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Entrevista a Félix López, ganador de la primera edición del premio internacional de emancipación

Dos siglos de mitos mal curados y muchas historias por rescribir

Fuentes: La Jiribilla

Durante seis años el periodista cubano Félix López estuvo trabajando en Venezuela, cuatro de ellos como editor de la revista y el sitio web Patria Grande. Antes había escrito para periódicos de la Isla como Granma y Juventud Rebelde y revistas como El Caimán Barbudo, Somos Jóvenes y Verde Olivo; y publicado los libros Emigración: […]

Durante seis años el periodista cubano Félix López estuvo trabajando en Venezuela, cuatro de ellos como editor de la revista y el sitio web Patria Grande. Antes había escrito para periódicos de la Isla como Granma y Juventud Rebelde y revistas como El Caimán Barbudo, Somos Jóvenes y Verde Olivo; y publicado los libros Emigración: pronósticos del tiempo, Cantores de la rosa y de la espina , Resurrección en el Himalaya, La escuela que diseña el futuro y Honduras, golpe y experimento imperial. Sin embargo, como él mismo afirma, fue su estancia en la República Bolivariana lo que le decidió a escribir Dos siglos de mitos mal curados, texto con el cual resultó ganador de la primera edición del Premio Internacional de Investigación sobre la Emancipación, certamen convocado por la Fundación Celarg, ente adscrito al Ministerio del Poder Popular para la Cultura, que forma parte de las actividades desarrolladas en el marco de la conmemoración del Bicentenario de la independencia en Venezuela.

«Dos siglos de mitos mal curados es un libro que comencé incluso antes de saber del premio. Está muy marcado por la obsesión del presidente Chávez porque la gente aprenda historia, y seis años trabajando y viviendo aquí me fueron motivando a empezar una investigación sobre diversos temas latinoamericanos. Cuando casi estaba llegando a La Habana, vi la convocatoria para el concurso por el Bicentenario y entendí que el libro estaba relacionado con el premio. Lo trabajé durante todo un año. Cuando lo tuve listo, casi ni lo envío, porque había terminado con una tesis anticoncurso: no había nada que celebrar en América Latina, y acudir a la fiesta del Bicentenario era una farsa; pero finalmente lo mandé.

«Se hizo una preselección de los trabajos y vi que estaba incluido en la lista publicada, junto con el de otra muchacha cubana, Patricia Jiménez . El libro siguió su camino, habían dicho que el 19 de abril iban a dar el resultado y el 17 más o menos me llamó Tommy, el caricaturista, que estaba viendo Venezolana de Televisión en La Habana para decirme que el jurado estaba dando los resultados por televisión, y que me había ganado el premio. Al otro día, me lo comunicaron oficialmente.

«El jurado tuvo que brindar una rueda de prensa donde explicó por qué había dado el premio, porque ese reconocimiento incomodó a algunos por varias razones: entre ellas, el concurso había movido a un grupo de intelectuales venezolanos de renombre como Vladimir Acosta, uno de los principales historiadores de este país y una de las menciones de honor del premio, cuyo libro tiene una tesis un poco encontrada con la mía. Como publicaron los dos, se complementan mucho entre ellos, porque cada cual trae una versión de la historia y eso permite, al leerlos, sacar tus conclusiones. La primera edición del libro la hizo el Celarg, ahora Monte Ávila Editores va a preparar otra. Por supuesto, tengo mucho interés en que se haga una edición cubana del libro para la cual voy a donar los derechos.»

¿Cuánto te ayudó tu labor como editor de Patria Grande a tener esta visión latinoamericanista que comprende también, por ejemplo, la historia indígena?

Si no hubiese estado el tiempo que estuve aquí, no hubiese hecho ese libro, sino otro. En ello influyó no solo el trabajo en Patria Grande, sino también que en los últimos años estuvimos haciendo documentales por América Latina, que me permitió recorrer casi todos los países desde Centroamérica hasta el sur, entrar en contacto con la gente, conocer historias.

El libro es una reivindicación de las historias que la gente ha ido rescatando. Me propuse hacer la columna vertebral de un poquito más de 200 años con los momentos que la historia oficial nos había marcado como hitos de la emancipación, de la independencia, y traté de contraponerle a esa versión de quienes escribieron la historia, la de los pueblos. Decía que el libro es anticonmemoración del Bicentenario porque antes de las fechas que la historiografía oficial marcó como el inicio de las luchas de emancipación en América Latina, pasaron muchos procesos borrados deliberadamente. Si buscas la historia de Túpac Amaru , de Túpac Katari, de los comuneros de Paraguay, de Nueva Granada, que se alzaron contra el dominio colonial español, no aparece nada, debes reconstruirla a trozos porque no está.

También se ha obviado la historia de la independencia de Haití, nuestra primera república negra, en 1804, cuatro años antes de que empezaran las juntas de independencia en América. En 1876 los yanquis comienzan a meterse en América Latina, empieza Tomas Jefferson a decir: estamos listos para quitarles las posesiones a los españoles pedazo a pedazo. Ahí venía todo un plan extendido hasta hoy; el libro cuenta, luego de esta historia de Jefferson, 165 intervenciones norteamericanas en América Latina y 64 golpes de Estado en los cuales EE.UU. ha estado vinculado. Entonces de qué emancipación hablamos, no existe, si no es en lo económico, es en lo militar o en lo político, pero siempre ha habido un sojuzgamiento.

Evo Morales, cuando llegó la celebración del Bicentenario a Bolivia, preparó en su lugar unas fiestas para subir al sitio que le correspondía a Túpac Katari. Aquello generó una polémica mediática extendida a América Latina, pero él lo hizo porque Murillo fue el hombre subido a los pedestales por los bolivianos cuando acabó la guerra, un sanguinario que servía a la corona y exterminó a los indios, ese es el héroe nacional.

Otra farsa es la historia de las juntas: diez juntas emancipatorias, que supuestamente se estaban liberando de España y todas juraron fidelidad al Rey. Cuando en la historia hay alguna referencia a estos alzamientos indígenas, los califican de aislados, sin planes concretos, como si nuestros indígenas fueran unos locos que solo tiraban flechas. El libro rescata la verdad histórica y le dice a la gente: hasta que no se reconozcan los otros procesos no pueden poner una fecha de arrancada. Hay muchas historias salidas de los pueblos.

A los investigadores del Celarg les parecía insólito que un ensayo de esa naturaleza se pudiera construir no solamente a partir de fuentes como libros viejos, materiales en bibliotecas, porque en la bibliografía del libro te topas desde un blog personal de alguien en Argentina, hasta el blog de un colectivo indígena en Bolivia. Se le da credibilidad también a las fuentes alternativas, a lo que la gente ha ido recogiendo y salvando. En ese sentido el texto ha levantado ronchas, y mucha gente se va a cuestionar cosas porque le estoy dando crédito y voz a quienes nunca escribieron la historia.

Ello entronca con una tendencia que ha ido cobrando fuerza en los últimos tiempos y que en Cuba se ha construido fundamentalmente alrededor de historias de grupos específicos, «minorías», pero en este caso se abre a un diapasón más amplio englobando a todo el continente…

Sí, y sobre todo al tema racial: nos blanquearon a nuestros héroes, O’Higgins era hijo de una india tehuelche; San Martín tenía una madre indígena guaraní; Bolívar tenía unos sólidos orígenes afroamericanos y nos lo pintaron como el hombre blanco, de facciones finas, bonito, cuando todo eso no es verdad. Los hombres que hicieron de verdad la independencia y llevaron la guerra por todo el continente tenían sangre indígena, pero en la escuela a nosotros no nos lo enseñaron. No quiero que a mis hijos se lo enseñen así.

Cuando llegué a Venezuela, me topé con el escándalo por la exhumación de los restos de Bolívar, y un historiador, con varios libros publicados por los cuales se estudia en la universidad, estaba diciendo que Manuelita Sáenz era una de las veintitantas barraganas de Bolívar; qué manera de minimizar la historia llamar a esa mujer prostituta. Eso es denigrar a las mujeres, es racista, es tergiversar la historia, porque ella tenía «su» historia, y en el libro se reivindica.

Efectivamente suele haber un gran desfasaje entre las posiciones más avanzadas dentro de las investigaciones históricas y lo que se sigue enseñando en las escuelas…

Mitos mal curados vamos a encontrar cada vez que comencemos a hurgar. Por ejemplo, en la guerra de la Triple alianza, durante la Guerra del Chaco, hubo una batalla que puso fin a la guerra porque resultó una atrocidad, donde mataron a tres mil niños. Ahí fue donde murió el general Solano López y le aniquilaron sus hombres. Entonces, las mujeres decidieron enfrentarse ellas y sus hijos a 37 mil realistas, y fueron masacrados. Esa historia la cuenta la gente de allá. Allí hay un valle con una mina y los pobladores paraguayos, 200 años después, todavía dicen que sienten en las profundidades de la mina los gritos de los niños y las bombas. Se va creando toda una mitología transmitida de generación en generación, pero la historia oficial no lo contó, porque no podía decir que habían aniquilado a un ejército de independentistas y después habían asesinado a tantos niños. Ni los paraguayos lo saben, y es lo que debemos rescatar y decir.

En la medida en que los pueblos vayan escribiendo su historia, van a sentir la necesidad de volar en pedazos todo lo escrito. El hecho mismo de que este libro haya sido premiado por el Celarg, que era una institución bastante de derecha al servicio de la oligarquía, y que hoy en Venezuela instituciones como estas respondan a los pueblos, da la medida del cambio, de que algún día esa historia sacrosanta, bendecida por la academia, va a ser revisada.

Fuente: http://www.lajiribilla.cu/2010/n483_08/483_10.html