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Ecce hommo: Martí, república y apostolado

Fuentes: La Tizza

Este trabajo recoge apuntes y fragmentos de la tesis de licenciatura «Ecce hommo: arqueología del discurso-Martí en La Lucha (1900–1902)», del autor.

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En carta a don Tomás Estrada Palma, Gualterio García, obrero de Tampa que había fundado junto a José Martí el Partido Revolucionario Cubano, manifestaba su decepción ante el giro que había tomado el Partido al abandonar las ideas del Maestro y dejar a su suerte a los obreros que lo habían apoyado cuando todos los demás dudaban: «… estos son los momentos en que los que menos han hecho por Cuba son los que más patriotas se dicen»,[1] tal era el lamento de aquel hombre.

Esta insatisfacción del humilde obrero refleja un profundo problema historiográfico, político, ideológico y cultural de la historia de Cuba en el último siglo: la inquietud por Martí. La historia nacional pos-martiana regresa continuamente hacia esa preocupación que, sin importar el acontecimiento específico, tiene a José Martí latente como punto de disputa.

Con esta inquietud hemos abordado el periódico La Lucha[2] para describir, mediante el análisis del discurso que se articula en sus páginas, el modo en que Martí emerge como referencia en los principales procesos políticos transcurridos entre los años 1900 y 1902.[3]

A primera vista, la intención de este ensayo puede parecer demasiado específica al evadir una mirada total de la ocupación militar norteamericana y solo centrarse en el discurso de un periódico de este período. No quisiéramos crear en el lector la falsa expectativa de resolución de todo el problema martiano para el período signado. Al contrario, es válido insistir en que el ensayo se acota a uno de los principales diarios habaneros, La Lucha, vocero de las tendencias más liberales de la burguesía, y se propone explorar la forma en que se va elaborando el discurso referido a José Martí en sus páginas durante los principales procesos políticos del período. Creemos que este puede ser el inicio de aproximaciones sucesivas a la emergencia de Martí en los discursos de la prensa de inicios del siglo XX para tejer, en la actualidad de su existencia, las formas de su especificidad como discurso.

La República cordial y el fantasma jacobino: una cartografía conceptual

El 31 de diciembre de 1901, celebrar el nuevo año no era la preocupación principal para el pueblo cubano. La Lucha reporta que La Habana amanecía llena de carteles y hojas volantes que recomendaban el retraimiento del voto en las elecciones presidenciales de ese día. La Coalición de Bartolomé Masó había retirado la candidatura del general once días atrás y el llamado a sus partidarios era de total abstención: «En el barrio de Peñalver circuló una hoja recomendando el retraimiento. Termina: ‘¡Pensad en Martí, pensad en la Patria y cumplid como buenos! ¡No vayáis a las urnas!’».[4]

Este fragmento alude a un vínculo muy particular entre lo político, lo moral y la evocación martiana. No votar en esas elecciones es representado como cumplir un deber con Martí y con la Patria y ello significa actuar como buenos. «¡Pensad en Martí, pensad en la Patria y cumplid como buenos!» constituye un imperativo moral y político que podremos encontrar repetido hasta la actualidad.

Reclamar a Martí como el límite moral y referente ético de la lucha propia, del partido específico o de la candidatura defendida, será algo común en las páginas del diario en este período. Pero más lo será la defensa que se realiza de determinado tipo de república y su asunción y divulgación como «República martiana».

Liberalismo, paz y prosperidad

La república estará al centro de la vorágine social en dos procesos políticos fundamentales: los debates de la Asamblea Constituyente y el período de elecciones presidenciales en noviembre y diciembre de 1901. Será un concepto[5] que coexistirá en los campos de lo político, lo moral y lo sagrado.

En enero de 1901 la Constituyente discutía sobre la pertinencia de adjudicarle el derecho de expulsar a extranjeros de tierras cubanas al futuro gobierno, la reacción de La Lucha fue una evocación paradigmática:

«Esta arma terrible, implacable, es la que nuestros jacobinos han resuelto poner en manos del futuro gobierno de la República. Arma tal, quita, despoja a la futura República del carácter liberal, cordial, que debiera ostentar, que quiso imprimirle Martí, para darle un carácter intransigente y jacobino.»[6]

El derecho de expulsión resulta un arma de los jacobinos que retira el carácter cordial que debe tener la futura república y la aleja, con ello, de Martí. El referencial es una causa moral, no se arguyen razones demográficas o económicas, ni siquiera étnicas o culturales, sino que tal medida «distanciaría» a «la República» de Martí, y esa distancia es inaceptable. Podríamos suponer que tras esta retórica se hallan los intereses de la población peninsular que quedaba en Cuba y pujaba por defender su poderío económico frente al partido independentista más radical (calificados como jacobinos), pero la forma discursiva empleada es enlazar la condena política de una decisión que afecta a un grupo dentro del país, como un asunto relacionado con la propia realización de la República martiana.

Este tipo de forma en el discurso puede hallarse tras la retirada de la Coalición Masoísta de las elecciones presidenciales de diciembre de 1901, La Lucha publicaba:

«Sin fuerza moral, sin prestigio, sin honorabilidad, sin raíces en la opinión pública, se nos viene encima una nueva situación…

Cuba tendrá que tolerarla, tendrá que soportarla porque se la impone un gobierno poderoso. Vamos a tener, no la República cordial del pobre Martí, sino una República jacobina, intransigente, militar. Vamos a tener un simulacro de República (…).»[7]

La república, en tanto concepto, constituye un punto de confluencia entre: a) una visión particular sobre el gobierno republicano que se le adjudica a Martí y lo toma como su emisor originario; b) un anclaje directo en un campo de moral patriótica que norma el comportamiento político; y c) un imaginario de lo sagrado, lo verdadero, lo incuestionable en el solo nombramiento martiano. ¿Por qué se omiten explicaciones explícitas? ¿Por qué la sola alusión a «la República cordial de Martí», sin más referencia, sin más argumentación, ya se basta para constituir una verdad incuestionable? ¿Acaso la emisión del enunciado remite a un sentido universal y único? Por supuesto que no, pero el discurso de La Lucha remite a sus sentidos. El concepto república expresa una posición que forma al unísono un campo de lo político, de lo moral y de lo sagrado martiano.

Unidad y contradicción de la república

La cuestión de la república en el discurso de La Lucha expresa todo un universo que considera a Martí como su creador. Un universo con sus referentes históricos —las naciones republicanas europeas y los Estados Unidos—, una moral patriótica —donde el ser buen patriota será dado por apoyar las candidaturas y partidos— y una conformación de lo sagrado asociada al sacrificio martiano.

La contradicción República cordial-República jacobina permitirá el esclarecimiento y conceptualización de la república de Martí en este período. La República cordial es, ante todo, la promesa de Martí, por lo que su posición es siempre de subordinación con respecto a un «Martí-profeta». Se halla enlazada al sintagma «con todos y para el bien de todos» o alguna de sus variaciones —«con todos y de todos»; «con todos y para todos»— e implica la realización del programa de la Revolución, dígase el Manifiesto de Montecristi, y con esto, la realización de los principios revolucionarios esgrimidos por José Martí. En diciembre de 1900, La Lucha reseñaba las palabras de un patriota en la peregrinación por Maceo y Panchito Gómez, dirigidas a los miembros de la Asamblea Constituyente:

«(…) y vosotros legisladores de Cuba, pensad muy alto y sentid muy hondo para llevar a cabo la empresa que se os ha encomendado, ratificándole así el programa de la revolución, para que tengamos una república con todos y para el bien de todos.»[8]

Pero qué contenidos específicos se les otorgan a sintagmas como «principios revolucionarios», «programa de la Revolución», o «con todos y para el bien de todos».

En mayo de 1901, recurriendo a un claro «realismo político»[9] para aceptar la Ley Platt, la república deja de ser sueño martiano y se convierte en terrible necesidad, sean las condiciones que sean:

«Cuba aspira a ser un estado, pero esta aspiración tropieza con el hecho de ser la Unión Americana la potencia que ocupa y gobierna a Cuba por haberla libertado. Pues hay que acomodar la política a esta doble necesidad: a la necesidad de constituir la personalidad de Cuba, y a la necesidad de entenderse con los Estados Unidos, que han fijado en la ley Platt las condiciones que estiman esenciales para el establecimiento en la isla de un gobierno genuinamente cubano.»[10]

La realpolitik alude el principio de la necesidad por encima de lo justo. Es decir, la independencia es el motivo por el cual se sacrificaron generaciones de cubanos, pero es un sinsentido buscarla de manera absoluta en estas condiciones, debemos acostumbrarnos a ello y sortear el obstáculo entendiéndonos con los que fijan los límites de esa independencia. «Es necesario tener república, no importa sus características», parece decir el editorial de La Lucha. Este conformismo político implica además el agradecimiento y la subordinación al ejército norteamericano y expresar que la guerra en Cuba triunfó a favor del partido independentista únicamente por la intervención del ejército federal yanqui:

«Los cubanos no sienten ninguna inquina contra el americano, sin cuyo concurso a estas horas aun ondearía en las fortalezas la bandera de España, rota en Cuba y de Cuba lanzada exclusivamente por el poder incontrastable de las armas americanas.»[11]

La justificación de la Enmienda Platt hace desaparecer del marco de legitimación a Martí. Incluso la República puede llegar a ser impía y anti-martiana por el intento de la Constituyente de dotar al gobierno de la posibilidad de expulsar extranjeros o por el fraude de los estradistas y el gobierno interventor, pero nunca lo será por la imposición de la ley Platt, así se revelan las costuras de esta «martianidad».

La «promesa martiana» de La Lucha se caracteriza por la defensa del liberalismo democrático, el equilibrio entre radicales y conservadores, la elusión del problema social, la negación o antropologización de los conflictos típicos del colonialismo y otorga una solución «salomónica» prodigando el «con todos y para todos» como mantra para evitar descalabros sociales, que es igual a impedir que las clases populares se subleven.

¿Cómo es conciliable este conjunto de verdades tan desiguales en el discurso-Martí que se forma? Al parecer, denunciando un enemigo mortal:

«El viaje de los comisionados ha servido para despejar el horizonte, y para que la Convención vea que ante ella no hay más que dos políticas: la política de inteligencia con los Estados Unidos para salvar la personalidad de Cuba y sus intereses económicos, y la política estéril de los agitadores de profesión, de los publicistas y oradores sin responsabilidad.»[12]

Como vemos, el dilema entre «sumisión o independencia» es planteado como de inteligencia edificante u obstinación suicida. Para los «martianos moderados», los jacobinos lanzan al país a una «sublime locura» al pedir la independencia absoluta para establecer su señorío de república tiránica a la usanza de la América hispana; por otra parte, los moderados quieren una república cordial, liberal, democrática, a la que se enlaza todo el tiempo la promesa martiana. La república posible dentro de la ley Platt es la no-jacobina, es la no-intransigente, es, por tanto, la martiana. Y este es un punto de extraordinaria conflictividad: ¿cómo puede ser posible una república martiana bajo la égida de la Ley Platt?

Esta aparente disparidad contradictoria la vemos emerger en el proceso electoral de diciembre de 1901, en circunstancias muy diferentes, y sin embargo bajo las mismas reglas de formación:

«(…) No se quiere establecer en Cuba una República liberal que cuente con las simpatías de las clases populares; y con el concurso de las clases de arraigo e intelectuales; esta República cordial es la que representa Masó; es la que prometió Martí.»[13]

Ya no en las circunstancias de la aprobación de la Enmienda Platt, el problema de la República cordial sigue siendo el lugar donde se conforma el discurso-Martí en la actualidad política.

La República jacobina resulta aquella opción política defendida, primero, por los partidarios de la independencia absoluta frente a la Enmienda Platt en la Asamblea Constituyente, y luego, por la coalición estradista en las elecciones presidenciales de 1901; pero en ambos casos —aunque distantes en su naturaleza y desempeño en sus respectivos momentos históricos— se le atribuye el querer imponer una política intransigente, un caudillismo beneficiario solo a una facción del país y ejercido por «farsantes de la Revolución».

No son separables las dos nociones internas a la idea martiana de la república, que no se agotan en esta, sino que generan una serie de oposiciones: radicales / conservadores; revolucionarios / apaciguadores; demagogia / reacción; jacobinos / moderados; idealistas / realistas; ensueños / realidades; impulsos / reflexión; irracional / racional; corazón / cabeza; revolucionario / liberal; jacobino / democrático; acción disolvente / acción reconstituyente. El intercambio entre estos elementos constituye los enunciados republicanos del discurso-Martí.

Estas contradicciones, productos del enfrentamiento de proyectos de nación en el seno del independentismo y de la disolución de las utopías y con ellas de la Revolución en sí, muestra las costuras de un discurso-Martí formado al calor de las polémicas y los modos en que el debate sobre la nación se iba perfilando y entendiendo. Una república martiana que presenta la conciliación nacional como respeto al rico y al español; una república martiana que se da como posible bajo la tutela yanqui y la esperanza de, por esta vía, llegar a ser una «Suiza americana» es también un tipo de república martiana, pero no el único.

Es del todo visible la disonancia entre la idea de república hallada en la obra de José Martí y en la idea de república que se le atribuye en las páginas de La Lucha, tan flexible en sus principios que es capaz de conciliar con la Ley Platt. Este margen no plantea una impureza, ni una violación anti-martiana —para ello tendríamos que afirmar que existe una doctrina martiana pura, lo que parecería algo demasiado arriesgado de afirmar—, sino que representa los modos discursivos en los que Martí existe en este periódico, a esto es lo que hemos denominado discurso-Martí.

Lo inmutable, la pureza, el apóstol

Concomitante al problema de la República ha estado sobre nuestras cabezas su sentido mesiánico, su condición de promesa y el imperativo moral de cumplirla. En este sentido, hay también una relación entre el campo de lo político, lo moral y lo sagrado; pero tiene como punto de pasaje a lo personal.

Este tránsito del patriotismo —como sentimiento estrictamente político—, a la moral patriótica —como conjunto de reglas de comportamiento con respecto a la Patria— y a lo sagrado patriótico —como aquellos lugares, metafóricos, históricos o materiales, donde reside lo inviolable de la Patria— constituyen las formas por las que va a desarrollarse lo que denominaremos el apóstol.

Los elementos en que coexiste este concepto no serán muy distintos de los de la república; sin embargo, en los enunciados podemos notar que el vínculo no se da en la actualidad política y los imaginarios republicanos, sino que se entronca entre lo personal martiano y los imaginarios patrióticos. «La República con todos y para todos» será, no la disputa entre moderados y jacobinos —aunque no pueda ser separada de esta—, sino el punto de conexión entre un «sentimiento independentista»[14] y «el sueño sublime del mártir de Dos Ríos».[15] El tránsito debe entenderse en el nivel de los «imaginarios puros» de la nación. La forma emotiva del primer enunciado y la alusión a lo onírico en el segundo suscriben un desplazamiento en formas pertenecientes a lo subjetivo.[16]

Un ejemplo muy curioso de este tránsito en el nivel de los imaginarios más abstractos de la martianidad es el enunciado «la profética palabra de Martí».[17] Tener una capacidad oratoria relevante resulta insuficiente para detentar una «profética palabra». Tampoco podemos aceptar que Martí fuera estrictamente un profeta a la usanza judeo-cristiana —punto intermedio entre lo humano y lo divino—. El enunciado no se refiere solo a una capacidad personal, erudita, técnica, ni a la imagen sagrada de quien percibe la palabra de Dios, sino a un algo más, una mezcla de todo ello. Señala una cualidad no retórica, una presencia, un sentimiento, un elemento conductor que relaciona directamente patriotismo y sacralización, en esta mezcla hallamos la formación discursiva de una espiritualidad nacionalista propia que halla en Martí el asidero para proyectar sus ansiedades. Ese tránsito, ese punto de relación es el apóstol.

En diciembre de 1901, las páginas de La Lucha llamaban al retraimiento y uno de los carteles que conminaba al pueblo a tomar esa postura lo hacía amenazando a quien no se mantuviera firme con que sería «indigno de venerar a Martí».[18] La dignidad para «venerar a Martí» se encuentra, por tanto, en asumir una postura política determinada: la abstención.

Lo moral se enlaza con lo político y todo ello con lo personal que se convierte, en tanto atraviesa el umbral de sacralización,[19] en pasajes de un evangelio que se devuelven como el motor impulsor para la firmeza y las fidelidades políticas. La descripción de Martí —aunque muy escasa— es siempre realizada en la postura de quien describe lo sagrado: Martí es su martirologio físico y su palabra de profeta, y estos son el centro de toda su circulación discursiva. De ahí que el más potente campo de atracción de este discurso en el período estudiado sea el campo de lo sagrado.

Se me objetará que el centro está en lo republicano, en sus relaciones con la política y su proximidad con el debate de actualidad; podría ser así. Pero cuando decimos «centro de circulación discursiva» no nos referimos a una fuerza que articula el resto del discurso ni al objeto más reiterado, está claro que este emerge de lo real, de lo concreto, de los referentes históricos y sus enfrentamientos sociales; me refiero a un campo de conservación de trazas discursivas. Este campo no se halla en el acto de emerger en lo actual, sino en la preservación de una potencia que le permite volver a emerger hacia allí. O sea, es posible que se dé una reemergencia hacia la actualidad política —como legitimador de partidos y candidaturas— porque las capas de sacralización —lo personal, lo colectivo, lo universal-sagrado— se acumulan en el campo de conservación de lo sagrado.

No digo que el campo de lo sagrado se manifieste superior o articulador del resto de los campos, digo que en las formas de emergencia del discurso-Martí es en el campo de lo sagrado donde se forman las capas de su potencia para poder reemerger. Resulta un lugar en apariencia distante, neutro y separado en sus formas sintácticas, grupo de palabras y referencias al resto de los campos y, sin embargo, subyace en ellos en cada enunciación.

La descripción de una velada presidida por el retrato de Martí es ilustrativa de lo que señalamos: «En el centro, un dosel con el retrato al óleo de José Martí. Obra de arte, iluminada por el afecto y sentimiento de una concurrencia, recogida y respetuosa, que allí oraba con plegaria de recuerdo».[20] Esta delineación se aparta en su tono de los enunciados republicanos de manera notable. Los enunciados sacralizantes parecen ser solo recursos de memoria, un cumplimiento de rigor con alguna fecha patria, una mención aislada en un acto homenaje a algún patriota, a la guerra, etcétera… Son en apariencia un lugar de conciliación y pureza de la nación. Ese lugar no puede ser violentado, por lo que es inmutable y constituye pecado invadirlo de cualquier forma.

El campo de lo sagrado es el campo histórico de la martianidad en el corpus estudiado y no podemos afirmar que se rige por imperativos exteriores a sus reglas de formación discursiva porque sus recurrencias —incluso cuando cambian los acontecimientos históricos específicos— se mantienen. El enunciado «un Hombre deificado por el afecto de los suyos» sintetiza esta posición: el hombre sagaz, inteligente, abnegado, sacrificado, o sea, lo personal-martiano, surge en relación con sus ideas y sacrificios por la Patria. Las características que se exaltan no son aleatorias, ni son todas las que poseía el individuo realmente existente, sino aquellas que validan un determinado tipo de república, un programa revolucionario y una política del patriotismo. Es decir, un campo de lo político-martiano que, dadas las virtudes con las que se identifica, la dignidad que imprime su figura y la ética patriótica que funda se relaciona, a su vez, con un campo de lo moral-martiano que puede fundirse sin problemas —dado que es el motor impulsor desde el que se forma— con la moral patriótica en toda su extensión.

Estos campos no se bastan a sí mismos, no pueden darse relaciones entre ellos si no existe un virtual afuera —que se presenta como tal, aunque vemos que no lo es—, lejano en apariencia, donde se narra, se describe y se dialoga con un individuo elusivo. El rostro no aparece, los cuadros no se describen, solo se plantea el vínculo de la audiencia que contempla al santo inmortal, cuyas facciones físicas desconocemos, pero las virtudes y adoraciones se nos hacen obligatorias de cumplir si queremos acceder a la Patria. Este afuera aparente que es un interior más profundo que cualquier otro es el campo de lo sagrado. Mediante un vínculo fundado en la luz, el retraimiento, la plegaria y la evocación del mártir «como Jesús en el Tabor», en el centro de todos estos movimientos discursivos posibles, encontramos al apóstol como concepto que permite el paso de un campo al otro.

José Martí es una inquietud. Su nombramiento trasluce una vibración, indica una onda expansiva que silenciosamente va llenando el espacio y el tiempo, y va generando formas y límites. El murmullo de sus nombres se coloca ante la historia como lugares de aparente paz, conciliación, fraternidad y armonía patria; y, sin embargo, la inquietud es siempre un paso hacia la reflexión de sí, mediante la exclusión del otro. En esta flexión específica, Martí es un acceso a lo patriótico. Y como acceso no es absoluto.

Es ingenuo pensar que existe la pureza martiana como apriori y la sucia vida política real que la instrumentaliza y la invade como condición posterior. Hablar en estos términos es absurdo. Solo existen las necesidades del momento histórico real. La actualidad política debe proyectarse hacia el futuro creando su propio pasado. De ahí que en este discurso su nombramiento pueda ser conciliable con un proyecto de república que nace bajo la subyugación imperialista. ¿Es esto una herejía, un horror, un cataclismo? No, es muestra de la vitalidad del discurso-Martí, la que solo puede encontrarse en la disputa de sus sentidos.

La Lucha forma en sus discursos múltiples un dogma martiano configurado por el momento histórico específico en que transcurre su periodismo, la condición clasista de sus intereses como medio y las propias demandas políticas que la realidad imponía resolver. No pensemos en burda manipulación ni en un cínico maquiavelismo —aunque puede haberlo—; sino en una formación discursiva que va creando un arquetipo de conciliación nacional que responde a determinadas fuerzas políticas que no se presentan como las creadoras de tal arquetipo —dado que el supuesto creador es Martí—, pero sí como las únicas sucesoras y realizadoras posibles de tal legado.

¡Ecce homo!: «¡He aquí el hombre!». Así ha sido exhibido, como Cristo por Poncio Pilatos, José Martí por los ideólogos de la nación cubana. Incluso a solo cinco años de su muerte su legado se presenta con una sospechosa profundidad milenaria. Quizás no es el centro de sublimidades patrióticas, ni la víctima de sus propias virtudes que terminan enclaustrándolo en su sobrevida; quizás no sea el corazón de la Patria, ni el lugar místico de sobrecogimiento; quizás no sea esencia, ni trascendencia, ni ser superior o manto impoluto; quizás es un algo diferente, pero vivificante de todo ello. No es mera palabra, ni rigidez de la cosa, es flujo, relación, problematización continua de su memoria.

Martí es un no-Martí que no se pertenece nunca más —pues solo se perteneció de forma leve en su vida real— y que solo podremos conocer desde la diferenciación con todos los componentes del flujo múltiple que constituye su sobrevida —que para nosotros es su vida—. Martí es ante todo luz, candil, farol, pero no de los que se colocan como monumentos de la navegación para seguir un rumbo o evitar un descalabro, sino uno más operatorio, menos monumental y más manual —aunque se presente como todo lo contrario—. Sin llegar a ser vacuo instrumento es forma de pasaje hacia la Patria, la nación y el pueblo, como entes anudados. Sin dejar de ser el trascendente apóstol, es también el rango de visibilidades de lo patriótico en su cotidianidad más cercana. En ello puede radicar su arraigo y dispersión contradictoria que es el inicio de toda grandeza.

Notas:

[1] Carta de Gualterio García a Tomás Estrada Palma de 14 de enero de 1899. Citado en Estrade, P. (2016) José Martí. Los fundamentos de la democracia en América Latina. Tomo II. Editorial Centro de Estudios Martianos. La Habana: Cuba.

[2] La Lucha fue un diario habanero fundado y dirigido por Antonio de San Miguel desde 1895. Fue defensor de las posturas más liberales en su momento, promovió el separatismo y en sus páginas escribieron patriotas como Juan Gualberto Gómez. Sin embargo, en el período de ocupación nacional defendió las posturas más reaccionarias, hasta el punto de defender la necesidad de la Enmienda Platt.

[3] Fueron seleccionados como muestra los diarios La Lucha pertenecientes a los meses de junio, noviembre y diciembre de 1900; enero, febrero, noviembre y diciembre de 1901; y mayo de 1902, que comprenden los meses de los principales procesos políticos del período: elecciones a la Alcaldía de La Habana; debates de la Asamblea Constituyente; aprobación de la primera versión de la Enmienda Platt; elecciones presidenciales; y vísperas de la República.

[4] La farsa de hoy. (31 de diciembre de 1901). La Lucha.

[5] «… el concepto del enunciado, el concepto discursivo, el concepto propio al enunciado, está exactamente en el cruce — consiste en este propio cruce — entre los sistemas por los cuales pasa el enunciado, cada uno de los cuales es homogéneo, pero que son heterogéneos entre sí. Es el cruce de todos los sistemas heterogéneos por los cuales pasa determinado enunciado». Deleuze, G. (2013) Curso sobre Foucault. El saber. Tomo I. Cactus. Argentina: Buenos Aires.

[6] La disposición jacobina. (30 de enero de 1901). La Lucha.

[7] La farsa de mañana. (30 de diciembre de 1901). La Lucha.

[8] Por Maceo-Gómez. La Peregrinación al Cacahual. (10 de diciembre de 1900). La Lucha.

[9] Entendemos por realismo político aquella concepción de las formas de hacer política conocida también por realpolitk. Esta aboga por lograr el avance de los intereses de un país teniendo en cuenta las circunstancias inmediatas «reales» que influyen sobre él sin permitir que la ética, la filosofía o la teoría incidan en estos criterios. Como doctrina política debe su origen a Otto von Bismark.

[10] Los hechos consumados. (24 de mayo de 1901). La Lucha.

[11] Las importaciones americanas. (13 de mayo de 1901). La Lucha.

[12] Horizonte despejado. (1 de mayo de 1901). La Lucha.

[13] La Coalición por Masó. El retraimiento. (18 de diciembre de 1901). La Lucha.

[14] Campaña Presidencial. Habla el General Masó. (23 de noviembre de 1901). La Lucha.

[15] El meeting de Jesús María. (8 de enero de 1900). La Lucha.

[16] La distinción que hacemos de «lo subjetivo» y un contrario inferido como «lo objetivo»; no la hacemos en el sentido de lo perteneciente a la mente y lo perteneciente al mundo físico, sino a aquello que se objetiva en imaginarios subjetivos. Es decir, la objetivación se encuentra mediada por un largo proceso de subjetivación colectiva.

[17] Efeméride gloriosa. (25 de noviembre de 1901). La Lucha.

[18] La farsa de hoy. (31 de diciembre de 1901). La Lucha.

[19] Entiendo por umbral de sacralización los puntos de pasaje que conducen al discurso-Martí a las formas de pureza y conciliación nacionales que permiten un nivel de abstracción de su imagen histórica que lo hacen conciliable, en apariencia, con toda postura que se declare cubana. El umbral de sacralización constituye la acumulación de enunciados compuestos por metáforas religiosas, declaraciones grandilocuentes sobre su personalidad, la exégesis de su comportamiento, el relato detallado y evangelizado de sus gestos. Este umbral es, en definitiva, el conjunto de formas enunciativas que han permitido narrar históricamente el apostolado.

[20] El Aniversario del Apóstol. (21 de mayo de 1902). La Lucha.

Fuente: https://medium.com/la-tiza/ecce-hommo-mart%C3%AD-rep%C3%BAblica-y-apostolado-16a0aa3ad20f

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