(* Traducido por Yeli Bengoechea) Entre el 21 y 23 de abril el Consejo Patriótico Nacional convocará a miles de activistas de la mayoría de los principales movimientos sociales rurales y urbanos, sindicatos, organizaciones de derechos humanos e indígenas, y movimientos afrocolombianos, quienes se encontrarán para unir fuerzas y lanzar lo que promete ser el nuevo movimiento político más importante en la historia reciente.
Unidos por un compromiso común en busca de una solución política a más de 60 años de conflicto social armado, el encuentro definirá una estrategia para derrotar a los regímenes narco-para-políticos pasados y actuales, recuperar tierras y hogares para 4 millones de campesinos desplazados, indígenas, agricultores y afrocolombianos.
Un aspecto central de la misión de este encuentro será la recuperación de la soberanía nacional, fuertemente comprometida por la presencia de bases militares estadounidenses, la adquisición a gran escala y largo plazo de los recursos energéticos y minerales del país por parte de compañías extranjeras multinacionales y la protección de la comunidades indígenas y afrocolombianas de la depredación medioambiental.
El encuentro de abril es el resultado de concentraciones masivas, organizadas por los consejos populares, el intento de desarticular el control de los paramilitares y la maquinaria política de los terratenientes sobre el electorado.
Hay una buena razón para creer que este movimiento político tendrá éxito donde otros han fallado, en gran medida debido al alcance y la gran cantidad de participantes, la creciente cooperación y unidad en luchas comunes para la reforma agraria, la democracia participativa y la cercana oposición universal al militarismo respaldado por Estados Unidos y el tratado neoliberal de libre comercio.
Un contexto prometedor
El entorno internacional, especialmente en América Latina, nunca ha sido tan favorable para el crecimiento de la iniciativa popular democrática en Colombia y el eventual éxito político de este «movimiento de los movimientos».
En la mayor parte de América del Sur y el Caribe un momento histórico favorable de autonomía regional ha tomado forma organizacional, con el respaldo de casi todos los principales países de la región.
El ALBA (Alternativa Bolivariana para América Latina) enlaza a docenas de países Andinos y del Caribe en un pacto de integración regional liderado por el gobierno dinámico, democrático y antiimperialista del presidente venezolano Hugo Chávez.
La Unasur (Unión de Naciones Suramericanas), el Mercosur (Mercado Común del Sur) y otras organizaciones regionales son expresiones de la creciente independencia política y económica de América Latina y muestras del rechazo a la OEA (Organización de Estados Americanos) dominada por Estados Unidos.
En la práctica, el crecimiento de estas organizaciones regionales independientes ha significado el rechazo a la intervención militar patrocinada por los Estados Unidos, como se ilustra en el repudio al golpe militar en Honduras en 2009, apoyado por Washington.
La oposición de América Latina al Tratado de Libre Comercio de Washington llevó al crecimiento del comercio intrarregional y obligó a Estados Unidos a buscar acuerdos ‘bilaterales’ de libre comercio con Chile, Colombia, Panamá y México.
El crecimiento de la integración regional autónoma proporciona dos ventajas estratégicas: disminuye la dependencia económica de los Estados Unidos y debilita el poder de Washington para imponer sanciones económicas contra cualquier gobierno nacionalista, populista y socialista de la región.
Esto se hace evidente en el fracaso de Washington de asegurar el apoyo latinoamericano al bloqueo a Cuba o a las sanciones contra Venezuela.
El declive de la influencia política y el dominio económico de Estados Unidos brinda una oportunidad histórica para un gobierno popular nacionalista y democrático en Colombia, a fin de generar de manera realista un nuevo modelo de desarrollo alternativo centrado en una mayor igualdad social.
El dinámico crecimiento de los mercados asiáticos, especialmente China, proporciona a América Latina una oportunidad histórica para diversificar sus mercados, incrementar el comercio y asegurar precios favorables para sus exportaciones.
La ventaja de las relaciones comerciales de Asia es que no están ‘gravadas’ por la subversión de la CIA y el Pentágono -están basadas estrictamente en relaciones económicas de beneficio mutuo y de no-intervención en las relaciones internas de cada país.
La diversificación del comercio está bien adelantada: China ha reemplazado a los Estados Unidos y la Unión Europea como principales socios comerciales por Brasil, Argentina, Chile, Perú, y la lista continúa creciendo a medida que Asia sigue creciendo rápidamente en más del 8%, mientras las economías de Estados Unidos y la Unión Europea se hunden en recesión.
América Latina no sigue sujeta a la volatilidad cíclica de los mercados financieros de Estados Unidos y La Unión Europea.
Durante las crisis financieras de 2008-2010 en estos países, América Latina pudo acudir a China para financiamiento: el crédito otorgado a la región creció desde mil millones de dólares en 2008, 18 mil millones de dólares en 2009 a 36 mil millones de dólares en 2010.
Por otra parte, países como Argentina y Ecuador, que no puede acceder a los mercados de capital privado en los Estados Unidos y la Unión Europea, debido a sus incumplimientos de deuda, pueden obtener créditos de bancos estatales chinos.
Entre 2005 y 2010, China prestó a América Latina 75 mil millones de dólares y para el 2010 sus préstamos superaron los préstamos combinados del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Más aún, los bancos estatales de China no imponen «condiciones» políticas y económicas a sus prestatarios como lo hace el FMI.
En otras palabras, el propósito de América Latina en cuanto al financiamiento externo es que puedan obtener préstamos de China para financiar cambios estructurales, incluyendo la reforma agraria y la nacionalización de bancos sin temor a represalias económicas por parte de los prestamistas extranjeros.
El ALBA proporciona una importante ‘agrupación subregional’ y un foro que representa un rechazo contundente a las guerras imperiales, una oportunidad para una mayor integración del Caribe y una defensa contra la intervención política y militar del imperio, así como subsidios favorables para las importaciones de petróleo.
El ALBA representa para Colombia una oportunidad de profundizar sus lazos estratégicos con Venezuela y Ecuador, mientras comparten una frontera común como economías altamente complementarias y un legado histórico y cultural Bolivariano común.
A diferencia del período comprendido desde finales de 1970 al 2000, cuando Washington dominaba a América Latina a través de regímenes clientelistas civiles y militares, y el dogma neoliberal consagrado en el llamado Consenso de Washington de 1996, y cuando limitaba la libertad de acción de un gobierno popular independiente, una Colombia libre e independiente tendría hoy un entorno económico, político e internacional más favorable.
Declive de la potencia mundial estadounidense
La influencia de Estados Unidos está disminuyendo a escala mundial: China e India han desplazado a los Estados Unidos como principales socios comerciales de Asia, América Latina, África y los principales países del Medio Oriente.
La economía y defensa de Rusia se han recuperado del catastrófico saqueo durante la época de Yeltsin y se encuentra buscando su independencia política.
Esto se hace evidente en las ventas militares y acuerdos petroleros de Rusia con Venezuela, el veto impuesto por el Consejo de Seguridad de la ONU respaldado por el asalto mercenario de la OTAN a Siria, y sus vínculos estrechos con China.
Junto con el surgimiento de un mundo multipolar conformado por Rusia, China y América Latina, el Medio Oriente y África del Norte se encuentran en medio de una serie de rebeliones democráticas antiimperialistas y populares, las cuales amenazan las dictaduras clientelistas de los Estados Unidos.
Es importante igualmente, la prolongada, costosa y derrotada guerra de Estados Unidos en Irak y Afganistán, lo cual junto a la crisis fiscal y el déficit comercial y financiero, ha sido profundamente criticada internamente, debilitando el apoyo del público para nuevas guerras terrestres a gran escala.
En otras palabras, Estados Unidos tiene menos capacidad de sustentar una intervención militar a gran escala contra un importante país como Colombia, siempre y cuando un nuevo gobierno popular sea elegido. (Continuará)