Libro de de Víctor Herrero Aguayo
No hay en Chile una familia tanto tiempo poderosa como la familia Edwards. Por más de doscientos años siguen en el primer plano de la riqueza y el poder. Ya no es la más rica, pero conserva, a través del control de la principal cadena de prensa, enorme influencia política y un peso innegable en la formación de opinión pública.
Sus orígenes en Chile fueron modestos. El primer Edwards, George, fue un marino ingles que se quedó en La Serena en 1804. Dijo que era médico, aunque tal vez no pasaba de ser un simple practicante. Ambicioso, inteligente y más educado que el promedio de los serenenses, su prestigio como «médico» le permitió contactos con los mineros de la región, entonces en auge. Se casó con una muchacha de la sociedad provinciana, hija de una familia adinerada de apellido Ossandón. Apostó, luego, al triunfo de las fuerzas patriotas dirigidas por San Martín y O’Higgins.
UNA DINASTIA
El iniciador de la dinastía fue su hijo, Agustín Edwards Ossandón, que llegó a ser el hombre más rico de Chile. Cuando murió, su fortuna equivalía a la quinta parte del Producto Interno Bruto. La había logrado básicamente en la minería del cobre y la plata, instalando fundiciones y prestando dinero. Echó las bases de lo que sería el Banco Edwards y especuló comprando a bajo precio una parte significativa de la producción de cobre de Chile para venderla cuando el precio había subido, ganando en poco más de un año más del sesenta por ciento del capital inicial.
El sucesor del primer Agustín, un Edwards Ross, amplió los horizontes: fortaleció el banco de la familia y se asoció en la Compañía del Salitre y Ferrocarril de Antofagasta, determinante en el estallido de la guerra del 79 y se acercó a las fuerzas antibalmacedistas, en 1891. Aparecen después los Edwards que tienen conciencia de la importancia de la prensa, Agustín Edwards Mac Clure, abuelo del actual, que aspiraba a ser presidente de la República, funda El Mercurio en Santiago, en el cual después trabaja su hijo de apellidos Edwards Budge. Ya la familia ocupaba un lugar muy destacado en la sociedad y era bien considerada en los altos círculos ingleses y norteamericanos. La línea del diario ha sido invariable, sintetizable en «libertad dentro del orden», que implica rechazo a la intervención económica y productiva del Estado, clasismo, anticomunismo, religiosidad, y temor a los sectores populares y sus organizaciones.
LA BIOGRAFIA
Agustín Edwards Eastman, el quinto Agustín de la dinastía, encabeza la familia desde 1956 y en casi sesenta años ha tenido gran influencia en la sociedad chilena, con un poder que muchas veces actúa en las sombras. Es el personaje central del libro Agustín Edwards Eastman. Una biografía desclasificada del dueño de «El Mercurio», de Víctor Herrero Aguayo (Debate, 618 págs.).
El autor, periodista fogueado en Chile, con estudios de postgrado en la Universidad de Columbia y trabajo profesional en la prensa norteamericana y europea, trabajó cuatro años en esta biografía, utilizando todas las herramientas del oficio, desde entrevistas a más de setenta personas (muchas de las cuales pidieron reserva de su nombre, lo que demuestra el poder que todavía ostenta el biografiado), también fuentes indirectas, una amplísima bibliografía, análisis de contexto histórico, documentos desclasificados de los archivos del gobierno de Estados Unidos, antecedentes obtenidos de diversas universidades norteamericanas y de otras fuentes de ese país. Herrero intentó entrevistar al propio Agustín Edwards, quien se negó cortésmente por intermedio de El Mercurio justificándose en que «no ha sido ni es política de nuestra empresa participar de manera alguna en biografías de personas vivas».
Las dos terceras partes del libro están dedicadas a Agustín Edwards Eastman. El tercio inicial se refiere a los cuatro Agustines anteriores, desde mediados del siglo XIX hasta 1956 cuando fallece Agustín Edwards Budge y lo sucede el actual jefe del clan, que ha sido más longevo que sus antecesores.
Los primeros años fueron difíciles. El quinto Agustín enfrentaba, especialmente en El Mercurio , estructuras semiautónomas que funcionaban bien. Prefirió modificarlas gradualmente, dando responsabilidades a parientes y amigos de lealtad probada en áreas claves. En la política la situación era más confusa y peligrosa. Asumió cuando gobernaba Carlos Ibáñez del Campo, que había sido dictador entre 1927 y 1931 y había hostigado a su abuelo Agustín Edwards Mac Clure. Como presidente elegido en 1952, Ibáñez intentaba algunos cambios, pero se debatía en una crisis económica que pretendía resolver con las orientaciones de expertos norteamericanos. No descartaba la aplicación de la legislación represiva anticomunista y tenía un heterogéneo y cambiante apoyo parlamentario. Ibáñez fue sucedido por Jorge Alessandri Rodríguez, de definida orientación derechista que no siempre coincidió con Edwards, que miraba con simpatía la política de Estados Unidos y la pregonada Alianza para el Progreso del presidente John F. Kennedy.
En las elecciones presidenciales de septiembre de 1958, que ganó Alessandri, Salvador Allende estuvo apenas a 30 mil votos de derrotarlo, demostrando que era un evidente peligro para la institucionalidad burguesa. Y sobre todo, porque en 1959 el triunfo de la revolución cubana alteró repentinamente el panorama latinoamericano y tuvo también fuertes repercusiones en Chile.
A FONDO CONTRA ALLENDE
Edwards, El Mercurio y sus diarios dependientes se jugaron a fondo contra Salvador Allende en las campañas presidenciales de 1964 y 1970. Recibieron ayuda de la CIA y de diarios y revistas del exterior coordinados para producir efectos en Chile. No fueron solamente recursos económicos, hubo incluso periodistas financiados por la CIA que trabajaban en El Mercurio . La intervención llegó al paroxismo durante 1970, cuando triunfó Salvador Allende, el 4 de septiembre de ese año.
Edwards se marchó del país con su familia a los pocos días de la victoria de Allende, dejando a Hernán Cubillos, ex oficial naval, como apoderado general de sus negocios, incluyendo El Mercurio . En Estados Unidos tomó contacto con los máximos ejecutivos de ese país, incluyendo al presidente Richard Nixon y Henry Kissinger, los jefes de la CIA y del Departamento de Estado, siguiendo paso a paso los trajines conspirativos que culminaron con el atentado y muerte del general René Schneider, comandante en jefe del ejército. Edwards comenzó a trabajar para Pepsi Cola en Estados Unidos y Europa. Siguió permanentemente informado de lo que ocurría en Chile -de la represión y los crímenes- que su diario justificaba o silenciaba. Se esforzó por conseguir financiamiento norteamericano para su diario antes de 1973, como parte de la «lucha por la libertad de prensa». Pidió tanto, que despertó sospechas de que pudiere estar desviando dinero en su propio beneficio. Edwards fue, sin duda, un «cómplice» relevante de la dictadura durante los diecisiete años que duró. Regresó a Chile en 1975 poniéndose nuevamente a la cabeza de su imperio, que se había incrementado gracias a las privatizaciones y a la represión a sus competidores.
SALVADO POR PINOCHET
Antes del término de la dictadura, Pinochet recompensó a su amigo Agustín Edwards salvándolo de la quiebra. Encargó de la tarea al economista Alvaro Bardón, ex redactor de El Mercurio , y uno de los responsables del modelo económico impuesto por el régimen. Bardón hizo desaparecer (o redujo a cifras casi nominales) la deuda colosal que El Mercurio mantenía con el Banco del Estado, y lo blindó de ese modo para enfrentar la transición que se iniciaba.
Nadie pudo (o quiso) castigar a Agustín Edwards, que pronto empezó a respaldar las políticas de la Concertación. Infructuosas resultaron las denuncias y los esfuerzos de algunos periodistas y de organizaciones de derechos humanos por sancionarlo. Agustín Edwards pudo reconstruir parcialmente su imperio y abrirse hacia nuevas áreas, como tierras agrícolas en el sur. El secuestro de su hijo Cristián lo afectó gravemente, aunque sus repercusiones lo ayudaron en su proyecto político. Fundó Paz Ciudadana, que convirtió en lugar de encuentro con altos personeros de la Concertación, hoy Nueva Mayoría.
En síntesis, si bien esta «biografía desclasificada» no contiene revelaciones impactantes, tiene grandes méritos. El principal, posiblemente, consiste en el acercamiento entre la inmediatez periodística y la distancia reflexiva de la historiografía, lo que le asegura permanencia como base para nuevas investigaciones y esclarecimientos, necesarios dado el secreto que cubre todavía las operaciones de inteligencia de Estados Unidos contra la democracia en Chile y también la participación en ellas de chilenos, militares y civiles, hasta ahora ignorados. No es lo único destacable. Los antecedentes económicos, los negocios, la coyuntura y las visiones de futuro, la articulación con capitales extranjeros, y los nexos sociales en el mundo endogámico de la oligarquía chilena y los cambios en los países centrales del capitalismo, dan mayor espesor al trabajo. La fluidez del relato y, sobre todo, su contextualización histórica abre nuevas líneas que cuestionan la historia oficial, revelando el papel que han jugado en Chile las grandes fortunas siempre alertas para ajustar sus posiciones y aparentar cambios en la superficie, mientras el fondo oligárquico se mantiene.
Con todo, para Víctor Herrero, autor de este libro, la conclusión es clara: «Pase lo que pase, la saga de los Agustines Edwards está llegando a su fin». Sin embargo puede haber sorpresas. No sería la primera vez
Publicado en «Punto Final», edición Nº 824, 20 de marzo, 2015