Por gentileza de dos madres que militan en la Red de Madres y Familiares de Víctimas de Drogas, llegó a mis manos Prevención del consumo problemático de drogas, un libro escrito por la licenciada Graciela Touzé (en adelante GT), que está destinado a docentes y al trabajo en las aulas. El texto está prologado por […]
Por gentileza de dos madres que militan en la Red de Madres y Familiares de Víctimas de Drogas, llegó a mis manos Prevención del consumo problemático de drogas, un libro escrito por la licenciada Graciela Touzé (en adelante GT), que está destinado a docentes y al trabajo en las aulas. El texto está prologado por Alberto Sileoni, ministro de Educación de la Nación y por María Brawer, subsecretaria de Equidad y Calidad. Goza, además, del «aval-respaldo» de la presidente de la Nación, Cristina Kirchner.
El libro tiene como uno de sus ejes la crítica de las políticas preventivas que hacen eje en el castigo al consumidor, y estigmatizan socialmente a los adictos, asociándolos con el delito. En este sentido, acompaña al «nuevo enfoque», centrado en la despenalización del consumo, que están promoviendo gobiernos latinoamericanos, así como corrientes que van desde la derecha liberal (a nivel mundial la vanguardia sea tal vez el semanario The Economist), a la izquierda, y otros sectores. Muchos proponen incluso despenalizar la comercialización de las droga. Pero es en este marco, que Prevención… relativiza el peligro que representan sustancias como la cocaína y heroína. Más concretamente, sugiere que probar una dosis de cocaína es tan problemático como probar un vaso de vino, un cigarrillo o un café. Lo «problemático» solo aparecería cuando existen intoxicaciones agudas, usos regulares crónicos y dependencia (p. 34). Por eso, aconseja GT, hay que hacer uso, sin caer en el abuso o en la dependencia. En otras palabras, no existiría ninguna conexión particular entre el uso esporádico de cocaína, y el deslizamiento hacia la dependencia. Destaco que este texto se envía a los colegios en medio de una pronunciada caída, ocurrida en los últimos tiempos, de la percepción del riesgo implicado en el uso de drogas. Según me informan las militantes de la Red de Madres, la baja detectada es del 20%; existen, además, razones para pensar que en la juventud la caída es mayor.
En esta nota quiero tratar solo el enfoque global desde el que se argumentan estas posiciones en GT. Es un enfoque que se ubica en el marco del llamado relativismo epistemológico. El tema me parece importante porque existe toda una corriente de opinión, dentro de la izquierda y el progresismo, que considera a los enfoques relativistas casi «revolucionarios». Opino que esto no tiene nada de progresivo, y menos aún de «revolucionario». Más bien introduce un enfoque reaccionario y contrario al conocimiento científico.
Relativismo e historia en Prevenciones…
Para sustentar su posición GT apela al relativismo epistemológico, y a una historia «sui generis» (que se apoya en el relativismo). En esencia, GT plantea que lo que pensamos sobre, o sentimos ante, las drogas, tiene que ver con construcciones sociales y culturales. El actual temor a la droga que tienen algunos es producto de una construcción social, y no tiene base en una realidad externa conectada con las propiedades de la droga «en sí». Según GT, la historia lo demostraría: afirma que las drogas se han consumido desde hace miles de años, y «sus virtudes fueron explotadas a fondo por las grandes culturas». Agrega que han sido «facilitadoras del vínculo social»; que todo grupo humano hizo uso de ellas; y que su uso es «un fenómeno plural». Esta experiencia histórica demostraría que el problema no es la sustancia, sino en qué entorno histórico y social se consume. El «problema» de la droga es una construcción de la modernidad. ¿Y por qué habría pasado a ser un «problema» con la modernidad? Porque, siempre según GT, con la modernidad se rompieron los vínculos sociales tradicionales y el Estado pasó a intervenir en los consumos de las personas. GT no nos dice en qué época sucedió esto (la «modernidad» es bastante difusa), ni precisa qué entiende por «modernidad». Sin mayores precisiones, explica que quien estuvo en contra de la droga fue el capitalismo norteamericano, porque quería controlar a los «grupos peligrosos» como los mexicanos, negros, irlandeses, chinos. De esta manera, GT asimila el uso de la droga con la resistencia de los grupos «peligrosos» al capitalismo estadounidense. Estar en contra de la droga se identifica así con la defensa del sistema capitalista (estadounidense), y el «problema de la droga» es una construcción de este último. Entre otras conclusiones, sostiene (cuando critica el modelo de prevención médico sanitario) que no hay que infundir temor a probar drogas y que no hay que subrayar los efectos perniciosos que pueden tener las sustancias. Anotemos que este discurso es el que rodea al debate acerca de la despenalización.
No hay realidad objetiva
Siguiendo a Sokal (2008), entiendo por relativismo epistemológico una filosofía que proclama que la verdad o falsedad de una afirmación que se refiere a un hecho o fenómeno, es relativa a un individuo o grupo social. Prevención… se ubica claramente dentro de este marco. Lo que está afirmando es que no hay una realidad objetiva, como que ciertas sustancias afectan las neuronas y generan dependencia. Es que, según GT, la percepción de un fenómeno -dependencia de la droga, por caso- dependería exclusivamente de las creencias, concepciones e ideas sociales dominantes, y no habría forma de saber si hay una realidad, o cuál es la realidad, por fuera de esas creencias, concepciones e ideas sociales dominantes. Por eso, si hoy existe una percepción social dominante de que la droga es perniciosa, esto solo puede obedecer a una lógica de dominación del capitalismo (estadounidense). Éste es el mensaje fundamental de Prevención…. Es cierto que en algún pasaje (p. 22) admite una realidad llamada sustancia-droga. Sin embargo, lo hace para pasarla a segundo plano: «el ‘problema droga’ remite hoy más que a datos objetivos sobre la realidad del fenómeno, a una determinada percepción asentada en concepciones». Para «bajar a tierra» este mensaje, digamos que si una madre ve que su hijo está descompuesto y desesperado por más droga, que no razona, etc., lo importante no es esa «realidad», sino la «concepción» de la madre que está determinando su «percepción» de algo que, tal vez, no exista. En esencia, nadie puede saber si el chico está drogado, debido a que nuestras concepciones están infestadas de ideología dominante, que genera pseudos problemas. Por eso, y siempre según este enfoque, lo más probable es que «chico que está drogado» sea uno de esos tantos «pseudo problemas», creados por el capitalismo estadounidense.
El problema con esta concepción es que a partir de un hecho cierto, a saber, que las percepciones sociales están fuertemente condicionadas por las instituciones, y sus respuestas, deriva la falsa idea de que no existe verdad científica (sometida a pruebas, verificación, etc.) acerca de la peligrosidad de la droga. Dado que, además, GT ha «demostrado» que la droga recién fue elevada al rango de «problema» por el capitalismo de EEUU (con el advenimiento de la «modernidad»), lo más probable es que donde los padres de un chico adicto estén viendo un «problema», en realidad se trate de un derivado de sus mentes colonizadas. Es gente que se ha generado un problema meramente conceptual, a partir de percepciones condicionadas por conceptos equivocados.
Externalismo del contenido mental
Pues bien, frente a esta concepción, defiendo un enfoque materialista; o también, la tesis que Westphal llama el «externalismo del contenido mental». Esta tesis dice que al menos algunos de los contenidos de algunos de nuestros estados mentales pueden ser plenamente especificados solo en relación a objetos o eventos de nuestro entorno que son externos a nuestras mentes o cuerpos (Westphal, p. 65, nota). Esto significa que si varias personas están advirtiendo que alguna o algunas personas están viendo perjudicadas sus capacidades mentales (aprendizaje, capacidad de relacionarse socialmente, etc.), esto no es una mera «construcción mental» generada por la ideología (imperialista o de cualquier otro tipo), sino responde a un fenómeno externo (al pasar, nótese que esta concepción entraña un enfoque social del conocimiento). La posición de GT es, naturalmente, la opuesta. No hay manera de saber si existe una realidad externa, o en todo caso, no hay manera de obtener conocimiento alguno de ella, ya que, según esta tesis, nuestras percepciones solo son expresiones de nuestros caracteres individuales, sociales e históricos y, como tales, son arbitrarias.
Es esta concepción la que le permite a GT, por otra parte, pasar por alto cualquier evidencia empírica y científica que haga referencia al carácter peligroso de ciertas sustancias. Si todo es construcción social e histórica, si además siempre están generadas por los poderes dominantes, no hay manera de saber si la Tierra es cuadrada o redonda; si gira alrededor del Sol, o si éste gira alrededor de la Tierra; o de saber si la cocaína es más adictiva que el té de tilo, o si éste lo es más que la cocaína, o si ninguno es adictivo, etc. A esta «ciencia» se reduce este abordajes «libre de prejuicios» de GT. De manera que puede pasar por alto, y cómodamente, evidencias científicas.
Por ejemplo, en el caso de la cocaína, investigadores y médicos plantean que su uso altera la producción de dopamina en el cuerpo humano de una manera cualitativamente distinta de lo que lo hacen otras sustancias, y que esta circunstancia genera un alto riesgo de adicción. El dato es importante, aunque siempre será necesario mantener un escepticismo moderado. Las diferentes teorías gozan de diferentes grados de crédito, dependiendo de la cantidad y calidad de datos que las apoyan (la tesis de que la Tierra es redonda está mejor respaldada que la que relaciona la cocaína con la dopamina). Pero lo que no tiene sentido (y es profundamente reaccionario) es sostener que el dato obtenido en los análisis químicos y en los laboratorios carece de relevancia porque «todo es construcción social». Solo los charlatanes (y en las «ciencias sociales» parecen abundar) pueden desconocer que los seres humanos tenemos, además de una constitución social, una constitución biológica (prueben a vivir sin ingerir alimentos ni agua). Además, afirmar, como hace GT, que por el hecho de tener en cuenta esta base biológica deban desconocerse los condicionamientos sociales -que inducen a alguien a ingerir alcohol o cocaína, etc.- es, por supuesto, otro error, y de nuevo, mayúsculo. Las asociaciones «libres» del tipo «si usted habla de fenómenos químicos y biológicos en el cerebro, no tiene en cuenta lo social», o «está a favor de la penalización del consumidor», son solo eso, asociaciones «libres», tan libres, que carecen de cualquier rigor.
Como se ha dicho muchas veces, el relativismo cognitivo es víctima de la auto-refutación. Es que si todo es construcción social, si la «realidad de los fenómenos» están en un segundo plano, ¿cómo sabemos que todo lo que dice GT no responde también a una concepción dominante, perversa y colonialista? Por ejemplo, ¿por qué afirma que existió «persecución del Estado norteamericano a ciertos grupos», si su propia percepción de este fenómeno está determinada por conceptos social e históricamente construidos? Y lo mismo se aplicaría a cada una de las afirmaciones de Prevención. Pero si esto es así, ¿por qué se presenta este libro como el material privilegiado en la cuestión drogas, y para colmo respaldado por la autoridad del Gobierno? La propia concepción relativista obligaría a abrir la posibilidad a las expresiones no relativistas.
El derecho a la información
En todo esto no estoy discutiendo cuál es el camino más eficaz para prevenir adicciones como al tabaco, el alcohol o la cocaína, sino cuestionando el enfoque y la información que se está brindando a los docentes y a la juventud sobre el tema. Solo quien se cree el dueño de «la» verdad, piensa que puede «administrar» la información como se le dé la gana. El criterio que defiendo es el opuesto. La gente (y en este caso, los docentes, los padres y los alumnos) tienen el derecho a conocer toda la información. Por ejemplo, existen investigadores que sostienen que cuando el consumo de cocaína es esporádico, una vez al mes o cada más tiempo, las conexiones de neurotransmisores se reajustan en muchos casos, sin secuelas notables (aunque depende del estado de la persona, y de otros factores). Sin embargo, también se explica que debido a la sensación placentera, puede haber fuertes tentaciones de repetir. Por este motivo, muchos sostienen que probar la cocaína conlleva riesgos elevados. Además, precisan que parte del proceso de devenir adicto encierra también la negación de la adicción. Y que la persona que consume va generando una creciente tolerancia a la droga. En consecuencia, afirman que no es el mismo el grado de adicción que puede generar el consumo ocasional de un vaso de vino, o de café, que el de una dosis de cocaína o heroína. Por supuesto, alguien puede decir que esto no es así. Pero hay que demostrar que no es así, y explicar por qué. En este respecto, no vale de mucho afirmar que el que midió tal grado de dopamina en el cerebro del consumidor de cocaína registró esa medición porque su cerebro de investigador está «colonizado» por el imperialismo americano. En cualquier caso, si en los laboratorios se ha registrado que existe una sustancia que, por fuera de nuestra mente, genera una reacción química que tiene tales efectos, lo que cabe es decirlo. Nadie tiene derecho de ocultar esta información (y este asunto es un poco más serio que manipular el INDEC), y menos con el argumento de «todo el problema es producto de una construcción mental».
En defensa de la tradición científica y racionalista
Uno de los temas que mejor plantea Sokal, y con las que no puedo manifestar mayor acuerdo, es su defensa de las tradiciones científicas, en oposición al oscurantismo reaccionario que se refugia en los «relatos». Como subraya Sokal una y otra vez, es un grave error pensar que el conjunto del discurso científico es una mera construcción social. Este es un argumento que ha encajado muy bien en los nazis («el Holocausto es un cuento de los judíos») o en otras fuerzas retrógradas («la teoría de la evolución es un relato con la misma, o menor, validez, que la biblia») o capitalistas (las tabacaleras dirían que el peligro de la nicotina es «construcción social»). Frente a esto, Sokal señala que mientras los científicos intentan obtener una visión objetiva del mundo, o de ciertos aspectos de éste, lo mejor que pueden, los relativistas les dicen que están perdiendo el tiempo, y que semejante empresa es una ilusión (véras Sokal, p. 230). Es lo que vendría a decir también GT a quienes quieran investigar las propiedades y los efectos objetivos de cualquier droga sobre el cerebro. «Pierden el tiempo, porque el problema es una construcción social del imperialismo». Y que, de todas maneras, cualquiera sean las conclusiones que saquen esos investigadores, no es necesario ni conveniente transmitirlas a la docencia o a la juventud. Todo esto disfrazado de ropaje progre-izquierdista. Desgraciadamente, muchos sectores de izquierda hoy parecen plegarse a este discurso o, al menos, lo consienten.
En este punto no puedo resistir la tentación de citar a Sokal, cuando comenta el curioso giro histórico que se ha producido en las últimas décadas. Dice: «Durante la mayor parte de los últimos doscientos años, la izquierda se ha identificado con la ciencia y en contra del oscurantismo; hemos creído que el pensamiento racional y el análisis valiente de la realidad objetiva (natural y social) son armas eficaces para combatir las mistificaciones fomentadas por los poderosos, además de ser fines humanos deseables por sí mismos. Y, sin embargo, a lo largo de los últimos veinte años, gran número de estudiosos de las humanidades y científicos sociales ‘progresistas’ e ‘izquierdistas’ (pero, prácticamente, ningún científico natural, sean cuales sean sus opiniones políticas) se han distanciado del legado de la Ilustración y… han abrazado una u otra versión de relativismo epistemológico» (p. 158).
Luchas sociales progresistas
Como no podía ser de otra manera, y a pesar de su disfraz «progre», el planteo de GT es, globalmente, reaccionario. Para explicarlo con un ejemplo: las grandes compañías tabacaleras durante mucho tiempo ocultaron información sobre las consecuencias de la nicotina en el cerebro. Y aumentaron las dosis de nicotina para crear adicción en los consumidores. Por esta causa, hubo una lucha, librada por cientos de activistas, para obligar a las empresas a revelar estas cuestiones, y para advertir a los fumadores de los riesgos implicados en el consumo de tabaco. ¿Qué decir del «progre-izquierdista» que saliera a explicar que todo es «construcción histórico-social», que el peligro del tabaco y la nicotina es un «pseudo problema», y que las pruebas de laboratorio sobre los efectos de la nicotina no deben difundirse para «no generar miedo»? Bonito servicio a la humanidad. La realidad es que la campaña de denuncia contra las tabacaleras fue progresista. Naturalmente, también puede haber influenciado en la derrota de estas grandes compañías el hecho de que el tabaquismo represente un costo importante para el capital de conjunto (en términos de mantenimiento o deterioro de la fuerza de trabajo), además de constituirse en un peligro para la salud en general. Pero nada de esto desmiente la realidad objetiva, que la nicotina genera adicción, que las tabacaleras manipularon la sustancia para incrementar sus ventas, y que el aumento de la percepción del riesgo encerrado en el tabaco provocó una fuerte disminución del consumo, al menos en los países capitalistas más desarrollados.
Una historia sin sustento
Los efectos del relativismo epistemológico también se hacen sentir en la historia que cuenta Prevención… . Es que si todo es «construcción social», cualquier relato parece posible. Según GT, la droga fue construida como «problema» para desarticular la resistencia de minorías potencialmente subversivas en EEUU. Entre otras razones, porque la droga ayudaría a la socialización. Pero entonces, ¿cómo se explica, por ejemplo, que Gran Bretaña le haya impuesto a China, en el siglo XIX, la aceptación del comercio del opio? ¿Eran los colonialistas ingleses «progres», interesados en promover las vinculaciones sociales de los chinos? ¿Qué lógica tiene esto? Más en general, ¿qué decir de la larga lucha de los movimientos socialistas, anarquistas y otros, contra el alcoholismo y otras adicciones? Engels, por ejemplo, denunciaba los estragos que provocaba el alcohol en la clase obrera inglesa, sin por ello dejar de poner énfasis en la raíz social del problema (véase La situación de la clase obrera en Inglaterra). Según el compañero de Marx, el alcoholismo era la consecuencia de la explotación, de la falta de perspectivas, de la pobreza, el hambre y la desocupación. Pero al mismo tiempo constataba que hacía estragos en el ánimo y el cuerpo de sus víctimas. Esta posición fue mantenida históricamente por el socialismo. En otras ocasiones, se ha denunciado que la droga fue utilizada para dominar y debilitar a los resistentes. Cuando los japoneses ocuparon Manchuria, produjeron grandes cantidades de opio y heroína; buscaban generar muchos adictos, para romper la voluntad de resistencia del pueblo chino a la ocupación. En EEUU, activistas de los Panteras Negras denunciaron que en la década de 1960 los barrios pobres con población negra se inundaron de píldoras, marihuana y heroína de gran pureza, y que esto era promovido por el Departamento de Estado, apuntando a la destrucción de la militancia.
Seguramente todo esto necesite de más estudios y pruebas empíricas, pero no puede ser pasado por alto con el pretexto de «todo es construcción social del imperialismo de EEUU». Incluso en lo que hace a la evolución de la cocaína, las cosas no parecen encajar en el relato de GT. Si la cocaína era un elemento de resistencia de las comunidades, no puede explicarse por qué tuvo amplia aceptación en el siglo XIX. La Coca Cola tenía dosis de cocaína, la industria del cine la promovía, millones de personas la consumían, y hasta el joven Freud la recomendaba para curar depresiones. El consumo masivo de estupefacientes es un fenómeno típico del capitalismo (la producción en masa de sustancias como la cocaína era desconocida en sociedades precapitalistas). Solo cuando empezaron a verse los efectos perniciosos del consumo, a fines del siglo XIX, se levantó el clamor público por restringir su uso. Recién en 1903 la Coca Cola fue obligada a quitar la cocaína de la fabricación de la bebida. ¿Era esta empresa entonces una víctima del capitalismo norteamericano, empeñado en crear un falso problema? El relato posmoderno de Prevención… parece encajar bastante mal con los datos históricos.
En conclusión, el relativismo epistemológico termina en una historia plagada de incoherencias, pero que es funcional a la idea que preside el texto, a saber, que «el problema» de la droga es mera construcción social, y no tiene bases en realidad objetiva alguna. A la vista de trabajos como Prevención…, no es de extrañar que continúe disminuyendo la percepción del riesgo implicado en el consumo de drogas. Este texto, además, es enviado para la instrucción de los jóvenes en un momento en que se extiende el consumo y el tráfico de drogas; en que se profundiza la aceptación social del alcoholismo -la «previa», etc.-; en que también se extiende el uso del alcohol combinado con psicotrópicos. Y continúan avanzando las redes de traficantes, en combinación con los poderes del Estado, y los circuitos financieros internacionales.
Textos citados:
Sokal, A. (2008): Más allá de las imposturas intelectuales. Ciencia, filosofía y cultura, Barcelona, Paidós.
Westphal, K. R. (2003): Hegel’s Epistemology, Indianapolis, Hackett Publishing.
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