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¿A dónde va Bachelet?

El Chile que comienza

Fuentes: Rebelión

Me escribe un lector desde Centroamérica, Raúl Rodríguez, objetando mi artículo anterior sobre el triunfo de Michelle Bachelet. Me dice mi polémico receptor: «Bien es sabido que Chile ha logrado avances significativos en su desarrollo macroeconómico y es de los pocos de América Latina que ha disminuido la pobreza y el desempleo. Eso bajo el […]


Me escribe un lector desde Centroamérica, Raúl Rodríguez, objetando mi artículo anterior sobre el triunfo de Michelle Bachelet. Me dice mi polémico receptor: «Bien es sabido que Chile ha logrado avances significativos en su desarrollo macroeconómico y es de los pocos de América Latina que ha disminuido la pobreza y el desempleo. Eso bajo el gobierno de Lagos que abandona el poder, caso insólito, con un 75% de aprobación en las encuestas. Bachelet asume por el partido de gobierno y no va a apartarse de una senda ya probada y exitosa, por muy a la izquierda que se encuentre de Lagos».
 
Me permito disentir. En primer lugar en ningún momento de mi artículo dije que Bachelet era una revolucionaria, tampoco afirmé que haría cambios radicales en la estructura de clases ni en el sistema económico. Bachelet ha demostrado ser una gran conciliadora, muy diestra en el arte de armonizar dialécticamente a antagonistas y domesticar gorilas militares. A esa capacidad demostrada de avenencia debe su éxito. Pero ha dicho que no olvida a su padre (asesinado por Pinochet) y también afirmó que Allende fue el mejor presidente que ha tenido Chile. Eso también hay que tenerlo en cuenta. Con tal que Bachelet haga un gobierno independiente en política exterior, que no acepte las órdenes de Washington y vele por el bienestar social de los chilenos ya habrá hecho bastante.
 
Hice una radiografía de lo que fue la economía bajo Pinochet porque gran parte de la propaganda del neoliberalismo se ha basado en proclamar el llamado «milagro económico chileno» que se habría logrado bajo los Chicago boys y Friedman y que habría elevado a Chile hacia una prosperidad ilimitada. Falacia en la que parece haber caído el señor Rodríguez. A la privatización del cobre y la devolución de tierra a los latifundistas habría que agregar la entrega del país a los grandes grupos financieros y la pauperización creciente de las clases trabajadoras, privadas de su derecho a la organización sindical y los contratos de trabajo.
 
Ahora le añado que, efectivamente, Lagos termina su mandato rodeado de popularidad, tal como usted afirma, pero esa simpatía se genera básicamente en una efímera prosperidad basada en el aumento del precio del cobre (principal industria de exportación) de ochenta centavos a un dólar treinta centavos la libra, no se debe a un desarrollo endógeno. Existe un diez por ciento de desempleo endémico, un veintisiete por ciento de pobreza urbana y un siete por ciento de indigencia. La economía chilena se ha basado en una alta tasa de desempleo con bajos salarios. La clase obrera aún no ha recuperado plenamente su derecho a la huelga y sigue hundida en condiciones de vulnerabilidad. La clase media disfruta de una artificial bienandanza basada en el crédito de consumo que la ha sumido en un elevado endeudamiento. La abundante oferta de dinero del sector financiero-comercial crea esa abundancia artificial. Chile ha estado ligado por Lagos a la burbuja ficticia de la economía estadounidense con su modelo dependiente y exportador. Contentos y con una flor en el ojal pero con los bolsillos rotos.
 
La elección de Bachelet provocó desbordamientos de alegría en las calles. Eso significa que el pueblo la ve, esperanzado, como la apertura de otro Chile que debe ser construido. Aunque ella haya sido la candidata de Lagos es obvio que debe cortar ese cordón umbilical cuanto antes para poder sobrevivir en un país que espera mucho de su gobierno.
Por último debo decirle, señor Rodríguez que cuando califiqué a algunos paisitos latinoamericanos de satrapías lo hice con plena certidumbre de lo que decía. Satrapía es, en el Diccionario de la Real Academia, el territorio gobernado por un sátrapa, que es quien gobierna despóticamente. Satrapías, sí, son los mayordomos reverentes siempre postrados ante el amo del norte. Satrapías son esos países que encubren su autoritarismo con la sonrisa democrática y esconden el rebenque tras un abanico de plumas. Afortunadamente mis lectores aguzados superan en número a quienes creen ciegamente la propaganda del Fondo Monetario Internacional.