Cuando era casi centenario, Bertrand Russell se convirtió en el enemigo público más peligroso del imperialismo norteamericano. Por eso cuando falleció en frentero de 1970, algunos sentimos su pérdida como algo propio. Con Bertrand Russell murieron muchas cosas, y el día de su muerte fue especialmente señalado. Por supuesto, los medios hablaron de su obra […]
Cuando era casi centenario, Bertrand Russell se convirtió en el enemigo público más peligroso del imperialismo norteamericano.
Por eso cuando falleció en frentero de 1970, algunos sentimos su pérdida como algo propio.
Con Bertrand Russell murieron muchas cosas, y el día de su muerte fue especialmente señalado. Por supuesto, los medios hablaron de su obra filosófica, de sus capacidades de matemático, pero raramente se insistió en su faceta comprometida, algo que pasaría de moda apenas una década después. Yo andaba por los bulevares de Paris, y recuerdo que al para cerca de la Sorbonne, vi unos «affiches» que convocaban a un acto que debía resultar poco menos que improvisado. Pero el caso es que el lugar -supongo que el Paraninfo- estaba hasta los topes, y tuve problemas para buscar un acomodo. Como era muy joven, no tuve problemas para subirme a un armario, lo que significó llamar un poco la atención.
El presentador dijo que era un acto improvisado, que todos estábamos invitados a hablar, y que habían previsto a un conocido profesor que empezó con mucha seriedad a ofrecernos datos: Alguien habló de Bertrand Russell, (País de Gales, 1872-Londres, 1970), y empezó a enumerar atributos: filósofo, matemático, escritor y militante pacifista y socialista británico que había sido llamado «el Voltaire del siglo XX».
Era un señor que provenía de la nobleza (tercer conde de Russell y vizconde de Amberley, su abuelo fue dos veces ministro con la reina Victoria), estudió en el Trinity Colegue de Cambridge y viajó desde muy joven por todo el mundo. En 1894 contrajo su primer matrimonio al que le seguirían tres más, el último a los ochenta años, pero su compañera más sobresaliente fue Dora Russell, quien escribió unas memorias apasionante…Bertrand Russell se dio a conocer como defensor de los derechos de las mujeres y de la libertad sexual siempre.
Militante laborista tempranero, desde los inicios de este partido, romperá su antiguo carnet cuando su dirección (Harold Wilson) apoyó al Pentágono en la guerra contra el pueblo del Vietnam. Al margen de las influencias que sobre su pensamiento ha podido ejercer la filosofía oficial de Occidente, Ruseell nunca fue nada parecido a un académico y no temió perder el respeto al «stablisement» cuando se trataba de defender una causa.
Cuando no había cumplido todavía los treinta años, Russell dejó toda su fortuna familiar a la causa que apoyaba. Antes de la I Guerra Mundial, cuando había complementado su colaboración al con Alfred N. Whitehead su obra principal Principia Mathematica, estuvo comprometido con las luchas de las «sufragistas». Durante la guerra fue expulsado de su puesto en el Trinity College de Cambridge por haber escrito folletos contra la conscripción y fue encarcelado durante seis meses por sus opiniones pacifistas. Se convirtió en un portavoz del movimiento pacifista internacional, viajando por donde le dejaban y criticando la guerra. Mantendrá integra sus posiciones hasta la víspera de la IIª Guerra Mundial, justificando entonces la lucha armada contra el nazi-fascismo. En 1917 saludará la revolución bolchevique y visita después de la guerra Rusia, entrevistándose con Lenin, Trotsky y Gorky. Al regresar, al tiempo que reafirma su apoyo a los fines de la revolución, si bien crítica acerbamente los métodos bolcheviques y las ideas marxistas…
Sobre este punto habría mucho que hablar, y la lectura de Russell puede ser un buen ejercicio de debate, era un señor como una catedral de grande, y rabiosamente sincero y honesto. Russell expresó tener mucha esperanza en el «experimento comunista», algo que desde luego no era la Rusia Soviética que unía el atraso secular con dos guerra desastrosas. Sin embargo, cuando visitó la URSS y se reunió con Lenin en 1920, encontró al sistema imperante poco práctico: no respondía para nada a las ideas que Russell se había hecho, mucho más próxima a Kropotkin, de ahí la simpatía mutua con cierto anarquismo (pacífico), y la «buena prensa» que tenía en la CNT más ilustrada. A su regreso escribió un tratado crítico llamado «La Práctica y Teoría del Bolchevismo» (que aquí editó la colección Ariel por la época como alimento para las huestes socialdemócrata). Él estaba «infinitamente descontento en esta atmósfera-sofocada por su utilitarismo, su indiferencia hacia el amor y belleza y el vigor del impulso». Creía que Lenin era similar a un fanático religioso, frío y poseído por un «desamor a la libertad». Años más tarde, Trotsky mantuvo con su obra ¿Dónde va Inglaterra?, una áspera polémica con el ideario fabiano al que Russell tanto respetaba, Lástima que aunque traducida, dicha obra no ha sido reeditada, pero en Inglaterra lo fue con toda una serie de textos polémicos entre ellos, algunos de H.G. Wells, G. B. Shaw y Russell, amén de algún reconocido teórico de la izquierda laborista como Stafford Crips.
En 1920, dirigirá junto con su segunda mujer, una escuela experimental que causó una gran escándalo en la opinión pública conservadora.
Una opinión pública a la que nunca dejó de citar, así por citar un ejemplo, denunció la situación de la educación de los adultos en los Estados Unidos puede ser medida por el hecho de que en 1940, un hombre de su talla fue hallado como incapacitado para enseñar en el City Colegue de Nueva York por causa de su «actitud inmoral y lúbrica en relación con el sexo». Un magistrado de la Corte suprema del estado de Nueva York anulará su nominación, calificándola de tentativa de instalación de una «cátedra de indecencia». El poco respeto que Russell mantenía hacia las autoridades establecidas fue eliminado por esta experiencia.
Después del holocausto de Hiroshima, Russell se preocupó por el problema de la bomba atómica, aunque en un momento –efímero– de fobia anticomunista alimentada por las barbaridades estalinistas, llegará a justificar una guerra nuclear preventiva contra la URSS y a colaborar abiertamente con los montajes culturales de la CIA.
Rectificará sus posiciones reconociendo que el principal peligro para la paz mundial y para la supervivencia de la humanidad provenía de los «halcones » imperialista de Washington. De nuevo volverá a animar el movimiento pacifista en todos los terrenos, comprendidas las manifestaciones callejeras, las sentadas y las cárceles, evolucionando gradualmente hacia un izquierdismo que se cuestiona que haya democracia en Norteamérica. Nobel de literatura en 1950, con un prestigio internacional indiscutible, Russell pasará a ser en los años siguientes en uno de los modelos más clamorosos de intelectual comprometido cuando ya sobrepasa los ochenta. En 1962 intervino en la crisis de Cuba, defendiendo la revolución cubana contra el intervencionismo yankee.
Lo dicho, en los años sesenta será uno de los principales animadores de la lucha contra la agresión norteamericana al Vietnam, lanzando en 1967 la propuesta de un Tribunal Internacional contra los crímenes de guerra presidido por él mismo, y que cuenta con el apoyo de la crema intelectual de la época con Jean Paul Sartre, Isaac Deutscher, Lelio Basso, Peter Weiss, Lázaro Cárdenas y un largo etcétera, toa una experiencia sobre la que recomiendo el testimonio de Tariq Ali, seguramente el más joven de los participantes, y que lo cuenta vividamente en su libro de memorias, Años de lucha en la calle (Ed. Foca, Madrid).
El Tribunal dictó igualmente sentencias de culpabilidad contra la URSS por la invasión de Checoslovaquia, y por los crímenes del imperialismo francés en Argelia…Científico de primera fila, socialista y humanista, Russell fue el gran amigo de los oprimidos: «El eco de los gritos de dolor, escribió, retumban en mi corazón. Los niños hambrientos, las víctimas torturadas por los opresores, los viejos imponentes, cargas odiadas por sus hijos, y todo un mundo de soledad, de pobreza y de dolor hacen la irrisión de lo que debe ser la vida humana. Quiero señalar que este mal no lo puedo soportar, y que en buena medida también lo sufro». También dejó dicho: «He vivido en busca de una visión, tanto personal como social. Personal: cuidar lo que es noble, lo que es bello, lo que es amable; permitir momentos de intuición para entregar sabiduría en los tiempos más mundanos. Social: ver en la imaginación la sociedad que debe ser creada, donde los individuos crecen libremente, y donde el odio y la codicia y la envidia mueren porque no hay nada que los sustente. Estas cosas, y el mundo, con todos sus horrores, me han dado fortaleza».
Una muestra del prestigio que llegó a alcanzar Russell por estos andurriales fue la abundancia sus biografías en castellano. Anotemos algunas que el lector quizás podrá encontrar en los «rastros» o en las bibliotecas públicas: Russell. de A.J. Ayer, con un epílogo de Manuel. Sacristán (Grijalbo), Russell: Filósofo y Humanista (Ayuso, Madrid 1972), Homenaje a Bertrand Russell, compendio de R. Schoenman (Oikos-Tau, BCN, 1968), otro homenaje se encuentra en el nº de agosto-septiembre de 1971 de la Revista de Occidente. Finalmente cabe distinguir el libro de A. Wood, Russell. El escéptico apasionado (Aguilar, Madrid 1961) y el de José Francisco Ivars, Conocer Bertrand Russell y su obra (Dopesa, BCN, 1977).
En cuanto a sus Obras Completas se publicaron en dos volúmenes, y las editó Aguilar. Espasa y Calpe editó: Los principios de la matemática (1948), Principios de Reconstrucción social (1921), Ensayos sobre Educación (1944), La conquista de la felicidad (1964), Libertad y organización (1940), Historia de la filosofía occidental (1947, existe una traducción catalana en Ed. 62, BCN, 1967). Otras ediciones fueron: Los problemas de la filosofía (Labor, 1970), Conocimiento del mundo exterior (Losada, 1946); en Ed. Aguilar; Ideales políticos (1963), Los caminos de la libertad (1982), Perspectiva de la civilización industrial (1962), Ciencia. Filosofía y Política (1954), Elogio a la ociosidad (1953), El impacto de la ciencia en la sociedad (1958), La guerra nuclear y el sentido común (1959), Escritos básicos (1963), ¿Tiene el hombre un futuro? (1963), Victoria sin armas (1964), Crímenes de guerra en el Vietnam (1967).
Otros serán: Misticismo y lógica (Paidos, 1961), La perspectiva científica (Ariel, BCN, 1969), Análisis del espíritu (Bibl. Temas del Siglo XX, Buenos Aires 1950), El ABC de los átomos (Imán, Buenos Aires, 1945), El ABC de la relatividad (Libros de Marisol, Buenos Aires 1964), Análisis de la materia (Taurus, Madrid), Fundamentos de la filosofía (EISA, 1963, existe una traducción catalana en 62, BCN, 1965), Matrimonio y moral (Leviatán, Buenos Aires 1960), Religión y Ciencia Autoridad e individuo (FCE, México, 1951 y 1954), El conocimiento humano y Ensayos sobre la lógica y el conocimiento (Revista de Occidente, 1964). Nuevas esperanzas para un mundo en transfiguración, y la imprescindible ¿Porqué no soy cristiano? (Hermes, México, 1953, 1959), Satán en los suburbios (Caralt, 1953), Pesadillas de personas eminentes (Madrid, 1964), Retratos de memorias, y La evolución de mi pensamiento fillosófico (Alianza, Madrid)…
El día que murió Bertrand Russell, pedimos un enorme compañero de pensamiento, vida y lucha.