«Pero nosotros / abríamos de Marx / cada volumen / como en la casa / propia / se abren las ventanas.» Poesía, Mayakovsky. Ed.: Akal. ¿Quiénes se dicen «socialistas»?. ¿Quiénes se dicen «comunistas»?. ¿Qué quiere decir «socialista» y «comunista»?. ¿Qué han defendido?. ¿Qué defienden hoy? Las respuestas están en la práctica adoptada por socialistas y […]
«Pero nosotros / abríamos de Marx / cada volumen / como en la casa / propia / se abren las ventanas.»
Poesía, Mayakovsky. Ed.: Akal.
¿Quiénes se dicen «socialistas»?. ¿Quiénes se dicen «comunistas»?. ¿Qué quiere decir «socialista» y «comunista»?. ¿Qué han defendido?. ¿Qué defienden hoy? Las respuestas están en la práctica adoptada por socialistas y comunistas a la luz de los acontecimientos históricos y del quehacer político diario. Hoy, sin ir más lejos, los socialistas defienden la reforma del sistema capitalista encarnando en un tono gris las políticas de la derecha, la defensa del sistema capitalista en todos los órdenes, llegan a hablar de una «segunda transición» y de la sucesión del rey por parte de su hijo. Hoy también, hay quienes habíéndose definido como comunistas crean organizaciones abiertamente reformadoras del capitalismo, y así lo declaran, y también hay quienes sin declararse en favor del capitalismo practican políticas de reforma capitalista. Cómo no, las fuerzas defensoras del comunismo también se organizan, no son mayoría, como ha ocurrido en otras épocas. Los colaboradores del poder capitalista siempre han sumado y difundido confusión sobre los objetivos de la clase obrera, han disuelto la ideología de clase alentando acuerdos, colaboraciones, participaciones, asunción de valores, siempre, teniendo como límite el respeto al núcleo duro de la burguesía, reformas, no cambiar de clase la propiedad de los medios de producción. Hoy por hoy encontramos muchos, dentro y fuera de las instituciones. Acuerdos de gobierno como el de Andalucía, postura ante el Derecho a la Autodeterminación de los pueblos, prevalencia del trabajo parlamentario, colaboración en entidades bancarias, desorganización general de la clase obrera, … Queda mucho por hacer, y el capitalismo en crisis total; ahora que salen a la luz sus ayudantes ocultos tampoco estaría mal que repasásemos algunos textos que sin duda son aclaratorios para la izquierda.
En el Prefacio a la edición alemana de 1890 al Manifiesto Comunista, F. Engels explica por qué Carlos Marx y él lo titularon «Comunista» y no «Socialista», dice así: «… cuando apareció (el Manifiesto) no pudimos titularle Manifiesto «Socialista». En 1847, se comprendía con el nombre socialista a dos categorías de personas. De un lado, los partidarios de diferentes sistemas utópicos, particularmente los owenistas en Inglaterra y los fourieristas en Francia, que no eran ya sino simples sectas en proceso de extinción paulatina. De otro lado, los más diversos curanderos sociales que aspiraban a suprimir, con sus variadas panaceas y emplastos de toda suerte, las lacras sociales sin dañar en lo más mínimo al capital ni a la ganancia. En ambos casos, gentes que se hallaban fuera del movimiento obrero y que buscaban apoyo más bien en las clases «instruidas». En cambio, la parte de los obreros que, convencida de la insuficiencia de las revoluciones meramente políticas, exigía una transformación radical de la sociedad, se llamaba entonces «Comunista». Era un comunismo apenas elaborado, asaz pujante para crear dos sistemas de comunismo utópico: en Francia, el «icario», de Cabet, y en Alemania, el de Weitling. El socialismo representaba en 1847 un movimiento burgués; el comunismo un movimiento obrero. El socialismo era, al menos en el continente, muy respetable; el comunismo era todo lo contrario. Y como nosotros ya en aquel tiempo sosteníamos muy decididamente el criterio de que «la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma», no pudimos vacilar un instante sobre cual de las dos denominaciones procedía elegir. Y posteriormente no se nos ha ocurrido jamás renunciar a ella».
Engels, llama a leer el Manifiesto Comunista, llama al reconocimiento de la clase obrera organizada como fuerza política capaz de cambiar el mundo.
Marx y Engels recogen en el Manifiesto Comunista la esencia del Partido Comunista, esencia que compromete, asombra y delata.
Compromete porque es la suma de experiencias históricas que han hecho avanzar la lucha de clases, experiencias que han sido determinantes en la conformación de las organizaciones obreras revolucionarias y las diferencias con la burguesía y demás enemigos de clase, estableciendo principios sobre apoyos y alianzas, proclamando la independencia del Partido Comunista como partido de la clase obrera para realizar su política, y llamando a la unidad de clase para conquistar el poder.
Asombra el mensaje transparente, lenguaje sencillo directo, que recorre el proceso de la Historia y su proyección, «La historia de todas las sociedades es la historia de la lucha de clases», «Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de minorías. El movimiento proletario es un movimiento propio de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría»; explican las causas de las condiciones de vida de la clase obrera y cómo empeoran sus condiciones a medida que la explotación es mayor, empobreciendo hasta el último límite; dan una clave que permite visualizar un momento preciso de posible transformación social: «(cuando la burguesía ) no es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia, ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada a tener que mantenerle, en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad.»
Y, delata a quienes manifestando verbalmente posiciones de lucha en la práctica fragmentan, dividen a la clase obrera, o levantan infundios contra los comunistas como el de la abolición de la propiedad, sin más, cuando el propósito de los comunistas es «la abolición de la propiedad burguesa», quiere decirse que no se propone la abolición de la propiedad que se obtiene mediante el trabajo propio, puesto que eso forma parte «de toda libertad, actividad e independencia individual», el único objeto de abolición es la propiedad del capitalista, y explican cómo la riqueza es un fruto colectivo y «es una fuerza social» y debe ser propiedad social, o lo que es lo mismo debe cambiar su carácter de clase. Subraya lo dicho con el párrafo siguiente: «El comunismo no arrebata a nadie la facultad de apropiarse de los productos sociales: no quita más que el poder de sojuzgar por medio de esta apropiación el trabajo ajeno.»
Continúan desenvolviendo el carácter de la familia actual, la familia burguesa, y en concreto el lugar de la mujer en ella, indicando que los-las comunistas se proponen la abolición de la explotación de la mujer, explotación que la burguesía ha implantado en su modelo social.
Abordan el problema nacional y cómo resulta un artificio que puede desvirtuar la lucha ante el desarrollo «del mercado mundial» de lo que se desprende la importancia de la «acción común» de la clase obrera. Y es que cambiar las relaciones sociales, con todo lo que esto implica lleva consigo el cambio de conciencia del conjunto de los seres sociales; se añade aquí una frase bien conocida: «Las ideas dominantes en cualquier época no han sido nunca más que las ideas de la clase dominante.»
Tras un decálogo de medidas a aplicar en países avanzados, declaran la importancia fundamental de ostentar el poder político, y definen el poder político como «la violencia organizada de una clase para la opresión de otra», lo estamos viendo, lo estamos viviendo, ¿queda alguna duda?.
Hasta aquí los dos primeros apartados. En el tercero muestran el llamado «socialismo reaccionario, porque hay una forma política que busca retrotraer a la clase obrera a posiciones defensivas del empobrecimiento, de la vida constreñida a la que conduce el cristianismo cuando habla del rechazo de la posesión privada, que alienta la separación de hombre y mujer, la condena del deseo carnal y la glorificación de la vida retirada. Procede del feudalismo. La aristocracia trata de impedir el desarrollo del Estado burgués y recurre a los reclamos por los que junto a la iglesia mantenían el ideario de un mundo en el que artesanos y pequeños campesinos eran el ejemplo de una sociedad opuesta al desarrollo industrial con todas sus consecuencia. Su propósito es volver a una sociedad sobrepasada.» A este sistema, Marx y Engels, lo denominaron socialismo reaccionario.
A continuación declaran la imposibilidad de trasplantar modelos, el modelo socialista de Francia presente en los libros, a Alemania; las lecturas sobre el socialismo en un país pierden sentido en otro.
Alcanzamos el apartado que Marx y Engels titulan «El socialismo conservador burgués» (téngase en cuenta que veníamos del «socialismo reaccionario»). En este apartado se analiza cómo la burguesía filtra pequeños remedios en situaciones críticas para mitigar los conflictos; sus mensajeros son todos aquellos que propagan medidas urgentes para que «los males sociales» se palíen; ¿han escuchado algo sobre «reformar el capitalismo», o «segunda transición»?, ¿han oído algo parecido sobre unidades sin medidas alternativas?, y se refieren a continuación a quienes procuran remedios bajo la crueldad capitalista, son los reformadores, que se titulan socialistas y se baten por la perpetuación del sistema capitalista. Propagan la idea de que el cambio revolucionario no es beneficioso para la clase obrera, que tan solo el entendimiento con el poder burgués garantiza una vida mejor, reformas, reformas, reformas que mantengan el sistema de relaciones entre el capital y el trabajo, facilitando a la burguesía su dominio, éste es, nos dicen Marx y Engels, «el socialismo burgués», cuyas propuestas se airean con facilidad, ¿por quién?, y dicen como gran acción que es «en interés de la clase obrera.»
En línea con lo dicho hasta aquí exponen bajo el título «El socialismo y el comunismo crítico-utópicos» los primeros movimientos revolucionarios del proletariado, mencionando a sus representantes, Saint Somon, Fourier, Owen, que ante la falta de análisis histórico de la lucha de clases creen que la salida es la mejora de las condiciones de vida de los componentes de la sociedad por encima de los antagonismos de clase, llegando, nos dicen, a dirigirse «con preferencia a la clase dominante. Porque basta con comprender su sistema, para reconocer que es el mejor de todos los planes posibles de la mejor de todas las sociedades posibles.»
Los crítico-utópicos se mostraban contrarios a toda acción revolucionaria y llevan a cabo experimentos de producción pretendiendo situarse por encima de la lucha de clases, que en el desenvolvimiento de ésta pierden todo su sentido práctico y teórico. En su intento de conciliar los antagonismos, oponiéndose al movimiento político de la clase obrera, integrándose de este modo entre los «socialistas reaccionarios.»
Y llegamos al cuarto capítulo, «Actitud de los comunistas ante los diferentes partidos de la oposición.»
Habiéndose detenido en las anteriores posturas ante la lucha de clases, el final va a ser un pronunciamiento claro y explícito del trabajo de los comunistas, en lo estratégico y en lo táctico, orientándose en la situación sobre la que vive en la dirección del propósito último, la derrota final de la burguesía. Indican cómo sus alianzas no impiden su independencia crítica hacia los postulantes de soluciones anteriormente mencionadas, con los que se compartirá el espacio de lucha en tanto en cuanto su actuación sea revolucionaria.
Entonces hacen una advertencia que comienza de la siguiente manera: «Pero jamás, en ningún momento, …» como leemos, los términos empleados no ofrecen duda y son para señalar la mayor importancia que tiene la labor del partido en la educación, concientización de la clase obrera del «antagonismo hostil que existe entre la burguesía y el proletariado.»
Terminan declarando el apoyo de los comunistas a los revolucionarios que luchan «contra el régimen social y político existente», que lo primero es el cuestionamiento del sistema de propiedad.
El segundo punto de los comunistas es «la unión y el acuerdo entre los partidos democráticos de todos los países». Marx y Engel declaran que es relevante, fundamental, el que los comunistas no oculten «sus ideas y propósitos»; frente a esto se manifiesta el miedo de las clases dominantes a la Revolución Comunista. Sus últimas palabras en el Manifiesto fueron-son la síntesis de la experiencia histórica de la clase obrera en la revolución y su objetivo final: «Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar. ¡PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÍSES, UNIOS!»
Esto me recuerda la novela de Jack London «El talón de hierro», Editorial Hiru, en la que cuenta la historia del final del capitalismo y el nacimiento del socialismo en manos de la clase obrera. Pero para llegar a eso primero es aclarar a quien lea que es preciso distinguir clara y meridianamente entre las concepciones históricas, sociales, de intereses, … hay que aclarar la filosofía de cada parte. En el primer capítulo el protagonista, Ernesto Everhard, representante de la clase obrera declara sus argumentos frente a una reunión de obispos, representantes de la esencia capitalista y defensa práctica e ideológica de la reacción burguesa. Quien lee tiene en ese momento las dos concepciones del mundo frente a frente.
Jack London representa a Ernesto Everhard, física e intelectualmente, como el defensor genuino de la clase obrera, como el representante de la posición y la fuerza ideológica de la clase obrera organizada, un obrero que destaca por su fortaleza y su capacidad argumental; la descripción la hace mediante la voz narrativa de la novela, la esposa de Ernesto, y nos lo muestra como «un superhombre. Era la bestia rubia descrita por Nietzsche, pero a pesar de ello era un ardiente demócrata». London no se recata en decir que el símbolo de la clase obrera es «un superhombre», término empleado después en la revolución soviética para mostrar la capacidad obrera de superación de aquellos obstáculos que cada circunstancia histórica ponía a su paso en dirección al triunfo de la justicia social. Ni el aspecto motivado por la vida dura, durísima, a la que es sometida la clase obrera, ni su forma de expresarse, ni sus dificultades diarias, ni sus contradicciones, ni sus derrotas, ni sus felices victorias, son motivo que califique a la clase obrera, London dice que si algo la representa es ese concepto de superhombre, una fuerza social capaz de superar las contradicciones sociales, la principal contradicción, la que existe entre explotadores y explotados. Y, Jack London lo emplea para, además de reafirmar un proceso histórico, hacer valer la ficción como generadora de conciencia en la clase obrera, hacer valer la ficción como creadora de deseos, de expectativas, de ilusiones, de soluciones. La ficción es una fuerza, en este caso, al servicio de la clase obrera.
El primer capítulo, en buena parte dialogado, expone los argumentos de las dos partes, los que corresponden al materialismo dialéctico, al campo de la revolución, y los de la metafísica de la reacción capitalista. «El metafísico razona por deducción, tomando como punto de partida su propia subjetividad; el sabio razona por inducción, basándose en los hechos proporcionados por la experiencia. El metafísico procede de la teoría a los hechos; el sabio va de los hechos a la teoría. El metafísico explica el universo a partir de sí mismo; el sabio se explica a sí mismo a partir del universo». Dos filosofías que sostienen dos posturas, la subjetividad y la objetividad, el individualismo o el socialismo, la ignorancia de la realidad o el conocimiento de la realidad, la justificación de las causas de ésta o el combate de las causas para cambiar la realidad. La discusión entre las partes comienza por las teorías metafísicas del obispo Berkeley: ¿es real o existe lo que vemos?; Ernesto Everhard, el obrero, responderá: «La mejor prueba a mis ojos de que la metafísica de Berkeley no ha funcionado es que Berkeley mismo tenía la costumbre de pasar por las puertas y no por las paredes, que confiaba su vida al pan, a la manteca y a los asados sólidos, que se afeitaba con una navaja que funcionaba bien». Terminará diciendo que quienes sirven como capitanes a la clase capitalista, quienes predican la defensa del capitalismo en cualquier forma, se ofrecen «en calidad de falsos guías» a la clase obrera.
La novela «El talón de hierro» comienza con la discusión entre las dos posturas mencionadas, materialismo e idealismo, «la filosofía fusiona todas las ciencias particulares en una sola y gran ciencia. …la filosofía sintetiza los conocimientos suministrados por todas las ciencias. La filosofía es la ciencia de las ciencias, la ciencia maestra, …»
La lucha entre las dos visiones del mundo, empieza por deslindar el terreno entre los colaboracionistas y los comunistas; el Manifiesto Comunista da en el talón del capitalismo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.