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Elecciones municipales

El desafío de la cooperación

Fuentes: Punto Final

Las elecciones municipales del 23 de octubre nos han metido en un gran dilema. Hay una cantidad tan grande de candidatos, y muy buenos candidatos, que se me ha complicado la elección. Según estudios de sicología cognitiva, los seres humanos tenemos un margen limitado de racionalidad a la hora de elegir entre varias opciones. Cuando […]

Las elecciones municipales del 23 de octubre nos han metido en un gran dilema. Hay una cantidad tan grande de candidatos, y muy buenos candidatos, que se me ha complicado la elección. Según estudios de sicología cognitiva, los seres humanos tenemos un margen limitado de racionalidad a la hora de elegir entre varias opciones. Cuando vamos al supermercado y encontramos tres o cuatro tipos de detergente podemos ponderar precios, cualidades, tamaño, etc. Las estadísticas muestran que las personas resuelven el dilema con facilidad y quedan satisfechas luego de tomar su decisión. Pero si tenemos que elegir entre diez detergentes, lo más recurrente es que las personas se paralicen por no saber por qué optar. Son muchas las variables en juego, por lo que estadísticamente la gente se complica enormemente a la hora de elegir y muchas abandonan la tarea de escoger. Un grupo termina eligiendo, pero lo hace casi de forma aleatoria, por descarte o tomando lo primero que encuentra. Por eso las tasas de desagrado por el detergente adquirido se elevan en este caso de forma exponencial. Este estudio se suele citar para advertir que la fantasía de la libertad de elección del consumidor es eso: sólo una fantasía. No existe una verdadera libertad a la hora de poder elegir cuando se te ofrecen diez productos más o menos parecidos. Pero si se simplifica la oferta, las personas construyen criterios, pueden comparar en los elementos más importantes y generalmente aciertan en su decisión.

En estas elecciones municipales la oferta de candidatos, partidos, coaliciones, independientes, es tan amplia que se produce el efecto descrito. Piénselo un minuto. Tome una comuna al azar, como Antofagasta. Encontraremos ocho candidatos a alcalde. Para empezar tendrá qué descifrar que significa cada pacto, tratando de averiguar qué partidos lo componen. Luego, qué tipo de «independiente» es cada candidato independiente. Descartados los postulantes que seguramente usted no desea votar ni bajo amenaza de muerte, se puede quedar con un listado de tres o cuatro que probablemente podrían ser acreedores de su confianza. ¿Qué criterio asumir entonces?

Si ya ha votado por alcalde/sa, recién ha pasado por el 50% del trámite, porque todavía debe ejercer su voto a concejal/a. En el caso de Antofagasta va a recibir una papeleta con 70 nombres. ¡70 candidatos! Si usted cree que elegir entre diez detergentes es difícil, ya le quiero ver eligiendo entre 70 personas. Seguramente entre tantos nombres va a encontrar parientes, vecinos, ex pololos o pololas, antiguos compañeros de colegio, amigos de los amigos, el primo del cuñado, etc. Luego de despejar todas estas variables usted se preguntará: ¿Y cuál es la opción políticamente más acertada? ¿Voto por partido o voto por persona?

Un duro momento nos espera el 23 de octubre. Y después de pasar por tan difíciles pruebas para la capacidad de discernimiento, viene lo peor: doblar los votos.

EL DRAMA DE LA DISPERSION

Chile vive un momento de movilización del activo electoral de Izquierda. La proliferación de candidaturas es un reflejo de este proceso. Pero esta dinámica contrasta con una fragmentación estructural que debilita las posibilidades de hacer fecunda esta enorme energía político-social. El académico Claudio Fuentes ha llamado a este fenómeno «la paradoja de la autodestrucción de los descontentos». Su análisis es acertado cuando señala: «La competencia municipal muestra con particular nitidez el problema de acción colectiva que enfrentan los diferentes movimientos políticos y sociales del país. Frente a una crítica descarnada respecto de la vigencia del duopolio -levantado por izquierdas y derechas- la respuesta no ha sido de unidad o coordinación. Por el contrario, la respuesta política ha sido de fragmentación. En vez de establecer un frente común para ‘desafiar’ políticamente a quienes detentan el poder, la respuesta política ha sido competir unos con otros en forma separada».(1)

Con treinta partidos en competencia, al menos quince se pueden situar a la Izquierda del espectro ideológico. Pero estos partidos compiten en cinco listas distintas. Lo mismo ocurre en el campo de los regionalistas, que se presentan en tres partidos separados. Y en las listas de concejales la dispersión es total, ya que incluso la Nueva Mayoría y Chile Vamos compiten en listas separadas. Por este motivo Fuentes concluye de forma lapidaria: «En un escenario de alta fragmentación, la probabilidad que el escenario político se modifique es bajísima. La paradoja para estas elecciones municipales es que aumentará exponencialmente la oferta política (cerca de treinta partidos en competencia), pero como aquella oferta está fragmentada o dividida, no podrá obtener un número suficiente de votos para transformar el actual balance de poder. Habrá más competencia, pero menor posibilidad de cambio… ¿Qué explica este curiosa patología de autodestrucción? Las respuestas a estas preguntas parecen encontrarse más que en el campo de la politología, en la sicología y la siquiatría».

SICOLOGIA POLITICA DE LA DISPERSION

El sociólogo Richard Sennett lo ha analizado en su última obra, Juntos. Rituales, placeres y políticas de cooperación , donde diagnostica «la incapacidad de la Izquierda para colaborar entre ellos: la Izquierda tiene un problema para la cooperación, para cooperar con gente que piensa diferente de ti, con la que no te entiendes». En parte esto se debe a las formas de trabajo de carácter temporal, que implican asumir multitud de proyectos a la vez, externalizaciones y competitividad extrema. Este proceso crea una forma de alienación por pérdida del sentido de pertenencia. Sin pertenencia la gente no coopera, y termina imperando el sálvese quien pueda, especialmente si los otros son diferentes. Este factor condiciona, pero la Izquierda debería buscar formas de enfrentar esta situación. De allí que Sennett llame a un cambio de lógica: «El universo moral de los partidos políticos y los sindicatos de Izquierda debe cambiar: está muy bien criticar y señalar lo que no funciona del capitalismo; sí, marcamos las contradicciones económicas ¿y qué?; hay que ir más allá de protestar, hay que implicarse o pasaremos por cómplices de este secuestro global». Para ello, no se trata de contraponer desde la Izquierda un nuevo comunitarismo al individualismo neoliberal. Se trata de buscar el equilibrio entre el yo y el otro, entre nosotros y los demás».(2) Así la «unidad» de la Izquierda es imposible, ya que implicaría anular las legítimas diferencias e intereses de los partidos, grupos e individuos. Lo que se debería buscar es la «articulación» de quienes, siendo distintos, teniendo aspiraciones y voluntades autónomas, comprenden que por su propio interés es más sabio cooperar con otros actores. Este matiz es importante porque el discurso de la «unidad» siempre lleva oculto una hegemonía de un socio mayor, un accionista principal, un actor más poderoso, que condiciona el proceso político. Hablar de articulación supone reconocer la legitimidad de las voluntades individuales, pero encauzándolas de modo que el resultado final, bajo un modelo de cooperación política, suponga un plus respecto a la acción aislada y fragmentada.

¿ES POSIBLE UNA «COOPERATIVA POLITICA»?

Un caso a contracorriente es la coalición Compromís, en Valencia, que se autodefine a sí misma como una «cooperativa política». Esta experiencia, poco conocida fuera de España, es una coordinación electoral de tres pequeños partidos del ámbito valenciano, de distinta biografía, procedencia y matriz ideológica: ex comunistas, nacionalistas de Izquierda y verdes, además de un sistema de representación de simpatizantes que no militan en ninguno de los partidos antes mencionados. La coalición cuenta con cuatro portavoces que ejercen en igualdad de condiciones, uno por cada partido, más un vocero de los simpatizantes, y funciona mediante el diálogo permanente entre las distintas sensibilidades. El hecho de contar con cuatro portavoces implica que nadie puede imponerse sobre nadie y que las decisiones son siempre colectivas y fruto del diálogo.

En diez años Compromís pasó de la marginalidad electoral a tener la vicepresidencia de la Generalitat Valenciana, ocho diputados en Madrid y la alcaldía de Valencia capital. El secreto de esta fecundidad política radica en que su identidad global capta y potencia todas las identidades particulares de la Izquierda, sin diluirlas. Mónica Oltra, su dirigenta más importante, lo describe así: «Somos una cooperativa política con un diseño diferente al tradicional, donde hemos convergido diferentes organizaciones desde la pluralidad».(3) Esta idea de «cooperativa política» es acertada, porque cada partido, sin importar su tamaño, puede buscar redituar electoralmente. No se niega la voluntad de crecer de cada una de las partes. Pero para hacerlo no se impone el criterio de un «dueño» o un «accionista mayoritario», propio de las coaliciones tradicionales. La tradición cooperativista, que la Izquierda impulsa en el plano económico, también se puede aplicar al plano político electoral, bajo las mismos principios que definen al movimiento cooperativista: «Libre adhesión y libre retiro. Control democrático por los asociados. Participación económica de los asociados. Autonomía e independencia. Educación, capacitación e información. Cooperación entre cooperativas. Interés por la comunidad».

APRENDER A COOPERAR POLITICAMENTE

Elinor Ostrom, la célebre politóloga y referente mundial sobre el gobierno de los bienes comunes, ha propuesto una metodología para analizar los tipos de cooperación que se pueden establecer entre actores diferentes. Ella habla de seis tipos de cooperante:(4)

a. El cooperador de la primera hora . Son los primeros en cooperar pero se detienen inmediatamente si sus socios no lo hacen. En la medida en que las normas lo permiten, sancionan a los participantes no recíprocos.

b. El cooperador desconfiado . Sus criterios para cooperar pasan por evaluar si sus socios son dignos de confianza. Se detienen al constatar comportamientos no recíprocos. Si les es posible castigan a quienes no colaboran.

c. El cooperador socionómico . Van a cooperar si ven que los demás así lo hacen y paran de cooperar si los otros se detienen. También suelen sancionar las conductas no cooperativas.

d. El cooperador selectivo . Coopera en contextos concretos que ha seleccionado.

e. El anti-cooperante . No cooperan en ninguna ocasión.

f. El cooperador sensible . Se asemeja al de la primera hora y al desconfiado, pero su criterio para parar es la presencia de un «patudo» que no aporte, lo que les basta para detenerse.

Esta tipología demuestra que no se nace cooperante, ni se coopera por generación espontánea. La cooperación, en todos los campos de la vida es resultado de un lento y difícil aprendizaje. Pensar que un militante, por ser de Izquierda, va a ser cooperador siempre y en todos los casos, es engañarse. Existen verdaderos anti-cooperantes de Izquierda, por contradictorio que parezca. Las elecciones parlamentarias en Chile serán claves para definir el futuro de las nuevas experiencias de Izquierda que hoy están en curso. Su destino pende de la cooperación que logren establecer entre ellas. ¿Serán capaces de romper la lógica de la autorrepresentación para pasar a una dinámica cooperativa? De su capacidad para lograrlo depende su pervivencia o su desaparición.

(1) El Mostrador , 6 de septiembre de 2016.

(2) Sennett, R. Juntos. Rituales, placeres y políticas de cooperación , Anagrama, Barcelona, 2014.

(3) Antonio Ruiz Valdivia, Fenómeno Compromís , en http://www.huffingtonpost.es/2015/06/05/fenomeno-compromis_n_7520974.html

(4) Elinor Ostrom, Toward a Behavioral Theory Linking Trust, Reciprocity and Reputation , 2003.

Publicado en «Punto Final», edición Nº 862, 14 de octubre 2016.

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