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El aborto y su mundo

Fuentes: 7días

Hay distancias que reverberan. Que nos acercan a cada origen conforme nos vamos alejando. Donde el espacio se nos ofrece como parámetro de identidad, reconociéndonos a cada paso. Que aquí se hilen las cuántas experiencias, que aquí.

A poco que uno se despiste más de la cuenta le empieza a resultar razonable que las leyes antiabortistas estén siendo promovidas por las compañías aéreas, con el fin de conseguir clientela para sus vuelos internacionales.

Y no es mal negocio. Sólo en 1985, cuando aún el aborto estaba penalizado en España, 15.000 mujeres viajaron desde Madrid a Londres con destino a una de las ocho clínicas que por aquel entonces realizaban abortos legales a mujeres extranjeras en el país británico. Un viaje de tres días que costaba un sueldo promedio mensual. A lo largo de ese mismo año, cerca de 90.000 fueron las españolas que tuvieron que viajar a algún país extranjero buscando el mismo fin.

Con el temor de que el fantasma de la reacción volviera a actuar en España a través de una contrarreforma del aborto finalmente fallida, y no sin cierta dosis de ironía, hace unos meses la Coordinadora Española para el Lobby Europeo de Mujeres abrió la web http://www.abortiontravel.org, una página donde poder calcular cuánto les costaría a las mujeres el viaje de 2 días de ida y vuelta, con alojamiento incluido, a Berlín, Lisboa o París, en caso de que se les imposibilitara la interrupción voluntaria del embarazo dentro del país. Viajes todos que rondan los 2.000 euros (110.000 RD$).

Por desgracia desconocemos los datos exactos de las cientos de mujeres dominicanas que cada año se ven obligadas a viajar a Puerto Rico o los Estados Unidos con la misma finalidad. Y son cientos, y no miles, porque la pírrica riqueza de la mayoría de las familias dominicanas no permite que sean más, teniendo que realizar estas operaciones dentro de las propias fronteras de la manera más antihigiénica e insegura imaginable.

Sin desestimar, entre el absurdo y el drama, la posibilidad del negocio de las aerolíneas, este hecho requiere tener en cuenta algunos elementos más. En los últimos años son muchas las voces que denuncian una campaña de desprestigio permanente a nivel mundial hacia ciertas reivindicaciones históricas de las mujeres en el plano de la igualdad social. Estos ataques han puesto en el punto de mira los derechos reproductivos como recurso de conflicto válido en la arena política globalizada. Las restricciones a la interrupción voluntaria del embarazo parecen haberse convertido en la piedra angular de la subordinación de las mujeres en el siglo XXI. «Sabemos que la derecha moral ha convertido el derecho al aborto, en todo el mundo, en el enemigo a batir. Esto es así porque en el derecho al aborto se dirime la (des)igual ciudadanía de las mujeres. El empeño mundial contra este derecho no tiene que ver con ningún asesinato, sino con el control del cuerpo y la sexualidad de las mujeres, con el poder de los hombres, con los roles de género dentro y fuera de la familia, asuntos estos que generan una enorme tensión política, no hay más que ver lo que ocurre con la violencia de género o con la desconfianza hacia el feminismo». Si la afirmación de Beatriz Gimeno es cierta, es de comprender que la libertad de elección respecto a la interrupción voluntaria del embarazo se haya convertido también en la punta de lanza de todo el movimiento de mujeres y feminista en general.

En este clima se encuentra hoy República Dominicana, buscando ruta en la planicie. Por ello es importante reconocer algunos de los elementos recurrentes en conflictos similares que se han vivido en otros países con anterioridad, a fin de no caer en el manido derrotismo de la originalidad perpetua dominicana, tierra sin igual, particularmente doliente. Por suerte para su solución, el debate en torno al aborto que en las últimas semanas está zarandeando la sociedad dominicana arrastra los mismos clichés y muestra las mismas expectativas que en otros muchos países.

Tres falacias vertebran los posicionamientos a favor y en contra de la reforma del Código Penal dominicano, aunque responden todas al mismo error: la ilusión de la vida sin contexto, sin raíces ni camino, equivocación que desautoriza en adelante cualquier tipo de planteamiento.

La primera falacia que nace de la ilusión de la vida sin contexto es la falacia de la sociedad enferma. Esta postura defiende que sólo en una sociedad decadente y sin arreglo puede plantearse seriamente la posibilidad de la aniquilación de una vida humana en el acto del aborto. Sin embargo, más que en sociedades en decadencia, estos debates son comunes en espacios y contextos en crisis. Acercando más el foco, en crisis de género. Y son debates que quedan atrás una vez superada la misma. Allí donde el Reino de los Hombres es el predominante, donde somos los hombres (como grupo social e individualmente) quienes monopolizamos la agenda política, los significados ideológicos, los consensos sociales. Allí donde, paralelamente, las mujeres (en masa, aunque en concreto solas) empiezan a ocupar mayor lugar social, aunque nunca llegando a alcanzar el nivel masculino, allí se da la crisis. La historia del aborto demuestra, de nuevo Gimeno, que ni las jerarquías eclesiásticas ni las fuerzas reaccionarias se ocuparon del aborto hasta que las mujeres comenzaron a poner en discusión el contrato sexual. A la caída de las monarquías absolutas en Europa surgen las sociedades modernas como resultado de un pacto entre varones libres e iguales. La fraternidad como maridos, ciudadanos y trabajadores compensará las asperezas de una sociedad capitalista (Carole Pateman) que obliga a la mayor parte de los varones a aceptar contratos de empleo caracterizados por la explotación. Aparece entonces el hogar privado como el lugar de descanso, de cuidado, refugio de las relaciones desinteresadas y solidarias. Los hombres, los hombres, a través del trabajo fuera de casa proveen de salario a su familia, a sí mismos y a sus esposas, aliviando de esta fatigosa tarea a las mujeres, las mujeres, y así éstas quedan felizmente libres de la carga de enfrentarse al «mundo de lobos» que se encuentra fuera del hogar, a cambio de la completa abnegación al cuidado y reposición sexual, emocional, higiénica y psicológica de sus maridos, padres y hermanos.

Las aperturas y procesos sociales de conflicto como el actual en República Dominicana se dan en ese momento de cambio social donde las mujeres adquieren paulatinamente mayor importancia pero más en el grueso que en la calidad de su posición, y no todavía en plano de igualdad respecto a los varones. Son momentos donde se busca dar respuesta a esta transformación social en donde las mujeres, antes huérfanas de ciudadanía, ahora están empezando a estar, pero a causa del momento inicial, lo hacen de manera pasiva, aún como objeto de estudio. En este punto el debate sobre el aborto y cualquier asunto relacionado a la vida cotidiana de las mujeres lo seguimos capitalizando los hombres, sólo que ahora en el espacio de discusión se siente la presencia, todavía no la voz, de unas nuevas inquilinas. En el debate respecto al aborto se está decidiendo sobre el futuro de unas mujeres que están empezando a estar pero que todavía no están, que empiezan a discernir pero aún no pueden decidir por ellas mismas. Estos debates no se dan o se dejaron atrás en lugares donde las mujeres tienen un papel activo en la política, en las relaciones de poder, tanto en los espacios públicos como en los privados. Más aún, estas discusiones se dan donde no solo las mujeres están en minoría de edad respecto a su capacidad política, sino donde ésta es una característica de la propia sociedad en su conjunto. No es casual que la mayoría de los países donde se persigue más duramente el aborto sea en espacios geopolíticos históricamente familiarizados con la dominación colonial y periféricos del sistema mundial. Donde se ha adoptado una cultura política súbdita a causa de la represión, en lugar de un modelo más propio del republicanismo democrático: Malta, Malawi, Chile, El Salvador, Nicaragua y República Dominicana son ejemplos de ello, todos con un fatigoso pasado que se siente viscoso todavía hoy.

La segunda de las falacias es la falacia de la mujer ausente. La explica Judith Thomson cuando denuncia que las mujeres parecen desaparecidas en cualquier debate en torno al aborto. En caso de gestación, prevalece el interés de una criatura viviente frente al de otra criatura viviente, siendo siempre la mujer, cualquiera y todas porque son intercambiables, la criatura viviente sobre la que nunca prevalece el interés. En el debate del aborto parece hacer un solo sujeto: el feto. (Marjorie Chambers) Sospechamos que, allí donde su presencia significa algo, las mujeres retroceden al estatus no político de ser simples portadoras biológicas de vida durante los meses del embarazo, sin importar su voluntad, opinión ni interés pero entrando en una preocupación grandísima la voluntad, opinión e interés del feto.

La ausencia sociológica nos dice que la jerarquía eclesiástica jamás cometería la imprudencia de obligar a un padre a donar en un trasplante el corazón a su hijo necesitado de uno para vivir, bajo pena de excomunión. Sin embargo sí obliga a una madre a dar a luz a una criatura a pesar de que la vida de la madre corra peligro. Pareciera, ya estamos despertando, que se mide con diferente patrón situaciones que de fondo no lo son. Por regla general por desgracia para las mujeres.

No es por perversión que se aborta, sino por ausencia de un contexto provisto de bienestar tanto para la criatura como para la madre y su familia.

La tercera de las falacias es la falacia individualista, y esta utilizada mayoritariamente por las defensoras del aborto. Por desgracia, su error parte, al igual que las otras dos falacias, de considerar el momento concreto sin atender a los procesos que lo hacen posible. La falacia individualista consiste en pretender exclusiva, de cada mujer concreta, la decisión sobre el desarrollo del embarazo o la interrupción del mismo. Se defiende la no intromisión de ningún elemento externo a la propia voluntad personal de la madre en el momento de la decisión final. Sin embargo, partir de este planteamiento no supone más que un juego intelectual, carente de cualquier tipo de objetividad. Todo acto humano, por acción u omisión, es un acto en sociedad. Nunca hecho humano alguno nace y muere en los estrechos e irreales límites de la propia individualidad. Toda acción humana es una acción desde y para su ecología. Las condiciones para la vida y el desarrollo digno de esa nueva criatura son siempre condiciones socialmente creadas, al igual que lo es la carencia de un marco de suficiencia. Todo nacimiento es, pues, un nacimiento para la sociedad, al igual que todo aborto lo es igualmente por la sociedad. No es por perversión que se aborta, sino por ausencia de un contexto provisto de bienestar tanto para la criatura como para la madre y su familia.

Cabe aquí la tentación, auspiciada por un hábito de milenios en intromisión, de pensar que toda la sociedad debiera entonces decidir. Pero como a causa del desigual reparto de los recursos simbólicos y materiales a lo largo de la historia, y de que la sociedad es en la práctica la sociedad del Reino de los Hombres, mejor es prevenir en que la sociedad no existe, o lo que es lo mismo, que cada sociedad es en realidad muchas sociedades, enfrascadas y capacitadas en base a sus propios proceso de ruptura, continuidad, conflicto y acuerdo. Grupos enfrentados se disputan la hegemonía, que no es más que universalizar al conjunto de la sociedad visiones e intereses que en realidad sólo pertenecen a una parte de la misma, hasta el punto de que el resto de la sociedad la sienta y defienda como propia. La Sociedad es, hoy todavía, la sociedad de las miradas masculinas. Debemos dejar espacio para la reflexión y el actuar de los intereses de las mujeres. Menos ingenuamente: las mujeres deben tomar, ocupar, conquistar los diferentes recursos de poder que en la sociedad se dan, creando otros, introduciendo sus propias visiones de la realidad. En este caso será todas, la mayoría, ellas, y no cada una, quien deba disponerse a decidir sobre la interrupción voluntaria del embarazo. Que se creen consejos de mujeres, parlamentos, iglesias, patios, paseos, centros de estudios, debate y decisión, que abarquen sus diferentes contextos y circunstancias dentro de cada sociedad; donde discutir si no ya los puntos concretos de cada aborto o alumbramiento, sí las claves directrices que la sociedad deba adoptar en el asunto. Por desgracia las propuestas en torno al aborto no suelen tomar en cuenta a las mujeres colectivamente, sino desde su individualidad, como personas antes que mujeres, mecanismo de extirpación de su potencial conciencia política, atomizadas y descontextualizadas del principal grupo social al que pertenecen, consecuencia del colonialismo ideológico del occidente liberal y capitalista.

«Tu cuerpo es un campo de batalla», denunciaba la artista plástica Barbara Krugger en una obra feminista ya célebre. Si no podemos evitar esa realidad, que sean al menos las mujeres las que decidan conscientes con qué armas luchar.

Fuente: http://www.7dias.com.do/opiniones/2014/12/11/i178318_aborto-mundo.html#.VI-TDId_vs1