A 23 días de las elecciones presidenciales, la izquierda chilena tiene un gran desafío: reforzar su compromiso con la campaña presidencial de Tomas Hirsch. La opción de voto de la resistencia antineoliberal en este país, no significa seguirle el juego a la derecha, chantaje con que una vez más la concertación – al igual que […]
A 23 días de las elecciones presidenciales, la izquierda chilena tiene un gran desafío: reforzar su compromiso con la campaña presidencial de Tomas Hirsch. La opción de voto de la resistencia antineoliberal en este país, no significa seguirle el juego a la derecha, chantaje con que una vez más la concertación – al igual que en 1999 – pretende neutralizar el avance de esta nueva alternativa. Por el contrario, es precisamente el voto más útil que Chile requiere ante su complejo escenario económico, político y social. Es la convocatoria a seguir construyendo un nuevo conglomerado, que se compromete con las transformaciones reales para todas y todos los chilenos, en el pacto «Juntos Podemos Más».
Convencidos de que su propuesta representa los intereses reales del pueblo chileno y de una gran mayoría cansada de esperar la llegada de una democracia real y efectiva, «Juntos Podemos Más» cuestiona la actual profundización de un modelo económico que – acentuando la desigualdad y poniendo en venta los recursos y servicios del país – está lejos de asegurar las necesidades sociales de todas y todos los chilenos. Por ello, el desafío de esta nueva opción es la organización del descontento de miles de chilenos y chilenas, planteándose más allá del 11 de diciembre, todos los esfuerzos para el fortalecimiento de la alternativa antineoliberal, que confronte con nuevas ideas y acciones el modelo que la concertación y la derecha se han encargado de establecer en conjunto.
No por nada Ricardo Lagos es el mandatario con mayor adhesión a los postulados del neoliberalismo en la región, siguiendo ciegamente las exigencias del FMI, el BM y la OMC. Los propios empresarios de derecha – dueños de grandes multinacionales, de bancos y financieras y de otros grupos económicos poderosos – lo destacan como un gran administrador del sistema neoliberal. Así es como el presidente de los empresarios agrupados en la CPC, Hernán Somerville, ha agradecido hace unas semanas la gestión del gobierno que ya se va.
Como contraparte, la consolidación del neoliberalismo – como en ningún otro lugar – ha instalado a Chile como uno de los países con la peor distribución de ingreso en el mundo. Los más del 100 mil millones de dólares de ganancia que su economía percibe sólo por concepto del Producto de Interno Bruto (PIB), y el desarrollo económico que vive este país, es un privilegio que se concentra en un reducido pero poderoso poder económico. Hace seis años – en segunda vuelta – Lagos, entonces candidato, encabezó su campaña con el slogan de «Crecer con Igualdad». Y ante esto – que no se cumplió, porque las diferencias sociales se profundizaron – la propia UNESCO y la iglesia chilena han señalado recientemente su preocupación por la «escandalosa brecha de desigualdad» que vive este pueblo.
En Chile, la inestabilidad laboral va cada día más en aumento, ofreciendo empleos cada vez más precarios. La descobertura social es también cada vez mayor, al punto que en un futuro no lejano, miles de chilenos afiliados al sistema previsional hegemónico, el privado, al momento de jubilar apenas percibirán una pensión equivalente a la mitad del sueldo mínimo chileno (38 mil pesos). Al término del tercer gobierno de la concertación, el desempleo se convierte en un problema económico estructural: en Chile existen más de 700 mil cesantes, sin ninguna protección social, y más de dos millones de trabajadoras y trabajadores que reciben sueldos miserables.
Mientras tanto, en Chile se mantiene el permanente espectáculo de una fuerza policial que reprime a trabajadores, estudiantes, a los familiares de víctimas de derechos humanos, a los sin vivienda, a los ecologistas, a los movimientos de pueblos indígenas y por la autodeterminación, y a todo quien legítimamente proteste por el reclamo de sus derechos. A todos ellos se les maltrata a vista y paciencia de la opinión pública, bajo la justificación del sacrosanto «estado de derecho». Las privatizaciones han afectado a la salud y la educación, a los diversos servicios públicos, y hasta las carreteras y otros espacios.
Chile es uno de los pocos países del mundo, si no el único, en que no existe la Universidad pública, gratuita y de carácter nacional donde puedan educarse aquellos que, teniendo capacidad, carecen de recursos para pagar. La riqueza nacional y social de este país se ha desnacionalizado, a tal punto que puede afirmarse que los dueños del país – lejos de ser los chilenos – son las grandes multinacionales. Las mismas, responsables del grave impacto ambiental y ecológico cordillerano en Ralco, de la contaminación de los ríos de Valdivia, o de la posible exterminación de glaciares en Huasco, por mencionar algunos de los cientos de casos.
A nivel internacional, los gobiernos post dictadura han consolidado su compromiso con la política económica y militarista de EE.UU. Por ello, Chile se presenta como un gran aliado del TLC, y como un antagonista a la propuesta de integración que el ALBA plantea a los países latinoamericanos. De ello bien saben los chilenos, quienes se han visto afectados en términos políticos, económicos y sociales, por la aplicación de las ordenanzas que los organismos internacionales mandatan, bajo la supervisión de los dictámenes de George W. Bush. Un posible cuarto gobierno de la concertación – encabezado por Michelle Bachelet – profundizará en el mismo sentido la política internacional. Sólo ayer, en el último debate presidencial previo al 11 de diciembre, la abanderada de la concertación se comprometió a «continuar con el camino que ha emprendido Ricardo Lagos».
Estos y otros antecedentes evidencian que la realidad que la concertación ha construido en Chile estos 16 años, está lejos de permitir la llegada de «la alegría», que el NO a Pinochet del Plebiscito de 1988, prometía para Chile. Por ello, su izquierda chilena hoy se pronuncia, con el legítimo derecho y con un claro deber de construir una alternativa. «Juntos Podemos Más» alberga una diversidad de partidos políticos y movimientos sociales que luchan por una transformación real, con justicia e igualdad social, por una propuesta económica solidaria; por un modelo político que permita la democracia efectiva, que termine con la impunidad y la amnistía.
Y a la vez, por el compromiso y adhesión a la resistencia neoliberal internacional en la que América Latina participa, en favor de la integración de los pueblos, y contra el terrorismo y la hegemonía norteamericana. Hace sólo dos semanas, Tomas Hirsch participaba en la marcha de la III Cumbre de los Pueblos, en Mar del Plata, junto a Evo Morales, a las Madres de la Plaza de Mayo, a Adolfo Pérez Esquivel, el Premio Nobel de la Paz, y a otras figuras políticas y sociales que – junto a miles de latinoamericanos – marcharon hasta el Estadio Mundialista, para escuchar a Hugo Chávez, expresando masivamente la fuerza antiimperialista con que el movimiento por la integración de los pueblos se fortalece en el continente.
Aunque otros chilenos han cerrado los ojos – cayendo en el conformismo de que «nada se puede hacer» – el «Juntos Podemos Más» continuará conformando y recreando una participación activa en favor de los cambios. Convencidos de que la concertación optó hace rato por el neoliberalismo, la izquierda chilena – a semanas de las elecciones – enfrenta otra vez las acusaciones que pretenden hacerla responsable del avance de la derecha. Pero lo cierto es que no ha sido precisamente el movimiento antineoliberal chileno quien ha gobernado el país. Fueron otros quienes permitieron durante estos 16 años el avance de las fuerzas reaccionarias.
Por el contrario, durante todos estos años la izquierda estuvo siempre en la trinchera social, junto a los trabajadores y al pueblo chileno, en cada una de las luchas contra las medidas que – desde los poderes ejecutivo y legislativo – la concertación y la derecha promovieron. Sumándose a otros lugares del mundo donde el movimiento antineoliberal ha empezado a dar ya sus primeros pasos, la izquierda el compromiso con las diversas herramientas de lucha del pueblo chileno. Una de ellas es el llamado a votar por los cambios definitivos, adhiriendo a la campaña presidencial de Tomas Hirsch y de sus candidatos a parlamentarios, expresando el descontento generalizado de miles de chilenos y chilenas con el actual modelo. Y un segundo desafío, luego de este 11 de diciembre, es convocarse a seguir trabajando por fortalecer a la izquierda y solidarizar activamente con las luchas sociales chilenas, organizándolas y uniéndolas… porque ya es hora de comenzar a vencer al modelo.
Porque Otro Mundo es Posible y Necesario, y Otro Chile es Urgente, la izquierda chilena – conciente y unida – vota por Tomas Hirsch.