En el fracaso y descrédito político de la Nueva Mayoría y de la derecha, la izquierda enfrenta hoy la mejor oportunidad para irrumpir con fuerza en el escenario electoral y constituirse en una sólida alternativa presidencial. Si no fuera por su fraccionamiento en tantos partidos, movimientos y referentes, como por la letal megalomanía de quienes […]
En el fracaso y descrédito político de la Nueva Mayoría y de la derecha, la izquierda enfrenta hoy la mejor oportunidad para irrumpir con fuerza en el escenario electoral y constituirse en una sólida alternativa presidencial. Si no fuera por su fraccionamiento en tantos partidos, movimientos y referentes, como por la letal megalomanía de quienes asumen las banderas del progresismo, hace tiempo que podría estar posicionada como una fuerza capaz de desplazar a las que se han enseñoreado durante toda la posdictadura y cuyas diferencias ideológicas cuesta ya mucho distinguir.
Hay quienes están muy confiados en el acuerdo que algunos partidos y grupos vanguardistas han consolidado para encarar los comicios municipales. Sin embargo, lo cierto es que este loable esfuerzo de cuatro o cinco expresiones es muy insatisfactorio todavía, cuando en esta misma competencia electoral es posible observar los más diversos candidatos a alcaldes y concejales de otro buen número de referentes de izquierda desperdigados o celosos de su autonomía.
Es de esperar que este proceso electoral entregue resultados auspiciosos para los postulantes de izquierda a los municipios, toda vez que entre ellos hay quienes son vistos positivamente en sus comunas, a consecuencia muchas veces de su personal y abnegado trabajo de base. Pero también quedará demostrado el creciente desinterés que provoca a los chilenos sufragar, mientras no visualicen una alternativa unitaria.
No se trata, solamente, de que las organizaciones de izquierda confluyan en un referente electoral. A esta altura, más valdría que un conjunto de expresiones se disolvieran y fueran capaces de abrirse a la formación de un único partido o movimiento que, desde la partida, defina procedimientos democráticos para elegir sus nuevos representantes. Treinta o más años de un sinnúmero de siglas, más que de convicciones distintas, son más que suficientes para entender que ya sería hora de sepultarlas, dada su incapacidad de capturar apoyo y fervor ciudadano. Habría que darle un «funeral de honor» a aquellas denominaciones que en el pasado cumplieron una tarea fundamental en la lucha contra la dictadura, pero que hoy no sirven para combatir a la nefasta posdictadura y abogar por un cambio revolucionario de nuestro sistema institucional, nuestra economía y organización social.
Parece indispensable que en la precipitada carrera por llegar a La Moneda (originada fundamentalmente por la pérdida de credibilidad en la jefa de Estado), la izquierda auténtica sea capaz de confluir en una vanguardia y un líder que sean capaces de reencantar a los pobres y a la clase media, como a todos los discriminados del país. Que puedan marcar diferencia real con las viejas figuras que hoy ofrece el duopolio político cogobernante y que incluso buscan «repetirse el plato» después de sus naufragadas administraciones en más de 26 años de gobiernos regidos por la Constitución de Pinochet y su modelo neoliberal, que ha creado esperpentos como los que existen en el sistema previsional, la salud y la educación de lucro.
Sin duda que la izquierda necesita nombres liberados de sospechas, de sectarismos y ambiciones personales y que se demuestren capaces de ungir como candidato presidencial a quien ofrezca mayores atributos y consecuencia en su trayectoria. Abanderado, por cierto, que, en ningún caso, se derive de los cálculos matemáticos siempre presentes en los arreglos cupulares. Una figura moral que no tenga porqué provenir de la política, sino ojalá del mundo social o incluso intelectual, pero que demuestre consistencia en sus convicciones. En ningún caso, además, alguien que en la victoria o en la derrota esté dispuesto a negociar cuotas de poder con sus adversarios, sino que se proponga como tantos y genuinos líderes históricos, recorrer el camino propio, asistido nada más que por el pueblo y sus organizaciones para llegar al poder y cumplir con su cometido ético y doctrinario.
Lo que más tiene la izquierda es ideología y propuestas respecto de su vocación democrática, su compromiso con la igualdad social y la defensa de la vida humana. Por algo los científicos y pensadores más visionarios del mundo son casi siempre personas de pensamiento progresista. Mientras, los que alguna vez se declaraban socialistas y socialcristianos terminaron seducidos y postrados ante los intereses y lisonjas de las clases pudientes, de los inversionistas foráneos y el hegemonismo del imperio.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 860, 16 de septiembre 2016.