¡¡¡Terminó la transición!!! afirman a coro los voceros. ¿No había terminado ya, no una sino varias veces? Primero la acabó Tironi, por razones desconocidas y seguramente eufemísticas; más tarde terminó en otras varias oportunidades. Seguramente cuando Pinochet dejó de ser comandante del Ejercito la transición volvió a acabarse, pero como luego se apoderó del asiento […]
¡¡¡Terminó la transición!!! afirman a coro los voceros. ¿No había terminado ya, no una sino varias veces? Primero la acabó Tironi, por razones desconocidas y seguramente eufemísticas; más tarde terminó en otras varias oportunidades. Seguramente cuando Pinochet dejó de ser comandante del Ejercito la transición volvió a acabarse, pero como luego se apoderó del asiento de senador vitalicio es probable que se haya decidido que recomenzaba. Cuando Lagos ganó la segunda vuelta estoy seguro que se proclamó que volvía a terminar. Pero la semana pasada la opinión pública fue informada que en realidad aún no había terminado, pero que ahora sí, las decisivas reformas constitucionales la eliminaban para siempre, sin posibilidad (se supone) que vocero alguno la vuelva a revivir.
Una transición que es cerrada tantas veces con algarabía pero de manera efímera, puesto que revive sin que medie ningún decreto, lo más probable es que ni siquiera haya comenzado, que todavía viva su propia prehistoria.
Hay un problema conceptual de fondo. Se ha tomado la mala costumbre intelectual de llamarle transición a cualquier cosa o, para ser más riguroso, a un acontecimiento importante pero que no marca un verdadero quiebre. En la tradición sociológica la noción de transición significaba el proceso de pasaje de un tipo de sociedad a otra. En Chile y en América Latina se ha optado por llamar transición a procesos que, por lo menos en el caso chileno, no generan cambios institucionales de fondo aunque signifiquen cambios de dirección y orientación en la cúpula del Estado. Es importante que el dictador Pinochet haya entregado el gobierno a un presidente electo y que la serie no se haya interrumpido. Pero conceptualmente no basta para identificar el comienzo de una nueva sociedad.
Lo que caracteriza al proceso chileno es justamente que los cambios de un régimen autoritario a un sistema electoral que respeta normalmente el estado de derecho se ha realizado sin que exista transición, entendida como el pasaje de una sociedad autoritaria a una sociedad democrática. Las limitaciones del proceso chileno tienen que ver con que los gobiernos viven dentro del corsé de una institucionalidad creada por el autoritarismo que impide que la democratización política y socio-económica pueda tener lugar, aun si hubiera voluntad política.
De estas reformas constitucionales puede decirse que constituyen un avance, pero que no abren la transición. Y si no la abren mucho menos la cierran. Para que la transición sea abierta se requiere el cumplimiento de dos condiciones necesarios: a) la convocatoria de una Asamblea Constituyente que permita a la sociedad chilena pensar colectivamente en una nueva Constitución creada para favorecer la democratización más profunda y no como la actual que está pensada para perpetuar el sistema neoliberal y la democracia blanda, y b) el esclarecimiento judicial de la suerte de todos los desaparecidos y asesinados por la dictadura y la sentencia de todos los culpables.
Sólo con una nueva Constitución que favorezca el surgimiento de una democracia representativa real (sin binominal y con ciudadanos activos que no transfieren su soberanía a los representantes y tienen capacidad de iniciativa o veto legal), que permita un control democrático (y no sólo estatal) del mercado, que facilite las necesarios reformas de la salud y la educación, que estimule las luchas sociales por la distribución del ingreso habremos entrado a la transición. Sólo cuando hayamos enfrentado toda la verdad en materias de derechos humanos y hayamos conseguido la certeza de que se ha obtenido la justicia habremos entrado en la transición. Entonces estaremos construyendo una democracia política y social progresiva y no reproduciendo al más salvaje de los capitalismos.
¿Cuándo terminara esa transición? La democratización de la sociedad es una tarea constante, una lucha interminable de los dominados, de los marginados por el empoderamiento, por producir espacios para una economía de necesidades, por una participación real y no ficticia. Por lo tanto, no terminará nunca, las que terminan por decreto televisivo de los voceros son los procesos de mentira.