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¿Hasta cuándo permitirá la comunidad internacional que Israel continúe su masacre?

El derecho de las bestias

Fuentes: Rebelión

La fuerza es el derecho de las bestias. Cicerón. 1. Introducción: se redefine el escenario. Los hechos recientes en Medio Oriente han actualizado los debates al interior del campo de las fuerzas progresistas en todo el mundo. En otros tiempos, podía aún discutirse el asunto en los términos planteados, respectivamente, por los grupos fundamentalistas árabes […]

La fuerza es el derecho de las bestias.

Cicerón.

1. Introducción: se redefine el escenario.

Los hechos recientes en Medio Oriente han actualizado los debates al interior del campo de las fuerzas progresistas en todo el mundo. En otros tiempos, podía aún discutirse el asunto en los términos planteados, respectivamente, por los grupos fundamentalistas árabes e israelíes -estos últimos, al mando de un Estado que funciona como cabeza de playa de las fuerzas norteamericanas en la región-. Unos y otros coincidían en que el eje de la controversia circulaba en torno al derecho de Israel a constituirse como Estado en el territorio de Palestina.

Para decirlo de manera concisa, los fundamentalistas musulmanes mantuvieron su oposición histórica a la existencia de un Estado judío en la región, y, en esa medida, pudieron los dirigentes israelíes legitimar una política de seguridad cuyos resultados más conocidos fueron y son visibles en las calles de Beirut todavía hoy.

Sin embargo, el escenario ha cambiado notoriamente. Después del atentado contra las Torres Gemelas, la política exterior militarista estadounidense acabó con las bizantinas discusiones sobre la «muerte del imperialismo» tal cual había sido analizado por los teóricos marxistas durante el siglo XX, y quedó afirmado un principio por el cual el gobierno norteamericano se consideraba con derecho a realizar operaciones militares en cualquier lugar donde considerase necesaria su intervención contra el nuevo enemigo en este mundo multipolar: el terrorismo globalizado.

En esta línea, aquello que los recientes ataques de Israel en Líbano -pero también en Gaza- han puesto de relieve, estriba en que ya no se trata de una discusión centrada en torno del derecho de Israel a existir, sino de qué derechos le otorga esa existencia.

En este artículo, me propongo discutir varios aspectos del nuevo escenario -bastante dantesco, por cierto- que se presenta al analista en Medio Oriente. Para empezar, no obstante, quisiera que desviemos nuestra atención, desde Palestina, hacia Irak…

2. La situación en el Golfo Pérsico: el fracaso de la Administración Bush.

No estaba extinto todavía el fuego en el World Trade Center, y ya las Fuerzas Armadas norteamericanas estaban recolectando la información necesaria para la invasión de Irak, bajo el pretexto de una supuesta presencia de Al Qaeda, así como de la aún más improbable capacidad iraquí de producir armas químicas de destrucción masiva.

Pero las cosas, como sabemos, no salieron tal cual lo planeaba el Estado Mayor del capitalismo concentrado estadounidense: la ofensiva militar que debía garantizar el control norteamericano sobre el suelo y el subsuelo de Irak, uno de los países con las mayores reservas petroleras del mundo, ha fracasado de manera estrepitosa, y, hoy por hoy, los militares del país del norte reconocen que, si sabían cómo entrar al territorio iraquí incluso antes del once de septiembre, ahora no saben cómo salir.

No sólo los precios del petróleo se han disparado hasta niveles récord, capaces de desatar una crisis financiera que azota actualmente a buena parte de la banca de los países centrales, sino que el frágil equilibrio del Golfo Pérsico, ya herido en 1991, se ha roto.

Paradójicamente, una ofensiva que en el plano discursivo se proponía destruir las bases del terrorismo fundamentalista islámico, en los hechos sólo ha logrado desbancar a una dictadura criminal -esto es indudable, así como son también indudables los crímenes de la democracia norteamericana- pero laica.

El gobierno iraquí, que en tiempos de Hussein estaba en manos de los sunníes -la segunda minoría del país-, ahora ha pasado a manos de los chiítas, minoría étnica mayoritaria tanto en Irak como en el vecino estado islámico de Irán, y caracterizada por una mayor presencia de sectores de orientación «rigorista» en cuanto a sus interpretaciones religiosas.

Las armas de destrucción masiva que se buscaban en el territorio presidido por Hussein, quien una vez fuera el caballito de Troya de los republicanos contra la hegemonía iraní en la región no fueron halladas, y en cambio Irán hoy se encuentra mucho más cerca de la fabricación de armamento nuclear ¿Será por eso que no ha sido atacado -aún- por las águilas del Pentágono?

Por otra parte, hay en este momento en Irak cerca de diez fuerzas beligerantes que responden a las tres etnias presentes en el territorio -en orden de importancia: chiítas, sunníes y kurdos-.

Los dos primeros quieren acabar con éstos últimos -aspecto que el gobierno de Hussein se encargaba de realizar de manera prolija antes de la aparición en escena de Bin Laden, para escándalo de nadie-. Los kurdos, a su vez, razonablemente reclaman un Estado propio. Pero ello no es viable por dos motivos cruciales, ya expresados en el Tratado de Lausana de 1923.

En primer lugar, la existencia de riquísimos yacimientos de petróleo en la zona, cuyo control debe quedar a toda costa asegurado en manos del imperialismo norteamericano.

En segundo término, la presión en sentido contrario del gobierno turco. Sucede que en Turquía habitan cerca del 45 % del total de los casi veinticinco millones de kurdos de la región. Y ese país, como bien sabemos desde los tiempos del genocidio armenio, no tolera muy bien la diversidad cultural: suman decenas de millares los kurdos asesinados por el gobierno turco en su intento por «resolver» la cuestión étnica que suscitan.

Para colmo de males, Turquía es el otro aliado estratégico de los Estados Unidos en Medio Oriente, que poseen bases aéreas y navales en su territorio. Y, de aceptar los norteamericanos la creación de un Estado para los perseguidos y disgregados miembros de la etnia kurda, de seguro ese lazo, muy preciado en Washington, se perdería en segundos.

A la vez, las relaciones entre chiítas y sunníes tampoco son amistosas. Creo aceptable señalar que lo único en que acuerdan las guerrillas que responden a los grupos nacionalistas iraquíes de ambas etnias estriba en la lucha contra la presencia norteamericana: una vez que el último soldado yanqui se haya marchado, ese punto de acuerdo habrá desaparecido, y estallará abiertamente la ya por estas horas inocultable guerra civil.

En resumen, la segunda parte de la saga «Campaña del Desierto ha sido un completo desastre: ni los objetivos políticos ni las metas económicas propuestas se han cumplido, y todas las expectativas que la Administración Bush tenía respecto del usufructo de su potencial militar para equilibrar la balanza de una economía interna tambaleante se han visto frustradas ¿Cómo afecta esto a Palestina?

Durante su primer mandato la Administración Bush dejó en claro que su política militar ofensiva se limitaba al Golfo Pérsico, y presionó fuertemente a Israel para la creación de un estado palestino. A tal punto se dio esta insistencia, que el primer mandatario estadounidense llegó a proclamar que «Dios le había hablado» respecto de la necesidad de afianzar dicho Estado.

Pero la ruptura del equilibrio en el Golfo Pérsico y el fracaso evidente de la «Guerra contra el Terrorismo» han cambiado bastante los parámetros iniciales. El resultado más saliente de la actividad norteamericana en el Golfo Pérsico ha sido el fortalecimiento del gobierno islámico de Irán, la superación de su vieja rivalidad con el vecino estado de Irak y el afianzamiento, en todas partes, de los grupos más fundamentalistas del Islam. Si hoy es políticamente posible la ofensiva militar israelí, esto se debe a la debacle del proyecto norteamericano en Irak, que obliga al Imperio a redefinir el enemigo, y orientar, en consecuencia, su mirada hacia Palestina, donde parece posible enderezar la balanza, y el terrorismo aparece como un enemigo menos riesgoso. Pero no es sólo eso…

3. La sucesión de Sharón, y la necesidad de forjar un nuevo liderazgo en Israel.

Desde luego, Israel también tiene sus propias razones. Desde la muerte del General y Premier Ariel Sharón, héroe nacional desde la llamada «Guerra del Yom Kippur», la nueva dirigencia israelí, encabezada por ese gris personaje que es el premier Olmert, ha necesitado llenar un vacío de legitimidad gigantesco.

Sucede que Sharón era uno de los últimos referentes de la «vieja guardia» de los años sesenta y setenta, un líder nacional indiscutible, y había sido capaz de reformular el entero régimen político a partir de la formación de su propio partido.

Entonces, la campaña que Israel lleva, al mismo tiempo, en Líbano y en Gaza, persigue una larga lista de objetivos. En primer lugar, forjar en torno a Olmert un nuevo liderazgo nacional de base militar. La campaña bélica en el Líbano, admiten referentes políticos importantísimos -como el ex premier Ehud Barak, en declaraciones a la prensa británica- es sólo el primer paso de una fuerte ofensiva contra Siria, para lo cual Israel necesita del control terrestre del territorio libanés, plataforma indispensable para dicha campaña.

Por otra parte, en el intento israelí de llevar la guerra fuera de sus fronteras -hacia Gaza, hacia el Líbano, y, eventualmente, hacia Siria- obran razones políticas evidentes: se trata de convencer a la ciudadanía israelí que la seguridad tan anhelada no requiere de la paz como requisito, sino del exterminio del adversario como posibilidad realista.

Una posición de este tipo, desde luego, sólo puede sostenerse por un tiempo, y a costa de más y más bombardeos. Por eso Israel no puede aceptar tregua o dilación alguna en sus ataques, pese a los eventuales «errores» -en verdad, pese a las sistemáticas masacres- que pueda cometer.

La otra condición de posibilidad de esta campaña, ya lo he dicho, es el apoyo de Estados Unidos que buscan ahora remediar en Palestina los desaciertos estratégicos cometidos en el Golfo Pérsico. Y, desde luego, en toda esta coyuntura, aparece la inutilidad absoluta de los organismos encargados de velar por el derecho internacional, como la propia Organización de las Naciones Unidas. Estados Unidos y su socio actúan en el vacío que estos organismos generan, aspecto que nos mueve a reflexionar sobre la imposibilidad de oponerse a las realidades simples: ningún país poderoso ha de enfrentarse seriamente a los Estados Unidos para defender a los palestinos.

4. Un escenario posible -pero para nada agradable-.

El resultado que aparece en todas partes remite de modo invariable al fortalecimiento de todos los fundamentalismos, islámicos o no. Paradójicamente, ya no es sólo Al Qaeda la única organización que capitaliza esta escalada de violencia, sino que son todas sus entidades afiliadas, e incluso grupos nuevos, los que aprovechan en buena medida el clima de odio e indignación que con toda justicia siente el pueblo árabe en todo el mundo.

A estas alturas, recordando un viejo adagio argentino, diría que lo primero que debiera figurar en la agenda de la lucha antiterrorista del gabinete de George W. Bush, si ésta fuese sincera, debiera ser el suicidio colectivo de sus miembros. Sin embargo, no soy optimista en ese sentido.

¿Qué podemos esperar? Si mis conjeturas son correctas, el desastre humanitario que ha causado Israel en el Líbano es sólo una pequeña muestra del escenario futuro. Es a través de la guerra que se ha querido reformular el equilibrio regional en Oriente Medio, y ahora parece que, en vez de cambiar de estrategia, la misma se profundiza.

El ataque a Siria se discute de modo abierto en la prensa israelí, y el cerco que se cierne de este modo sobre Irán es cada vez mayor ¿Tendrán éxito los halcones? No lo creo. Incluso si se lanzan a tan aventurado plan, incluso si vencen en el terreno militar, sólo generarán una mayor solidaridad entre sus multiplicados enemigos y estoy seguro que la resistencia de los pueblos subyugados será terrible. Pero de nuevo, no parece que sea el costo humanitario un aspecto que importe del asunto.

5. Balance de una guerra tan sangrienta como inútil.

¿Y nosotros, qué podemos hacer? En primer lugar, no pregonar análisis lineales. En la situación actual, debemos luchar para que se reinstale en la opinión pública la cuestión de los medios necesarios y efectivos para lograr los fines propuestos.

¿Es el terrorismo la reacción de un puñado de salvajes ajenos a toda norma de civilización? Por el contrario, y sin justificar sus actos, recordaría al lector que estos «salvajes» no sólo han medrado dentro de la economía no menos brutal que impone el capitalismo monopolista -es el caso de Osama Bin Laden-, sino que, en buena medida, han crecido en aceptación en sus países de origen porque su respuesta es vista como bastante proporcional a la acción de Estados Unidos y sus socios locales en Medio Oriente, en el ejercicio cotidiano de un terrorismo no sólo más salvaje, sino amparado por el Estado más poderoso de la tierra.

¿Es la agresión militar indiscriminada la respuesta al terrorismo? No lo creo. Al contrario, es de esperarse de la misma que fortalezca las simpatías de la población árabe hacia las formaciones guerrilleras que luchan por la emancipación, así como a las organizaciones terroristas que actúan, ora cubiertas, ora superpuestas con aquellas.

El triunfo de Hamas en las elecciones convocadas para designar nuevas autoridades en Palestina refleja claramente que el miedo ya no disuade, que la violencia se ha vuelto demasiado cotidiana, tanto que ya casi no indigna al pueblo palestino.

La población palestina sufre no sólo por el bombardeo militar. Hace ya tiempo que es el blanco de una suerte de «guerra de baja intensidad», en la cual sus sitiadores, que también se encuentran en posición de ejercer el bloqueo económico, le niegan los alimentos, los servicios esenciales, etc.

Paralelamente, más del ochenta por ciento de los palestinos son muy pobres o directamente indigentes, verdaderos ciudadanos de segunda categoría allí donde se encuentren. Es de esta base popular de la cual extrae sus cuadros guerrilleros el terrorismo, pero eso no cuenta para quienes creen poder vender la solución mágica del problema, a través del exterminio.

La respuesta, entonces, no puede ser otra que la preconizada por Chávez en la cumbre de presidentes americanos de Mar del Plata, mientras el ALCA daba sus estertores finales. Para Chávez, se debía fortalecer al que será, según él, el actor decisivo en la oposición mundial a la dominación capitalista durante el nuevo siglo: me refiero, desde luego, a la opinión pública mundial.

Para quienes reivindicamos la posibilidad de un mundo mejor, se ha vuelto urgente apelar, sin sectarismos, a la entera sociedad civil. Para ello, debemos insistir en la redefinición del papel de la ciudadanía, que ya no puede, en este mundo globalizado, desentenderse de los asuntos acaecidos en zonas aparentemente distantes.

Es posible que en este contexto el fortalecimiento de todas las formas de expresión de la sociedad civil permita, al mismo tiempo, acabar con la crisis de representatividad que nos aqueja, a través de la puesta en práctica de mecanismos de probada eficacia, como la revocatoria de mandato -ya ensayada en Venezuela-, la autogestión, la absoluta libertad de información y su circulación por canales independientes, la conformación de espacios civiles con credibilidad real para seguir de cerca las acciones gubernamentales, etc.

La implicación de la sociedad civil en el tema puede convertirse, sin lugar a dudas, en un medio para volver a los diferentes regímenes democráticos más permeables a la participación popular, y por ende, para convertir a la democracia en una herramienta de lucha, no sólo contra el terrorismo -casero o foráneo-, sino contra toda forma de opresión.