En Colombia se sigue configurando un nuevo momento de país. Expresión de ello ahora son las dinámicas de lucha política y movilización social que se desataron con la convocatoria al Paro nacional del 21 de noviembre, las que se continúan en esta segunda semana de diciembre y se reanudarán en los primeros meses del 2020.
Salto en la lucha social
En estos últimos 18 días, se han presentado las mayores y más fuertes movilizaciones de masas de las últimas décadas en el país. Por la extensión, cobertura nacional, masividad y prolongación en el tiempo, han superado a las que se dieron hace 42 años, cuando el Paro Cívico de septiembre de 1977, e incluso rebasan o son similares a las jornadas que se presentaron hace 49 años, en 1970, cuando las calles se inundaron por varios días con la protesta de amplios sectores poblacionales que reclamaban el triunfo electoral de Rojas Pinilla frente a Misael Pastrana Borrero, en las presidenciales de ese año.
En las últimas seis décadas, sólo en los años 60 y el primer quinquenio de los 70 , se presentaron en Colombia situaciones similares de movilización, teniendo en esos tiempos un mayor protagonismo e incidencia el movimiento campesino. Pero también dándose i mportantes huelgas y paros de trabajadores, m ovilizaciones estudiantiles y diversas luchas cívicas.
Las jornadas de lucha social y política de estas semanas, representan un desarrollo en el nuevo ciclo de ascenso de las luchas sociales que se viene dando en el país desde el 2008, cuando la primera Minga indígena, que se continúa con el paro estudiantil del 2011 y después con los paros agrarios del 2013, el 2014 y el 2016, con las protestas del 2017, en las que se destacan el paro del departamento del Chocó y el de la ciudad de Buenaventura, y ya en el 2018 con las grandes movilizaciones estudiantiles del último trimestre del año.
Lo que se ha dado en estas semanas, afirma y cualifica la tendencia al ascenso de la lucha social en el ciclo en mención, propicia nuevas realidades de país y nuevas situaciones en la lucha por los cambios.
Lo urbano y lo rural
A diferencia de los paros nacionales del 2013, 2014 y 2016, en los que el sujeto principal fueron los sectores agrarios y en especial al campesinado pobre y medio, junto con regiones indígenas, las jornadas de movilización que se desataron con el paro del 21 de noviembre, han tenido un componente básicamente urbano, al menos hasta el momento, con una participación relevante de los jóvenes y los estudiantes, si bien han estado también el magisterio, la rama judicial, sectores de trabajadores, artistas, la ciudadanía y los barrios. Estos últimos, con una presencia mayor que en ocasiones anteriores en Bogotá y otras ciudades. Barrios y conjuntos residenciales que han sido escenario importante de los cacerolazos y también en las concentraciones múltiples y descentralizadas que durante varios días se están dando en distintas zonas barriales, diferentes al centro de la ciudad y a los sitios tradicionales de concentración.
El Paro laboral que en los últimos 30 años había desaparecido en las jornadas nacionales, ha reaparecido en las convocatorias del 21 de noviembre y el 4 de diciembre, aunque de manera aún parcial en los sectores estatales, en los obreros petroleros y en distintos centros de trabajo, sin alcanzar todavía a otros sectores de la producción.
La parte agraria, a diferencia de los paros agrarios del 2013, 2014 y 2016, no ha tenido hasta ahora una participación relevante, si bien en estos últimos días empiezan a darse marchas hacia centros urbanos y bloqueos de vías de corta duración, por parte de indígenas y sectores campesinos que progresivamente se van vinculando al paro. Es de esperar que la participación campesina, indígena y de comunidades negras, se fortalezca esta segunda semana de diciembre y se proyecte con el resto de sectores movilizados para darle continuidad a las jornadas al empezar el nuevo año.
Otras características
El paro ha tenido un carácter no sólo reivindicativo sino también político levantando temas como el de la paz, el desmonte del ESMAD (escuadrón de la policía encargado de la represión brutal de los manifestantes), los asesinatos de líderes, los derechos humanos y otros. Ha aislado o al menos debilitado al uribismo, como corriente política e ideológica dominante en los últimos 20 años en Colombia.
Ha tenido una cobertura nacional. Se ha expresado con fuerza en Bogotá pero también en otras ciudades capitales y centros urbanos intermedios. Ha tenido una composición diversa, en la que han hecho presencia no sólo los sectores populares de los centros urbanos, los sindicalistas, los estudiantes, sino también diversos sectores de clase media, profesionales, artistas y otros que tradicionalmente no se movilizan.
Nuevas realidades comunicacionales
Las redes sociales y su progresiva masividad a través del teléfono móvil, han ayudado a masificar las convocatorias, a informar con más objetividad, a contrastar las versiones amañadas y mentirosas de los grandes medios de comunicación, a difundir imágenes en tiempo real de la represión, de la magnitud de las movilizaciones, de los actos vandálicos y de terror de la policía y a presionar a las empresas comunicacionales a entregar mayor información, sin que ello impida el sesgo distorsionador y estigmatizador que siempre hacen éstas de la lucha popular y de todo aquello que afecte los intereses oligárquicos y la visión hegemónica de su ideología que le imponen a la sociedad.
Hacia la confluencia y desarrollos organizativos
La tendencia hacia la confluencia y la unidad de acción de las organizaciones sociales, al igual que la conformación de instancias nacionales y regionales de coordinación, han dado un salto en las recientes jornadas, sin garantizarse a ún que ello vaya a perdurar más allá de lo coyuntura.
El Comité Nacional del Paro tiene todavía distintas tensiones y faltas de sintonía, pero representa un avance en los espacios de coordinación, confluencia y unidad de acción. Lo integran casi todos los procesos organizativos nacionales de importancia: las centrales sindicales, la Cumbre Agraria, las Dignidades del sector campesino, la FECODE (educadores), la ONIC (indígenas), el CRIC (indígenas en el departamento del Cauca), las organizaciones nacionales estudiantiles, los afros del Proceso de Comunidades Negras, organizaciones territoriales de Bogotá, procesos ambientalistas, de mujeres y otros más.
En los años recientes, el mayor logro en la articulación y confluencia se había dado con la conformación de la Cumbre Agraria a fines del 2013. Un poco antes se intentó una coordinación mayor, con la Coordinadora de Movimientos Sociales de Colombia (la COMOSOCOL), que no logró estabilizarse.
Recientemente, desde el 2016, se conformaron la Coordinadora de organizaciones sociales (COS) y posteriormente el Encuentro nacional de organizaciones sociales y políticas (ENOSP). Hoy se da un salto con el Comité Nacional del Paro que recoge e integra a un espectro más amplio de organizaciones y que se está bautizando con la movilización de estas semanas. Tiene el reto de mantenerse como espacio de confluencia y unidad, recogiendo diversidad de organizaciones, tendencias, intereses y posiciones, lo cual no es nada fácil.
En el aspecto organizativo también es un desarrollo, la conformación de los Comités locales de Paro en varias ciudades y regiones, al igual que los cabildos y asambleas territoriales y de participación que han empezado a desarrollarse en la capital y otras ciudades.
Novedoso y agridulce a la vez el pronunciamiento común que se presentó el 28 de noviembre, entre el Comité Nacional del Paro, la plataforma Defendamos la paz y un grupo de parlamentarios, entre ellos los de la bancada de la oposición. En la declaración confluyeron tendencias populares y de izquierda, sectores de centro y expresiones de derecha que al momento estaban momentáneamente distanciadas del gobierno de Duque, pero que días después parlamentarios de esos partidos (Cambio Radical, la U y el liberalismo) dieron la espalda, votando a favor de la reforma tributaria que rechaza la población, cuando se votó en las comisiones del Congreso y la Cámara.
Pánico, toques de queda y represión
El paro del 21 de noviembre, los otros dos, junto al resto de jornadas de movilización de estas semanas, se desarrollaron en medio de una aguda represión. En los días previos, los aparatos represivos procedieron a allanamientos y detenciones, el 21 en la noche decretaron el toque de queda en la ciudad de Cali y al día siguiente en Bogotá. Ello no se daba desde 1977.
Las multitudinarias manifestaciones y demás actividades fueron brutalmente agredidas por el ESMAD en varias ocasiones, producto de ello la muerte del joven Dylan Cruz, asesinado por un proyectil letal del Escuadrón antidisturbios – ESMAD.
En esta ocasión la acción represiva tan desmedida y la evidencia de la misma a través de las redes, ha propiciado un rechazo social más amplio al ESMAD y al comportamiento de la fuerza pública, dando lugar a una legitimación en sectores de la población de mecanismos de defensa colectiva, tales como las guardias indígenas, cimarronas y campesinas y la llamada «primera línea», que está surgiendo entre los estudiantes, similar a lo que ha emergido en Chile.
A través de sus servicios de inteligencia, de agentes encubiertos, de las redes y con la ayuda de los medios, el gobierno creó un ambiente de pánico en los barrios y conjuntos residenciales de clase media, al propiciar y facilitar deliberadamente la presencia de grupos de personas con la real o supuesta intenci ón de pillaje. Regó el rumor y creó la sensación de que «grupos de vándalos» estaban asaltando sectores residenciales y comercios barriales. De ello hay evidencia en las redes y en los vídeos que han circulado. Esto con el fin de que la población rechazase el paro, pidiese la fuerza pública y reclamase mano dura contra los manifestantes
Frente a la masividad de las movilizaciones y el respaldo de la población, el gobierno y los medios, han resaltado sólo los hechos aislados de violencia, los policías heridos, el supuesto vandalismo, las pérdidas económicas y demás factores estigmatizantes, buscando deslegitimar y restar el apoyo de la población.
Momento de oportunidades
Las jornadas que se desataron el 21 de noviembre y que posiblemente se continúen en los primeros meses del 2020, son otra muestra más de que Colombia está cambiando, tal como ya lo hemos planteado en escritos anteriores.
S e sigue configurando un nuevo momento de país y lo relevante de ello, es precisamente la gran oportunidad que brinda para avanzar en la acumulación de fuerzas desde el campo popular y democrático, para contribuir a situaciones de crisis de gobernabilidad y acercar la meta de un nuevo gobierno.
El gobierno de ultraderecha que preside Duque, sigue perdiendo fuerza y respaldo, sus dificultades son cada vez mayores, no logra una sólida gobernabilidad. Una expresión de este clima, es la merma de aceptabilidad que sigue registrando en las encuestas. En la de Invamer-Gallup qu e se publicó el pasado 4 de diciembre, la aceptabilidad llega a sólo el 24%. El rechazo sigue creciendo, alcanzando hoy el 70%.
Es posible que ante las mayores dificultades de gobernabilidad, logre armar un bloque de gobierno con los otros partidos del Establecimiento que hoy se reclaman independientes y que en algunos aspectos se han distanciado de su gestión. Pero si bien ello le podría dar un respiro, tal como vienen las cosas, este no será suficiente para superar las tendencias que vienen de atrás, ni para desbaratar el ascenso de la inconformidad, la oposición y la lucha popular.
El curso de los acontecimientos dependerá de varios factores cuyo comportamiento aún es incierto: la situación económica, la realidad internacional, las pugnas inter-oligárquicas, etc., pero también estará determinado de manera importante por la actuación del componente subjetivo, por la decisión, capacidad e iniciativa de las fuerzas que estamos por el cambio, por la unidad y las alianzas que se logren para enfrentar el obstáculo principal que impide avanzar hacia una nueva situación de país y hacia un momento de cambio.
Aureliano Carbonell, Delegación de Diálogos ELN
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