En la Mesa redonda dedicada al Decreto N0. 349 y su aplicación en los espacios públicos, trasmitida hace unos días por la Televisión Cubana, se afirmó -de manera reiterada- que habían sido convocados o invitados un grupo numerosos de intelectuales y artistas del país para recoger sus opiniones sobre el tema. Debo aclarar que, apenas […]
En la Mesa redonda dedicada al Decreto N0. 349 y su aplicación en los espacios públicos, trasmitida hace unos días por la Televisión Cubana, se afirmó -de manera reiterada- que habían sido convocados o invitados un grupo numerosos de intelectuales y artistas del país para recoger sus opiniones sobre el tema. Debo aclarar que, apenas unos días después de haberse publicado en la Gaceta Oficial, y luego de corroborar el reclamo del estado a una consulta popular para emitir criterios sobre las modificaciones constitucionales, llamé a la UNEAC para expresar mi interés de estar presente en las reuniones que organizara la Asociación de Artes Plásticas con esa finalidad. Aunque La Constitución y el Decreto operan por vertientes legales aparentemente diferenciadas, reconocía el sentido estratégico-vinculante entre ambos documentos, y me interesaba confrontar ideas sobre el asunto con algunos colegas del ámbito cultural; sobre todo porque ya por esos días comenzaban los rumores, las múltiples interpretaciones y polémicas dentro del sector al que pertenezco, y en el que creo ocupar un sitio perceptible como crítico de arte, curador y editor.
A juzgar por los comentarios de la persona que recibió mi llamada en la Asociación, creo que fui uno de los primeros en hacer la solicitud, y la respuesta que recibí fue que no había orientación alguna sobre una reunión de los asociados para abordar el tema de La Constitución, y mucho menos el de la 349. Al parecer esa orientación nunca llegó a ser emitida por los mecanismos habituales de la UNEAC, porque de esa fecha hasta hoy día no he sido convocado o invitado para tal propósito, aun cuando pertenezco al Consejo Nacional de la organización. Consulté a otros artistas y especialistas cercanos, y ellos también me dijeron que no habían sido llamados. Confieso que me resultó extraña esa impasibilidad de la UNEAC frente a la actitud abierta de otros sectores y organizaciones que sí debatieron y se pronunciaron colectivamente sobre tópicos importantes de La constitución y sus procedimientos legales. Pero no quise hacer -como luego me enteré que era la aspiración de algunos funcionarios- mis observaciones en las reuniones de los CDR porque este no era el terreno adecuado para hacerlo, y estaba seguro que no recibiría la comprensión necesaria para poder exponer, y sobre todo para canalizar aspectos tan susceptibles de la creación artística. Estaba consciente de que mi intervención no iba a pasar de una «conversación entre vecinos». Son otros tiempos, y han mermado los incentivos y niveles de preparación de las barriadas para afrontar análisis puntuales relacionados con la cultura raigal, al menos es lo que percibo todos los días en la localidad donde vivo, Guanabacoa.
En espera de esa citación de la UNEAC que no se concretaba, me limité entonces a presentar mis puntos de vista entre familiares y amigos allegados, confiné mi voluntad de especulación y diagnóstico a ese plano donde transcurre hoy día una parte significativa de la dinámica especulativa del cubano: el ámbito doméstico. Mientras el tema del Decreto iba adquiriendo matices de contienda ideológica en las redes, de confrontación antagónica entre algunos funcionarios y artistas, me parecía que iba alejándose cada vez más la oportunidad para la exposición concienzuda, preventiva de los criterios, esa en la que yo siempre he estado dispuesto a insertarme.
Pero hace unos días, mientras veía la Mesa redonda, escuché a uno de los participantes afirmar que, a la par de la aplicación progresiva de la 349, había que atender un grupo de deficiencias en el trabajo institucional. Pero hacia ese enunciado de manera rápida, casi esquiva, como si esas deficiencias no fueran trascendentales para la evaluación del tema, como si no corrieran el riesgo de impactar en la credibilidad del funcionamiento del Decreto. Fue entonces que comprendí que era el momento oportuno para mi intervención, que aparecía ante mí un importante pretexto para hacer pública mis consideraciones, dentro de un debate que ha transcendido ya las fronteras nacionales.
Aunque comprendo algunas preocupaciones y conceptos que cohabitan en el sustrato del Decreto 349, sobre todo aquellos relacionados con la protección pública de los valores auténticos del arte y la cultura, un tema que ha sido más que debatido en los Congresos de la UNEAC y en las reuniones de sus Comisiones de trabajo, pienso que su aplicación práctica transcurre ahora -por lo menos en el ámbito de las artes plásticas- en un momento complejo, donde la gestión institucional se encuentra deprimida, pues resultan aún muy reducidos los márgenes de viabilidad y las prerrogativas legales que ella puede ofrecer a un movimiento artístico cada día más nutrido, expansivo en sus concepciones y métodos, y enfrentado a una circunstancia social cambiante y a una férrea sobrevivencia económica.
He venido alertando en publicaciones periódicas o en coloquios en los que he participado, sobre la desviación que experimenta nuestro sistema de jerarquías promocionales, un fenómeno que comenzó a hacerse evidente a inicios del denominado «periodo especial», pero que, paradójicamente, llegó a su punto máximo de exacerbación con el establecimiento del proyecto Génesis en el año 2001. Por la falta de una estrategia orgánica, diversificada, Génesis no solo vino a sobredimensionar el impacto del tema comercial en la conformación de un arquetipo de valor y estatus artístico, sino que desarticuló el andamiaje creado para la circulación y legitimación, por etapas y en ascenso, de la producción artística. El crédito y perfil de las galerías históricas disminuyó ante la precipitada maniobra de acceso a potenciales compradores de arte. De la noche a la mañana aparecieron nuevos inmuebles y rincones destinados a promover el arte cubano con especialistas nada entrenados en el oficio comercial, mientras los centros más antiguos perdían prominencia y su personal se disgregaba por otros escenarios de la cultura. En los lugares insospechados y ajenos al arte, surgieron un sin número de vitrinas improvisadas para el ejercicio especulativo, y en ellas se reiteraban una y otra vez las mismas nóminas de éxito. Muchos de esos «estrenados corredores» empezaron a llenarse de obras de artistas consagrados, y de otros no tan consagrados, que habían tenido una gestión comercial exitosa en el extranjero, por cuenta propia, en el periodo de transición entre los años noventa y dos mil. Muy poco se apostó por las generaciones emergentes, por la implementación de una estrategia de lanzamiento de nuevas figuras y presupuestos artísticos. Sin dejar de mencionar que no pocos artistas conocidos, sin garantías de prosperidad comercial, vieron abruptamente limitadas sus posibilidades promocionales. Empezó a trastocarse la aspiración de progreso intelectual del historiador de arte o curador por el anhelo de obtener a toda costa un beneficio económico. Un afán desenfrenado por lidiar con un tipo de obra atractiva, fácilmente vendible, por conseguir un pasaje para participar en Ferias o eventos, por consumar asociaciones personales con dealers, coleccionistas y hombres de negocio, por construir filiaciones o estados de complicidad con el artista exitoso económicamente, suplantó la prioridad de indagación teórica y curatorial en muchas de nuestras galerías y la aspiración de seguir interactuando con el sistema de pensamiento y reflexión del contexto cultural.
Por eso no creo que sería prudente decir ahora -como ocurrió en la Mesa redonda- que algunos artistas o iniciativas privadas inmiscuidas en las contingencias promocionales y creativas, son los máximos responsables de la sobredimensión del aspecto comercial, cuando también la institución participó de esa exacerbación. De igual modo creo que sería exagerado decir que esos nuevos actores pretenden socavar toda la trascendencia del trabajo institucional con la expansión del mercado. No creo que tengan suficiente poder y movilidad para lograrlo. Me pregunto, incluso, si esos contribuyentes que aparecen ahora tras los espacios galerísticos privados (que no hacen otra cosa que reproducir modelos de gerenciación ya existentes en la historia del arte), hubieran tenido un éxito tan expedito, hubieran obtenido la misma capacidad de convocatoria entre artistas y especialistas de arte, si nuestro sistema de galerías hubiera estado fortalecido logísticamente, si se le hubiera otorgado más autonomía legal en su gestión, tanto en al escenario nacional como internacional, y nuestros artistas hubieran encontrado en ellos suficiente amparo promocional y económico para sus producciones… Quiero aclarar que soy de los que piensan que la disyuntiva promocional y comercial del arte cubano en la actualidad debe encararse a través de la articulación funcional, regulada, entre los espacios estatales y privados.
Esta situación que describo sobre las galerías e instituciones estatales no ha mostrado señales de modificación. Aunque se han abierto algunas alternativas de promoción y mercado para los artistas, incluido los más jóvenes, ellas siguen operando todavía bajo las mismas expectativas y concepciones restringidas con las que surgió el proyecto Génesis y su staff de galerías. No acabamos de entender que en puestos tan específicos como el empresarial y el concerniente al mercado del arte hay que ubicar personas experimentadas, con un currículum apropiado, conocedoras de los sustratos argumentales, metodológicos y estéticos, de los productos artísticos que manipulan… ¿Qué estrategia existe a largo plazo, digamos, para continuar acompañando y potenciando las obras de los jóvenes ganadores del Concurso Post-it, auspiciado por el FCBC? ¿Qué otras vías de recorrido ascendente se le ofrecen una vez que ha recibido su premio en metálico y se le ha hecho su muestra correspondiente? ¿Por qué un artista joven, que no pertenece al Registro del creador, se le impide participar de este concurso y disfrutar de los beneficios que brinda?
En los últimos años han surgido otras nuevas galerías asociadas al FCBC que han ido retardando o suplantando, como en un ciclo interminable, la supuesta prominencia de perfil que debería tener a estas alturas el proyecto Génesis. ¿Logrará el proyecto Génesis alcanzar su «mayoría de edad» alguna vez, tener la oportunidad de maniobrar con verdadera autonomía? En realidad, soy bastante escéptico en este asunto. En vez de un plan integrativo, de una sinergia ministerial de reforzamiento, se aprecia desde hace unos cuantos años una desarticulación, un solapado estado de forcejeo, de rivalidad, inducido básicamente a partir de las potestades y las exigencias económicas que el estado ha depositado en cada una de esas instituciones.
Los centros históricos, destinados para la promoción y difusión del pensamiento artístico, no muestran una sostenibilidad en cuanto a la calidad de sus proyectos. Han desaparecido casi todos los eventos de carácter nacional que ellos coordinaban, y se está perdiendo la correspondencia entre el nivel de prestigio del centro expositivo y el del artista que en él se presenta. Cuando uno revisa el programa de exposiciones de la Capital, puede encontrar a veces curadurías y eventos más enjundiosos, más representativos de las preocupaciones conceptuales y formales del presente, en estudios como el Figueroa-Vives, El Apartamento, Arsenal, Estudio Taller-Gorría, o El Oficio, que en las propias galerías del estado. Sabemos que en el enfoque curatorial de varios de ellos están involucrados especialistas competentes o de amplia experiencia en el universo visual cubano. En las exposiciones y eventos de las galerías estatales uno respira con frecuencia una atmósfera de inercia, de desactualización, que parece contaminarlo todo. A excepción de algunas galerías, no se cuenta con material documental complementario para las exposiciones (catálogos, carteles, invitaciones), a no ser que el artista los produzca; y se aprecia una insuficiente disponibilidad de recursos para acometer de forma adecuada la curaduría y el montaje de las obras. Hace poco trabajé con un artista que, además de imprimir su catálogo y garantizar el montaje de sus cuadros, tuvo que contratar a unos albañiles para arreglar las paredes, rectificar el suelo, y arreglar las luces de uno de los espacios más emblemáticos de la plástica cubana para poder hacer su exposición personal.
Los medios masivos de comunicación no ofrecen cobertura sistemática al trabajo galerístico e institucional dentro de las artes plásticas, cuando lo hacen de manera esporádica se muestran bastante indiferentes a las categorías culturales. Y no es por falta de espacio, porque he visto numerosos autores y noticias económicas o políticas replicadas entre uno y otro órgano editorial. Cuando coordiné en el 2016 el Primer Congreso Internacional de la AICA en Cuba, un acontecimiento verdaderamente histórico, muy pocos medios de prensa hicieron cobertura del hecho en sus páginas. Sin embargo, a mis manos han llegado ediciones del periódico Juventud Rebelde, en las que se reproduce a todo lo largo de una de sus columnas interiores la foto de Jennifer López y la letra de una de sus canciones, y he podido comprobar después que está «innovadora» iniciativa se ha repetido con otros artistas foráneos. ¿Así es cómo vamos a satisfacer nuestras apetencias culturales, a inculcar en nuestros lectores criterios de rigor y selectividad? Otro caso muy connotado es el de la televisión cubana, una entidad que, a pesar de los múltiples señalamientos y críticas, continúa otorgándole visibilidad y crédito a artistas plásticos con una obra de bajísima calidad, quienes -a fuerza de tanta reiteración visual- ya el público mayoritario reconoce como paradigmas de valor. ¿Por qué no acaba de rendir sus frutos la vieja voluntad de fiscalización de esas erráticas acciones promocionales en la televisión?
La revista emblemática de nuestro contexto artístico, Artecubano, no parece contar ya con los recursos necesarios para garantizar su sistematicidad. Esta publicación tiene un atraso considerable en sus frecuencias de salida, a pesar del esfuerzo de sus editores por no disminuir la intensidad del trabajo periodístico, y de aligerar los compromisos de publicación a través del tabloide… La semana pasada me llamaron los colegas de la publicación para ver si estaba en condiciones de presentar, en diciembre de 2018, un par de números recién salidos de imprenta, el 1 y 2 del año 2017.
El portal digital en el que ahora trabajamos un grupo de profesionales y amigos, Artcrónica, fue creado justamente como una alternativa para compensar la falta de información y análisis sobre nuestro medio artístico, y para validar una concepción periodística y editorial, sustentada en años de práctica y especialización. También fue fundado para defender la memoria histórica, ayudar a comprender cómo funciona el circuito del arte cubano y cómo puede perfeccionarse; dar cobertura promocional a las acciones de los artistas cubanos, estén donde estén; dejar testimonio de la diversidad de comportamientos y tendencias que se manifiestan hoy día en el quehacer plástico cubano, y las múltiples razones que las interconectan… Como podrá verse, no todas las iniciativas independientes han sido adoptadas desde una perspectiva de especulación y mercado, sino también para propiciar la salvaguarda de nociones y pautas de valor que se han ido desvirtuando en el contexto público. También en esos «nichos» de trabajo están presentes la vocación profesional y el compromiso colectivo… Nosotros no vendemos los espacios de reflexión y análisis, ni le ofrecemos las portadas de nuestras revistas al mejor postor.
Expongo algunas de las principales deficiencias que todavía prevalecen en el sector institucional de las artes plásticas -que no creo sean tan colaterales como se induce- porque en ellas están algunas causas directas o indirectas de la incertidumbre o el rechazo colectivo que ha surgido en torno a la viabilidad del Decreto 349. No pienso que el matiz del conflicto pase precisamente por la voluntad de suplantación, como algunos quieren hacer ver, sino más bien por el de la duda o la sospecha de los que puedan sentirse involucrados. Si estos problemas existen al interior de nuestro sistema institucional y no han sido superados, qué no podrá suceder con la puesta en vigor de un recurso que parte del núcleo institucional y expande su capacidad de influencia regulatoria hacia la sociedad toda. Si tenemos tantos inconvenientes con la autoridad y la eficiencia de algunos espacios institucionales de difusión y legitimación, si padecemos la falta de idoneidad de algunos de nuestros decisores culturales, ¿quién garantizará la preparación de ese cuerpo de inspectores que se pretende crear para aplicar el Decreto? ¿Quién santificará los límites precisos de lo que es auténtico o no en materia creativa?, o más complejo aún: lo que es arte y lo que no lo es. Sin duda alguna, podríamos tener magníficos intelectuales dispuestos a realizar la labor de preparación, de entrenamiento, pero estoy seguro que ellos no son los que irán a la calle, los que lidiarán cara a cara con los aficionados y emprendedores en el terreno de la cultura, no serán los que, con sus necesidades y contingencias a cuestas, estarán caminando todos los días a través de esa angosta raya entre lo vacuo y lo trascendente.