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El Che Guevara, ¿un mito en disputa?

Fuentes: Rebelión

No sólo no soy moderado sino que trataré de no serlo nunca, y cuando reconozca en mí que la llama sagrada ha dejado lugar a una tímida lucecita votiva, lo menos que pudiera hacer es ponerme a vomitar sobre mi propia mierda Carta de Ernesto Guevara a su madre México, 15 de julio de 1956 […]

No sólo no soy moderado sino que trataré de no serlo nunca,

y cuando reconozca en mí que la llama sagrada

ha dejado lugar a una tímida lucecita votiva,

lo menos que pudiera hacer es ponerme a vomitar

sobre mi propia mierda

Carta de Ernesto Guevara a su madre

México, 15 de julio de 1956

En 1925 el peruano José Carlos Mariátegui, fundador de la revista Amauta y primer marxista de América, escribió: «Todas las investigaciones de la inteligencia contemporánea desembocan en esta unánime conclusión: la civilización burguesa sufre de la falta de un mito, de una fe, de una esperanza […] El mito mueve al hombre en la historia. Sin un mito la existencia del hombre no tiene ningún sentido histórico […] Los pueblos capaces de la victoria fueron los pueblos capaces de un mito multitudinario«. 

Según Mariátegui, los mitos no son necesariamente ilusiones falsas, sino más bien creencias movilizadoras que condensan esperanzas colectivas y anhelos populares.

Revolucionario genuino y radical, fotogénico y joven, Ernesto Guevara fue retratado en marzo de 1960 por Alberto Korda y su rostro recorrió el mundo. Se convirtió en el símbolo de toda rebelión a escala mundial. Desde las Panteras Negras norteamericanas hasta los estudiantes japoneses, desde los insurgentes palestinos hasta los negros insurrectos de Sudáfrica, desde las guerrillas latinoamericanas hasta los intelectuales franceses, todas las rebeldías lo llevan como estandarte. Guevara dejó de ser Ernesto y se transformó en el Che. Un mito y una leyenda atravesados por un tironeo ininterrumpido y una permanente resignificación.

El mito del Che en una triple disputa

En esa pulseada por apropiarse del Che, tres perfiles posibles son los protagonistas: (a) el Che devenido objeto mercantil y oferta de vidriera; (b) el Che políticamente correcto, light y progresista simpático; (c) el Che inspirador político de corrientes revolucionarias y portador de un pensamiento marxista radical, antiimperialista y anticapitalista. Podría quizás mencionarse un cuarto relato que lo dibuja como «un asesino frío y sanguinario». Pero a esta altura ese relato ya no convence a nadie.

(a) La primera aproximación a Guevara existió desde su asesinato en octubre de 1967. Desde esa fecha su imagen inunda librerías, kioscos, tapas de CD, películas, remeras, bikinis, ceniceros, encendedores, cervezas y cualquier objeto que pueda ser comercializado en el mercado. La «guevaromanía» resurge ante cada aniversario. ¡Qué tremenda paradoja la de un pensador que conocía en detalle los tres tomos de El Capital de Marx el terminar convertido en mercancía! No muy diferente a Mao Tse Tung, quien representaba algo más que un cuello de camisa o un ícono pop de Andy Warhol. O la estrella roja de cinco puntas, símbolo del Ejército rojo bolchevique creado por León Trotsky, hoy más conocida por adornar la botella verde de una cerveza de moda.

(b) En el segundo perfil se inventa un Che light y descafeinado, ajeno a las emociones fuertes, rodeado de suspiros melancólicos por los «bellos tiempos que se han ido y ya no volverán». Aquí Guevara se convierte en un tímido progresista, comodín útil para barnizar con tinturas políticamente correctas las gestiones institucionales tradicionales. Desde este ángulo, el Che deja de ser el inspirador de incendios juveniles para convertirse en una fría estatua de bronce que no molesta a nadie (y a la que se le rinde tributo pues tranquiliza verlo muerto y petrificado). ¡Qué curioso que Guevara, hermano mayor de Miguel Enríquez, Inti Peredo, Mario Roberto Santucho y Raúl Sendic, se termine transformando en una pieza de metal más cerca de la canonización y el museo que del fuego de la revolución latinoamericana! ¡Justo él… quien alguna vez, pensando en José Martí escribió: » Porque a los héroes, compañeros, a los héroes del pueblo, no se les puede separar del pueblo, no se les puede convertir en estatuas, en algo que está fuera de la vida de ese pueblo para el cual la dieron, El héroe popular debe ser una cosa viva y presente en cada momento de la historia de un pueblo. Así como ustedes recuerdan a nuestro Camilo, así deben recordar a Martí, al Martí que habla y que piensa hoy, con el lenguaje de hoy, porque eso tienen de grande los grandes pensadores y revolucionarios: su lenguaje no envejece. Las palabras de Martí de hoy no son de museo, están incorporadas a nuestra lucha y son nuestro emblema, son nuestra bandera de combate» ( Conmemoración del natalicio de José Martí , 28/1/1960).

La canonización de Guevara vaciado de contenido político tampoco es una excepción. Su guía inspirador, Vladimir Ilich Lenin, quien le dedicó su vida a levantar barricadas, construir organizaciones insurgentes y generar revoluciones terminó convertido -gracias a Stalin- en una momia embalsamada y en un objeto de museo.

(c) Desde el tercer ángulo, a notable distancia del mercado y los museos, del negocio y la nostalgia complaciente, Guevara sigue siendo una astilla en el cuello de terratenientes, banqueros, empresarios, policías y militares. Un heredero de Mariátegui, un estudioso obsesivo de Marx, un admirador de Lenin y el político radical más notable de América Latina además de uno de sus pensadores marxistas más heterodoxos. Desde la revolución cubana y el zapatismo de Chiapas hasta la insurgencia colombiana y el bolivarianismo de Venezuela, desde el MST de Brasil hasta los piqueteros de Argentina, desde el estudiantado de Chile hasta los indígenas de Bolivia, todos y todas, continúan referenciándose en él. Lejos de las vidrieras y las manipulaciones oportunistas, continúa existiendo el guevarismo como proyecto político y pensamiento radical.

Un «muerto que no para de nacer»

Queridos viejos:

Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante,

Vuelvo al camino con mi adarga al brazo.

Hace de esto casi diez años, les escribí otra carta de despedida.

Según recuerdo, me lamentaba de no ser mejor soldado y mejor médico;

lo segundo ya no me interesa, soldado no soy tan malo.

Nada ha cambiado en esencia, salvo que soy mucho más consciente,

mi marxismo está enraizado y depurado.

 

Carta de Ernesto Guevara a sus padres

La Habana, marzo de 1965

Los tironeos y las disputas por su herencia multiplican los espejos que reflejan el rostro de varias generaciones argentinas.

Cada generación dialoga con Guevara desde sus propios problemas, sus dudas, sus falencias, sus sueños, sus desafíos pendientes, sus anhelos incumplidos.

La generación del ’60 vio en el Che la encarnación de todo aquello que la vieja izquierda ya no podía dar: ejemplo moral, nueva cultura, lucha contra la enajenación y la explotación (al mismo tiempo), crítica de la burocracia, internacionalismo genuino y, sobre todo, un método de lucha político-militar. Para aquella generación Guevara expresa la cabeza visible de un proyecto continental, impulsado por la revolución cubana y Fidel Castro. Una forma de lucha política donde se confronta con las instituciones y el eje pasa al enfrentamiento directo con el poder armado de las dictaduras militares y sus amos del norte, Wall Street, la CIA, el Pentágono y la Casa Blanca.

Ya asesinado a sangre fría en Bolivia por el ejército y Félix Rodríguez, agente de la CIA que daba las órdenes, la generación del ’70 volvió a encontrar en el Che un ejemplo de vida. Pero lo descifró desde otro lugar. Después del Cordobazo, la figura de Guevara se entremezcla con el fantasma de Perón. Aunque existieron corrientes que, apoyándose en el marxismo del Che, dieron una batalla por la conciencia clasista y socialista de los trabajadores y no aceptaron encolumnarse detrás del general Perón y su «capitalismo nacional», fueron minoritarias. En esos años, la mayoría de la juventud argentina veía en el Che a un revolucionario que era parte de una constelación mayor, donde también brillaban otras «estrellas»: los generales Velazco Alvarado [Perú], Torres [Bolivia] y el propio Perón. El nacional-populismo fue hegemónico.

Después vino 1976, la dictadura, el terror, el genocidio, la masacre. Más de 100.000 desaparecidos en toda América Latina. . Durante esos años tenebrosos el Che Guevara se convirtió en un desaparecido junto con sus libros, su imagen y su póster.

A partir de 1983 el pueblo volvió a la búsqueda. Muchos jóvenes que no habían vivido los ’60 y los ’70, se abocaron a reconstruir el pasado.

Un sector de intelectuales, ex izquierdistas, sumados al gobierno de Raúl Alfonsín, le proporcionó a la juventud un relato tramposo, sesgado, unilateral. Guevara habría sido «un rebelde bienintencionado, pero que no entendía nada de política». De la mano de la teoría de los dos demonios, algunos ex marxistas lo parangonaban a los militares genocidas. Triste y mediocre teoría que homologaba al almirante Massera y al torturador Astiz con revolucionarios como Rodolfo Walsh y Raymundo Gleyzer.

Entonces volvió el Che en las remeras y los libros, pero no en política. ¿Quién se animaba, en los ’80, a defender la actualidad política de Guevara? No sus canciones o su iconografía, sino el eje central de su pensamiento político acerca del poder y la revolución.

Y apareció Menem, quien llegaba con la vieja retórica y la añeja puesta en escena nacional-populista. Mientras se denostaba al Che, se privatizaba la Argentina de raíz y caía el Muro de Berlín.

Guevara, la crisis neoliberal y el ocaso del posmodernismo

Desde aquel derrumbe bochornoso de las burocracias del Este europeo (que Guevara había impugnado duramente), el neoliberalismo económico y el posmodernismo cultural parecían eternos. Mientras las recetas económicas de Milton Friedman privatizaban en los ’90 hasta el agua, el mundo se desencantaba de la imaginación sesentista. El posmodernismo, bajo el pretexto de defender a las minorías y sus diferencias, terminó legitimando un reino monocorde, triste y sin alternativas. El «hombre mediocre» sin ideales ni aspiraciones, del que hablaba José Ingenieros cien años atrás, se volvió moneda corriente. Lejos quedaba el «hombre nuevo» del Che.

Pero ese supuesto «fin de la historia» (Francis Fukuyama), ese «agotamiento de la política» (Daniel Bell) y esa «crisis de los grandes relatos» (Jean François Lyotard), duró muy poco.

Reivindicando al Che, en 1994 entran en escena los zapatistas y le dan la primera estocada al «Nuevo Orden Mundial». Al poco tiempo se suceden las rebeliones en América Latina y el primer mundo: La Paz, Seattle, Davos, Barcelona, Buenos Aires, Genova, etc. En todos lados la bandera con el rostro del Che Guevara acompaña la insurgencia juvenil. Rápidamente entran en crisis los falsos axiomas neoliberales: Mayor mercado = mejor democracia; más sumisión a Estados Unidos = más derechos humanos; privatización = superación de la burocracia, etc.

En Porto Alegre los Foros Sociales Mundiales abren el siglo XXI gritando: «Otro mundo es posible». Renacen la sed de ideología, el apetito de totalidad, la necesidad de una cosmovisión de la historia y el deseo de cambiar el mundo. Se profundiza la crisis del pensamiento en migajas y se agota el culto dogmático del fragmento.

Retorna una vez más el mensaje del Che. Se palpa en el aire. Decenas de miles de jóvenes, hastiados con la vieja política, hartos del sistema capitalista y del neoliberalismo, sin una dirección definida por delante, pero a la búsqueda de una nueva alternativa de vida, enarbolan en marchas y movilizaciones, en estadios de fútbol, en plazas, en parques, en recitales, casi fanáticamente, la bandera del Che.

¿Qué les ofrece el Che? Un pensamiento político donde lo central de la estrategia es el problema del poder. Una concepción de la transformación social, la subjetividad y la revolución, donde la conciencia antimperialista, clasista y socialista es fundamental, donde se disipan las ilusiones en las tímidas reformas y las medias tintas, en la progresividad de la «burguesía nacional» y en el populismo… En definitiva, una nueva cultura y un ejemplo de otra manera de vivir, donde queda abolido para siempre el doble discurso y la doble moral. La estrella del Che Guevara, por sobre el mito y la leyenda, vuelve para quedarse.