11 de septiembre de 1988. «Habrá circo, títeres y artistas de la tele, banda de guerra y payasos, y muchas sorpresas más», prometía la invitación que el alcalde designado René Solano le había hecho a los pobladores ese día. La junta era en el Gimnasio Municipal, para una chocolatada. Una chocolatada electoral, de celebración de […]
11 de septiembre de 1988. «Habrá circo, títeres y artistas de la tele, banda de guerra y payasos, y muchas sorpresas más», prometía la invitación que el alcalde designado René Solano le había hecho a los pobladores ese día. La junta era en el Gimnasio Municipal, para una chocolatada. Una chocolatada electoral, de celebración de los quince años del Golpe de Estado y con sorpresas, según prometía Solano. A la entrada del gimnasio, cada poblador recibía una calcomanía del SÍ y un cartel con la foto del militar.
El «artista de la tele» que se había anunciado era Sebastián, el músico de Sábados Gigantes. Se esperaba su éxito, pero terminó en sonoro fracaso. Entre rechiflas que venían de la calle y del mismo galpón, los organizadores optaron por sacarlo del escenario y tirar el plato fuerte a la parrilla: viene Pinochet, anunciaron. El candidato único de la Junta Militar, nominado quince días atrás, les brindaría su presencia.
La noticia se esparció por el gimnasio. Poco tardó en salir a la calle. Los activistas del SÍ, que habían instalado en las afueras del local un globo con su opción escrita en tricolor, comenzaron a verse rodeados por volantineros del NO. La cosa se puso tensa y tuvo una salida que no podía ser más simbólica, cuando un volantín que tenía escrito NO echó cortado al globo oficialista. Una escaramuza que abrió la batalla. En la puerta del gimnasio comenzaron a cruzarse piedras y combos.
Los ánimos ya estaban calientes. Durante la mañana, guanacos y zorrillos habían disuelto los actos de recuerdo por el aniversario del Golpe. La policía había entrado disparando a la cancha de fútbol, donde Juventud Unida se imponía 2-1 a Club Azul. Juan Manuel Romero Bruna, de 17 años y encargado oficial de anotar los goles y fouls, había recibido un balazo en el pecho.
LA PELEA
La comitiva de Pinochet viajaba desde Conchalí rumbo a Cerro Navia cuando empezaron las peleas. Informados, la escolta entró por Avenida La Estrella y siguió por El Arenal, tratando de evitar los disturbios. Pero cuando los autos llegaron a Mapocho les cayó una lluvia de piedras. El dictador y sus pretorianos se habían metido al centro de una batalla campal entre opositores y fachos.
«¡Cerro Navia está con su presidente!», gritaba el animador afuera del gimnasio. «¡Nooo!», rugían los apostados en la calle. Miguel Landeros (46) estuvo ahí. Recuerda:
-Invitaron a todos los ferianos a una comida, pero no le dijeron de qué se trataba la comida y pare de contar. Estaban todos esperando en las mesas y de repente, por San Pablo y la Estrella hacia acá, pasa la comitiva con el Pinocho que venía a la actividad, pero imagínate, la comitiva venía en San Pablo y corre la bola tan rápido, que cuando ven pasar a Pinocho avisan que viene y la gente empieza a movilizarse pa’l gimnasio y llegan allá y se encuentran con la sorpresa que está el Pinocho allá dentro y cuando ven que está, muchos de los ferianos se paran y se van y sobre la misma el camión del NO pasa por ahí, y un compadre iba elevando un globo del SÍ y el del camión lo cortó con un volantín, y ahí se arma la mocha del SÍ y del NO y en eso aparece gente de la comitiva y empieza a quedar la cagá y empiezan a apedrear a la comitiva y empiezan a disparar.
En el gimnasio, en cuanto se supo de la pelea, se cerraron las puertas. Nadie podía salir. Afuera, la cosa estaba descontrolada. Las piedras llovían por todos lados, un helicóptero pasaba a baja altura y sus tripulantes apuntaban con ametralladoras a la gente.
Ante el desastre, los organizadores del encuentro decidieron hacerla cortita: le pasaron una tortilla de rescoldo a Pinochet y el general agradeció y se metió a su auto blindado. La comitiva, con las puertas abiertas y los guardaespaldas asomados y disparando al aire y a las personas, partió rauda, dejando heridos a su paso.
-Estos gallos fueron tan taraos que no tenían vía de escape en ninguna parte y no encontraron nada mejor que tirarse derecho por Mapocho hacia arriba y en ese momento que estaba quedando la cagá, pero en cosa de segundos Herminda de la Victoria tapó todo Mapocho con barricadas, sabes tú que pasan los autos y las motos a saltos por ahí, hubo 9 heridos de bala, entre ellos el Lito, un cabro que trabaja en la Muni, dos balazos en la guata -recuerda Landeros.
La revista Análisis fue de los pocos medios que recogió lo que pasó ahí. En las ediciones de la época se pueden leer los testimonios de los vecinos: «Estaba en la puerta de la casa de una prima, cuando de pronto por la calle Mapocho comenzaron a pasar a toda velocidad unos autos lujosos. En eso, uno de ellos -uno gris- se detuvo, la persona que iba en el asiento de atrás del chofer, se bajó y comenzó a disparar. Yo sentí como un golpe en la pierna. Nos entramos y tenía el pantalón y la zapatilla con sangre. Al principio creí que era un balín, pero cuando vi que en realidad el proyectil me había atravesado la pierna, supe que me habían disparado balas de verdad» (Sandra Solís, 19). «Cruzaba la calle para sacar a un niño chico que estaba en medio. En eso estaba cuando de pronto sentí como un golpe fuerte. Me miré y tenía la camisa llena de sangre. Tuve suerte de que ninguna de las balas me agarrara un hueso o un nervio» (Víctor Fernández, 27).
Los autos de Pinochet eludieron las barricadas por todo Mapocho. A esas alturas, no sólo eran los pobladores de Herminda de La Victoria los que estaban alzados.
-Aquí hicimos algo bien rápido, y prendimos unos neumáticos, pero no los prendimos en Mapocho mismo, se amarraron una cachá de neumáticos y se prendieron afuera, y cuando la comitiva venía un poco más debajo de Resfalón, atravesó un grupo con los neumáticos prendidos y se le tapó la pasada. Venían ellos con el guanaco, tanquetas, venían los zorrillos, andaban los helicópteros disparando. (…) Igual pasó por Mapocho pa’ arriba pero no le fue fácil, si tuvo que arrancar porque se le hizo una encerrona a la comitiva y toda la gente se fue encima de los autos, con palos, gente con rabia les pegaba a los autos, otros tirando molotov -dice José Molina, otro de los que estuvo ahí y que entonces tenía 21 años.
Marcela Ortega, hoy de 33 años, se acuerda de los helicópteros que apoyaban a la comitiva de Pinochet en su escape: «Por la copa de los árboles más altos, bajaban a esa altura (…), se veían a los milicos adentro, apuntando a la gente y disparando para abajo y verlos arriba mío, eso era lo peor. Esa imagen, arriba mío, fue en Jorge Giles antes de llegar a Mapocho. Esa imagen tan salvaje, tan vietnamita, es la que más recuerdo.»
LA MANO DURA
El anochecer del día que Pinochet huyó de Cerro Navia, una brutal represión se hizo sentir en todas las poblaciones aledañas. Esa noche, recuerda José Molina, se reunieron las organizaciones de Herminda de La Victoria. Estaban contentos, y querían evaluar y saber qué pasaría.
-En la noche nos reunimos y nos dicen, ‘saben qué, parece cabros que va a haber un allanamiento, están empezando a llegar micros de pacos, por el parque Ho Chi Minh, Mapocho, por ahí estaban’, y nosotros: ‘Oye, pero no podemos aguantar esto que nos vengan a allanar’. Y nos juntamos el grupo que combatíamos en ese momento, empezamos a reunirnos y no sé de a donde salieron otros grupos más.
Y Carabineros creía que la gente ya estaba escondida toda, y nosotros tiramos unas cargas y empezamos a tirarle molotov a las micros de Carabineros y las micros se empezaron a prender y el guanaco en vez de ocupar el agua contra nosotros empezó a tirarle agua a las micros pa’ poder apagarlas y empezó a salir gente y se tuvieron que replegar pa’ Jota Pérez, pa’ allá».
Más en la noche, la policía y la CNI consiguieron entrar a la población y detener a los dirigentes. Al día siguiente, las organizaciones le mandaron una carta de reclamo al entonces Director General de Carabineros, Rodolfo Stange. La carta, remitida a los medios, denunciaba que 23 personas habían sido heridas a bala, y otras 28 por perdigones o balines.
Pocos recogieron la historia. Salvo el Fortín Mapocho y el por entonces clandestino El Siglo, la historia no apareció en ninguna parte. Las revistas Cauce, Análisis y APSI lo hicieron más tarde. Casi veinte años más tarde, la historia permanece en la población. Es cosa nada más de preguntarla.
FUENTE: «Herminda de la Victoria. Autobiografía de una población» Víctor Muñoz y Patricia Madrid (Editorial La Calabaza del Diablo, 2005)