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Nuevamente, Maestro pueblo y Maestro gendarme durante el Paro Nacional

Dos caras de la educación en Colombia

Fuentes: Rebelión

Publicado en la Revista Marxismo & Educación, No. 1, 2021.

“Otros, la mayoría, se definen como ‘maestros’ a secas, ‘maestros maestros’. Afirman que ‘la escuela es la escuela y la política es la política’. […] Con su aparente apoliticismo y con su postura ‘acrítica’ se convierten, de hecho, en gendarmes del régimen social, sin saberlo y, a veces, sin quererlo. Al no trabajar para cambiar, ayudan a los que quieren conservar”.

María Teresa Nidelcoff, ¿Maestro pueblo o maestro gendarme?, Editorial Ecoe, Bogotá, 1976.

En el año de 1974 la profesora argentina María Teresa Nidelcoff publicó en la ciudad de Santafé un libro que se convirtió en un ícono de la teoría pedagógica en América Latina y recorrió las escuelas y aulas de nuestro continente en los años siguientes. Este libro fue quemado, censurado y muchos de los profesores de Argentina de la década de 1970 que lo leyeron fueron asesinados y desparecidos. Su autora tuvo que exiliarse en 1976, tras el golpe de Estado, y desde entonces vive en España. Este libro portaba el título de Maestro pueblo, maestro gendarme y fue publicado en Colombia en varias ocasiones por la Editorial Eco, la primera de ella en 1976. Yo conocí personalmente a su editor, Carlos Álzate, ‒ya fallecido‒ y tuve la oportunidad de ser uno de los primeros lectores colombianos de ese libro. Este pequeño libro me marcó personalmente, como también lo han hecho otros libros desde la primera vez que los leí, y nunca los he olvidado y siempre me acompañan sentimentalmente, como Las venas abiertas de América Latina, La novela de los dos centavos, La Perla, Pedro Paramo, Cien años de soledad… En gran medida, este libro me indujo a convertirme en profesor y entrar a estudiar a una facultad de Educación, en donde luego de varios años obtuve mi título de Licenciado en Ciencias Sociales. Ese libro, de esos pocos que quedan por siempre en nuestra subjetividad, me proporcionó una perspectiva vital, que ha guiado mi labor docente y educativa durante 40 años, y nunca he abandonado.

He recordado nuevamente este libro, porque su título y su contenido esencial me permiten analizar dos hechos recientes, aparentemente aislados, que sirven para caracterizar lo que es la educación colombiana, y los intereses y contradicciones que la atraviesan.

Imagen que contiene viejo, hombre, señal, mujer

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Maestra pueblo…

“[El] ‘maestro pueblo’ no cree que su misión sea difundir en el pueblo los valores del opresor, sino que, por el contrario, cree que el sentido de su trabajo es ayudar al pueblo a descubrirse, a expresarse, a liberarse. Quiere construir la escuela del pueblo, desde el pueblo […] con su trabajo quiere contribuir a crear hombres nuevos y a alumbrar una sociedad nueva, donde se dé la promoción de los desposeídos, donde el pueblo sea protagonista. Será un maestro para cambiar, no para mantener”.

M. T. Nidelcoff

La primera escena se refiere a una profesora de educación básica de un colegio público de la ciudad de Cali, que enseña ciencias sociales. La profesora Sandra Ximena Caicedo en su curso de noveno grado del colegio Libardo Madrid les asignó a sus estudiantes la elaboración de un taller sobre el tema de los Falsos Positivos. Tanto el tema, los asesinatos de Estado que se incrementaron exponencialmente durante el régimen de la (in)seguridad (anti) democrática del expresidiario que llaman El Matarife, como el procedimiento propuesto para desarrollar el taller indican que estamos frente a una profesora de verdad, un ejemplo de pedagogía crítica concreta en medio de tanta mediocridad y complicidad con el terrorismo de Estado, que se enmascara en nuestro país con el pomposo nombre de democracia.

La profesora propició el acercamiento pedagógico a un tema tabú en la sociedad colombiana, con un taller de nueve preguntas, con el objetivo de que los estudiantes averiguaran en documentos y páginas virtuales sobre esos asesinatos de Estado. Las preguntas no están hechas a la ligera, están bien estructuradas y fomentan entre los estudiantes una perspectiva crítica que los induce a buscar y razonar sobre lo qué paso y sobre los responsables. En esa dirección, sobresale la pregunta referida a la responsabilidad en esos crímenes del expresidiario. Debe destacarse que se plantea una mirada múltiple al asunto, indagando sobre asuntos variados que se refieren al tema central de los “falsos positivos”:¿Por qué es especialmente grave que el Ejército y el gobierno colombianos estén implicados directamente en el tema de los falsos positivos?” ¿Quiénes son las madres de Soacha y en cuál ha sido su lucha? Y la más importante de todas: “¿Por qué es tan necesario que se sepa la verdad de lo que pasó en el conflicto armado colombiano?”

Esta labor de la profesora Caicedo indica una responsabilidad social que es asumida con seriedad y altura en la búsqueda de la verdad y es una muestra de un compromiso con las mayorías sociales del país, y especialmente con los sectores más pobres y oprimidos de la sociedad colombiana, porque recordemos que las personas asesinadas por las Fuerzas Armadas del Estado colombiano eran pobres, sin excepción.  Esta actitud crítica de la profesora, que de manera implícita señala una postura sobre la educación y la sociedad colombiana, bien puede ubicarse dentro de lo que María Teres Nidelcoff denominaba el maestro pueblo, aquel que “cree que el sentido de su trabajo es ayudar al pueblo a descubrirse, a expresarse, a liberarse”. Y en nuestro momento, en cuanto a la enseñanza de la historia descubrir y expresarse sobre los falsos positivos sí que es un paso indispensable hacia la liberación de la tutela ideológica y cultural de los uribeños y de todos aquellos que quieren mantener la injusticia, la desigualdad, el terror y la mentira.

Por esa misma razón, no sorprende el ataque aleve y en gavilla de los uribeños, cuyos voceros se fueron lanza en ristre contra la profesora y empezaron a acusarla sin fundamento, a amenazarla y a proferir sentencias de muerte. Así, Jaime Arizabaleta, hijo de un exgobernador del Valle del Cauca, acusó a la maestra de formar parte de aquellos que “secuestran la educación unos tipos (sic) que en lugar de enseñar se han dedicado a la politiquería. Hay que denunciarlos”. Por su parte, la ilustre pensadora María Fernanda Cabal exhortó a la delación y señalamiento de los profesores por parte de los alumnos: “Todos los alumnos deben grabar y publicar las falsedades que divulgan… esos profesores activistas de izquierda… que carecen de las virtudes de un verdadero maestro”. Las vulgaridades, amenazas y ultrajes llovieron sobre la profesora y entre ellos un uribeno, en forma cobarde y rastrera, la amenazó de muerte: “El Ejército tiene obligación de dar de baja a terroristas sea hombre o mujer, esté en el monte o esté en las aulas” y, al mismo tiempo, publicó la foto de la profesora, para que sea linchada o asesinada por cualquier energúmeno y fanático de la extrema derecha, que se crea con el derecho de acallar violentamente a quien se niegue a formar parte del rebaño uribista.

De paso, debe señalarse que esta última amenaza sí que confirma la lógica criminal de los falsos positivos, porque, precisamente, las personas asesinadas lo han sido por ser pobres, estar indefensos o pensar distinto. Y en esta amenaza eso se ratifica cuando se señala que “el Ejército tiene el deber de dar de baja a los terroristas”, incluyendo los que están en las aulas de clase. Eso mismo es lo que se ha dicho sobre los jóvenes asesinados que no “estaban cogiendo café” y eran culpables de antemano porque así lo dispusieron el matarife y sus áulicos que contabilizan sus gestas criminales con litros de sangre. Su delito es el de ser pobres, incomodos, profesores y estudiantes que piensan. Este criminal trino confirma que los asesinatos de Estados (falsos positivos) han sido una cruel realidad, porque el Ejército y la policía matan a civiles indefensos, considerados como enemigos que no merecen vivir, como está sucediendo en estos instantes en varias ciudades del país. Así de macabro.

En este caso se persigue con saña, propia por lo demás de los uribeños, a una mujer por atreverse a desempeñar su oficio de profesora con altura y responsabilidad, porque un maestro de historia y de ciencias sociales debe ayudar a los estudiantes a comprender las razones que explican las terribles injusticias y desigualdades que caracterizan a Colombia y a los responsables de preservarlos hasta el día de hoy. Incentivar a los niños a pensar, a razonar, a dudar, a preguntar es una de las labores centrales de un profesor de historia que merezca ese nombre y máxime cuando se habla de los acontecimientos recientes, caracterizados por un prolongado terrorismo de Estado, que parece no acabar nunca. Y dentro de ese terrorismo de Estado sobresalen los mal llamados falsos positivos, uno de los crímenes más infames, que vergonzosamente distingue a Colombia en el concierto internacional del terrorismo de Estado. El solo hecho de nombrarlos se convierte en un delito, en un país donde impera el odio, la intolerancia y se pretende mantener por siempre a los niños y jóvenes embrutecidos y hundidos en la miseria y la ignorancia.

Maestro gendarme

“Hay maestros que encuentran que todo está muy bien como está, que los valores y características de la sociedad actual no deben cambiar, que deben ser difundidos. Actúan conscientemente como representantes del actual régimen social, asumen la responsabilidad de incorporar a los alumnos a dicho régimen, adaptándolos al sistema de vida y a los valores que este propugna. Los rotularemos: ‘maestros gendarmes’. Ellos también desde sus tareas vigilan las fronteras, pero en este caso se trata de las fronteras de clase de nuestra sociedad”.

M. T. Nidelcoff

El polo opuesto al sentido crítico, autonomía y búsqueda de la verdad que encarna la mencionada profesora, lo representa un profesor universitario de una institución privada, de un garaje universitario para ricos y clase media arribista. Se trata de Edgar Augusto Ramírez Baquero, profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad del Rosario, de donde también es egresado, quien, en una clase virtual, en pleno paro, demostró su verdadero talante antidemocrático y autoritario. La estudiante María Camila Guerrero exhibió en su perfil virtual, como lo están haciendo miles de jóvenes en diversos lugares del país, un logo con esta leyenda: “Que difícil estudiar mientras matan a mi pueblo”. (Ver logo)

Al ver la imagen, el profesor le exige a la estudiante que la retire porque considera que mostrarla es “una falta de respeto con su clase”, además dice que no le “gusta esa foto de perfil, puede ser lo que sea”. Y para justificar su actitud intolerante y antidemocrática sostiene: “Yo no quiero volcar sobre ustedes ningún tipo de sesgo, yo no estoy aquí para meterles dogmas o para adoctrinarlos en ningún sentido. Yo respeto tanto mi cátedra, respeto tanto mi claustro y los respeto tanto a ustedes que no vengo a volcar mis convicciones personales sobre ningún tema. Yo vengo a hablar de derecho”. Es la típica afirmación del profesor que piensa y se declara neutral, que, recordemos, es una de las peores formas de analfabetismo político, pero en este caso un analfabetismo político que censura, a nombre de una pretendida pureza aséptica (ideológica y políticamente) del aula de clase, a aquellos que, como la joven aludida, por el hecho elemental de colocar un simple texto, lo cual sacó de quicio al energúmeno y pretendidamente neutral profesor. Es significativo de dicha “neutralidad” que un profesor de derecho (recordemos que la inquisición tenía sus abogados y jueces) le niegue a un estudiante el derecho elemental a expresarse, la censure y la ofenda por enarbolar ese derecho y más encima se oponga a que se denuncia que el derecho primordial de todos, el derecho a vivir, se está pisoteando en Colombia.

No sorprende en esa lógica del autoritarismo que se exija respeto, cuando se irrespeta el derecho a pensar, a manifestarse, a expresarse libremente. Y eso es lo que hace el mencionado profesor, quien agregó, subiendo cada vez más el tono de la voz: “Le pido el favor que respete la catedra, respete a sus compañeros y me respete a mí, porque si usted quiere ver realmente cuanta personalidad tengo, siga en esa postura”. Añadió que él no estaba pintado en la pared y no le importaba que la imagen fuera el perfil de la estudiante, “allá usted con sus posturas, eso no atañe a esta catedra, así que retírela; se lo digo por última vez”.

La joven estudiante respondió con altura, recordándole: “es que esto es lo que está pasando afuera y lo que estoy haciendo en este momento es una forma muy válida de manifestarme”. Esto enfureció al profesor de derecho (sic) quien, como en el experimento conductista del queso y el ratón, estimulado por lo que se había mostrado y decía la estudiante, reafirmó: “¿Usted cree que yo soy un imbécil que no sabe lo que está pasando afuera?, ¿cree que soy tan idiota? No me gusta su manifestación, quítemela, ya me escuchó. Vaya y manifiéstese afuera, aquí no y se retira de mi clase”. Este comportamiento, para nada aislado y excepcional en la educación colombiana, incluyendo a la universitaria, es propio de lo que María Teresa Niedelcoff denominaba maestro gendarme, aquel que considera que “todo está muy bien como está, que los valores y características de la sociedad actual no deben cambiar, que deben ser difundidos”.

Hasta tal punto llega el carácter autoritario y conservador de este tipo de profesor, algo que emerge nítido en tiempos de crisis como los que estamos viviendo en estos momentos, que rechaza hasta el menor signo o símbolo que cuestione el orden establecido. Es el que no le incumbe lo que Paulo Freire llama la “rabia justa”, como la que expreso la estudiante agredida, que reprime cualquier denuncia de la injustica reinante en Colombia, como las que están sufriendo, sobre todo, los jóvenes pobres de Colombia. En estas condiciones, recalca Freire: “El profesor que menosprecia la curiosidad del educando, su gusto estético, su inquietud, su lenguaje […] que trata con ironía al alumno, que lo minimiza, que lo manda ‘ponerse en su lugar’ al más leve indicio de su rebeldía legítima […] transgrede los principios fundamentalmente éticos de nuestra existencia”.

En nuestra condición de profesores y estudiantes, como sujetos activos y pensantes que somos, una situación de crisis generalizada como la que ahora estamos viviendo en Colombia (entre ella una crisis de referentes éticos) adquiere sentido indagar sobre las preguntas básicas que guían nuestra labor educativa, formuladas magistral y sintéticamente por Paulo Freire: “¿En favor de qué estudio? ¿En favor de quién? ¿Contra qué estudio? ¿Contra quién estudio?”.

Estas preguntas forman parte del quehacer de una “autoridad coherentemente democrática”, que “está convencida de que la verdadera disciplina no existe en la inercia, en el silencio de los silenciados, sino en el alboroto de los inquietos, en la duda que instiga, en la esperanza que despierta”.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.