El careo entre el ex dictador Pinochet y el general (R) Contreras, ex director ejecutivo de la dirección nacional de los servicios de inteligencia (la DINA), dejó las cosas donde mismo, pero entró en la historia como la confrontación entre quienes tuvieron el control omnímodo de la vida y la muerte en Chile. De paso, […]
El careo entre el ex dictador Pinochet y el general (R) Contreras, ex director ejecutivo de la dirección nacional de los servicios de inteligencia (la DINA), dejó las cosas donde mismo, pero entró en la historia como la confrontación entre quienes tuvieron el control omnímodo de la vida y la muerte en Chile. De paso, Manuel Contreras (el «Mamo») acusó a los generales (R) Odlanier Mena y Enrique Montero Marx de quemar la documentación de la DINA y de la Secretaría Nacional de Detenidos.
¡Usted mandaba la DINA, general, que quede claro de una vez! -le dijo con firmeza Pinochet a Manuel Contreras.
-¡Sí, general, pero usted era el que ordenaba todo, y eso también que quede claro! -replicó Contreras.
Estas afirmaciones, repetidas varias veces, se constituyeron en el momento más crispado del careo practicado este viernes 18, en el Club Militar de Lo Curro, por el juez Víctor Montiglio, como parte del juicio por los crímenes de la Operación Colombo.
Ambos militares insistieron en ese punto varias veces, y se generó un intercambio de acusaciones mutuas, que apoyaron con gestos de sus manos. Mal que mal, era el corazón del careo. Establecer lo que ya para muchos está más que claro: quién era el verdadero jefe de la DINA.
-Yo vengo preparado, magistrado -le dijo Contreras al juez, de entrada.
-Así lo veo -respondió Montiglio-. ¿Y qué documentos trae ahí, general?
Entonces Contreras sacó un legajo muy antiguo.
-Yo quiero demostrar cómo el general Pinochet, ya a fines de 1973, me había nombrado como su «delegado» en el trabajo para formar la DINA -dijo Contreras, extrayendo un papelito firmado por el mismísimo Pinochet.
En él se leía: «El Presidente de la Junta de Gobierno certifica que el Teniente Coronel MANUEL CONTRERAS SEPULVEDA es su Delegado para realizar diligencias ante diferentes Organismos autónomos, fiscales y particulares, los cuales deberán prestarle apoyo y solucionar lo que solicite». Firma: «Augusto Pinochet Ugarte, General de Ejército, Presidente Junta de Gobierno». Fecha, «Santiago, 13 de noviembre de 1973». Timbre: «República de Chile-Junta de Gobierno-Casa Militar». Otro sello: «Sergio Antonio Carmona Barrales, Notario Público Titular Nº 36, Santiago».
UN BAÚL MISTERIOSO
Contreras puso cara de triunfo y miró al juez, luego a Pinochet. Éste guardó silencio. Su firma estaba ahí, y no podía desconocerla. Con ese antiguo pero precioso documento que había atesorado, el «Mamo» pretendía demostrar en el instante que, incluso desde cuando la DINA se encontraba todavía en gestación, él había sido siempre sólo un «delegado».
La confrontación duró dos horas y veinte minutos, pero ninguno cedió: Pinochet en lo suyo, descargando responsabilidad, achacando toda la responsabilidad a su subordinado y acusándolo de hacer las cosas por su cuenta, y Contreras sin ceder un milímetro, imputando a su jefe haber sido el «Director Superior» del organismo, y el que ordenaba todo en la DINA.
El juez Montiglio sintió tanta curiosidad por la carpeta llena de documentos portados por Contreras, entre ellos el decreto ley Nº 521 del 18 de junio de 1974 que creó la DINA y que el «Mamo» también mostró para reafirmar su alegada dependencia, que no pudo dejar de hacerle una pregunta:
-Dígame, general, ¿es cierto que usted sacó de Chile en un barco un baúl lleno con la documentación de la DINA?
El «Mamo», canchero, le respondió:
-Señor juez, la DINA tuve que entregarla en dos horas cuando me la pidieron, y no tuvimos tiempo de sacar nada. Toda la documentación DINA la quemó el general Odlanier Mena, quien asumió el mando de la CNI. Y más aún, me permito informarle magistrado que el señor Enrique Montero Marx, quien era subsecretario del Interior, quemó además toda la documentación de Sendet (Secretaría Nacional de Detenidos).
UNA DISCULPA
Los generales (R) Contreras y Pinochet llegaron casi juntos a las 10:20 a la cita en el Club Militar, emplazado en la fastuosa mansión que Pinochet se mandó construir para uso propio en Lo Curro.
Nunca antes el ex dictador fue careado con alguien, e intentó no asistir al encuentro. Su abogado, Pablo Rodríguez, trató por la mañana del viernes suspender la cita, pero el juez Montiglio no aceptó. Palpitaba la historia. Los dos hombres con más poder durante la dictadura se encontraban cara a cara.
Hacía varios años que no se hablaban. La última vez, en mayo de 1995, Pinochet llamó a Contreras para que saliera del fundo Viejo Roble, y se entregara a la policía para cumplir su condena por el crimen de Orlando Letelier. Dos años antes, le dio vuelta la espalda en la Escuela Militar, cuando el Mamo se le acercó para saludarlo en el acto donde, juntos, celebraron los 20 años del golpe militar.
Este viernes Pinochet pareció recobrar de golpe la memoria, y frente a Contreras y al juez, se desdijo de la acusación que el lunes 14, interrogado por el propio Montiglio, le lanzó al ex jefe de la DINA.
-No es cierto, no es cierto que el general Contreras alguna vez me ofreció unos depósitos de fondos en el extranjero -dijo, desdiciéndose del argumento de que por esta razón echó a Contreras del Ejército y lo mandó a los cuarteles de invierno en 1977.
-Quiero pedirle disculpas al general Contreras por eso, no sé por qué lo mencioné -dijo.
La primera vez en que Contreras imputó directamente a Pinochet ordenar todo lo actuado por la DINA ocurrió hace dos años, en el proceso por la Operación Cóndor. «Como director ejecutivo de DINA, yo sólo recibí órdenes de parte del Presidente de la República. La DINA tuvo la misión de extirpar y eliminar el extremismo marxista, cumpliendo al pie de la letra las órdenes que se me impartieron directamente por el Presidente de la República, de quien dependía».
Nunca antes el «Mamo» fue tan explícito, cansado ya de que Pinochet siguiera insistiendo, en cada juicio, en atribuirle a él de toda la responsabilidad. Por eso habló más. «El Presidente sabía exactamente lo que DINA y su director ejecutivo hacían o no. Yo no me mandaba solo y cualquier misión siempre vino del Presidente de la República».
Así quedó registrado textualmente en el documento de desafuero concedido por los plenos de la Corte de Apelaciones de Santiago y la Corte Suprema, en el proceso por Cóndor.
RECONOCIMIENTO OBLIGADO
Pero Pinochet tuvo este viernes otro refresco en su memoria, cuando el teniente coronel (R) de Carabineros y ex jefe del Grupo Aguila de la DINA, Ricardo Lawrence, entró en la sala para carearse también con él, por treinta y cinco minutos. Antes de que nadie dijera algo, de nuevo fue Pinochet quien primero habló:
-Pero si yo lo conozco a usted, oiga, puchas que está canoso, está harto más avejentado ¡ah!
Conciliador, sabía que no podía decir otra cosa con Lawrence al frente. Aunque al juez Montiglio le había dicho tres días antes: «No conozco a ese señor Lawrence de Carabineros».
El ex jefe del Grupo Aguila había pedido horas antes del careo hablar con el juez Montiglio. En el despacho del palacio de tribunales, le dijo:
-Magistrado, yo lo voy a ayudar en el careo, voy a mantenerme en lo que le he dicho antes a usted, pero pido protección para mi.
Conocedor de los códigos no escritos en la comunidad de inteligencia durante la dictadura, el ex agente tenía temores. Sabía que no iba a enfrentarse con cualquiera, sino con el hombre que controló todo durante diecisiete años. Aunque Pinochet le hubiera dicho a Montiglio, en otro interrogatorio del lunes 14, que lamentaba no poder pasar sus últimos días «tranquilo, jugando con mis nietos».
Dejando atrás la actitud conciliadora del inicio, Pinochet negó todo lo que Lawrence sostuvo frente a él, como se lo había prometido al juez.
El temor de los abogados querellantes era que Lawrence se retractara de sus dichos con Pinochet al frente. Que arrugara.
Pero, en concreto, Lawrence lo acusó de haber visitado personalmente al dirigente comunista Víctor Díaz, mientras éste se encontraba detenido en 1976 en la «Casa de Piedra» que la DINA tenía en el Cajón del Maipo, horas antes de ser ejecutado y lanzado al mar.
-No, eso no es cierto, pero si hubiera ocurrido, ya no me acuerdo -repitió Pinochet.
Lawrence además le había dicho al juez que Pinochet «presionaba al general Contreras para que se cumplieran sus órdenes, en el breve plazo». Y que «el destino final de los prisioneros», vale decir su asesinato y posterior lanzamiento al mar, «no me cabe duda de que fue una decisión tomada por la DINA, aunque es obvio que por órdenes superiores, por el contacto diario que el general Contreras tenía con el general Pinochet».
El ex jefe del Grupo Águila además había declarado al juez que trabajó un tiempo en la seguridad del ex dictador, y que incluso le llevó a su oficina un maletín con dólares que encontraron en la casa que ocupaba el líder del MIR, Miguel Enríquez, cuando el 5 de octubre de 1974 descubrieron su escondite y lo mataron.
En definitiva, Lawrence se convirtió en un excelente testigo de cargo contra Pinochet: afirmó, entre otras cosas, que varias veces lo condujo a su refugio en Bucalemu y charlaron extensamente de las actividades de la DINA.
Ninguno de esos cargos fue aceptado por Pinochet, que volvía a recurrir al «no me acuerdo, es mentira». Pero lo que al juez le importaba era que Lawrence cumpliera lo que le había prometido, que se mantuviera hasta el final en sus declaraciones, porque Montiglio seguramente ya sabía quién decía la verdad y quién mentía. Los propios peritos que habían examinado al ex dictador en los últimos días le informaron que éste había «sobresimulado» respecto de sus incapacidades mentales.
VEINTE AÑOS ATRÁS
Sin embargo, más allá de la relevancia histórica del duelo entre Pinochet y Contreras, la diligencia del careo no aportó prácticamente nada nuevo respecto de lo central que el juez quería confirmar acerca del mando de la DINA. Así lo cree, por ejemplo, el ex ministro de la Corte Suprema, José Benquis (ver recuadro).
Porque casi veinte años antes fue el propio miembro de la Junta Militar, el general de aviación Gustavo Leigh, quien le dejó claro al juez Carlos Cerda de quién dependía realmente la DINA. El 18 de febrero de 1986, durante el proceso contra el Comando Conjunto, consultado sobre quién era el jefe institucional de DINA, Leigh le dijo a Cerda:
-Era la Honorable Junta de Gobierno según la ley, pero en la práctica era el general Pinochet.
-Precise su última aseveración -replicó Cerda.
Leigh respondió:
-Pinochet no permitía que ningún nivel ejecutivo (de la DINA) tomara contacto con los miembros de la Junta (…). Pinochet estaba informado al segundo respecto del quehacer de la DINA, a lo que se sumaba la existencia de un circuito cerrado de televisión entre la oficina de Pinochet y la del general Contreras, aparte de teléfonos y radios que los comunicaban directamente.
Ayer sábado, más descansado, en su cabaña-prisión en Peñalolén, con los nísperos ya maduros a la entrada del penal Cordillera, el «Mamo» le comentó con ironía a su abogado Juan Carlos Manns:
-Pinochet está muy bien, lúcido, de buena memoria, porque recordó varios hechos y fechas, y tan ladino como siempre.