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Ear spy o el despropósito a la hora de captar lectores

Fuentes: Rebelión

Recuerdo hace un par de años o así cuando el periódico Público salía a la calle con el objetivo de ocupar aquel espacio informativo dejado de la mano de Dios; ése que representaba a toda esa gente inconforme con la prensa de masas en general, esa gente de izquierdas, joven, y quizá no tan joven, […]

Recuerdo hace un par de años o así cuando el periódico Público salía a la calle con el objetivo de ocupar aquel espacio informativo dejado de la mano de Dios; ése que representaba a toda esa gente inconforme con la prensa de masas en general, esa gente de izquierdas, joven, y quizá no tan joven, harta de noticias ligeras, políticamente correctas, editadas cual churros salidos del mismo molde o sesgadas y contradictorias según la inclinación política o económica a seguir. Esa gente que echaba en falta su periódico. O ése era el mensaje que yo interpreté (quizá llevado por una ilusión exagerada) de su publicidad de bienvenida.

A lo largo de este tiempo Público ha querido demostrar que sigue fiel a aquel objetivo, no sin cambios en su dirección e incorporaciones de medios de la competencia. Lógicamente, también después de estos primeros años, en los que Público sigue peleando en la batalla del crecimiento como empresa, quizá todavía de la rentabilidad económica (no sabría asegurar), hemos tenido tiempo, según mi opinión, de echar en falta algunos temas o noticias que debieran haber sido tratados, o una mayor profundidad, desarrollo o compromiso en el tratamiento de otros; lógicamente digo, pues en la tormenta de la guerra mediática hay que hacer concesiones al devenir de los acontecimientos debido a presiones externas (políticas y económicas) y a la falta de espacio impreso del propio formato que se quiere vender. No vamos a estar siempre de acuerdo con todo lo que sale en un periódico, también esto es cierto.

Entiendo además que para poder seguir a flote contra viento y marea haya que tirar de ganchos comerciales tales como vender el periódico con alguna película, libro o regalo para el lector o subscriptor. Y me siento agradecido a Público por poner a mi alcance películas y libros de mi interés y a un precio económico aun no siendo su intención puramente (o incluso en manera alguna) altruista o didáctica.

En este contexto (y añadiendo a él la loable política que sigue Público de no aceptar publicidad de «contactos», comercio sexual ni prostitución, lo cual revierte en aún menos ingresos para un periódico) comprendo el tipo de ofertas que, aun no teniendo nada que ver con la información o la cultura, hacen los periódicos para hacerse más atractivos al público, las cuales pueden ir desde una batería de cocina hasta el anti ronquidos o el stereo center que acaban de ser ofertados por este periódico en sus páginas (siempre a un «módico» precio, como es la regla al uso). Me refiero en concreto a las ofertas que aparecen en el número del 14 de enero. Por cierto que la oferta del stereo center indica cuánto cuesta al mes pero no el número de plazos a pagar.

Estoy de acuerdo con que todo esto, en la sociedad en la que vivimos, sea «legítimo» y no soy nadie para juzgar la moralidad de tales estrategias comerciales. Hay que comer y, en un periódico, como en cualquier otra empresa, la rentabilidad es la clave para la supervivencia del proyecto que se quiere desarrollar: en este caso el suministrar información diaria lo más veraz y libre posible (¿no?).

Pero todo tiene un límite. Y si por la supervivencia de un proyecto como el que Público pretendía y pretende ser hay que, además de ofertar el stereo center y el snore stopper, intentar vender a tus lectores una cosa como el ear spy, aquí creo que he de plantarme y decir: no. No señor. Esta es una idea estúpida y poco acertada, además de mala.

Veamos en que consiste el cacharrito en cuestión: «estos auriculares le ayudarán… a escuchar conversaciones…a 30 metros…», «…dispositivo pequeño, que cabe en la oreja…», «…funcionamiento sencillo y discreto: micrófono de alta potencia…» Y acompaña al texto una foto de una mujer sentada en un banco delante del cual acaban de pasar un par de hombres charlando, ya a unos metros de distancia. Un plano detalle de la cabeza de la mujer nos muestra después que en su oído tiene algo pequeño incorporado. (No diré nada de la elección por parte del publicista de una mujer para tales menesteres)

¿Qué idea es la que tienen los señores de Público sobre sus lectores? ¿Que son infantiles, inmaduros o cotillas? ¿Que son unos aprendices casposos de espía a lo T.I.A de Mortadelo y Filemón? ¿Qué intención positiva y constructiva va a tener alguien que quiera usar este puñetero gadget? ¿Curiosidad? ¿No pretenderán que usemos el «discreto micrófono mega potente con audífono incorporado» para escuchar las conversaciones más íntimas de nuestros hijos díscolos, empleados «sospechosos» o compañeros de clase de los que nos queramos mofar? Se me ocurre que el chantaje es un buen motivo para comprarse este «pinganillo espía». Una intención bastante baja y vil, por cierto. Lo es cuando lo hace un gobierno con cualquiera de sus ciudadanos, más aún cuando lo hace un particular. Y aquí está Público, adalid de la prensa de izquierdas, salvador de los sin-prensa, defensor (espero) de ideas tales como el derecho a la intimidad… aquí está repartiendo mini estaciones de espionaje a sus lectores por ¡tan sólo 39,90 €!

Ignoro el pacto o convenio al que ha llegado Público con la empresa que fabrica estos gadgets (stereo centres, snore stoppers, ear spies…), de la cual aparece la web en los anuncios en cuestión; ignoro también la cuantía del trato o el modo a repartir la pasta. Una cosa sí sé: es una idea muy mala en todos los sentidos, señores de Público, muy mala.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.