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EEUU y los vestigios de Oceanía

Fuentes: Rebelión

«No es suficiente la obediencia. Si no experimenta sufrimiento. ¿Cómo estar seguro de que obedece a tu voluntad y no a la suya propia? El poder se funda en la capacidad de infligir a discreción dolor y humillación. El poder radica en la potencia de destrozar los espíritus y para reconstruirlos bajo nuevas formas que […]

«No es suficiente la obediencia. Si no experimenta sufrimiento. ¿Cómo estar seguro de que obedece a tu voluntad y no a la suya propia? El poder se funda en la capacidad de infligir a discreción dolor y humillación. El poder radica en la potencia de destrozar los espíritus y para reconstruirlos bajo nuevas formas que elegirás. ¿Puedes ver ahora qué tipo de mundo creamos? Es el inverso, exactamente de esas tontas utopías hedonistas que imaginaron los viejos reformadores. Un mundo estremecido por el miedo, racionado y donde impera el tormento, donde es ley aplastar y ser aplastado, un mundo que se volverá cada día más cruel. Nuestro mundo progresará bajo la égida de mayor dolor y su consolidación definitiva. Las antiguas civilizaciones querían sustentarse en el amor o la justicia. La nuestra tiene raíces profundas en el odio. En nuestro mundo no habrá emociones que no sean el miedo, la rabia, el triunfo y la auto humillación. Todo lo otro será aniquilado…»

George Orwell, 1984.

Han pasado aproximadamente 56 años, desde la publicación de la novela 1984, de George Orwell. Novela de ciencia ficción en la cual se describe el futuro de la humanidad bajo los gobiernos totalitarios. Publicada a inicios de la guerra fría (1949), muestra una realidad alternativa, donde el socialismo triunfa sobre las demás ideologías de principios del siglo XX, desde la revolución bolchevique en 1917 hasta los años 80. El capitalismo es erradicado por el socialismo, y este evoluciona a lo que en la novela es conocido como el INGSOC (Socialismo Inglés).

Principalmente en esta obra, Orwell presenta al mundo, una fuerte critica contra el gobierno estalinista, proyectándolo como un peligro inminente para la humanidad. Un mundo controlado por los gobiernos totalitarios que esclavizan a la humanidad hasta el punto de poder manipular su pensamiento. Lamentablemente la novela no acierta con respecto al socialismo estalinista, ya que Stalin muere en 1953. Y desde la muerte de ambos (Orwell muere en 1950), el ámbito internacional cambia radicalmente, por sucesos como las guerras de Vietnam, Nicaragua, Afganistán, la crisis de los mísiles en Cuba y Turquía hasta culminar con la caída del muro de Berlín en 1989 y el desplome de la URSS en el 1991.

Con la caída de la URSS, se entra en una nueva era de «ilustración», donde lo que imperará será el idealismo expuesto por los economistas, donde argumentaban que se estaba en el fin de la historia, las guerras desaparecerían de las relaciones entre los Estados, ya que el comercio sería lo que imperaría en el «sistema» internacional, por lo que todos los Estados actuarían como socios. El pensamiento hegemónico será el neoliberalismo transnacional, el cual implicaba la imposibilidad de que algún Estado buscará la supremacía mundial, principalmente porque la capacidad de un ataque de respuesta termonuclear hace obsoletas las carreras armamentistas estratégicas y porque el bienestar económico dependía de los mercados internacionales (Saxe, 2005)

Sin embargo, la pesadilla orwelliana no quedaba en el olvido. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 marcaron el fin de una era de incertidumbre, en la cual se vitoreaba el fin de la historia, se creía ciegamente (semejante a la creencia de la existencia de la idea cínica divinizada) que por medio del comercio, la cooperación internacional y la resolución de conflictos a través de Organismos Internacionales, las guerras iban a ser cosa del pasado, y por lo tanto junto a la guerra, la seguridad nacional se vuelve obsoleta y vendría a ser sustituida por la seguridad colectiva.

En Estados Unidos, George Bush hijo, llega a la presidencia por medio de unas elecciones cuestionadas. Desde el inicio de su administración se va desarrollando una campaña subversiva con el propósito de manipular la opinión pública estadounidense. Se fomenta el miedo, la inseguridad y se crean enemigos públicos que llegan a generar un ambiente histérico belicista, que justifica las intervenciones militares en cualquier parte del planeta.

A partir de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, se contempla de manera más clara, en los Estados Unidos, la formación de un Estado de carácter absolutista, Oceanía, deja de ser ficción. Es decir, un Estado que limita las libertades de su pueblo, a tal punto que logra controlar su pensamiento. Todos son objeto de espionaje. Mediante los medios de comunicación, lanza campañas subversivas para justificar sus acciones, en su mayoría campañas militares. Se crea la figura de Osama Bin Laden como el enemigo del pueblo. El Emmanuel Goldstein por excelencia. Un enemigo prefabricado por la CIA, quien constantemente se encuentra atentando contra el pueblo estadounidense, y es el rostro de toda la guerra contra el terrorismo. Se refugia en algún territorio enemigo (territorio elegido por Washington a su conveniencia). Por último, se observa como Bin Laden llega a ser uno de los más importantes factores decisorios para la reelección de G. W. Bush (una semana antes de las elecciones, aparece en la televisión estadounidense con nuevas amenazas).

El atentado del 11 de septiembre puede ser considerado como el acto justificador para la política exterior imperial de Estados Unidos. Es a partir de ese acto que se proclama el Acta Patriótica, semejante a la Ley de Incendio del Reichtag y se establece la Estrategia para la Seguridad Nacional, estrategia que se encuentra enmarcada en la Doctrina Bush, o la doctrina Monroe en un ámbito mundial. Se crea la Seguridad de la Patria (Homeland Security), que podría ser catalogada como la viva imagen de la Policía del Pensamiento orwelliana, por la similitud de sus funciones: vigilar y castigar, semejante a la GESTAPO.

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 no solo marcan el inicio de una nueva era dominada por el realismo clásico, sino también, como se explicó anteriormente, el fin de una era de incertidumbre donde el estudio de las relaciones internacionales estuvo dominada por teorías como el neorrealismo-neoliberalismo y por ende del fenómeno de su estudio, mejor conocido como la globalización. El capitalismo se ha transformado en un sistema universal de sojuzgamiento colonial y de estrangulación financiera de la inmensa mayoría de la población del planeta por un puñado de países «adelantados» (Lenin, 1977:9). Acaba con su fantasmagórica máscara, y muestra su verdadero rostro el imperialismo. Ese capitalismo de la libre competencia, con su regulador absolutamente indispensable, la Bolsa, pasa a la historia. En su lugar ha aparecido el nuevo capitalismo, que tiene los rasgos evidentes de un fenómeno transitorio, que representa una mezcolanza de la libre competencia y del monopolio. Surge de manera natural la pregunta: ¿en qué desemboca la «transición» del capitalismo moderno?. Desemboca esta transición del capitalismo moderno, del capitalismo en su fase imperialista (Lenin, 1977: 43)

Para Orwell, y prácticamente los gobernantes de los leviatanes, «la guerra moderna… sirve para agotar el sobrante de bienes y ayuda a conservar la atmósfera mental imprescindible para una sociedad jerarquizada. Y el objetivo de la guerra es… mantener intacta la estructura de la sociedad» (Orwell, 2002:198)

La desaparición del Estado, que predicaron y predican los incautos globalistas, o simplemente la reducción de sus funciones y la posible aparición de lo que podríamos llamar Estados-Corporación, empresas transnacionales, que podrían sustituir a los Estados-nación, como los encargados de la formulación de las políticas con las que se rige el sistema internacional. Sin embargo, el rol estatal conserva su primacía porque «es de gran importancia la diferenciación territorial de los Estados y el mantenimiento de las fronteras estatales para la generación de precios nacionalmente diferenciados de bienes «no transables», es decir que no circulan a través de las fronteras o cuya circulación trasnacional es muy reducida (servicios nacionales como comunicaciones, combustible, rentas inmobiliarias; estructura de precios en la industria de la construcción y otras similares)». Además que «los recursos políticos-militares de los Estados siguen siendo estratégicos para mantener o ampliar los espacios económicos y comerciales» (Vilas, 1999: 90). Aparte de esto es importante recalcar que «los Estados pervivirán en la medida en que es preciso que exista una instancia que imponga alguna disciplina, permita generar cierta confianza y opere a la manera de corrector de los desequilibrios más agudos en los momentos de crisis»(Taibo, 1999: 180).

Las intenciones de EEUU son claras. En un estado de guerra permanente, le permitiría salir del estado de recesión en el que se encuentra producto de la sobreproducción y la escasez de demanda que genera el capitalismo. Dándole mayor movilidad a su complejo industrial-militar-universitario, permitiéndole generar nuevas tecnologías militares y salir de la crisis mediante la producción y la venta de armas. Para poder sostener la industria de armamentos, los Estados Unidos debe generar un estado de guerra permanente. Según un informe de la Fundació per la Pau, la dinámica de Guerra Global Permanente contra el «terrorismo» es la última creación de dicho complejo industrial-militar-universitario, que esgrime las amenazas (reales o ficticias) a la «seguridad nacional» como principal argumento para reclamar de forma permanente un aumento de los gastos militares y una apuesta decidida por el desarrollo de nuevas generaciones de armas. En el mundo orwelliano, la guerra es de vital importancia, como se mencionó anteriormente, para conservar la sociedad jerarquizada y por ende al Estado, esto debido al mantener a las masas en la pobreza frenando la producción, esto significa debilitarse militarmente, y, además, como las privaciones que se provocaban eran innecesarias, generaba inevitablemente fuerte oposición. El problema consistía en echar a andar la capacidad de la industria sin incrementar la riqueza en el mundo. La mayor cantidad de los bienes producidos no debían ser distribuidos. En la práctica, la única manera de lograrlo era mediante una guerra permanente. La primera e inevitable consecuencia de la guerra es la destrucción, no necesariamente de vidas humanas, sino de los productos del trabajo. La guerra es una forma extrema de destruir o hundir en el fondo del mar los materiales que en una paz perpetua serían empleados para que las masas conocieran el bienestar y el tiempo libre y gracias a ello ganaran lentamente en lucidez. Aunque las armas no se usaran para destruir y por ende una gran parte de ellas no fuera destruida, su fabricación es un método conveniente de utilizar la fuerza de trabajo sin producir nada para el consumo (2002:190)

Detrás de las fachadas de seudodemocracias, en esta sociedad occidental (pre) moderna lo que impera es una estructura totalitaria, donde ha desarrollado fuerzas productivas nunca antes vistas. Pero las ha desarrollado con tanta destructividad, que ella misma se encuentra en el límite de su propia existencia y de la posibilidad de existencia del propio sujeto humano. La sociedad occidental ha hecho todo eso en nombre del servicio a la humanidad, en nombre del amor al prójimo y de la salvación, de la democracia y de la libertad. La sociedad occidental se cree la única sociedad libre de la historia humana. Nadie se ha escapado de esta ilusión, ni las iglesias, ni otros salvadores, ni las ideologías ni ningún grupo social. La naturaleza se desmorona y las armas nucleares dibujan en grandes letras la amenaza apocalíptica que pende sobra la tierra (Hinkelammert, 2000:10).

Esta sociedad quiere cosas más importantes, pero que a la postre destruyen el mundo mismo en el cual también ella tiene que existir. La sociedad occidental habla siempre de un humano tan infinitamente digno, que en pos de él y de su libertad el humano concreto tiene que ser destruido. Que el humano conozca a cristo, que salve su alma, que tenga libertad o democracia que construya el comunismo, son tales fines en nombre de los cuales se han borrado los derechos más simples del humano concreto. Nos hemos vuelto unidimensionales, siguiendo a Marcuse, la humanidad ha perdido su capacidad de raciocinio, el homo ha dejado de ser sapiens, se gasta un billón de dólares en armas, cifra doce veces superior a la requerida para sufragar programas para el desarrollo mundial, nos hemos vuelto en una sociedad tanásica.

En la actualidad, la libertad no es otra cosa que una estatua con forma femenina en una ciudad norteamericana. La gran mayoría se ha convertido en homo religiosus, seres domesticados por la religión, perdiendo toda capacidad de raciocinio, se han convertidos en parte de grandes rebaños (corderos de dios), guiados por mafias institucionalizadas. Pese a vivir en la era de la información, se vive en una gran desinformación, promovida por las cúpulas de poder, por medio de los sistemas de comunicación masiva que les pertenecen.

Como afirmaba Anders en 1975, «No solamente la imaginación ha dejado de estar al lado de la producción, sino que también el sentimiento ha dejado de estar a la par de la responsabilidad. Todavía podría ser posible imaginar o arrepentirse por el asesinato de un semejante, o aun de compartir la responsabilidad por ello. Pero figurarse la eliminación de cien mil semejantes definitivamente sobrepasa nuestro poder imaginativo. Entre más grande sea el efecto posible de nuestras acciones, tanto menos capaces somos de representárnoslo, de arrepentirnos o de sentir responsabilidad por él. Entre más ancho es el abismo, tanto más débil es el mecanismo de frenado. Eliminar cien mil personas apretando un botón es algo incomparablemente más fácil que destazar a un individuo. Lo «subliminal», el estímulo demasiado pequeño como para generar una reacción, ya ha sido reconocido en la psicología. Más significativo, sin embargo, aunque no haya sido visto ni mucho menos analizado, es lo «supraliminal», el estímulo demasiado grande como para generar una reacción, o para activar algún mecanismo de frenaje»(1975: 94). Somos incapaces de ver que nuestro exterminio pende sobre nuestras cabezas, que actualmente el mundo se encuentra en guerra, que llevará al mundo a su colapso ontológico. Y aún así nos negamos a abandonar el país de las maravillas.

Es necesario abandonar ese mundo de las maravillas germinado por el » globalismo pop» que surgió en la década de los 90. la globalización tal y como fue expuesta por sus promotores ha dejado ya de existir (aunque con un análisis exhaustivo se demuestra que como fue planteada, realmente nunca existió), la agenda internacional ya no gira entorno a los temas que mistificaron los ideólogos del «globalismo pop», quien pretenda creer que todavía nos encontramos en el fantástico mundo ideado en la década de los noventa, no es más que una víctima de un terrorismo subliminal y que le impide a sus víctimas contemplar la realidad a la que nos enfrentamos en este preciso momento. Es necesario recordar el antiutópico mensaje que Orwell nos deja en 1984: En la práctica, una sociedad igualitaria no sería estable, pues si todos los seres humanos disfrutasen en la misma medida del lujo y el ocio, la gran masa, a quien la pobreza imbeciliza, comenzarían a entender muchas cosas logrando pensar por sí mismos; y al reflexionar, comprenderían más pronto o más tarde que tal minoría privilegiada carecía de derechos fundados para imponer leyes a los demás y las eliminarían. Una sociedad jerarquizada sólo es posible generando pobreza e ignorancia (…) y la única manera de lograrlo era mediante una guerra permanente. La idea de estar en guerra, y por lo tanto en permanente peligro, deforma los hechos de tal manera que la delegación del poder absoluto a una reducida casta aparezca como la condición natural e inevitable para la supervivencia (2002:189-191). Y por lo tanto una lucha contra el terrorismo para reestablecer la «paz y la seguridad internacional», esa quimera, de u na paz que fuera de verdad perpetua sería en realidad una guerra permanente.

Sin embargo, algo debe quedar claro, pese a que sus políticas son imperialistas (podría catalogarlas como hiperimperialistas [i] ), EEUU no es un imperio, es un hegemón debilitado. Su hegemonía ha entrado en colapso, la consolidación de un Bloque de Contención Imperial [1] que busca mantener el statu quo que imperó en la posguerra fría, y también el surgimiento de movimientos de resistencia, como por ejemplo el Foro Social Mundial. Esto son un claro ejemplo de la debilidad de EEUU que ha empezado a perder su «área de influencia» por el protagonismo que ha llegado a poseer Venezuela y por la formación de un bloque sudamericano que se instaura por la alianza entre Argentina y Brasil.

El poder de EEUU, ha sido engrandecido por sus defensores y por los medios masivos de comunicación, que lo presentan como la hiperpotencia invencible, el paladín de los anhelos de la dignidad humana, poseedor de un súper ejército inigualable, y sin embargo, es una potencia sumamente endeudada, con fuertes crisis sociales como la pobreza y la violencia; y lo más importante incapaz de salir victorioso en dos teatros bélicos frente a países devastados por constantes bombardeos, embargos económicos, sanciones impuestas por EEUU y su organización títere, Naciones Unidas, y además de ser Estados prácticamente indefensos como es el caso de Afganistán e Irak.

Por lo tanto, la única manera de enfrentarse a EEUU, es en primera instancia dejar de otorgarle poder que no posee, dejar de proyectarlo como un monstruo invencible y con ello el mundo que EEUU pretende implantar será simplemente una quimera. Posteriormente hay que revelarse a sus designios, derrocar sus dogmas fundamentalistas excluyentes e implantar alternativas a esta sociedad tan decadente como es Occidente, y dejar de repetir al unísono que dos más dos es igual a cuatro. Y cuando se logre concebir que dos más dos puede ser cinco, la utopía de que otro mundo es posible, puede en algún momento ser menos utópico que la idea de EEUU como hiperpotencia.



[1] Frente a una política imperialista se pueden tomar diferentes medidas entre ellas encontramos 3: la contención, la concesión y el temor. El imperialismo, cuyos fines son la destrucción del esquema de poder existente, debe ser combatido al menos con una política de contención que, en defensa del esquema existente, reclame un cese de la agresión ulterior, a la expansión o a cualquier otra modificación del statu quo por parte de la potencia imperialista. Actualmente podemos observar, y como se afirmó anteriormente, que las demás potencias del sistema internacional, al notar los planes megalómanos de la administración Bush II, y conociendo el atractor al cual los EE.UU. está encaminando al sistema, han iniciado la formación de bloques de contención, más de carácter militar que económico. Esto lo podemos ver reflejado, en las alianzas de Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay y Cuba, y en los acercamientos de este bloque suramericano con Rusia, la UE, China e India. Y el apoyo brindado a Siria e Irán, por parte de los gobiernos ruso y venezolano. Todas estas acciones tomadas por estos bloques de contención, tienen como objetivo encaminar al Sistema Internacional hacia otro posible atractor: un sistema internacional equilibrado. El estado que cede ve en las sucesivas demandas del poder imperialista objetivos racionalmente limitados, compatibles con el mantenimiento del statu quo y ante los que debe ceder por los méritos intrínsecos del objetivo o por vía del compromiso, esto podría ser un signo de debilidad para la potencia imperialista y por consiguiente exigir más tributos que podrían ser imposibles de cumplir. El imperialismo plantea un problema que comparte con toda política exterior, aunque de un modo mucho más agudo. Se trata del problema de la determinación de la verdadera naturaleza de una política exterior tras sus coberturas ideológicas. Raramente los actores de la escena internacional presentan la política exterior que llevan a cabo como lo que en realidad es; Una política imperialista casi nunca revela su verdadero rostro en los pronunciamientos de quienes la implementan (1986:90-97). El Bloque de Contención Imperial está conformado por países como China, Rusia, Venezuela, Brasil, Bolivia, Argentina, Cuba, entre otros Estados, y su objetivo principal es el de contener las políticas revisionistas de EEUU.



[i] Políticas imperialistas que buscan la dominación de un todo, como la apropiación total de recursos vitales como el petróleo (principal objetivo de la invasión a Irak) y del agua (principal objetivo de un tratado de libre comercio con Centroamérica). La idea de la militarización del espacio, conocida como Star Wars, que se inicia en la administración Reagan. Continúa en la administración de Bush II, con el argumento de la creación de un escudo anti-mísiles. No conoce límites en sus aspiraciones de conquista. Su objetivo no es controlar el mundo, es controlar el espacio universal próximo, militarizarlo. También, ejercer control sobre el ciberespacio, debido a su excesiva dependencia tecnológica, donde un virus cibernético (las armas de destrucción masiva del siglo XXI), podría asestarle un duro golpe. Además de la manipulación del clima por medio de la utilización de tecnología militar para cumplir sus objetivos.

[i] Frente a una política imperialista se pueden tomar diferentes medidas entre ellas encontramos 3: la contención, la concesión y el temor. El imperialismo, cuyos fines son la destrucción del esquema de poder existente, debe ser combatido al menos con una política de contención que, en defensa del esquema existente, reclame un cese de la agresión ulterior, a la expansión o a cualquier otra modificación del statu quo por parte de la potencia imperialista. Actualmente podemos observar, y como se afirmó anteriormente, que las demás potencias del sistema internacional, al notar los planes megalómanos de la administración Bush II, y conociendo el atractor al cual los EE.UU. está encaminando al sistema, han iniciado la formación de bloques de contención, más de carácter militar que económico. Esto lo podemos ver reflejado, en las alianzas de Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay y Cuba, y en los acercamientos de este bloque suramericano con Rusia, la UE, China e India. Y el apoyo brindado a Siria e Irán, por parte de los gobiernos ruso y venezolano. Todas estas acciones tomadas por estos bloques de contención, tienen como objetivo encaminar al Sistema Internacional hacia otro posible atractor: un sistema internacional equilibrado. El estado que cede ve en las sucesivas demandas del poder imperialista objetivos racionalmente limitados, compatibles con el mantenimiento del statu quo y ante los que debe ceder por los méritos intrínsecos del objetivo o por vía del compromiso, esto podría ser un signo de debilidad para la potencia imperialista y por consiguiente exigir más tributos que podrían ser imposibles de cumplir. El imperialismo plantea un problema que comparte con toda política exterior, aunque de un modo mucho más agudo. Se trata del problema de la determinación de la verdadera naturaleza de una política exterior tras sus coberturas ideológicas. Raramente los actores de la escena internacional presentan la política exterior que llevan a cabo como lo que en realidad es; Una política imperialista casi nunca revela su verdadero rostro en los pronunciamientos de quienes la implementan (1986:90-97). El Bloque de Contención Imperial está conformado por países como China, Rusia, Venezuela, Brasil, Bolivia, Argentina, Cuba, entre otros Estados, y su objetivo principal es el de contener las políticas revisionistas de EEUU.