En todos los debates presidenciales en los que ha participado el profesor Eduardo Artés, candidato de Unión Patriótica a la presidencia de Chile, así como en las entrevistas personales que le han realizado en la televisión y en algunas radios, ha existido un factor común: ser «interpelado» hasta el cansancio, por los periodistas de turno, […]
En todos los debates presidenciales en los que ha participado el profesor Eduardo Artés, candidato de Unión Patriótica a la presidencia de Chile, así como en las entrevistas personales que le han realizado en la televisión y en algunas radios, ha existido un factor común: ser «interpelado» hasta el cansancio, por los periodistas de turno, sobre su visión acerca de Corea del Norte (tampoco faltan Cuba y Venezuela), como si Artés estuviese participando en la elección presidencial de alguno de aquellos países y no en Chile.
Los periodistas, o panelistas, insisten pedantemente en el tema, dejando traslucir en su semblante una expresión íntima que podría traducirse como, «aquí te las verás conmigo, con esta pregunta te dejo grogui«.
Eduardo Artés ha dejado claro que jamás se le ha pasado por la mente proponer para Chile un sistema político como el existente en Corea del Norte ni en ningún otro país, explicando que cada país debe crear su propio sistema político de acuerdo a su realidad e idiosincrasia, a su cultura y conceptos, etc.
Eso sí, todo eso dentro de un marco de justicia social y real participación del pueblo en la construcción de su futuro, acabando con el actual sistema neoliberal, que es un sistema represivo en lo económico, social y político.
Es decir, aspira a una democracia de verdad, distinta a la democracia oligárquica que tenemos actualmente y tanto daño ha causado a los chilenos. Aspira a una democracia donde se cumpla aquello de que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Chile lleva doscientos años en manos de plutócratas que lo único han hecho es explotar a sus compatriotas. No por nada nuestro país es uno de los más desiguales del mundo. De hecho, el candidato derechista, Sebastián Piñera, es un multimillonario defensor a sangre y fuego de la acumulación capitalista, mientras que en el país que pretende dirigir muere gente que lleva meses, e incluso años, esperando poder recibir atención médica pública, pues no cuenta con dinero para atenderse en clínicas particulares. ¿Es eso democracia?
Entonces me pregunto, porqué algunos periodistas, panelistas y «analistas políticos», y la prensa en general, se mofan del candidato Eduardo Artés y de sus propuestas programáticas, acusándolo de ser un espectro de los años sesenta o de pertenecer a una especie en extinción, cuando tan sólo busca la participación real de la gente, el imperio de la justicia social y acabar con los abusos. Hasta loco le han dicho caricaturizando sus posiciones.
Alguien ha escuchado a algún periodista preguntar a los candidatos de la derecha y del sistema porqué insisten en mantener en Chile una democracia tutelada por ellos mismos, donde las decisiones que repercuten en la vida de todos están en manos de un grupo de familias adineradas y de políticos sirvientes de ellas, como quedó demostrado con la aprobación de la ley de pesca.
La casta política y empresarial no tiene límites para mantener sus privilegios, se reproducen como los hongos tras la lluvia en cada elección. Ellos deciden quiénes son los candidatos entre gatos y medianoche, obligando a la gente a votar dentro de un sistema hecho a su medida. ¿Es eso justo? Por supuesto que no.
Y si Artés participa en esta elección, es porque utiliza esa pequeña ventana que siempre la oligarquía deja semiabierta para autolegitimar su «democracia», a sabiendas de que es imposible ganarles sin los recursos que ellos poseen, no con la idea de mantener el sistema, sino que con la idea de cambiarlo. Eso es lo de fondo que tanto molesta a sus interlocutores.
No soportan que el candidato de Unión Patriótica reconozca abiertamente y sin la vergüenza de la «izquierda» de la Nueva Mayoría», que el sistema político chileno debe ser refundado, pues está corrupto. Lo esencial de su programa se centra en que el país debe ser refundado sobre la base de valores verdaderamente democráticos y a partir de una Asamblea Constituyente.
Eduardo Artés es un hombre que no esconde sus posiciones para poder quedar bien con Dios y con el diablo. No miente. Dice las cosas por su nombre, con serenidad y convicción.
No se amilana ni con las preguntas más tendenciosas y burlescas, sino que las responde poniéndolas en el debido contexto filosófico y científico materialista-dialectico. Lo que evidentemente exaspera aún más a sus detractores.
Las cartas están tiradas, la gente debe ahora reflexionar y no dejarse engañar por las manipulaciones de la prensa y las encuestas, que crean tendencias en el imaginario colectivo. El camino es largo y duro, y Eduardo Artés lo sabe, así como también sabe que la prensa no cejará en su empeño por desacreditarlo. Pero como versa el refrán popular, «La verdad tarda pero llega».
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