Piñera gana las elecciones propendiendo algo que, en realidad, es un derecho humano: el trabajo. Eso. Nada más que eso. A llorar a misa, los que lloran. Tiene la fórmula. Y listo. Piñera opera de otro modo. Está al interior de cada uno. Ahí opera: en el nivel psicológico. Explora las necesidades, los anhelos, los […]
Piñera gana las elecciones propendiendo algo que, en realidad, es un derecho humano: el trabajo. Eso. Nada más que eso. A llorar a misa, los que lloran. Tiene la fórmula. Y listo. Piñera opera de otro modo. Está al interior de cada uno. Ahí opera: en el nivel psicológico. Explora las necesidades, los anhelos, los deseos. El miedo. Y lo explota. El tema es simple: es otra clase de poder el que opera bajo las ruinas de otro Chile. Y la derecha lo está entendiendo. Por eso ganan. En Chile. En Latinoamérica. En el mundo.
Las dictaduras en América Latina y los totalitarismos en Europa buscaban saber del hombre, de sus intimidades, de sus relaciones, lo que pensaban o sentían. Lo espiaban. Hoy, los seres humanos entregan libre y conscientemente sus datos y privacidad a las empresas que comercian con ellos. El sistema es abierto. La gente habla de «saber venderse», como mercancías. Y para venderse hay que explotarse a sí mismos: más trabajo, más sometimiento, más rendimiento. ¡Guillier es un «flojo» para la sociedad del rendimiento! El explotador no está fuera, sino que dentro de cada uno: el hombre es explotador de sí mismo. De la represión del siglo XX a la depresión del siglo XXI. Pandemias de depresión. La apariencia se impone a la existencia. El tiempo devora al espacio. Piñera ofrece un atajo en ese laberinto: más trabajo. Nada más que eso. Y gana.
La derecha entiende la situación en el que mundo está, y está ahí para ofrecer el camino a la salvación en la sociedad del sálvese quien pueda: trabajo, chorreo, rendimiento, apariencia. Ejercen el poder y, de paso, un atajo en el laberinto. Inventan el problema y ofrecen la solución. Tienen el atajo. Hacen mejor lectura. Y listo: ganan.
Sociedad del cansancio y el rendimiento, dice Byung Chul Han. También dice que la técnica de poder del régimen neoliberal no es prohibitoria, protectora o represiva, sino prospectiva, permisiva y proyectiva. El consume no se reprime, se maximiza. No se genera escasez sino abundancia, incluso exceso de positividad. Se nos anima a comunicar y a consumir. El principio de negatividad, que es constitutiva del estado vigilante, cede ante el principio de la positividad. Positividad, mucha. Siempre alegres. Nadie puede estar mal. Nadie triste. Los espías de Facebook no lo permiten. Del capitalismo y el poseer mercancías, al neoliberalismo y el «aparecer» en las pantallas. Amigos virtuales: comunicación vacía. El consumo y la tecnología se alimentan de la soledad humana. Y la gente está sola, muy sola, cansada, con estrés. Piñera, el hombre del rendimiento, lo entiende. Lo lee. Y ofrece una formula simple para arrancar del laberinto que ya sorteó. Y gana.
«Lo que quieren los chilenos», repetía y repetía alguien que no vive como ningún chileno. No es que Piñera sepa lo que quieren los chilenos, lo que sabe es cómo opera la condición humana frente a esta nueva clase de poder. Simple: la sociedad a la deriva, privada de cualquier derecho, necesita seguridad. Piñera se adentra en la psicología de ese problema. Opera en las emociones. Las maximiza. Abundancia, ofrece. Positividad, exige. Ahí está el atajo en el laberinto. El atajo en el poder. Lo ofrece. Y gana.
Dos caras tiene el poder, decía Maquiavelo: la represiva y la amable. En la amable, en la hegemonía, en los sentidos comunes, está ganando la derecha. Y mientras no se permee las conciencias, no se haga latente que la vida es una cosa más profunda que acumular cosas y aparentar con el vecino, mientras no se dispute el significado de la vida misma, el atajo en el laberinto lo seguirá ofreciendo la derecha. Con poco, con bien poco. Con trabajo, un derecho humano.
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