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La fuga del ex congresista Lizcano y su custodio

Dos botines de guerra del gobierno colombiano

Fuentes: Yvke

El ex congresista Óscar Tulio Lizcano y su captor, alias Isaza, alcanzaron la libertad el domingo anterior. El presidente Uribe, y su ministro de defensa, montaron un espectáculo alrededor de la liberación, y aprovecharon el ruido mediático para tratar de silenciar la movilización indígena y la grave crisis que atraviesa el gobierno.

 No deja de causar desconsuelo que lo que hace ocho años empezó como tragedia, que durante ese largo lapso se mantuvo como tal, como una punzante tragedia, ahora termine como farsa, en el sentido literal de montaje desarreglado, chabacano y grotesco.

Es claro que la fuga del ex congresista Óscar Tulio Lizcano y de su captor, el guerrillero conocido como Isaza, que ha conducido a la liberación, es motivo de satisfacción.

Pero una cosa es solidarizarse con la injusticia y el desespero padecidos por el ex congresista, admirar su valor para emprender una travesía tan ardua y reconocer el apoyo del ex guerrillero, y otra bien distinta es concordar con los modos, o, mejor, con la falta de maneras, mediante las que el gobierno del presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez ha difundido el hecho, en una práctica reiterada y estratégica de estrépitos publicitarios.

Frente a los medios, por ellos y para ellos, el gobierno hizo de la liberación un sainete en tres actos (que los hay). Acto I: El ministro de defensa, Juan Manuel Santos, y el demediado ex congresista. El primer botín. Acto II: El presidente Uribe y el atortolado guerrillero. El segundo botín. Acto III: Una «pesca milagrosa» mediática, en la que los medios se agarran de lo que sea, como fin último de los dos actos anteriores y de toda la representación, que todavía sigue y seguirá vigente por varios días, lo que más se pueda, para ayudar a acallar las desgracias que por estos días se le han estado viniendo encima y juntas al gobierno.

«El gobierno nacional ha sabido aprovechar muy bien el hecho coyuntural y coincidente de la liberación del ex congresista Lizcano», expresa Carlos Lozano, periodista y mediador por el Acuerdo Humanitario en Colombia, en diálogo con YVKE Mundial.

«Así, ha tratado de dejar en un segundo plano el tema de la Minga, de la movilización indígena, que venía estremeciendo al país, no sólo por la gran marcha, que vincula a miles y miles de indígenas de todas las comunidades, sino también por la forma en la que el gobierno la había enfrentado, mediante la represión y el autoritarismo».

Postalita para enmarcar

El cuadro humano del ministro de defensa sirviendo de apoyo a Óscar Tulio para mal caminar, el cuadro humanísimo de varios oficiales diligentes ayudándolo a sentarse y acomodándole el micrófono, el cuadro enternecedor de tantos militares con el rostro compungido, en realidad ocultaba a toda costa la esencia del inhumano acto, llevado a cabo con toda la parafernalia mediática por unos actores deshumanizados.

Llamó la atención también la conmiseración pública del ministro Juan Manuel, para llevarse a Óscar Tulio con presteza de la Tercera Brigada a la clínica, mano en brazo, muchas cámaras de por medio, y no la sincera y honesta que debió tener en privado para ahorrarle al ex congresista la inoportuna exposición. Como dijo José Eladio Pérez, otro ex congresista ex secuestrado, en Noticias Caracol, «tiene que haber compasión. Óscar Tulio, en este momento, debería estar en una clínica, teniendo todo tipo de atenciones, y evitar este show que se está haciendo».

Quién va a creerse el cuento de que Lizcano quería salir así, en un rumor tonto que se ha soltado, cuando el propio ex congresista empezó sus palabras pidiendo disculpa por la incoherencia en que iba a decirlas, pues luego de ocho años hablando solo y a lo sumo pensando en voz alta, no es para menos. Además, hay que tener en cuenta que Lizcano no es el loro mojado de Luis Eladio, que al ser liberado por la gestión del presidente venezolano Hugo Chávez, insistía en contar en media hora todo lo que le había pasado en media vida.

Pero el ex congresista Lizcano empezó hablando bien, muy bien, contando pormenores de su tragedia. Aunque sí terminó diciendo simplezas, como las de agradecer su liberación al presidente Uribe, al ministro de defensa, y al general no sé qué. Y hay que decir simplezas, mientras él mismo vuelve en sí y se da cuenta de que en verdad son mentiras.

Ni Uribe, ni Santos, ni Montoya, ni ningún general, le salvaron la vida más de lo que se la salvó él mismo, o su captor, el llamado Isaza. Que el presidente bien pudo, «con una lágrima tardía, darle el pésame a los suyos», como el propio ex congresista lo temía en un mensaje de supervivencia. Hasta para un falso positivo habría servido.

El espectáculo de circo pobre es específico en las palabras de Carlos Lozano: «Todo esto es flor de un día. Pronto volveremos a lo de siempre. Los indígenas, sin duda, se mantendrán firmes en la exigencia de sus derechos, en medio de la parapolítica, la yidispolítica, los escándalos de la corrupción, y los señalamientos vergonzosos que hace el gobierno para tratar de justificar lo que no puede justificar».

A salvo de una operación exitosa

Al comienzo se habló de una operación exitosa. Un malentendido, tal vez por el apresuramiento, y, de seguro, por la necesidad imperiosa de algo así precisamente el domingo y precisamente en Cali, cuando Uribe estaba allí, tratando de desfacer los entuertos que su propio gobierno ha producido, precisamente por tanta operación exitosa en los anales.

Óscar Tulio lo que ha estado es muy de buenas y lo que lo salvó fue la campana. Pues ha quedado claro en el aire la idea de que estaba en ciernes el operativo de rescate. En el que de la misma manera que le había podido ir bien, le habría podido ir muy mal.

Muy de buenas, porque, como sostuvo José Obdulio Gaviria, el pequeño ideólogo del sanedrín de Palacio, a raíz de un fallido intento de rescate de Fernando Araujo, el ex ministro de Relaciones Exteriores, «los actos de autoridad pueden ser violentos o no. Quitarle Araujo (o cualquier secuestrado) a las fieras requería gran despliegue de fuerzas.» Pues, «¿quién, distinto a un pro FARC, hubiese recomendado hacer un operativo de persuasión, como si se tratara de neutralizar a un iracundo, a un celoso, o a un borracho?».

Y este caso, lo sabemos bien, echando mano de un dicho bien arraigado entre los paisas de Medellín y alrededores, muy de la «Casa de Nari», lo mismo piensan el burro y el que lo está enjalmando.
Un riesgo que mantiene en la incertidumbre a las familias de quienes aún permanecen en manos de la guerrilla, cuya espera continúa y que por estos días de regocijo nadie menciona. Un acuerdo humanitario en veremos, que el gobierno del presidente Uribe ha despejado de la agenda del país.

Y las FARC, ¿qué?

No resulta fácil establecer todavía por qué a Isaza se le ocurrió desertar de las FARC. Y mucho menos, por qué tomó la decisión de llevarse consigo al «Cucho», el prisionero enfermo, aunque no tanto como para impedirle llevar a cabo y con éxito una penosa travesía de tres días y tres noches, por entre montañas, ríos, mosquitos, militares y perseguidores.

Tal vez lo hizo movido por la recompensa ofrecida, aunque a la hora de ser interpelado al respecto por el propio presidente el ex guerrillero dijo que no pero sí, que sí pero no. De pronto, porque se acordó de que la casita de su madre en Riosucio había sido conseguida gracias a un subsidio gestionado por el mismo Lizcano, cuando era parte pudiente en el convalidado engranaje por el cual los pobres pueden conseguir casa propia en Colombia. O, quizás, Isaza lo hizo debido al «cerco humanitario» tendido por el ejército a la columna Aurelio Rodríguez, que, vaya coincidencia, se cerró el miércoles pasado, casi a la misma hora en que Lizcano y su captor emprendían la huída. A lo mejor, por todas las causas anteriores juntas, y por otras más, que no sabemos. O por ninguna de las anteriores.

En todo caso, lo que sí va quedando claro es que las FARC han perdido el control de las personas que están en su poder. Como que el Secretariado ni sabe dónde están, ni cómo están, ni quién los tiene. Quién sabe qué tanto control tenga sobre ellas.

«Yo creo que las FARC deben reflexionar sobre este hecho, examinar a profundidad qué es lo que está pasando», señala Carlos Lozano. «Y sobre esa base, o bien deben dejar en libertad a todas las personas que tienen en su poder, o por lo menos hacer una propuesta muy realista y concreta, que permita avanzar en el camino de un rápido acuerdo humanitario, y ponerle fin a la tragedia de todas las personas que están en injusto cautiverio».

Isaza, el hombre

Con todo y los tartamudeos, y las lisonjas comprensibles, estuvo mucho más claro Lizcano en lo que estaba diciendo, que el pobre Isaza, amedrentado y aturdido. Y no era para menos, rodeado y acorralado como estaba por un Uribe ávido, un Juan Manuel triunfador, y tantos generales y coroneles y oficiales sonrientes, que no parecían pertenecer al mismo estamento de las orgías de sangre con los jóvenes de Soacha, en el departamento de Cundinamarca, de las que supimos hace apenas unas semanas.

En el acto con Isaza estaba la plana mayor del gobierno. Hasta «uribito», el ministro de agricultura colombiano, que hasta hace poco aseguraba públicamente que en materia económica se estaban haciendo las cosas muy bien, y que aún debe creerlo en privado, con sus gafitas tan bien puestas, salió presuroso a darle un abrazo de compañero y unas palmaditas en el hombro al ex guerrillero. Ojalá que en realidad Isaza pueda irse algún día a Francia y no tenga que marcharse para el campo a cultivar cualquier cosa con préstamos agrarios, porque entonces sí que le sabrán bien amargos estos golpecitos en la espalda, y de fijo que Isaza volverá a las FARC.

La mano de Juan Lozano, un Santos camuflado, político en todo el sentido de la palabra, tanto por politiquería como por ser lo que se llama un familiar político, con la mano en su propio corazón, en una pose apacible apenas imitada por el propio presidente Uribe, con la mano adormecida sobre su corazón grande.

Todos los yuppies uribistas desfilaron ante Isaza, como embajadores presentando cartas credenciales. Y no era para menos, estaban frente a un «maloso» que se había vuelto angelical, o por lo menos lo aparentaba, algo de lo que todos ellos saben tanto de tanto hacerlo, de tanta bondad fingir y tan de seguido.

Hasta la fría madrugada del domingo 26 de octubre de 2008, Isaza fue malo. Desde las 4:37 a.m., de ese mismo día, alias «Isaza» se hace Isaza el bueno. Pasó de villano a héroe, con la venia del Mesías, en una afirmación muy de su estilo, en cuyo carriel se junta de todo. Como diría el Conde de Lautremont a propósito del surrealismo: la intersección de un paraguas y una máquina de escribir, sobre una mesa de disecciones.

«A pesar de la crisis mundial en la que estamos», dice Uribe, «para esto tiene que haber, para darle unos pesitos a Isaza, para que se vaya con su compañera para Francia».

«La recompensa que se nos ocurre»

El lunes 27 de octubre del mismo año, el ministro de Interior y Justicia del país, Fabio Valencia Cossio, el hermano del fiscal de Antioquia que actualmente es investigado por la fiscalía, por delitos que van de la corrupción al vínculo con paramilitares, cerró con broche de oro el tema, al aprovechar la situación para invitar a otros guerrilleros a la desmovilización: «Miren ustedes la diferencia entre estar sufriendo en la selva, pasando dificultades, e irse a comer dulces con la novia a Francia». Sin más palabras.
Y el ministro Juan Manuel Santos, afirma que «la recompensa que se nos ha ocurrido sería del orden de mil millones de pesos, por la importancia, magnitud del hecho y su significado».

Llama la atención que en el país de la seguridad democrática, donde todos estos hechos están fríamente calculados, no exista un monto estipulado para esta clase de recompensas. Y que estemos sujetos a consultas telefónicas de afán del presidente al fiscal y al procurador. Y que al ministro o a ambos se les ocurra la cifra de mil millones porque quizás les parece redonda.

Mejor dicho, una política de recompensas sin soporte escrito, ni debate, ni siquiera apariencias de protocolo, como tantas cosas en este gobierno, en manos de personajes veleidosos como Uribe o Santos, que lo mismo prometen millones que nada de nada.

Ojalá que a Isaza terminen dándole siquiera un millón de pesos, o algo, para que por lo menos pueda comprarle a la novia los dulcecitos de los que habla el ministro Cossio, así no sea en las pastelerías Lenôtre o Pierre Herme, en París, Francia, sino en un carrito de dulces de Soacha, Cundinamarca.

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El ex congresista habla con su familia. El dolor en medio del espectáculo. (Foto: C. Ortega).

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El ministro de defensa, Juan Manuel Santos, exhibe al ex congresista Óscar Tulio Lizcano. (Foto: C. Ortega).

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El presidente Alvaro Uribe e Isaza, el guerrillero converso. (Foto: M.A. Lozano).

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Isaza, ahora con el reto de poder fugarse para Francia. (Foto: C. Ortega).

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Las palmaditas de «Uribito» en el hombro de Isaza. (Foto: C. Ortega).

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El ex congresista Lizcano durante su cautiverio, en una prueba de vida enviada a su familia.

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La fragorosa voz de la movilización indígena, cuyo clamor apenas si llega a los medios masivos. (Foto: C. Ortega).