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Flores de Plomo de Juan Eduardo Zuñiga

Dos Influecias

Fuentes: Rebelión

I Larra, 1809-1837, conoció la incultura, la ignorancia, el embrutecimiento en el que estaba inmerso el pueblo español. Vivió en los años de la transición de una sociedad feudal a una sociedad burguesa. Era el último trayecto en España de la Inquisición o Santo Oficio, órgano monárquico eclesial que realizó una de las mayores represiones […]

I

Larra, 1809-1837, conoció la incultura, la ignorancia, el embrutecimiento en el que estaba inmerso el pueblo español. Vivió en los años de la transición de una sociedad feudal a una sociedad burguesa. Era el último trayecto en España de la Inquisición o Santo Oficio, órgano monárquico eclesial que realizó una de las mayores represiones del mundo. Fundada en 1478 por los Reyes Católicos y el Papa Sixto IV, entre los «autos de fe», actos públicos en los que se ejecutaban las sentencias más espantosas, estaba la quema de libros. En el año 1500, por medio de la influencia de Cisneros, llevan a cabo un «auto de fe» de libros y hacen una hoguera con más de 1 millón de volúmenes de carácter científico y humanístico. En 1502 los Reyes Católicos prohíben importar y publicar libros en latín o en lengua vulgar sin previa autorización, se corta la relación cultural con el mundo. Expurgan bibliotecas públicas y privadas y siguen las piras ardientes de personas y de libros. A Nebrija le confiscan sus documentos por comparar la Vulgata con los textos antiguos en griego y latín y comprobar que el Nuevo Testamento en esos idiomas tiene muchas diferencias con la traducción que se maneja en el Reino. El secretario de Carlos V, Alfonso Valdés, vio prohibido su «Diálogo de Mercurio y Carón» en 1531, reeditado en 1850 (la Inquisición queda abolida en 1834) se califica «monumento de la prosa castellana y documento histórico de inestimable valor». En 1536 se expurga «La Celestina» por primera vez. En 1549 aparece la primera lista de libros prohibidos. En 1551 sale un catálogo de libros condenados. En 1554 Santa Teresa ve prohibida su obra, solo la pueden leer los teólogos. Felipe II a los 20 días de haberse casado, en 1560, ofrece a su esposa de 16 años varios espectáculos y entre ellos un «auto de fe», en el que se queman vivas a varias personas. Entre los libros prohibidos según el catálogo del 17 de agosto de 1559 se encuentra «El Lazarillo de Tormes», y aparecerá censurado y corregido cristianamente con el título de «Lazarillo castigado». Solo en 1831 se publicará en su versión original y con su título, 272 años de persecución. En 1562 dictan pena de muerte a los importadores, libreros e impresores que traigan, vendan o impriman libros prohibidos. El estudio de las ciencias es considerado asunto de brujería y superstición diabólica. España se queda atrás en el desarrollo como nación. Torres Villarroel escribe sobre lo que ocurría en la Universidad de Salamanca en 1743 como primer catedrático en esa Universidad desde primeros del siglo XVII: «Todas las cátedras de la universidad estaban vacantes, y se padecía en ellas una infame ignorancia. Una figura geométrica se miraba en ese tiempo como las brujerías y las tentaciones de San Antón, y en cada círculo se les antojaba una caldera donde hervían a borbollones los pactos y los comercios con el demonio.» De dónde provendría la ignorancia de la población en tiempos de Larra. Quién tenía la responsabilidad de ello. Desde el principio la Inquisición ofrece un pago por la denuncia, fomenta un mundo en contra de la cultura, el terror es su arma para mantener el atraso. El marqués de Villars escribe que para llevar a cabo esa labor cuentan con 20.000 de los llamados «familiares del Santo Oficio», cristianos viejos, gente probada, en ese grupo tan selecto se encontraban personajes como por ejemplo Lope de Vega. El régimen que pierde fuerza cuando nace Larra es ese del absolutismo católico, el mundo del Humanismo y el conocimiento científico despunta. Recuérdese aquello de Quevedo, otro represaliado, en su «Epístola satírica y censoria»: «No he de callar, por más que con el dedo,/ ya tocando la boca o ya la frente,/ silencio avises o amenaces miedo./ ¿No ha de haber un espíritu valiente?/ ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?/ ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?» Tras la invasión francesa en 1808 se asiste a la plena decadencia de la Inquisición. Se suprime y vuelve en varias ocasiones. Desaparece finalmente en 1834, tras la muerte de Fernando VII. Aquí termina la primera influencia.

II

Larra muere en 1837. Es la segunda influencia. No viene de las instituciones, no viene desde el Poder, es ejercida por la vida personal. Las decisiones de uno interfieren en la vida de los demás e influyen en sus acciones y así va cambiando el movimiento general. En la ficción encontramos el último día de la vida de Larra, periodista, escritor, narrada bajo el título «Flores de plomo», novela de Juan Eduardo Zúñiga, uno de los mejores escritores españoles actuales. Juan Eduardo Zúñiga ha sido galardonado éste año con el Premio Salambó y con el Premio de la Crítica por su libro de relatos «Capital de la gloria». Su obra es reducida y cuidadísima, «La tierra será un paraíso» «Largo Noviembre en Madrid» «Misterios de las noches y los días» «El coral y las aguas» «Las inciertas pasiones de Iván Turguéniev» «El anillo de Pushkin» «Capital de la gloria», que ya he mencionado, y ésta «Flores de plomo». Al leerla escuchamos un ruido sordo angustioso y profundo recreado por la miseria humana permanente que nos remueve en el asiento. Es martes, día de carnaval, 13 de Febrero de 1937. Niebla, lluvia y frío que anuncian ya el anochecer. Presagio del final temprano de la vida. El viento azota y mueve el alero de un tejado y produce un chirrido que parece el grito de un animal, se diría que es un indicio de la cercana tragedia. Mariano José de Larra va a visitar a Ramón de Mesonero Romanos que le ofrecerá su mano mientras escudriña el rostro de aquél. Larra le da la suya de forma que más parece retirarla. ¿Sabe lo que oculta Ramón de Mesonero Romanos? Éste le comunica, buscando en sus ojos el llamear del daño, que Dolores Armijo va a pedirle sus cartas esa misma tarde. Larra piensa que su caminar por la vida lo ha hecho sobre el barro, que se ha tenido que ensuciar, que siempre ha sido difícil y duro su trabajo, y mira sus zapatos embarrados. Es el final. Ha ido a casa de Ramón de Mesonero Romanos viendo máscaras horribles de carnaval y se va de allí viendo máscaras igualmente horribles. Dolores Armijo, su amante, para llegar hasta aquel hombre tan crítico con la sociedad de su tiempo, tiene que cruzar Madrid en compañía de otra mujer, pues ninguna que no fuese de las clases más bajas se atrevería a salir sola a la calle. Se cruza con mendigos, hombres y mujeres piden limosna, borrachos, juerguistas carnavaleros, gente desecha, peleas con heridos y muertos en el barro de las calles. Las mujeres se ven rodeadas por hombres que las vejan con los insultos más soeces, las sujetan, las manosean, les hacen propuestas prostibularias con metáforas, comparaciones, perífrasis escandalosas e hirientes. «Vemos» a un hombre que lee los artículos de Larra, un zapatero, republicano, que señala lo bien que «tratan» a los Reyes en Francia. La mujer del zapatero sale de la oscuridad del taller con un escote cuadrado, prohibido por Fernando VII quizás porque recordaba a aquella otra mujer del gorro frigio. También «vemos» a los jóvenes burgueses que asisten a la fiesta de carnaval en salones alumbrados, y bajo sus disfraces y sus máscaras le dan de lado a Larra diciéndonos más de ellos mismos. La visita de Dolores Armijo a Larra, es la culminación de la muerte que inunda las calles. Larra siempre ha hecho que lo oculto aflore, una vez muerto lo conseguirá de manera más intensa. El zapatero cree ver el principio de una nueva persecución del Rey absoluto sobre los progresistas, y piensa que en cualquier momento van a ir a por él. Entre los intelectuales, como Larra les resultase molesto por la proyección de su voz única, además de envidiarle el que tuviese una amante hermosísima y a la que no pagaba, si antes deseaban, ansiaban su desgracia, ahora, muerto, se alegran rencorosos como si les hubiesen otorgado un premio perseguido con maldad. El relato muestra el caso de Zorrilla, poeta mediocre y oportunista, que aprovecha el entierro de Larra para expresar la envidia y el odio que tanto él como los demás arrostran, y así medrar entre ellos. Se les hacía dura la capacidad creativa y el foco que encendía Larra. Su concepción medieval del mundo, su mediocridad les impedía aceptar que Larra marcase la Historia y la Literatura como ellos no podían hacerlo. Llegando al final «vemos» a un escritor al que impregna el legado de Mariano José de Larra, su herencia intelectual y su indisposición con una sociedad pútrida, Felipe Trigo. Buscaba Felipe Trigo instruir escribiendo novelas en las que interviene el sexo, creía que era posible producir un cambio en la cultura del país. Comprobará que vende solo por la interpretación morbosa que los lectores hacen de sus escritos. Pero además le torturan sus sentimientos hacia aquella mujer que abandonó a Larra siete años atrás. Desalentado y confundido, habiendo perdido toda energía vital se deja conducir por la muerte. Amor y muerte son márgenes por los que discurre la influencia de Larra sobre la vida de los demás. Larra buscó, por medio de la razón y el sentido crítico, el conocimiento, en eso puso su pasión. Su muerte no fue un acto romántico basado en el carácter irracional y reaccionario de la filosofía de Rousseau. El partido en el que había confiado creyendo que era progresista, tomó rumbos conservadores, entonces se presenta a las elecciones por un partido conservador pensando que su labor personal podía cambiar algo, pero el levantamiento precisamente de un sector progresista le deja sin ejercer su acta de diputado. A ello se suma la desesperanza que le produce la inmensa incultura, tan generalizada, contra la que luchar, parece una tarea imposible, el primitivismo, la abulia, el sentido de la vida de vasallo, la envidia y la traición forman lo común de todo estamento social. Por último le sobreviene el abandono de aquella mujer a la que amaba, y eso le acaba de hundir. La novela de Juan Eduardo Zúñiga es magnífica en su atmósfera, en su estructura clásica, en su búsqueda de lenguaje poético espejo de lo bárbaro. Perfora a los personajes para que sus sentimientos, sus emociones, afloren y los leamos en silencios, miradas, ruidos, voces cercanas o lejanas, quejidos, gestos y máscaras, en la niebla aposentada, en la lluvia pertinaz. La historia consigue dominar nuestra atención e imbuirnos del momento, de las horas últimas de Mariano José de Larra. Es una lectura que transforma al lector, y queda en su memoria.

Título: Flores de plomo.

Autor: Juan Eduardo Zúñiga.

Editorial: Alfaguara. De bolsillo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.