La tesis de la Solución Política al conflicto armado en Colombia ha sido confirmada por la vida misma, a tal punto de que hoy (28.03.2019) constituye un axioma. Es decir, el conflicto histórico social y armado colombiano NO tiene solución militar. Este punto de partida, que he venido luchando sin descanso desde el 2001 cuando […]
La tesis de la Solución Política al conflicto armado en Colombia ha sido confirmada por la vida misma, a tal punto de que hoy (28.03.2019) constituye un axioma. Es decir, el conflicto histórico social y armado colombiano NO tiene solución militar. Este punto de partida, que he venido luchando sin descanso desde el 2001 cuando conformé la llamada «comisión de notables del Caguán», para mí no tiene discusión, y menos ahora que la práctica política en nuestro país lo ha confirmado
A partir de estas tres dimensiones analíticas, contradictorias y dinámicas sobre el conflicto interno colombiano: histórico, social
La dimensión histórica en general ha sido puesta una vez más en actualidad con la solicitud de «sentido común» del presidente de Méjico AMLO al rey de España y al Papa, para que pidan disculpas a los pueblos mejicanos actuales y sobrevivientes (y por extensión a todos los pueblos americanos realmente existentes) por las barbaridades, robos, saqueos, hogueras religiosas, mitas de trabajo esclavo, tráfico de esclavos africanos, repoblamientos continentales, aculturaciones forzadas y violentas y los varios y múltiples genocidios colectivos ocurridos en nuestramérica durante la etapa de la «acumulación originaria del capital» y la colonización española y europea descrita por Marx. Y cuyo revuelo universal está demostrando, no solo que la Historia no tiene fin como lo soñó el neoliberal Fukuyama al desintegrarse la Unión Soviética, sino que, además, el materialismo histórico establecido por Marx y cuyo motor es la lucha de clases, es también como la crítica de la economía, una actividad eminentemente política. (Ay, de las verdades Históricas no políticas)
Y así tenemos que, la «comisión histórica del conflicto y sus víctimas» creada en la Habana en 2.015, por la Farc-EP y el Estado colombiano para contribuir al esclarecimiento del «conflicto armado» y del cual formó parte destacada el profesor Estrada mostrando la historia de la implantación del neoliberalismo y la financiarización de la economía colombiana durante los últimos 40 años; en el libro editado por la mesa de conversaciones. Bogotá. Noviembre de 2015, se puede leer toda la extensa demostración argumentativa y bibliográfica hecha por el historiador y profesor universitario de historia Renán Vega Cantor, sobre la historia que ha tenido la injerencia del gobierno de los EEUU en Colombia y de la subordinación también histórica de las clases dominantes colombianas a esta sujeción, atadura o dependencia. Uno de los hechos comprobados en la demostración, es el cómo (proceso) se establece en nuestro país, durante el postconflicto de la guerra de los mil días, muy a principios del siglo XX, una «contrainsurgencia criolla o nativa» basada principalmente en el anticomunismo de raíz vaticana y estadounidense, muchos años antes de que existiera en Colombia una insurgencia, siquiera comunista. (págs 629 y ss)
La contrainsurgencia, como cosmovisión o ideología no es pues algo nuevo entre nosotros, Vilma Liliana Franco en su excelente libro (no me canso de ponderarlo) Orden Contrainsurgente y Dominación, también confirma la dimensión histórica de este fenómeno, al explicar y enumerar su estructura, su funcionamiento y los resultados de esa máquina monstruosa de 10 ruedas dentadas que une y condensa en un Bloque de Poder Contrainsurgente (BPCi) las clases sociales dominantes históricamente en Colombia con sus apoyos en las clases medias subalternas y cooptadas. Pero también, se debe valorar el logro de Vilma Liliana, de haberse apoyado en las últimas investigaciones materialistas históricas sobre la Teoría del Estado (me refiero entre muchos otros a Gramsci, Poulantzas, Jessop, etc) para dejar claro que el Estado colombiano como cualquier otro Estado es una relación social histórica concreta que tiene una Hegemonía (con mayúscula) dominante, un amplio consenso ideológico contrainsurgente, una espacie de cemento ideológico abundante que pega todas las clases dominantes y las fracciones (no facciones, Jairo) en las que se divide y que se despliega sobre las clases subordinadas y cooptadas como una Hegemonía densa e impenetrable; que es soportada por una «Coerción contrainsurgente bifronte» (también con mayúscula) legal e ilegal, con todas las intersecciones entre lo legal e ilegal que se han dado a lo largo de su existencia hasta la actualidad.
Así nos queda más fácil entender que lo visto hasta el momento con relación al Acuerdo de la Habana, como intento al parecer frustrado de Solución Política al conflicto armado colombiano; desde la perfidia del ludópata Santos para incumplir-cumpliendo y que es peor que la ofensiva final de AUV/Duke/Londoyos para hacerlo añicos definitivamente, no es ni más ni menos que la puesta en marcha de un episodio más de los muchos otros de la larga lucha contrainsurgente por continuar con su dominación histórica, su acumulación de capital por despojo y para conservar lo acumulado a lo largo de tantos años.
Ahora bien, si nos atenemos a lo demostrado por el historiador Renán Vega quien afirma sin empacho que el Estado colombiano es un Estado testaferro de los EEUU, así como a lo establecido por la propia Vilma Liliana Franco; ese Bloque de Poder Contrainsurgente (BPCi) tiene un eje central de carácter esencial sobre el cual giran y se mueven las demás ruedas dentadas y es, nada más ni nada menos, que la gigantesca Embajada de los EEUU en Bogotá, desde donde se coordina y se ordena (no ya desde fuera sino dentro del país) todo lo relacionado no solo con sus políticas y estrategias para Colombia, sino también sobre el sistema de bases militares desplegado en todo el territorio colombiano para el control Regional y andino amazónico, y sin lo cual, no es posible entender cabalmente «el momento político actual»: El papel de Estado Contrainsurgente de Colombia como testaferro de los intereses políticos, económicos y estratégicos del grupo gobernante en EEUU en la actualidad en la Región y en especial, en la agresión contrainsurgente que está llevando a cabo desde Cúcuta y la frontera contra el pueblo bolivariano y el Estado soberano de Venezuela.
Duke/AUV no están gobernando para Colombia. Les importa un bledo la muerte extrajudicial de más de 500 líderes sociales y cívicos. La suerte de los estudiantes, o de los indígenas, o de los negros, o campesinos, o de los raspachines y cascareros de las regiones cocaleras a fumigar. Ni que hablar del estallido social que representa la Minga Social en curso, o de los, maestros, de los obreros y otros sectores precarizados en movilización. ¿Qué le va a importar la verdad histórica del conflicto y sus víctimas? Para eso puso en el Centro de Memoria Histórica a Acevedo Carmona, para que haga el trabajo sucio de negarlo todo, y, para las demás verdades que se suponía iban a flotar en la JEP, tiene la estrategia estatal contrainsurgente elaborada por el Fiscal Néstor Humberto Martinez de trabarla, obstruirla, enredarla, chantajearla y amenazarla, hasta hacerla completamente inoperante y así poder cumplir la orden de los EEUU ya trasmitida en Bogotá por el embajador Whitaker de extraditar al «rebelde Santrich».
Duke, está atento solamente al curso que va tomando la agresión estadounidense al pueblo bolivariano de Venezuela, y, para eso tiene 4 mascarones de proa y figurones políticos, los más rancios y viles en la contrainsurgencia colombiana actual: Pachito Santos el jefe paramilitar del bloque Capital como embajador en Washington, Monseñor TFP Ordoñez como asistente más cercano de Almagro en la OEA, el bien amado de Cali Holmes Trujillo como Canciller, y la responsable de la Operación Orión y la masacre en la comuna 13 de Medellín, la vicepresidente Marta Lucía Ramírez. ¿Cuál labor profesional «especializada» de la cual carecen, fuera de la contrainsurgencia, pueden realmente desarrollar estos personajes??
En un principio se pensó que la modalidad de agresión de los EEUU contra el pueblo bolivariano y el Estado venezolano sería una especie modificada de «contra nicaragüense» usada por Elliott Abrahams desde la frontera de Costa Rica; pero a medida que el presidente Maduro gana más apoyos internos, incluso externos, y supera las duras pruebas y las torturas de la incertidumbre de esa guerra «de todas las opciones sobre la mesa» que se les están imponiendo, y, a medida que la calaña del autoproclamado Guaidó va siendo conocida por el mundo, va surgiendo la hipótesis de que el Comando Sur y la CIA parecieran regresarse a la vieja tesis Imperialista usada en la guerra de Vietnam de hacer que los vietnamitas del sur combatieran a los vietnamitas del norte. Y en ese escenario, la única opción posible es: hacer que los colombianos combatan a los venezolanos. Claro, con la sombrilla del Brasil de Bolsonaro y la colaboración de la OTAN en el Caribe. Para tal posibilidad cuentan ya incondicionalmente con el Estado Testaferro y Contrainsurgente que comandan Duke/AUV.
Así las cosas, comprender «el momento político actual» en Colombia, pasa por tomar en cuenta que la situación del país forma un todo contradictorio dentro del cual se tiene que incluir la realidad de lo que pasa en la vecina Venezuela. Que sin paz en Venezuela no habrá paz en Colombia y viceversa. Que esta es la contradicción principal actual y depende a su vez de lo que decida el Imperialismo estadounidense para la Región.
Y, además, reconocer autocríticamente que la estigmatización contra el castrochavismo impuesta por la Hegemonía contrainsurgente colombiana para paralizar a la Izquierda, frente a la cual muchos izquierdistas liberales y cooptados aceptaron e incluso se sumaron a ese ataque, abjurando de Marx y de Bolívar por incómodos, hoy ya no puede seguirse sosteniendo. Que el ataque brutal del Imperialismo estadounidense contra el pueblo bolivariano lo ha convertido en el centro de la batalla mundial por la liberación y la emancipación de los pueblos del Mundo, frente a lo cual ya ni puede haber dudas sobre cual lado de la lucha nos encontramos.
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