión, ¿existen valientes […]
Aunque lo estamos comprobando cada día, cuando uno asiste a la proyección de Fahrenheit 9/11, no puede por menos que frotar los ojos y repetirse que aquello que ve es increíblemente cierto y vergonzoso al mismo tiempo. Y por otro lado, admirar la valentía de Michael Moore. Ello nos lleva a una reflexión, ¿existen valientes así en nuestro país? ¿Dónde están los gritos de denuncia ante el sinfín de atrocidades que ocurren a nuestro alrededor? Hablamos con el dramaturgo e intelectual crítico, Alfonso Sastre, autor de «Los intelectuales y la utopía»(Debate) o «La batalla de los intelectuales»(Hiru).
-¿Dónde se encuentran los intelectuales críticos en nuestro país?
-¡Es muy sencillo encontrarlos! Si se trata de los españoles, basta con buscarlos en lugares más o menos concurridos, como Rebelión(*), o, si se trata de la cultura latinoamericana en sitios como la cubana Jiribilla o la mexicana Jornada. Por lo que se refiere a Euskal Herria, todavía tenemos, por encima de todas las visicitudes, alguna prensa como Gara o, en euskara, Berria. Claro está que también ha de haber muchos intelectuales de izquierda escondidos debajo de la cama, o metidos en los armarios y enmascarados, y no hablemos de los muchos oportunistas que se arriman al poder ocasionalmente o que decididamente se desplazan con todos sus bártulos y su conciencia -lo que quede de ella- al pensamiento más reaccionario. Hay, pues, de todo. El mapa es bastante complejo, aunque a veces hemos intentado dibujar unas líneas esenciales en el movimiento de los intelectuales y los artistas: desplazamientos colectivos a la derecha a partir de la frustración de mayo del 68, y posteriormente de la caída del socialismo real y, por fin, alguna (discutible) recuperación de moral revolucionaria, a partir de las brutales agresiones del Imperio a Iraq y de la última fase del genocidio palestino, a compás de los demás horrores (atrocidades de la injusticia social) de la globalización capitalista y de la grotesca identidad intelectual del pensamiento único, sonrojante para una inteligencia mínimamente en forma. En algunas publicaciones marginales se advierte, creo, una cierta ebullición de la inteligencia.
-¿Qué consecuencias acarrea esta carencia para una sociedad democrática?
– La carencia de un pensamiento crítico -y el análogo de esa carencia, el pensamiento débil- es una gran desdicha social, sin duda alguna.
-¿Qué imán, qué atractivo tiene la derecha para haber podido engullir a tantos intelectuales?
-El poder es un gran imán, además de un gran productor de basura.
-Michael Moore ha iniciado un movimiento crítico contra el poder que es seguido en este momento por varios colectivos que están dando la cara y asumiendo las consecuencias. ¿Qué haría falta para despertar un movimiento así en nuestro país?
-De momento, arrimarnos unos a otros. Formar grupos y establecer conexiones. Supongo que de esta cuestión se tratará en la reunión de intelectuales, artistas y profesionales varios que se va a celebrar en Caracas a principios del próximo diciembre.
-Usted, como dramaturgo y escritor lleva años asumiendo una postura crítica y revolucionaria con el poder, sin claudicar en ningún momento a la censura o la mordaza. ¿Qué ha descubierto en este tiempo? ¿Qué significado tiene para usted la palabra utopía?
– Yo apuesto decididamente por la recuperación crítica de la noción de Utopía, y espero y deseo que antes de finalizar este año aparezca un gran libro -¡grande en cuanto al número de páginas!- que he escrito sobre este tema y en el que desarrollo mis modestos descubrimientos al respecto, bajo el título «Imaginación, retórica y utopía». Ya me dirán qué les parece, cuando aparezca. Con él he terminado mi trilogía sobre la imaginación. Yo opino que la utopía no es necesariamente lo imposible y que del área de «lo imposible» hay que rescatar -y esa es una tarea de la filosofía, de la ciencia y de la técnica, pero también del arte y la literatura- lo actualmente imposibilitado por las astucias de la naturaleza y por la peste del «pensamiento» reaccionario. Lo imposibilitado se hace posible en función de la actividad práctica, teórica y poética.