Recomiendo:
0

El clima del planeta ha enloquecido

Fuentes: Rebelión

El destino nos alcanza… Este artículo es largo. Pero se trata de un asunto que si por la deriva que está tomando el clima planetario no se presta a hacer de ello literatura, tampoco me parece para esto ya apropiado el tratamiento científico que en tantas ocasiones ha equivocado a la sociedad humana. Esto es […]

El destino nos alcanza…

Este artículo es largo. Pero se trata de un asunto que si por la deriva que está tomando el clima planetario no se presta a hacer de ello literatura, tampoco me parece para esto ya apropiado el tratamiento científico que en tantas ocasiones ha equivocado a la sociedad humana. Esto es un avatar humano, y en todo avatar, en toda vicisitud, suele ser más atinado el parecer y el instinto del explora­dor, del pastor de ovejas o del anciano que el diagnóstico del físico o, en este caso, que el del estudioso de la atmós­fera. Más bien al contrario. Contamos con casos clamoro­sos de errores en la Historia, cometidos por los saberes oficiales…

Yo opino que no estamos viviendo un cambio climático. Estamos empezando a vivir las segundas señales del desastre. Las primeras, hace un par de décadas, fueron aquellas detectadas por muchos en el mundo a las que respondieron cínicamente los negacionistas.

Digo que no hay un cambio climático, porque la palabra cambio en este sentido sugiere régimen, secuencia, com­pás, ritmo, orden distinto pero orden al fin y al cabo, y sobre todo regularidad. Y lo que venimos observando no es precisamente orden, ni regularidad en las precipitaciones y en las temperaturas, ni graduación en las varia­ciones de las mismas.

Lo que está sucediendo a ojos vista es otra cosa: una mu­tación, alteración de las células de un tumor. Ya no hay clima, ni climas ni microclimas. Hay desbarajuste. Llu­vias torrenciales, o meses y meses sin lluvia en los que hasta hace una década la hubo regularmente, por un la­do, y cambios bruscos del termómetro en cuestión de días o de horas. Como dice Le Monde: «el planeta ha en­trado en un territorio desconocido». Y a una noticia como ésta no es de ley atribuirle sensacionalismo. Esto es un hecho de alcance telúrico que hará «época», como la de cada glaciación; en este nuestro caso un cambio climático antropogénico no por azar o por causas «naturales» direc­tas, sino por la intervención irresponsable del ser hu­mano: lo sabemos ya.

Pues no es preciso ser científico, ni siquiera experto en la materia para saber que si se arroja durante más de un siglo trillones de toneladas de partículas a un espacio ce­rrado limitado y aun relativamente ventilado como es la biosfera, ha de llegar la saturación y el enrarecimiento de la «estancia», con las correspondientes efectos en el clima y en las corrientes de aire hasta bloquearlas alterando profundamente las condiciones existentes hasta entonces.

Según otro diario digital español, un informe del Minis­terio de Medio Ambiente advierte de que, a este ritmo, tres millones de hectáreas de las zonas húmedas pasarán a áridas al llegar a 2100. Y decía que hará época, porque esto parece tener mucho que ver con el fin de los tiem­pos; tiempos entendidos como una forma de vida que previsiblemente no volverán en el espacio que dura una vida humana por longeva que sea. Además, estos infor­mes tienden a ser optimistas en lo que cabe. De manera que, si según éste, los tres millones de hectáreas serán áridas en 2100, ya podemos ir pensando que la aridez es­tá a la vuelta de la esquina, y antes de lo que suponemos los graves problemas derivados de ella harán acto de presencia.

El documento admite que «la desertificación es ya un problema real» en más de dos tercios del territorio, agra­vado por la falta de lluvias y las más altas temperaturas.

El informe se refiere naturalmente a la península ibérica. Pero sabemos que eso mismo está sucediendo, más o menos, en las demás latitudes del planeta, y que tanto el Ártico como el Antártico como los glaciares se derriten con celeridad. La causa de la causa en todas partes es la misma: el calentamiento global y la desertización acele­rada.

Los problemas de guerras y movimientos migratorios consecuencia de ellas y de la desertificación que hace mucho empezó en el norte de Africa y en otras zonas del mundo, y la misma mutación climática empiezan a em­pequeñecer al resto de problemas de la sociedad humana y a situar a la humanidad a la altura de vulnerabilidad que cualquier otra especie viviente.

Vale que al principio la industrialización y las expectati­vas que generó ofuscaran a aquellos que la manejaban a finales del siglo XIX. Pero pronto, muy pronto, asomaron las señales de la «previsible» catástrofe. Y entonces y a partir de entonces, la actitud de quienes estaban y están llamados a reaccionar ha sido la de quien mira a otra par­te para no enfrentarse a un problema que choca brutal­mente con la dichosa economía a corto plazo, y sobre to­do con la codicia que hace trizas constantemente a la cor­dura y a la humildad. Magnates y políticos son los res­ponsables. Los primeros al propulsar el «progreso» sin orden ni concierto. Los segundos consintiéndolo o ati­zándolo sin miramientos.

Es palmario que el asunto del clima se «nos» ha ido de las manos. Y empleo la primera persona del plural porque formo parte de la especie humana, pero no porque tenga yo la más mínima responsabilidad en la hecatombe que se avecina, como no la tiene el 99 por ciento de la pobla­ción del mundo que no pinta nada, manejada a su antojo por el 1 por ciento restante que es el que «produce» siem­pre la Historia…

Pero hemos llegado a un punto en que es indiferente po­ner cara a los responsables y a los negacionistas de esta fatalidad. El hecho es que la inteligencia y la capacidad de respuesta del «hombre» a semejante situación van a ser irrelevantes a partir de ahora. La población del mundo se diezmará por vías antinaturales. Y los cálculos sobre el coeficiente mental y «valía» (coeficiente y «valía» medidos por esas universidades que tratan de saberlo todo) de tantos a los que les ha venido situando al frente de la vi­da colectiva, no van a servir de nada. Esa inteligencia su­puestamente superior está ya definitivamente en eviden­cia. La ínfima inteligencia y capacidades de quienes, ele­gidos en muchos casos por millones de débiles mentales, han permitido desde su posición política a la otra «inteli­gencia», la de los que no han sabido o no han querido evi­tar el cataclismo silencioso que empezamos a sentir, prueba en conjunto que esos seres humanos que se nos presentan como excelentes son los más cretinos de todos los seres vivos, en los momentos decisivos; sea en las guerras contra sus congéneres que ni quiere ni puede evi­tar, sea en los excesos cometidos en todo, como los que han provocado la mutación climática cuyas consecuen­cias debidas precisamente a su locura les ha impedido prever y calcular.

Pues sólo eso, cretinos y además ciegos del cuerpo, de la mente y de la espíritu podían, y pueden ser incapaces de imaginar lo que ahora vemos se nos viene encima: una atmósfera, una troposfera y una biosfera descompuesta. Ahora esos irresponsables ignorantes, codiciosos y necios dirán que van a hacer lo que debían haber hecho desde el principio. Pero ya es tarde. No es posible imaginar que unas condiciones de vida existentes en un tiempo incal­culable sobre la tierra alteradas a lo largo de un siglo, puedan revertirse si no con el paso de otro tiempo incal­culable.

Quizá los que vivimos en esta generación salgamos ade­lante aunque sea a trancas y barrancas, pero a nuestros descendientes, a las siguientes generaciones, les habre­mos legado un planeta muerto o moribundo. Se necesita ser imbéciles…

Jaime Richart, Antropólogo y jurista.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.