Cuando hace cuatro años el país se anegaba en lluvia, estuvo de moda recurrir a la herencia garcia-marquiana del aguacero de 100 años en Macondo, para tratar de explicar (así fuera literariamente ya que no había otra aclaración) la ira de la naturaleza que se volcaba sobre los colombianos de una forma vengativa y hasta […]
Cuando hace cuatro años el país se anegaba en lluvia, estuvo de moda recurrir a la herencia garcia-marquiana del aguacero de 100 años en Macondo, para tratar de explicar (así fuera literariamente ya que no había otra aclaración) la ira de la naturaleza que se volcaba sobre los colombianos de una forma vengativa y hasta despiadada. Al fin de cuentas el exceso de agua lluvia no es tan mortífero como su ausencia.
Hoy por el contrario, cuando SI hay una explicación definitiva a la sequía que asola la altillanura Orinoquica, a las selvas Chocoanas, y a las vertientes de la Sierra Nevada de Santa Marta; entregadas con plena conciencia racional y como un plan de gobierno a la irracional explotación Trasnacional de las locomotoras agro-mineras y la explotación petrolera del Santismo, y el olor agridulce a mortecino se filtra por entre las noticias y retratos periodísticos que describen la actual «hecatombe ecológica» de Colombia; ya no se puede recurrir al repertorio de García Márquez, porque su desbordada imaginación creadora, que no pudo soñar una catástrofe de esa inmensidad en Macondo, ya no sirve para embellecer u ocultar la ineptitud y desidia gubernamentales y la corrupción de las Corporaciones Autónomas Regionales, cuyo modelo de negligencia burocrática y clientelista fue creado y sintetizado por la Constitución de 1991. ¡Ay el rio grande de la Magdalena del presidente de la constituyente Serpa Uribe!
Ahora la misma indolencia y desidia del Santismo, que no ve nada diferente de Votos para su reeleción y atajar a Peñalosa dividiendo a los verdes con el esquirol izquierdista Lucho Garzón, está dominado por su propia inercia, dejando el «Aquí y Ahora» que dinamiza toda la actividad política para después. En Colombia eso se llama «sacaculismo» y su nombre lo describe: «sacarle el culo a los problemas dejándolos para después» , que bien podría ser sinónimo en castizo de desidia, negligencia, indolencia, ineptitud, o todas ellas.
A las múltiples propuestas claves hechas por la Insurgencia de las FARC buscando la solución de fondo del histórico conflicto social y armado de Colombia, cuya superación se busca en los diálogos de la Habana; Santos y su energúmeno instrumento De La Calle responden con el círculo vicioso de que hay que dejar todo eso para cuando se acabe el conflicto
EL cese al fuego bilateral es para cuando se haya acabado el conflicto. Mientras tanto y sin darle mayor importancia al agridulce olor de la muerte seguirán cayendo colombianos de ambas partes. Igual la Asamblea Constituyente, o la Comisión de la Verdad, que para llegar oportunamente a Acuerdos Sociales amplios y actuales, deberán esperar hasta cuando se acabe el conflicto. Bueno, y ¿cuándo se acaba el conflicto? Pues muy sencillo, ¡cuando se acabe!: cuando se firme lo acordado, pues nada de lo acordado está acordado hasta cuando todo esté acordado.
Esa es la quinta-esencia de los pleonasmos y galimatías del-la-callismo de De-la-Calle (nota: lo escribo con elle, porque en Manizales le dirán lacayismo) y que está dominando la lógica gubernamental del Santismo. El cual estuporoso ante los resultados de las encuestas electorales y las catástrofes agro-mineras por él producidas, ha caído en la inmovilidad perdiendo, día tras día, verdaderas oportunidades de reconciliación entre los colombianos.
Ya no es solamente la renuncia del min-guerra Pinzón, o del min-agricultura Lizarralde, o Min-energía el afro Acosta, o min-ambiente el conservador- santista Uribe, o la derrota política del fanático ultramontano Ordoñez, lo que puede resolver la aguda situación en la que se debate la vida colectiva de los colombianos impregnada hasta lo más íntimo del agridulce olor de la muerte:
Es que se ha hecho imprescindible un giro radical en su orientación y dirección tanto material como espiritual como país, lo cual pasa necesariamente por una convocatoria inminente a una Asamblea Nacional Constituyente amplia y democrática, que no puede esperar a que De la Calle y sus grupo acabe «formalmente» el conflicto cuando se acabe, sino que sea un paso adelantado a esta finalización.
El pueblo colombiano no puede seguir paralizado por la inercia de Santos, sino que debe tomar la iniciativa reclamando por calles y carreteras de Colombia la convocatoria urgente a una Asamblea Constituyente salvadora de nuestro país.
(*) Alberto Pinzón Sánchez es médico y antropólogo colombiano
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