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Julio Mario Santo Domingo y Alfonso Cano: hasta la muerte tiene sello de clase

Dos muertes que revelan la injusticia que caracteriza a Colombia

Fuentes: Rebelión

En un reciente informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) se señaló que Colombia es el tercer país más desigual e injusto del mundo. Entre un total de 129 países en los que se midió la desigualdad, Colombia ocupa el envidiable puesto 127, solamente superado por Angola y Haití. Desde luego […]

En un reciente informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) se señaló que Colombia es el tercer país más desigual e injusto del mundo. Entre un total de 129 países en los que se midió la desigualdad, Colombia ocupa el envidiable puesto 127, solamente superado por Angola y Haití. Desde luego que esta medalla de bronce en injusticia social debe tener desconsoladas a nuestras clases dominantes que, desde ahora mismo, prometieron hacer todo lo posible para saltar al primer lugar y obtener así la medalla de oro, porque no puede ser que hasta en eso no seamos los primeros, como lo somos en términos de felicidad, donde se asegura que indudablemente ocupamos el primer puesto en el ranking mundial. Ya el régimen de Santos entendió el mensaje que no podemos consolarnos con tan honroso tercer puesto y tenemos que ascender al primero en injusticia y desigualdad, lo cual se logrará con la implementación de los Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos, la Unión Europea y Corea del Sur, junto con todas las «reformas» internas que empobrecen aún más al pueblo colombiano. ¡Que no lo duden los escépticos, que nunca faltan, porque en los próximos años estaremos encabezando, sin discusión alguna, la lista de los países más miserables del planeta!

Esa desigualdad estructural e inherente a nuestra sociedad se puede mostrar con dos muertes que se presentaron en el último mes en este país del sagrado corazón. Nos referimos a la muerte del capitalista Julio Mario Santo Domingo y a la del comandante de las FARC Alfonso Cano. Una rápida comparación de estos dos hechos nos confirma que hasta la muerte tiene sello de clase.

 

La muerte de un cacao

Julio Mario Santo Domingo murió de muerte natural en la ciudad de Nueva York, a los 87 años de edad el 7 de octubre de 2011. Era en ese momento el multimillonario número 108 del mundo según la revista Forbes, con una fortuna estimada en unos 9.000 millones de dólares. Como clara muestra de lo que es un capitalista en el mundo tropical no vivía en Colombia sino que administraba sus riquezas desde el corazón del imperialismo, como los típicos hacendados ausentistas que contratan capataces para que les cuiden sus propiedades. 

Como no es de extrañar la fortuna que amasó Santo Domingo se sustentó en el delito y en los crímenes de «cuello blanco», con lo cual se desmiente la afirmación de Juan Manuel Santos cuando celebrando en forma morbosa el asesinato de Alfonso Cano sostuvo que el «crimen no paga». ¿Qué no paga?, si la historia de Julio Mario Santo Domingo demuestra con creces que el crimen es inherente y la fuente de la riqueza de los multimillonarios, porque aquél amasó su fortuna mediante varios procedimientos criminales, entre los que sobresalen la evasión de impuestos, la destrucción de sindicatos y el apoyo a grupos paramilitares y a presidentes ligados al mundo del hampa, como Ernesto Samper y Álvaro Uribe Vélez. Recordemos algunas de estas acciones. Para empezar, durante décadas el clan Santo Domingo fungió como un poder en las sombras en el Congreso de la República con el fin de que nunca se cobraran o se aumentaran los impuestos que debía pagar la empresa Bavaria, una productora de cerveza, que así dejaba de pagar millones de pesos al Estado. En el mismo sentido el hecho más flagrante de evasión de impuestos se presentó en el 2005 cuando Bavaria fue vendida a la empresa sudafricana SABMiller, y como producto de dicho negocio Julio Mario Santo Domingo dejó de pagarle al fisco nacional la bobadita de 1200 millones de dólares, un desfalco difícil de igualar en una sola transacción.

En cuanto a la destrucción de sindicatos y la persecución de los trabajadores, como buen capitalista Santo Domingo se dio a la tarea de liquidar cualquier intento de organización de sus obreros y empleados, como sucedió de manera reiterativa con los sindicatos de Caracol, Avianca y Bavaria, en los tiempos en que esas empresas eran de su propiedad.

Con relación al apoyo a los paramilitares valga recordar que el capo Salvatore Mancuso señaló en reiteradas ocasiones que la empresa de bebidas Bavaria le pagaba impuestos por operar en la costa caribe colombiana. En concreto confesó que «Bavaria desembolsaba unos 70 centavos de dólar por cada 30 cervezas que vendía en la costa Atlántica» y preciso que «los directivos de Bavaria sabían sobre esos pagos ya que los distribuidores locales exigieron que les ayudaran a absorber su costo». [1]

En cuanto su apoyo a presidentes en ejercicio es sabido el respaldo de Julio Mario Santo Domingo al gobierno de Ernesto Samper, el cual fue financiado también por el Cartel de Cali, hasta el punto que ese respaldo evitó que ese gobierno cayera y, aunque tambaleante, se mantuviera durante cuatro años. Y con respecto al régimen criminal de Álvaro Uribe Vélez, éste contó con el apoyo incondicional de Julio Mario Santo Domingo, el cual en repetidas ocasiones manifestó su satisfacción con la «inseguridad antidemocrática» y fue uno de los que apoyó la reelección de AUV. No podía de ser de otra forma, si se recuerda la evasión de 1200 millones de dólares que le facilitó el inquilino de la Casa de Narquiño.

Como no podía faltar, Santo Domingo para disimular sus desfalcos fungía como filántropo cultural y decía apoyar obras de universidades y bibliotecas, algunas de las cuales llevan su nombre. Sus perioridistas a sueldo, en sus emisoras, canales de televisión y en sus periódicos y revistas porque este magnate era dueño de importantes medios de incomunicación, se encargaban de exaltar su desprendimiento por el dinero que donó a esas obras. ¿Qué donó o devolvió, como diría Facundo Cabral? Lo que «donó» es una miseria insignificante con relación a la evasión gigante de 1200 millones de dólares, porque por ejemplo en el caso de la Universidad de los Andes -una institución privada del gran capital que por lo demás no necesita este tipo de dadivas- les entregó la suma de 24 mil millones de pesos, que corresponden a 0,07% de lo que le birlo al fisco colombiano. Con esto, «ha quedado el donante como un gran filántropo y se gana todo el aplauso de la sociedad colombiana. El resto US$1.190 millones de dólares se quedan en las arcas familiares. Y todo el mundo tan tranquilo» [2] . ¡Que filantropía y que desprendimiento, por lo demás digno de imitar!

Cuando murió Julio Mario Santo Domingo, los políticos, los funcionarios de gobierno y los plumíferos a sueldo lloraron y lo exaltaron como un «gran colombiano», tan grande que ni siquiera murió ni fue enterrado en este país y no faltaron los lambiscones que llegaron a agradecerle por ser un defensor de la «libertad de prensa», y uno de ellos dijo, sin rubor alguno, que «solo por esto, sólo por su compromiso por el periodismo libre de Colombia (no sólo en El Espectador, también en Cromos, Shock y en el Canal Caracol), debemos rendir un tributo de agradecimiento al hombre de empresa que fue Julio Mario Santo Domingo» [3] . Este hombre de empresa destruía sindicatos, financiaba a paramilitares, apoyaba a presidentes corruptos y criminales, evadía impuestos y presumía de ser filántropo, además contaba con un sequito de periodistas y literatos a sueldo para que le aplaudieran su falso desprendimiento. Todo esto es típico de la burguesía colombiana, de la crema y nata de la sociedad colombiana, cuando muere uno de los suyos, de los verdaderos dueños del país, de uno de los cacaos, como se llama en lenguaje coloquial a los miembros de los cuatro grupos económicos que controlan y dominan a Colombia. Su mejor retrató fue escrito por otro periodista: «Julo Mario Santo Domingo es una persona que inspira muy poca simpatía en Colombia. Muchas de sus decisiones lo retratan como un hombre soberbio e intransigente que no tiene escrúpulos en usar su extraordinario poder para desapretar los tornillos de la ley a su favor, en un país que mira desde su balcón de Nueva York con los binóculos de un hacendado» [4] .

El asesinato de un rebelde

A las pocas semanas de la muerte del magnate Julio Mario Santodomingo, el 4 de noviembre fue asesinado por el Estado colombiano Alfonso Cano, comandante de las FARC, en un combate desigual, en el que se utilizaron 20 aviones y helicópteros y unos 1000 hombres y en el que se emplearon varias toneladas de explosivos. Ante este hecho criminal, las clases dominantes de Colombia, sus periodistas, politólogos y violentologos, así como políticos y analistas no han ocultado su felicidad, disimulando el carácter criminal del hecho y haciendo una apología del terrorismo de Estado. Con muy contadas y honrosas excepciones, se ha aplaudido este asesinato político de Estado. Una de esas honorables excepciones la constituye la del arzobispo de Cali, Darío de Jesús Monsalve Mejia, que ha dicho de manera categórica: «¿Por qué no trajeron vivo, por ejemplo, a ‘Alfonso Cano’, cuando se dieron todas las condiciones de desproporción absoluta y de sometimiento y reducción a cero de un hombre de más de sesenta años, herido, ciego y sólo? y ¿por qué encapsular la lucha anti-guerrillera en ese marco de traer muertos a los cabecillas, sin agotar el marco ético de la no pena de muerte, de la captura como objetivo legal?» [5] .

Para justificar este hecho se han difundido todo tipo de calumnias sobre el comandante asesinado y en una forma morbosa y macabra se utilizó su cuerpo como trofeo de guerra por parte del régimen y sus áulicos, así como por los buitres del periodismo colombiano, casi todos los que se llaman periodistas en este país.

Guillermo Sáenz, el verdadero nombre de Alfonso Cano, había nacido en 1948, el mismo año del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Estudio antropología en la Universidad Nacional y desde muy joven fue un militante revolucionario. Renunció a todo, a su familia, a las comodidades que le proporcionaba la clase media bogotana y se fue al monte, donde se enroló en las FARC y allí permaneció durante cerca de 40 años. Era un estudioso y conocedor de la sociedad colombiana, un hombre que convivió con la miseria rural y que por su disciplina ascendió en el seno de ese movimiento insurgente. Ahora que lo presentan como un delincuente, ocultando su carácter de rebelde, y cuando Juan Manuel Santos reconoce que «lloró de emoción» al enterarse de la noticia, queda clara la arrogancia de las clases dominantes de este país, así como la desigualdad latente de Colombia, que se expresa hasta en la forma de morir, porque mientras los ricos mueren de muerte natural en sus ricas propiedades de Manhattan, lejos del país en el que se han enriquecido, con la sangre y el trabajo de los pobres, otros mueren en el monte colombiano, enfrentando a un terrible aparato de guerra, cuya función básica es defender a los ricos que acumulan capital y mueren en el extranjero.

Resulta significativo que muy pocos se pregunten que lleva a un estudiante universitario a renunciar al relativo confort de la vida de la clase media urbana y a enfrentar a las clases dominantes y al capitalismo colombiano. Esta trascendental decisión no puede reducirse a un asunto meramente voluntario e individual, a la sed de enriquecimiento o a decir que es producto de un instinto inherente de violencia, porque eso es negarse a considerar la desigualdad que ha propiciado el conflicto social y armado que soportamos hace más de medio siglo. Además, es difícil argüir que en la selva se disfruta de la riqueza o se vive como un rey, o que la violencia de nuestro país es resultado de la acción de un hombre o de un grupo de rebeldes y no ha sido originada por la violencia del Estado y de las clases dominantes en los últimos 60 años.

Cuando se celebra, como se ha hecho, la muerte de un ser humano como si fuera un carnaval, algo que ni siquiera es original de las clases dominantes de este país, porque simplemente se limitan a replicar las «enseñanzas» de sus amos imperialistas (recuérdese lo sucedido con los casos recientes de Ben Laden y Gadafi), es bueno constatar como esas clases dominantes han impuesto un social-fascismo (con su culto morboso por la muerte) que se manifiesta en comportamientos propios de una sociedad enferma y sicótica, como lo hemos podido observar en las últimas semanas, que danza con sadismo sobre el cadáver de los dirigentes de la insurgencia.

Lo que las clases dominantes de este país celebran es la muerte de un hombre que tuvo la osadía y el valor de levantarse contra ellas. Eso es lo que no se puede perdonar, de ninguna manera, porque Cano enfrentó el poder y la riqueza de la misma clase a la que pertenecía Julio Mario Santo Domingo. No se admite la rebelión contra un orden desigual (que nos ha convertido en el tercer país más injusto del orbe) y eso se castiga no sólo con la muerte sino con el escarnio público, como en los tiempos de la colonia y de José Antonio Galán. Hay que escarmentar con el cadáver de aquel que se atreva a levantarse en armas contra el capitalismo gangsteril a la colombiana, porque eso perturba la tranquilidad de los dominadores, de los que viven en sus Bunkers privados en Colombia o en el exterior, y mueren en ellos, como le aconteció al magnate Santo Domingo. No se admite la rebelión y menos que alguien la mantenga a lo largo de su vida, hasta su muerte, lo que se tolera y se aplaude es a los conversos y arribistas que ahora son los portavoces del terrorismo de Estado y a los cuales se les premia con una vicepresidencia, un ministerio o la alcaldía de Bogotá u otra ciudad del país.

Que al rebelde que han matado con saña se le acuse de los peores crímenes y así se justifique su asesinato es un pretexto para proteger a los criminales que le sirven al capitalismo criollo y que andan sueltos en todo el país, y muchos de ellos ocupan altos cargos en la administración pública, en las Fuerzas Armadas, ejercen como periodistas, o son ex presidentes y muchos de ellos conviven con los paramilitares, a los que organizaron y financiaron. ¿Por qué nunca se bombardean a las Bandas Criminales (bacrin) como la de los URIBEÑOS? ¿Si el «crimen no paga», como dice Juan Manuel Santos, por qué se respalda a la Pacific Rubiales y a todas las empresas petroleras y mineras que han dejado de pagar, como lo hacia Santo Domingo, varios billones de pesos por concepto de impuestos, debido a que han sido exoneradas por el Estado, mientras someten a condiciones infrahumanas de explotación a los trabajadores en los campamentos de los nuevos enclaves?

Desde el punto de vista de los dominados, la muerte de Alfonso Cano fue heroica, no sólo por las circunstancias en que se presentó, sino porque él nunca renunció a sus convicciones. En tal sentido puede decirse con las palabras de Adolfo Sánchez Vázquez: «Su preocupación por la muerte nunca le hizo temerla (…) De esta lucha nada podría esperar él, indefenso como un tronco derribado. Y sin embargo luchaba (…). Con la muerte cerca, viva, anudada en sus pulmones, se levantaba cada día. Pudo suicidarse. Hubiera sido el camino más fácil. Y no lo quiso. Consciente, deliberadamente esperó la muerte. Y cuando llegó la saludó fría, serena, estoicamente» [6] . Esto es algo que tanpoco pueden ni quieren entender las clases dominantes de Colombia y todos sus imitadores de la clase media que piensan que la rebelión se puede liquidar con la pura represión, los bombardeos y los crímenes de Estado, sin repartir ni un centímetro de tierra ni un gramo de riqueza, y que no existen hombres y mujeres dispuestos a dar la vida, porque sencillamente el capitalismo a la colombiana no les ofrece nada, ni en el presente ni en el futuro, a los pobres de este país, salvo morirse de hambre, eso si con el cuento de que vivimos en el país más feliz del mundo.

Hasta el conservador periódico londinense The Times en una comparación que hizo de las dos muertes, en la que, dando muestras de su postura de clase, dice que mientras Santo Domingo «representa el éxito en el mundo del capitalismo», el asesinato de Cano indica «el fracaso de la utopía comunista, tiene que reconocer que la guerrilla colombiana se ha «convertido tal vez en la más vieja del mundo» porque «para muchos muchachos campesinos la posibilidad de una comida diaria, un uniforme y un fusil son la mejor opción frente a la vida de un tugurio sin oportunidades» [7] . Y al respecto la revista Semana, órgano de las clases dominantes de Colombia agrega con cinismo: «El doble obituario del periódico The Times ilustra las contradicciones dialécticas de la realidad colombiana. Por un lado, el hombre que simboliza el éxito en el mundo empresarial globalizado del siglo XXI, cuya muerte ha sido acompañada de múltiples reconocimientos y homenajes. Por otro, el que le dedicó su vida entera a combatir ese sistema a través de las armas, que acabó siendo dado de baja en una madriguera, en medio del júbilo nacional por su desaparición» [8] .

Comentarios aparte, que el capitalismo sea exitoso está puesto en duda en todo el mundo por la profunda crisis que lo carcome y que el ideal comunista muera por el asesinato de un hombre es un disparate. Esta es una típica lectura de las clases dominantes que efectivamente creen que el capitalismo es exitoso porque hay ricos y pobres, y que los fracasados son los que, como Alfonso Cano, han muerto combatiendo a ese sistema injusto y explotador. Además, ese enfoque presenta la alegría de clase al ver morir a un adversario, como si fuera la alegría de todo un pueblo y supone que cuando muere un burgués todos perdemos. Una mirada histórica nos indica todo lo contrario, que quienes quedan en la historia no son los Santo Domingo y sus émulos, sino aquellos que los han enfrentado y que han demostrado su superioridad moral al ser consecuentes con el riesgo de morir al combatir a una oligarquía criminal y gangsteril, como la colombiana.

(*) Renán Vega Cantor es historiador. Profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional, de Bogotá, Colombia.  Autor y compilador de los libros Marx y el siglo XXI (2 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 1998-1999; Gente muy Rebelde, (4 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002; Neoliberalismo: mito y realidad; El Caos Planetario, Ediciones Herramienta, 1999; entre otros. Premio Libertador, Venezuela, 2008.

NOTAS:

[1] . Mancuso dice que directivos de Postobón y Bavaria tenían conocimiento de los pagos de estas empresas a los paramilitares, en www.semana.com/on-line/ mancuso … bavaria …/103676-3.aspx

[2] .Cecilia López de Montaño, «Las donaciones de Julio Mario», en El Pasquín, 28 de enero de 2007. Puede consultarse en: blog.un pasquin .com/2007/01/las- donaciones-de-julio – mario .html

[3] . Héctor Abad Faciolince, «Un recuerdo y una reflexión», en El Espectador, octubre 8 del 2011.

[4] . Gerardo Reyes, Don Julio Marío Santo Domingo, Biografía no autorizada, Ediciones B, Bogotá, 2003.

[5] . www.verdadabierta.com/…/3731-arzobispo-de-cali-cuestiona-la-mue…

[6] . Citado en grandesmontanas1110.blogspot.com/…/adolfo-sanchez-vazquez.html

[7] . www.semana.com/wf_ImprimirArticulo.aspx?IdArt=167381

[8] . Ibíd.


Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del  autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.