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Entrevista a la senadora Piedad Córdoba

El computador de Raúl Reyes no existe

Fuentes: Rebelión

Cuando en 1999 fue secuestrada por orden de Carlos Castaño, líder de las Autodefensa Unidas de Colombia (AUC) , quedó claro que sus radicales posiciones, su carácter deliberante y su temeridad para decir la verdad, estaban produciendo en la ultraderecha colombiana una mixtura de odio y temor y la decisión de exterminarla. Pero no se amedrentó […]

Cuando en 1999 fue secuestrada por orden de Carlos Castaño, líder de las Autodefensa Unidas de Colombia (AUC) , quedó claro que sus radicales posiciones, su carácter deliberante y su temeridad para decir la verdad, estaban produciendo en la ultraderecha colombiana una mixtura de odio y temor y la decisión de exterminarla.

Pero no se amedrentó y fue convirtiéndose en una creciente y fuerte opositora del gobierno de Álvaro Uribe, aunque su pensamiento de izquierda era de siempre, defendiendo los derechos de las minorías étnicas, los de la mujer, los sexuales y los derechos humanos . Además, como senadora por el partido liberal, pertenecía de izquierdas y con el tiempo fundó el movimiento Poder Ciudadano Siglo XXI, como disidencia, y de esta forma aglutinar liberales y demás tendencias democráticas y progresistas que advierten lo que realmente significa el uribismo.

No sólo ha padecido el secuestro. También ha sido objeto de permanentes amenazas y ha sobrevivido a varios atentados contra su vida. Pero si Carlos Castaño (al que acusó públicamente por el asesinato del humorista Jaime Garzón, cuando nadie se atrevía a decir nada y la derecha armada era más bien aplaudida) no la detuvo, es imposible imaginarla renunciando a su lucha, que es la de millones, así los medios quiera negarlo. De hecho, en agosto de 2007  se involucró en el tema del acuerdo humanitario  entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC , y el gobierno colombiano, y desde entonces no ha cejado en este propósito, pese incluso a que el presidente Alvaro Uribe le retiro el aval.

La situación de Piedad Córdoba refleja lo que es en buena medida el país y la política que le gobierna: Piedad no comulga ni cree en el presidente Uribe, le critica y niega la legitimidad de su gobierno, cuestionado por vínculos con el paramilitarismo, la corrupción y el narcotráfico. Piedad tampoco oculta sus simpatías por el presidente Hugo Chávez, ni su pensamiento y accionar de izquierdas y todo aquello que, lamentablemente, en un gobierno derechizado, se convierte en una actitud pro guerrillera y pro terrorista.

Piedad ha sido una de las pocas personas que ha dicho la verdad y hacerlo le ha costado: fuerzas de poder, militares y económicas hacen de cada palabra de Piedad un respaldo al terrorismo. Los medios reproducen los calificativos de odio, rencor y acusaciones que se emiten desde el gobierno y han hecho que la opinión publica, generalmente muy desinformada ante las pocas opciones que tiene para hacerlo, la odie.

Hoy se le quiere vincular con las FARC con base en información hallada en supuestos computadores de Raúl Reyes, la Fiscalía General de la Nación inició procedimientos penales ante la Corte Suprema de Justicia contra Piedad, otros congresistas y periodistas. Sin embargo, los dos últimos capturados y miembros de las FARC han asegurado en sus declaraciones que Piedad no tiene nada que ver con esta organización subversiva.

¿De qué se le acusa?

Se me trata de involucrar en el tema de asociación para delinquir, secuestro de Ingrid, de todas estas personas, con una acusación directa de ser parte de las FARC.

¿Piensa que existe o no el computador de Raúl Reyes?

No. Ese computador no existe. Ese computador fue muy bien armado por el Gobierno Nacional (yo diría que con apoyo de sectores del gobierno norteamericano), porque había un objetivo fundamental: descalificar y judicializar a quienes hemos venido trabajando en el tema del acuerdo humanitario y de la paz. Es, sobre todo, una especie de muro de contención para que quienes pensamos que el país requiere una salida distinta, un proyecto social y político alternativo al que hay actualmente. Pero así la Corte Suprema dijera que ese computador no existe, que no lo pueden verificar como fiable para un procedimiento judicial, lo cierto es que ellos (quienes le acusan) han ganado en un estrategia: desmoralizar, ensuciar la hoja de vida de quienes estamos en la política, desacreditarnos y generar una especie de odio en sectores de la población frente a nosotros.

¿Piensa que el malestar de muchos por Piedad sería posible si los medios no reprodujeran el odio y las palabras de quienes no gustan de usted en el Gobierno?

Lo de los medios no es aleatorio. El Gobierno tiene en las dos cadenas, fundamentalmente, y en El Tiempo, dos de sus mejores aliados. Es una estrategia direccionada a generar noticias en las cuales quienes no estamos en esa orilla de la política, en ese sector de lo que es el uribismo, terminamos siendo descalificados porque los medios de comunicación no pasan nuestras intervenciones, o cuando las pasan, las editan para ponernos a decir otra cosa. Existe una estrategia muy coordinada, entre otras cosas porque se está tramitando la licitación del tercer canal. Ningún medio de comunicación se va a ir contra el gobierno, ni ningún medio va a ser imparcial.

Hablemos de la liberación de Ingrid como fenómeno mediático y de la suerte que corre, a partir de entonces, el Acuerdo Humanitario.

Así como se va generando una opinión de que quienes estamos en el Acuerdo Humanitario somos guerrilleros, de que quienes estamos trabajando en el proceso de paz somos terroristas, de que quienes defendemos los derechos humanos somos personas peligrosas, también se está generando una opinión, una matriz de opinión, en el sentido de que para qué se va a hacer un acuerdo, para qué se le van a dar ventajas, si el presidente Uribe es un tipo tan verraco que es capaz de matar a todo el mundo y a acabar con los que generan la informidad en el país.

¿Nos olvidamos, entonces, de esta opción?

Pienso que, en medio de las dificultades para el país, hay que volver a insistir en el acuerdo humanitario por las personas que están en poder de las FARC, por los que están en las cárceles… Pero hay que tener supremamente claro que no va a existir el mismo interés de unos sectores y que para muchos otros en la opinión pública nacional este tema no es importante… Porque el gobierno puede ganarle la guerra a las FARC, porque mucha gente cree que el problema con las FARC es de delincuencia y que no son una consecuencia de un modelo de desarrollo corrupto y excluyente, que privilegia a unos cuantos e impide que todo el país pueda desarrollarse.

En ese orden de ideas, la gente no le va a apostar mucho al acuerdo. Sin embargo, no se puede seguir privilegiando la salida militar, que no deja ningún salto distinto al empoderamiento del uso de la fuerza por parte del Estado y de muchos sectores que lo privilegian. Un acuerdo humanitario deja muchos réditos, que tienen que ver con las organizaciones sociales, con el derecho internacional humanitario, el respeto por los derechos humanos, y – sobre todo – desata procesos encaminados a sentar en la mesa de negociación a quienes estamos inconformes con el sistema actual.

Usted ha mencionado que uno de los aspectos negativos frente a la liberación de Ingrid Betancourt (y no estamos hablando de la liberación en sí, la cual es por todos bienvenida) es que se malograron unas negociaciones que usted estaba adelantando…

Se perdieron cosas importantísimas que pudieron haberse obtenido si hubiera habido un principio de oportunidad también por parte de las FARC, pero – también – si el gobierno hubiera estado interesado en una negociación que llegara a un acuerdo humanitario. Los inamovibles se fueron convirtiendo en una estrategia para ganar tiempo, por parte del Gobierno. Es muy difícil explicarlo en medio de una situación positiva como es la libertad de las personas, pero nosotros habíamos logrado avanzar con el Departamento de Estado – en términos de la libertad de Simón Trinidad y de Sonia – uno de los elementos que los presidentes de América latina, en una gran parte, estaban dispuestos a apoyar después de la liberación de estas personas, y que era el estatus de beligerancia que permitiera llegar a un proceso de paz.

Otro elemento muy importante era retomar la carta que en el 84 el comandante Manuel Marulanda, junto a Jacob Arenas, había dejado prácticamente lista (aunque no se firmó) y que sacaba al secuestro del conflicto. Eso se sabía retomado, inclusive se le habían puesto plazos: de aquí a diciembre lograr una gran declaración de todos los insurgentes en este sentido. Ahora, creo que eso no es posible, no creo que ningún gobierno vaya a reconocerles el estatus de beligerancia en este momento a las FARC, ni que la necesidad de la liberación de estas personas significara, precisamente, una negociación jurídico-política en el Departamento de Estado Americano. Hay que volver a empezar, teniendo en cuenta que son muchas las perdidas para la democracia del país, si se privilegia la salida militar simplemente.

Es decir, que en esa negociación se avanzó hasta hablar con el Departamento de Estado sobre la liberación de Trinidad y Sonia.

Se habló con el Departamento de Estado y el Departamento de Justicia. Los abogados de Simón Trinidad tuvieron mucho que ver en los acuerdos que se redactaron para la negociación.

Siendo el gobierno de Estados Unidos, manifiesta y repetidamente contrario a la negociación con las FARC, opuesto al acuerdo humanitario, ¿por qué estaba ocurriendo este tipo de negociación bajo la mesa?

Yo creo que jugaban mucho un factor. Haberse atrevido a ir a tocar las puertas. Todo el mundo decía que eso no se podía lograr. También jugaba mucho el hecho de que el presidente Chávez estuviera ahí, al frente de la negociación.

¿Esas negociaciones que se dañaron con la liberación de Ingrid, se dieron estando el presidente Chávez en calidad de qué? 

El presidente Chávez no estaba como mediador oficial, pero nosotros seguimos trabajando y yo fui la responsable directa de las negociaciones en Estados Unidos.

El presidente Uribe no la aprueba, mucha gente se ha llenado de odio contra usted, Chávez tiene otras opiniones ahora y usted enfrenta amenazas y persecución política. ¿Cómo seguir luchando por el acuerdo humanitario en estas condiciones?

Tengo una cosa muy importante y es mi hoja de vida. No estoy trabajando en el acuerdo humanitario porque se me ocurrió de la noche a la mañana. He sido varias veces presidenta de la Comisión de Derechos Humanos del Congreso y presidenta de la Comisión de Paz del Congreso de la República. Son muchísimos los debates en ese sentido, muchísima la trayectoria. La paz es un derecho constitucional. No tengo necesidad de pedirle permiso a nadie para trabajar en los temas que siguen. Estoy totalmente comprometida con esto y sí estoy muy interesada en lograr contactos con las FARC y con el ELN para que avancemos en la liberación de las personas, para buscar en este momento una redefinición de las circunstancias y de cuáles pueden ser las propuestas e insistir, necesariamente, en que tenemos que avanzar hacia la posibilidad de una plataforma de mínimos, hacia un acuerdo.

¿Algún plan para ello?

Una comisión de cien notables en el país, que participen en un apoyo al acuerdo humanitario, de manera activa, donde estén representantes de los sindicatos, de las mujeres, de los afro descendientes, de los indígenas, de empresarios, de profesionales medios, de partidos políticos. Estamos buscando una persona a nivel internacional importante, con credibilidad, que nos ayude a la instalación de la comisión. En ese orden de ideas, empujar todo este proceso. Lo importante es meterle pueblo, esto no es de unas personas que saben más de DIH, o de unas personas que saben más de derechos humanos. Esto es del pueblo, del país, y eso es lo que pretende esa comisión.

Toda esta campaña de desprestigio que han hecho contra usted, ¿cómo la siente a nivel internacional? ¿Creen en usted o tienen la misma mala idea que tienen los colombianos afectados por la prensa mediática?

Pienso que no. En un porcentaje alto hay credibilidad, por lo que dije, por mi hoja de vida, porque todo el mundo me vio trabajando de manera muy ferviente y, sobre todo, con mucha dedicación para lograr el acuerdo humanitario. Y, de alguna manera, pienso que hay mucho más apoyo de lo que la gente en el país se imagina.

¿Cuáles han sido los principales errores de las FARC?

No leer el momento, no leer lo que piensa la gente, independientemente que uno no esté de acuerdo con el establecimiento – que es el mismo en el país -, el costo de oportunidad de una demora tan larga en la toma de las decisiones. Eso ha sido funesto. O sea: entregar un días a unos, otro día a otros, y no haber olido el momento político de tal manera que inclusive inamovibles como Pradera y Florida se pudieran hacer a un lado cuando habían cosas muy importantes para ganar en el reconocimiento político de la lucha que ellos han venido dando.

Uno de los grandes obstáculos del acuerdo humanitario es el presidente y la clase política. ¿Cómo luchar por él y dialogar con un gobierno que esta haciendo todo lo posible para evitarlo? ¿No es esa una pelea perdida desde el comienzo?

Si uno desde que arranca cree que va a perder, está derrotado. El acuerdo humanitario no le pertenece solamente al Presidente de la Republica. Ese es un avance de la humanidad que, mínimamente lo que tiene que ver es cómo se humaniza un conflicto, aunque el comandante Manuel Marulanda decía era que lo que había que hacer no era humanizar el conflicto sino acabar la guerra. Creo que hoy estamos más cerca del final, aunque la gente no lo crea así.

¿Final de qué?

De la guerra. Creo que hoy estamos más cerca del final de la guerra, porque entre otras razones, hay muchas circunstancias a favor. ¿Circunstancias cómo cuáles? Los gobiernos progresistas que hay en Suramérica, muchos sectores de la opinión pública internacional que tienen muy claro el nivel de peligrosidad de un régimen como el colombiano, un régimen mafioso, así al Presidente le de mucha rabia que yo lo diga, pero es un régimen mafioso porque se comporta además como tal. Porque un gobierno que ha sido elegido como lo sabe todo el mundo, pues obviamente que no se puede llamar un principado ni una iglesia ni un régimen como el de Suecia tampoco, de un sistema político.

¿Y el Acuerdo?

Pienso que es difícil porque, vuelvo y reitero: al presidente no le interesan los acuerdos, a él le interesa la salida militar y ha sido exitoso en eso. Y ha sido exitoso hasta el punto de que va ganando en el simbólico de la gente, para que la gente crea que el problema del país son unos delincuentes que están en las FARC y en el ELN, y no por ejemplo, cómo se robaron la reelección, y no por ejemplo que el sistema político del país es un sistema putrefacto, que lo eligió, un proyecto político paramilitar y que los 14 que están en Estados Unidos no son ya la eliminación del paramilitarismo. Hay un grupo de personas que financia el paramilitarismo, que mantiene el paramilitarismo como un sistema político dentro del país y mientras eso no desaparezca es muy difícil hablar de paz. Una cosa es que no hayan disparos, una cosa es que no hayan secuestros, pero eso no significa que el entramado social, político y económico que mantiene a 18 millones de colombianos por fuera, un establishment que permite 4 millones de desaparecidos, pues eso no se va a desaparecer con la desaparición de estas personas. Es como pensar que en Perú se acabó la pobreza porque está Sendero Luminoso enterrado debajo de la tierra. Lo que estamos viendo es otra cosa muy distinta.

¿Y el trabajo de quienes luchan por el Acuerdo Humanitario?

También avanza el gobierno en una cosa que es más novedosa: desacreditarnos a los que no estamos de acuerdo con él, desacreditarnos hasta el punto de volvernos en la categoría de delincuentes, y fuera de eso de generar odio, rabia y temor en la gente porque nosotros somos una amenaza, supuestamente porque somos los que no queremos la paz. Resulta que la paz de él es la paz de los sepulcros y no más. Creo que consiste fundamentalmente en entender que sí es un escenario muy difícil, muy complicado, pero que el discurso hay que mantenerlo y rescatarlo sobre todo, sobre la base de que, pasada la euforia de la liberación de estas personas – que para nosotros es muy valioso – viene el aterrizaje de barriga del pueblo colombiano, de miseria, de pobreza, de exclusión, pero sobre todo de corrupción.

¿No existe en la oposición una equivocación en la forma de de enfrentar esos ataques, de manejar los medios y la ayuda internacional, o en la forma en que hablan del supuesto 85% de popularidad de Álvaro Uribe?

Es lamentable que nosotros como oposición no tengamos ni siquiera una encuesta. Eso de por sí demuestra la falta de acuerdo de nosotros para tener unas estrategias. Ahora supuestamente nos vamos – que no creo que eso perdure todavía después del rescate de Betancourt y demás secuestrados a unir en contra de la reelección. Pero no tenemos elementos para decir: mire, esta encuesta nos dice que este presidente no es tan popular como estamos diciendo. Porque sí, puede ser muy popular en la manera de enfrentar el crimen organizado – que es como el trata las FARC – , pero el resto de las cosas no.

Uno no puede enfrentar a un Estado que está apoyado por el Plan Patriota, por el Plan Colombia y, seguramente, ahora por otras fuerzas multinacionales. Uno debe ir a esa confrontación tan dura con elementos que le permitan participar. No hablo de que nosotros compremos armas, no. Pero yo pienso que mediaticamente tenemos que aprender a jugar de otra manera y a gastar y a invertir en mensajes mediáticos que le cuenten a la gente qué esta pasando de verdad en el país. Personalmente no creo en el 84%, pero tampoco puedo demostrar que no es.

¿Se justifica la lucha armada?

En este momento en Colombia, pero sobre todo en América del sur, en donde hay gobiernos progresistas (donde personalmente apoyé la elección de Evo, fui a trabajar a Bolivia, fui a trabajar en Argentina, ayudé a la reelección de Chávez, no en la primera porque estaba exiliada, pero recorrí el país apoyando lo de Chávez y a Correa), sí creo que de ser nosotros capaces de llegar a unos acuerdos donde seguramente la comunidad internacional va a jugar, seremos capaces de hacer una ganancia muy importante en el país, con elementos que seguramente tenemos que discutir. Porque no creo que de entrada, sino botan por mi – que jamás he estado en la guerrilla – cómo será uno que si venga de las FARC de verdad a plantearse en el sistema político del país, por ejemplo un Cano (Alfonso), y además porque los medios han generado la idea de que es impensable. Pero en este momento, con las condiciones que hay en América latina (gobiernos progresistas), pienso que estamos atrás, pienso que no vale la pena (la lucha armada). Eso no quiere decir que cuando lleguemos a una negociación entreguen (las guerrillas) las armas. Va a ser una cosa sui generis: ellos van a tener que estar allí armados porque es lo único que les genera confianza, y eso es de ese tamaño, es una manera distinta de llegar a acuerdos y a negociar. Personalmente estoy ahí y tengo una cosa que no voy a perder y es que de una u otra manera, así digan que soy de las FARC, me he ganado un espacio de credibilidad para empujarlos hacia un proceso de paz en Colombia.

En toda esta lucha que más que todo es para pérdidas, ¿ha habido alguna ganancia?

He ganado una cosa muy importante y es que yo no estaba jugando para la coyuntura, Le estaba apostando a la historia. Para mi es más importante escribir la historia que escribir una telenovela.

 *Mónica del Pilar Uribe Marín: periodista, freelance internacional, especializada en derechos humanos, política y medio ambiente.