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Dos golpes de Estado

Fuentes: Rebelión

Dos golpes de Estado muy relevantes se están produciendo en estos momentos. Uno contra el presidente Maduro en Venezuela, con un impulsor principal: el presidente estadounidense Donald Trump contra quien, a su vez, se desarrolla otro golpe de Estado. Los dos tienen en común que detrás de ellos se encuentra el Nuevo Orden Mundial (NOM) […]

Dos golpes de Estado muy relevantes se están produciendo en estos momentos. Uno contra el presidente Maduro en Venezuela, con un impulsor principal: el presidente estadounidense Donald Trump contra quien, a su vez, se desarrolla otro golpe de Estado. Los dos tienen en común que detrás de ellos se encuentra el Nuevo Orden Mundial (NOM) surgido tras el final de la Guerra Fría, conducido -a trancas y barrancas- por una coalición de intereses concretados en quienes mandan en el mundo de hoy: las grandes corporaciones (incluyendo a las «nuevas» procedentes del sector cibernético y la Inteligencia Artificial), la banca y los fondos de inversión americanos, sobre todo, como Vanguard, Black Rock o Elliott Management Corporation que incluso logró embargarle una fragata militar, nada menos, a la Argentina de los Kirchner en 2012.

Elliot forma parte de una estructura de poder que mantiene alianzas con News Corporation, del magnate Rupert Murdoch quien a su vez posee, entre otras muchas propiedades, los grupos de comunicación Fox News y Dow Jones (USA), editor de The Wall Street Journal, y los estudios 21 Century Fox que lideran los Murdoch, Rupert, el padre, y James, el hijo, conectado a industrias farmacéuticas. Detrás de News Corporation y otras numerosas corporaciones está la banca JP Morgan Chase (USA), resultado de la unión en 2000 entre Chase Manhattan Corporation y J.P. Morgan & Co.

Lo curioso del asunto es que la Fox es de los pocos grupos mediáticos que no ve del todo con malos ojos a Trump pero no puede ver a la llamada revolución bolivariana, como Trump. Desde que Chávez empezó, a partir de 1998, a querer llevar a cabo, no una revolución comunista exactamente sino una amplia reforma fiscal y lograr que el petróleo -de propiedad pública- volviera a ser del Estado y dejara de ser de facto algo privado desde hacía décadas por un pacto entre las élites venezolanas y de los EEUU, el golpe de Estado actual sólo era cuestión de tiempo. Basta que USA dejara de obsesionarse con el islam negativo, es decir, con los que no están de su parte en el mundo islámico, para que se diera cuenta de que su patio trasero se le había llenado de rojos. Chávez esperaba unirse con Lula para impulsar su revolución pero el brasileño prefirió una vía más tranquila y se fue al rancho de Bush. Como Roma no paga traidores, ahí están Lula y su discípula Rousseff, en el banquillo.

El golpe contra Trump forma parte de lo que en historia se llama «rebelión de los privilegiados». Lo encabeza -visiblemente- The New York Times con su ropaje progre. Trump es un traidor, machista, racista, homófobo, aporófobo, basto, bruto, bocazas y mató al torero español Manolete (no fue el toro Islero, fue Trump) pero también es el que no quiere firmar los tratados trasatlánticos y transpacíficos y, amigo, eso sí que no porque representan el triunfo absoluto del mercado.

A ver cómo me explica la izquierda (Attac, IU, Podemos…) que me haya llenado la cabeza con mensajes cuasi apocalípticos con el Tratado Trasatlántico y ahora tampoco le guste quien se ha negado a suscribir el TTIP y rechaza las deslocalizaciones, sin duda preferían a alguien más cercana al NOM que también ellos rechazan, no me extraña que se estén desinflando con ese voto golondrina que lograron porque esta línea con Trump, luego, en otros temas «menores», se traduce en una dinámica de contradicciones e inseguridades casi crónica que deja ver lo que hay dentro de esa izquierda que se está convirtiendo no en solución sino en parte del problema. ¿Cómo explicarse -además- que en una época de agobios muy graves entre la población, sea el fascismo quien esté adquiriendo protagonismo en Europa y no su izquierda tradicional y la nueva?

De manera que Trump y Maduro, en el fondo, sufren un enemigo común, sólo que el segundo por partida doble, Trump tiene sus detractores en su propio segmento social y en los medios de comunicación que éste controla. Si habla con Putin, antes de saber de qué han hablado, hay que suponer que lo han hecho en contra de los intereses occidentales, no contra el yihadismo, por ejemplo. El juicio mediático, paralelo al legal, prosigue, el de Maduro no es juicio, es condena y ajusticiamiento porque el fin justifica los medios. Luego, toda esa manipulación mediática la paga el periodismo, ésa es su crisis: usar la mentira y la manipulación más torpe aunque efectiva: el referéndum de la oposición venezolana no es ilegal y además los medios dan credibilidad al primero que llega y ofrece unas cifras que los medios recogen unánimemente, sin pestañear, por eso no desarrollan periodismo sino golpismo. Por el contrario, el referéndum del todavía presidente elegido por los ciudadanos es ilegal y persigue la dictadura. Y esa línea se va a intensificar tras el plebiscito del domingo 30 de julio de 2017 para seguir estimulando no ya un golpe de estado sino una guerra civil. Unas materias primas bien valen unos millones de muertos y de paso se les envía un mensaje a otras naciones.

Los golpes de Estado actuales, como se sabe, ya no son como los de antes, como el que, por ejemplo, organizó Kissinger contra Allende y ahí está Kissinger, un auténtico genocida mundial elevado a los altares de la libertad y la democracia. Ahora se aplica aquello de mientras peor, mejor, se saca gente a la calle, se producen los inevitables muertos a base de tocarle las partes bajas al poder político y policial instituido o con gente ya preparada para matar, luego la bola sigue creciendo y rodando al tiempo que se desgasta al país con sanciones y más sanciones que paga el ciudadano más débil, sobre todo, pero se le hace saber a éste -a través de una información, la voz de su amo, que no proyecta periodismo sino propaganda- que la responsabilidad es de sus gobernantes que son o quieren ser unos dictadores.

Como nadie es perfecto, llueve sobre mojado, a los errores lógicos más o menos grandes de cualquier gobierno -lo tienen más difícil los que van contracorriente- se unen las presiones externas que son del agrado de la oposición interna, todo en el fondo es lo mismo, es el Nuevo Orden Mundial y el posmodernismo -formados sobre todo por el neoliberalismo y la socialdemocracia- actuando, porque la obligación de todo poder es que no vengan otros a arrebatárselo, haya urnas o no. Si hay urnas el golpe «tradicional» estilo Pinochet carece ya de marketing, es mejor este otro, como en Ucrania, como en Venezuela, el de Trump es mero desgaste paulatino al estilo Nixon y el Watergate.

Ahora bien, si la obligación del Nuevo Orden Mundial es que nadie ose mover tal orden, la obligación de los otros poderes hostigados por el NOM es que no los desalojen de los lugares que han alcanzado. Por eso el gobierno de Venezuela es lógico que trate de que no lo derroquen y utilice procedimientos legales para lograrlo e incluso la fuerza, como sus enemigos, aunque es obligatorio no dejar de lado nunca el diálogo pero es que el diálogo se olvida cuando los privilegiados de siempre ven peligrar sus dotes a manos de quienes consideran indios y descamisados y se encierran en el no cederé nada de nada, confiados en el calor que les dan desde el exterior. No olvidemos que en la oposición venezolana están los herederos conversos de la España más rancia, la que se quedó allí que aquí en España es dócil con Bruselas y se enfrenta con una Cataluña nacionalista excluyente pero moderna. Esa oposición venezolana es una tonta útil para el NOM.

Después de Venezuela vendrán Ecuador, Bolivia, Cuba, Nicaragua, ¿qué hacen todos estos países para defenderse? ¿Se han unido en una especie de Otan a lo humilde? No basta con declaraciones como las recientes de Sao Paulo o de la OEA a favor del gobierno de Venezuela, esto me suena a la solidaridad que, en la película La vida de Brian, mostraba ante un Brian crucificado una organización que, tras ofrecer su apoyo moral al crucificado, se suicidaba a sus pies ante la incredulidad y el asombro del reo.

Puede que yo no entienda de esto y esté diciendo tonterías, puede que ya tampoco proceda aquello del Ché Guevara de «un Vietnam, dos, tres…» que sostenía en 1967. Pero sé que estoy viviendo una guerra mundial desde mi posición de burguesito occidental y que las fuentes energéticas de Venezuela y Ecuador tienen que ser para EEUU y occidente porque ya tienen las del resto del mundo que ha querido sacar los pies del plato aunque les esté costando trabajo administrarlas del todo. Faltan Irán y Rusia -a la que le están tocando mucho las narices- por eso la nación chiita sigue preparando por lo bajini su bomba nuclear y Rusia la tiene desde la época de Stalin. Y Corea del Norte ensaya, por si acaso. Cada vez que lanza un cohete es noticia mundial pero desde 1945 se reconocen oficialmente en el mundo casi 2.100 pruebas de armas nucleares, Corea del Norte maneja una decena y Estados Unidos (unas 1.100), Unión Soviética-Rusia (unas 800), Francia, Reino Unido, China, todas ellas encabezan el ranking. Claro que uno es el malo malísimo (Corea del Norte) y otros o son los buenos o se han convertido y han retornado al camino correcto. Los buenos jamás emplearían esos métodos -aunque lo hayan hecho ya- y los convertidos se han salvado, por ahora, gracias al equilibrio del terror que parece ser más efectivo que la no proliferación de armas nucleares.

«Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño./ Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía./ Y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada./», escribió Federico García Lorca en su Oda a Walt Whitman. Para que no te quiten de en medio aunque el pueblo te haya elegido, debes hacer aquello que deciden quienes están por encima de los elegidos y de los electores, tener bombas nucleares o atenerte a las consecuencias. En efecto, «la vida no es noble, ni buena, ni sagrada» y éste es el punto del que se debe partir en toda actividad humana, desde la educación hasta la alta política. Claro que es muy triste y feo y precisamos sueños. Pero es real, fortalece y ahorra frustraciones. Venezuela ha tropezado con la realidad por querer ser ella misma, con su derecho a equivocarse.

A mí me enseñaron desde pequeñito en escuelas religiosas que había que ser cristiano y estar de parte del débil. Pero luego comprobé que me mentían, que los mismos que me enseñaron eso no están con el débil, por regla general. Aún así, me di cuenta de que la vida era apasionante pero que al débil se le defendía siendo muy fuerte y no cayendo en pensamiento anémicos supuestamente progresistas. Ya sé cómo funciona esto. Ya no me engañan ni el NOM ni eso que se llama izquierda.

Venezuela es la realidad de la vida, no el jueguecito éste de la democracia que nos traemos aquí, con todas sus tonterías y bagatelas añadidas. Ahora vivo en directo el precio de decir «no» a quien lleva siglos mandando («con uno que dijo «no» tembló Roma», exclamó Espartaco en la película de Stanley Kubrick). Que sí, que ya sé que el gobierno de Venezuela ha cometido fallos enormes, que ya sé que son seres humanos con los defectos egoístas de la especie, que sí, que no me gustan los modales del presidente Maduro cuando insulta a mi mediocre presidente Rajoy que será como sea pero representa a mi país. A mí me interesa sobre todo un hecho: en este mundo está prohibido ilusionarse, las ilusiones son salir a consumir de todo, no aspirar a un aire más sano. Las ilusiones son las que «el otro» quiera que tengas. Si no lo aceptas, prepárate para un golpe de estado que, en lo cotidiano, se llama robarte la capacidad de aspirar a lo imposible para llegar a lo posible. Aprehender esto en toda su profundidad me ha convertido en un ser libre.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.