«Toda producción es apropiación de la naturaleza por parte del individuo en el seno y por intermedio de una forma de sociedad determinada. En este sentido, es una tautología decir que la propiedad (la apropiación) es una condición de la producción. Pero es ridículo saltar de ahí a una forma determinada de la propiedad, por […]
«Toda producción es apropiación de la naturaleza por parte del individuo en el seno y por intermedio de una forma de sociedad determinada. En este sentido, es una tautología decir que la propiedad (la apropiación) es una condición de la producción. Pero es ridículo saltar de ahí a una forma determinada de la propiedad, por ejemplo, propiedad privada. (Lo cual implica, además, como condición, una forma contrapuesta: la no-propiedad). La historia nos muestra más bien que la forma primigenia es la propiedad común (por ejemplo, entre los hindúes, los eslavos, los antiguos celtas, etc.), forma que, como propiedad comunal, desempeña durante largo tiempo un papel importante. No está en cuestión todavía en este punto el problema de si la riqueza se desarrolla mejor bajo esta o aquella forma de propiedad. Pero decir que no se puede hablar de una producción, ni tampoco, de una sociedad, en la que no exista ninguna forma de propiedad, es una tautología. Una apropiación que no se apropia nada es una contradictio in subjecto.» (K. Marx. «Grundrisse». 1857-1858)
Una anécdota para comenzar: nos encontrábamos reunidos junto a organizaciones de diferentes lugares del país discutiendo en torno al problema del agua. Era el momento de definir los puntos que teníamos en común y las propuestas que haríamos. Una de ellas fue: que no exista propiedad sobre el agua, porque la propiedad es una forma de mercantilización. Quisiéramos discutir esta afirmación con algunos puntos de vista que presentaremos a continuación.
Producción-apropiación-
Hay que partir del hecho de que toda sociedad, cualquiera sea su anatomía, carácter, historia, etc., requiere producir para reproducirse. Ya sea con una piedra afilada, un arado o la gran industria, es la producción lo que permite fijar las pautas generales que habilitan la vida en sociedad. Antes de ir a la escuela, la iglesia o el parlamento, se necesita comer, dormir, beber y vestir. Esas necesidades deben ser satisfechas por medio de la producción. La forma en cómo se satisfaga la necesidad dependerá del modo de producirla.
Toda producción es una forma de apropiación. ¿De qué se apropia? De la naturaleza humana (fuerza de trabajo, conocimiento, relaciones humanas, etc.) o extrahumana (ríos, carne, aire, madera, etc.). En este caso, es indiferente si se apropia de un solo pez en un río o de megaminería y sus formas de apropiación. El proceso de producción-apropiación implica siempre una transformación de la naturaleza (humana o extra-humana), independiente de la escala en que se haga. Es imposible pensar la producción en general sin entender que ello siempre es apropiación.
De esta manera, la producción-apropiación es siempre una determinada forma de propiedad. De hecho, «apropiación» posee la misma raíz etimológica que propiedad. No todas las sociedades producen-apropian de la misma forma, de ahí que sus modos de propiedad también varíen. Por ejemplo, algunos habitantes del río Maipo, hace 600 años, producían su vida mediante la caza y la recolección, apropiándose de la naturaleza humana (trabajo grupal o bandas) y extra humana (caza de mamíferos, recolección de alimentos), derivándose de allí una determinada forma de propiedad. Hoy, las formas de producción y propiedad de ese mismo río varían, pero no por ello deja de haber producción y propiedad.
Vemos, pues, que toda sociedad tiene una forma de propiedad en virtud de que se sustenta en un modo x de producir.
Hechas estas aclaraciones podemos retomar nuestra anécdota inicial.
¿Qué no exista ninguna forma de propiedad sobre el agua?
Así, plantear que no exista ninguna forma de propiedad sobre el agua significa, lisa y llanamente, no consumirla. Ahora bien, es evidente que, al menos en Chile y gran parte de Latinoamérica, la propiedad del agua está marcada por el signo de la producción basada en economías rentistas [1] (hidrocarburos, soja, cobre, litio, etc.): contaminación, agotamiento, control monopólico, prioridad para las grandes empresas transnacionales, erosión de todo el sistema hídrico, etc. Esto mismo, muy justificadamente, lleva a sostener que la propiedad rentista del agua acarrea una serie de problemáticas nefastas.
Sin embargo, ello no permite generalizar el juicio diciendo que el problema es la propiedad. Obviamente que la propiedad que utiliza el agua como un recurso de extracción de renta es problemática, pero ello no es atribuible a toda propiedad. Menos aún, derivar mecánicamente propiedad = mercantilización. Las formas de propiedad actuales son parte constitutiva de un sistema productivo que se apropia de la naturaleza humana (explotación, apropiándose de la fuerza de trabajo humana) y extrahumana (extracción y control de la renta de los recursos naturales) en el cual expresiones jurídicas como la Constitución o el Código de Aguas son manifestaciones jurídicas de esta forma de producir y apropiar. Éstas consagran la naturaleza como mercancía, momento necesario para que la producción se realice.
Resulta correcto afirmar entonces que el problema es el tipo de propiedad imperante sobre el agua o cualquier otro recurso natural. No se trata de abolir toda propiedad, sino una propiedad puntual y sus respectivos instrumentos jurídicos consagratorios. Más aún, si reconocemos que las formas de propiedad se ligan inmediatamente a las formas de producción debiésemos plantear también que se necesita dirigir el blanco de las críticas a estas últimas. ¿Qué producimos ¿Para qué producimos? ¿Quién decide qué y hasta cuándo producir?, son preguntas íntimamente ligadas a la discusión sobre la propiedad.
Baste un ejemplo. Queremos derogar los instrumentos que privatizan el agua. El Código de Aguas. Sin embargo, aquella reivindicación resultará superficial en tanto no apuntemos simultáneamente a las lógicas y formas productivas de Chile. Porque el Código vertebra las principales actividades económicas: minería, energía, forestal, agroindustria, etc. Es lo uno y lo otro al mismo tiempo.
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Chile se encuentra agotado. Los niveles de conflictividad social van en aumento y no hay indicios de que las fuerzas que pugnan por transformaciones sociales profundas encuentren respuesta de boca de la Nueva Mayoría. Las transnacionales saquean el país, su gente y su vida en general. Asistimos a una necesidad histórica de transformación: o nos sacudimos o nuestras condiciones de vida seguirán empeorando.
¿Qué hacer? En momentos en que se producen fisuras -muchas veces irreversibles- entre nuestra sociedad y su medioambiente, se requiere proponer. Es hora de pasar de la denuncia a la crítica propositiva. Así, pensar y sugerir otras formas de propiedad no mercantil sobre el agua y otros recursos naturales (cooperativa, comunal, comunitaria, estatal, etc.) es una tarea de primer orden. Ahora bien, no se trata de fórmulas abstractas sacadas de manuales. Si no entendemos que la producción vertebra al conjunto de la sociedad, por lo mismo también la propiedad, es poco lo que podremos avanzar. El sistema productivo rentista-financiero que impera en Chile debe ser detenido.
Hoy necesitamos impulsar esta discusión. Entender de una vez que propiedad no es siempre «propiedad privada» ni equivalente a mercantilización o lucro. Nuestra propuesta debe ser programática, es decir, que tenga en cuenta la sociedad en su conjunto y se oriente como una plataforma de transformación que pretenda solucionar el problema de fondo y no cosméticamente.
«El desierto crece» y debe ser detenido.
[1] En breve, podemos decir que la renta hace referencia a un tipo de beneficio económico-político derivado del control de un bien limitado, no reproducible y apropiable privadamente, lo cual entrega a su poseedor una ventaja sobre el resto de los actores económicos. Por ejemplo, nadie puede crear de la nada un yacimiento de cobre o de petróleo.
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