En las últimas semanas han ocurrido una serie de hechos que confirman -¡a pesar de todo!- el declive o decadencia del “uribismo”. Parece una afirmación contradictoria pero los hechos están a la vista. Hechos que se pueden agrupar así: los que tienen que ver con su gobierno (Duque, “el que dijo Uribe”), con su caso judicial (Fiscal y aparato de justicia), y su partido (Centro Democrático).
Duque, es cada vez más errático e indigno. Hoy funge de canciller-embajador en EE.UU. Ya no confía en nadie, ni en la “Martuchis” ni en Pinzón (recién nombrado en Washington). Y mientras el país se inunda de corrupción y se incendia con violencia, él se entrevista con banqueros y funcionarios internacionales (FMI, BM, OEA, otros) para entregar hasta la camisa (más deudas) y posar de “defensor” de los DD.HH. y del ambiente. ¡Qué indignidad!
Su Fiscal (Barbosa) y su aparato de justicia (incluidas sus fuerzas ilegales), son cada vez más descarados. Presionan y amenazan a jueces, magistrados y tribunales. Liberaron al abogado Diego Cadena, el eslabón más débil del entramado judicial que acosa a Uribe. Y, permiten que en todo el país se fortalezcan toda clase de grupos delincuenciales. Necesitan violencia y caos para generar miedo. Alientan a las comunidades a imponer la justicia por “mano propia”. ¡Qué desvergüenza!
Su partido, el Centro Democrático, está cada vez más débil y dividido. Uribe permite -a regañadientes- la postulación de candidatos (as) “propios” para hacer una consulta interna y competir con los otros aspirantes de las derechas (Gutiérrez, Peñalosa, el conservador, el cristiano, etc.). Arman una especie de parodia en la que solo la Paloma y la Cabal se creen el cuento. De ellos, solo uno menciona a Duque. Los demás reniegan de “su” gobierno. ¡Qué cinismo!
Tenemos un “desgobierno” que -a pesar de todo- tiene poder para intentar destruir lo poco de institucionalidad “democrática” que conserva este país. Pero entre más actúe o aparente actuar, más hunde al “uribismo”. Y el grueso de la oligarquía tampoco hace nada. Apuestan a que Uribe termine aceptando un “digno” retiro y echarle tierra al pasado (“tapar” los crímenes con los que ellos están comprometidos). Para oficializar ese “incómodo y molesto asunto” tienen a cualquiera de los candidatos del “centro”; los conocen y son de su entraña.
El declive y la salida de Uribe es resultado de diversos factores. La resistencia de la gente, la lucha política y jurídica de varios sectores y dirigentes, sus propios errores. No obstante, el principal es que la oligarquía y el imperio ya no lo necesitan. El “proceso de paz” se hizo para “despejar el terreno”, para salir a la vez de las Farc y de Uribe. El problema fue que Santos no ejecutó bien la tarea (quiso ganarse todos los honores e hizo demasiada demagogia) y no hubo una fuerza política capaz de aprovechar esas circunstancias para liderar ese proceso con autonomía popular.
Gustavo Petro y Claudia López fueron quienes mejor aprovecharon ese escenario. Él era alcalde de Bogotá y no se podía involucrar en ese proceso aunque apoyó la lucha por la paz (la calificó correctamente de “paz chiquita”), y la otra, enfrentó a Uribe pero se deslindó tanto de Santos como de las Farc durante el referendo. Ambos acumularon fuerza política pero -al provenir de diferentes vertientes políticas- hoy están enfrentados de cara al futuro. El uno juega a no meter miedo y, la otra, a inducirlo. Petro está muy cerca de lograrlo; Claudia intenta impedirlo.
Si la “salida de Uribe” se convierte en uno de los temas centrales de la campaña electoral, la oligarquía impondrá un candidato de “centro”. Si ello ocurre, será una especie de Duque II. Tendremos un presidente sin arraigo y fuerza popular que será manejado fácilmente por las castas dominantes (mafias “legales” e “ilegales”). Una de sus tareas será oficializar la “salida digna y honorable” del expresidente y “echarle tierrita” a sus crímenes. Pero, en realidad, su principal función será no hacer nada, no tocar los intereses de los poderosos. Allí estamos.
Por ello, a la vez que se “buscan votos” para el Pacto Histórico una de nuestras principales tareas es mantener el espíritu de lucha y fortalecer la organización social y popular. Si Petro logra ser presidente de la república, más allá de que tenga mayorías o no en el Congreso, necesitará un pueblo movilizado, expectante y alerta, que empuje “desde abajo” y construya desde las bases los proyectos e iniciativas para concretar las tareas transformadoras propuestas.
La industrialización de “nuevo tipo” de nuestras materias primas no vendrá “de arriba”; deberá surgir de la alianza entre los pequeños y medianos productores y lo más avanzado de nuestros “profesionales precariados”. Son ellos los que necesitan agregar valor a sus productos (procesados) para mejorar sus ingresos y generar empleo digno. Igual ocurre con la generación de energías limpias que remplacen a los combustibles fósiles y se construya una nueva matriz energética.
Y lo mismo pasa con las reformas a la salud y a la educación. Los decretos y las leyes ayudan, pero esas transformaciones solo podrán ser realidad con la acción cotidiana y permanente de la gente. Y claro, otros cambios institucionales que afectan a los grandes poderes, a mafiosos y corruptos, a empresas transnacionales y grandes monopolios, tendrán que irse dando, seguramente a cuenta gotas, en un proceso de acumulación de fuerzas que no solo es territorial y nacional sino regional (latinoamericano) y global. ¡Es la lucha! Y está en desarrollo.
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