Hace falta sufrir de una considerable miopía o de una grave obcecación ideológica para no reconocer que el PP ganó clarísimamente las elecciones del 20 de noviembre de 2011. Sin embargo, no faltó quien afirmase en una lamentable velada -afortunadamente ultraminoritaria- de vudú electoral celebrada en la puerta del Sol que «ganó la abstención». Examinando […]
Hace falta sufrir de una considerable miopía o de una grave obcecación ideológica para no reconocer que el PP ganó clarísimamente las elecciones del 20 de noviembre de 2011. Sin embargo, no faltó quien afirmase en una lamentable velada -afortunadamente ultraminoritaria- de vudú electoral celebrada en la puerta del Sol que «ganó la abstención». Examinando los datos de participación y los votos recibidos por el PP esa afirmación es matemáticamente inexacta y políticamente insignificante. Ganó el PP. Ganó el PP porque se hundió el PSOE y el PP quedó como el único pilar -aún incólume- del régimen bipartidista surgido de la transición. El PP ha cosechado relativamente pocos votos nuevos (630.000) y sólo ha superado al PSOE porque este ha perdido un poco más de cuatro millones de votos. Todos esto da al PP una holgada mayoría, tan holgada que, incluso si no se hubiese aplicado la ley d’Hondt, el PP habría podido gobernar fácilmente con el apoyo de CiU o de UPyD. Lo importante, sin embargo, es que, de todas formas, el PP podrá contar con el voto del PSOE en todos aquellos aspectos que se consideren «de Estado» o relacionados con la «gobernabilidad», esto es con el mantenimiento del sistema neoliberal y de la unidad de los «hombres y tierras de España». El PP ha ganado un amplísimo espacio en el ámbito de la representación, pero el consenso en torno al neoliberalismo en el arco parlamentario es aún mayor. Cabe destacar dos excepciones: el ascenso de IU y la irrupción de Amaiur como primera fuerza política en Euskadi y tercera fuerza política en Navarra. IU y Amaiur son los dos únicos herederos de las fuerzas políticas que lucharon por una ruptura de la continuidad política del régimen. Son organizaciones capaces de un cierto antagonismo (un desafío social y constitucional) que supera el marco político de la constitución de 1978. Hoy, más aún que ayer se ve confirmado el «no nos representan» del 15M. La disociación entre un régimen enrocado y una sociedad que genera cada vez mayores espacios de disidencia recuerda otros fines de imperio.
Con todo, los resultados del PP han quedado relativizados desde el primer día por los mercados, o mejor dicho, por los distintos agentes del capital financiero. Apenas despertados de la resaca electoral, los dirigentes y los votantes del PP se han visto enfrentados a un aumento de la prima de riesgo acompañado de una importante bajada de la bolsa. A propósito de la prima de riesgo, el País afirma que: «Al cierre, el diferencial entre la rentabilidad exigida a los bonos españoles frente a los alemanes ha aumentado en 22 puntos básicos frente al viernes hasta los 463 con los títulos que vencen en 2021 cotizando por encima del 6,5%». En cuanto a la bolsa, el Ibex cerró la primera jornada tras la victoria de la derecha con una bajada del 3,48%, una de las más importantes del año. Este es tal vez el dato más importante para un balance de estas elecciones: aunque haya ganado ampliamente Mariano Rajoy, el capital financiero parece reaccionar como si hubiesen ganado las izquierdas…
No es de extrañar esta reacción de la bolsa y de los mercados. Ciertamente no es la que esperaban ni la dirección del PP ni sus votantes. La dirección del PP venía suplicando a los mercados una tregua, pensando que los mercados son los aliados naturales de la derecha. No la han obtenido y esto ha sido así porque el mecanismo de la deuda no es un cálculo político táctico o estratégico, sino muy precisamente un sistema automático, un automaton, ciego. Lo que importa dentro de este sistema es que la deuda de un país llegue a pagarse y lo haga al máximo tipo de interés posible. La creación de miedo e incertidumbre determina en modo decisivo los resultados. Importa muy poco que un gobierno sea de derechas o de izquierdas, lo decisivo es que pague y haga pagar a su población. Para ello, los mercados financieros tienen un arma infalible: el monopolio de la calificación de la deuda. Basta con que, a partir de la evolución de cualquier indicador, reduzcan la solvencia de un país deudor para que la prima de riesgo se dispare y la solvencia real de ese país disminuya como resultado del aumento automático de los tipos de interés sobre su deuda. Las profecías de los mercados se autorrealizan, no porque tengan una base científica, sino porque la economía financiera y la economía de la deuda son sistemas donde el cálculo de expectativas y la anticipación de la actuación de los demás actores priman sobre cualquier consideración de otro tipo y los actores más potentes tienen los medios de provocar las reacciones en cadena necesarias. En la economía financiera hoy hegemónica, un fuerte subjetivismo en las apreciaciones se une a un enorme automatismo en las reacciones.
El capitalismo financiero extrae renta a partir de la actividad productiva de la población. De manera tan parasitaria como lo hiciera un señor feudal. El trabajador cognitivo, precario, afectivo, social, que el programa del PP ve como autoempresario conforme al dogma neoliberal, está inmerso en un sistema de producción basado en la cooperación en red y en el acceso a unos comunes productivos que en parte se confunden con las capacidades lingüísticas, intelectuales, sociales y afectivas de la especie. El individuo aislado es un individuo situado en una trama de relaciones sociales de cooperación rica y compleja que el capital no puede controlar desde dentro. El capital no puede ya organizar la cooperación como lo hacía en el marco de la fábrica: es imposible someter al trabajador cognitivo en red a un régimen disciplinario. Su instrumento fundamental de explotación es la deuda. Hoy, el beneficio que obtenía el capital industrial mediante la producción de mercancías se ve sustituido por la renta del capital financiero convertido en títulos de deuda libremente negociables. La sumisión a la deuda financiera es además un instrumento eficacísimo de sumisión tanto de los particulares como de los gobiernos, al constituir, como señala Maurizio Lazzarato un auténtico dispositivo de control del futuro de personas y países. Si a esto se añade la particular situación de indefensión frente a la especulación financiera y sus profecías autorrealizadas de los países más débiles de la zona euro, el comienzo de la nueva legislatura con mayoría del PP no va a resultar menos difícil que el calvario de los últimos meses del gobierno de Zapatero o del políticamente también difunto Georgos Papandreu..
Es comprensible que mucha gente siga apoyando al PP y que, incluso haya visto aumentar su apoyo en las últimas elecciones. Ante una situación de crisis de un sistema social, es frecuente que quienes viven en él regresen a sus principios básicos como si fueran los artículos de un credo religioso y culpen de la crisis a quienes no fueron suficientemente ortodoxos. Como nos explicaba Walter Benjamin, el capitalismo es una religión basada en la deuda hacia un Dios implacable: el capital financiero. Intentamos por todos los medios serle gratos, pero siempre descubrimos que nuestro sacrificio es insuficiente. Ante el pánico que produce la intensificación de la deuda y la culpabilidad que la acompaña sólo vemos una perspectiva de salvación en una cada vez más estricta ortodoxia. Hoy los votantes del PP han buscado la salvación en el fervor religioso y en el vituperio hacia los supuestamente menos ortodoxos. Esto no ha saciado a su Dios: serán necesarios mayores sacrificios. La evidencia de la zozobra del capitalismo financiero -y del capitalismo en general- produce reacciones defensivas desesperadas: los viajeros del Titánic, viendo que el buque se hundía, se agarraban a sus estructuras más sólidas, cuando lo racional hubiera sido buscar botes salvavidas o incluso echarse al agua en busca de una tabla de salvación. Hoy, una mayoría importante de los votantes españoles ha hecho lo mismo.
Blog del autor: Iohannes Maurus
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